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R
ichard Dawkins es un divulgador de
la ciencia que no sabe
posiblemen-
te tampoco quiere
pasar desaperci-
bido. Cada propuesta suya supone una
conmoción en ese extraño mundo de la co-
municación de la ciencia. Por supuesto, los
debates suelen permanecer más en el ám-
bito anglosajón, donde es muy conocido.
Por aquí, donde uno podría contar con los
dedos de una mano (mutilada) los nombres
propios de la divulgación, Dawkins es plato
de eruditos, gentes extrañas, no preci-
samente de masas. Y eso que a su favor tie-
ne una gran capacidad de titular sus textos
de manera llamativa: El gen egoísta, El relo-
jero ciego... No sé si es que uno tiene una
cierta desviación hacia esas estanterías de
la librería donde suelen aparecer estos
libros
mejor dicho, la tiene declaradamen-
te
, pero cada vez que veo un título así, cai-
go irremediablemente en el antiguo vicio.
Decía que Dawkins es amado u odiado,
pero pocas veces pasa desapercibido. Dar-
winista desmelenado, lanzador de hipótesis
provocativas
un poco en plan aldeano que
tiró, tiró la piedra, tiró... por aquello de que
luego deja el combate a otros, como suce-
dió con sus memes o sus genes egoístas
,
ha publicado recientemente Destramando
el arco iris (Ciencia,
engaños y el deseo
hacia lo maravilloso).
Espero que aparezca
pronto en castellano.
Parte Dawkins de
una anécdota jugosa:
el poeta romántico
Keats acusó pública-
mente a Newton
ya
muerto, evidentemente
de haber matado
la poesía, la naturaleza, la magia del arco
iris al explicar cómo se producía su forma-
ción, al hablar de espectros, prismas u on-
das. Un siglo después, y a modo de vengan-
za
poética también
, el zoólogo intenta de-
sarrollar la tesis de que, lejos de matar la
pasión, la explicación científica del arco iris
permitió un mundo inimaginado antes, que
corre desde lo más grande y lejano
co-
nocer, por ejemplo, la composición de es-
trellas y galaxias que nunca alcanzaremos,
que quizás incluso ya hayan desaparecido
hasta lo más pequeño e íntimo
como ayu-
dar a descifrar el alfabeto de la vida
.
Independientemente de las numerosas
tesis que Dawkins plantea, lo cierto es que
esta reivindicación de la ciencia como pro-
mesa de nuevas maravillas es algo que me
viene rondando desde que leí la primera re-
seña del libro. Recuerdo hace un buen montón de años,
en un programa de radio en el que Miguel Angel Sabadell
y yo andábamos criticando la astrología y otras mancias
frente a la inefable Leonor Alazraqui
y algún otro de tal
pelaje
, cuando la pitonisa radiofónica apuntó un argu-
mento de tal estilo, diciendo que los astrónomos había-
mos matado la poesía del cielo, que permanecía por con-
tra dentro del universo astrológico: esos poderes, esas in-
fluencias míticas, eran mucho más atractivas que la par-
ca explicación de la ciencia. Sabadell, sin duda inspirado
por la cadenciosa voz de la futuróloga, hizo entonces
es
una lástima que la memoria no permita citar textualmen-
te...
una encendida apología de la belleza de un mundo
gaseoso, con intensos ciclones de metano y amoniaco, gi-
rando a cientos de kilómetros por hora en un mundo gi-
gantesco a la pálida luz de un Sol perdido casi entre otras
estrellas; y cómo la imaginación humana, de la mano del
conocimiento racional, permitía imaginar allí algo dinámi-
co, cambiante; por no hablar de un sistema de lunas des-
conocidas, y quizás en alguna de ellas, ocultado bajo la
superficie helada, un océano que podría ser germen de
vida... ¿Era así necesario invocar a un Júpiter tan denso
en maravillas sólo para explicar si somos más o menos
estúpidos? ¿No era al fin y al cabo ningunearlo mucho
más que cuando los científicos nos hablaban de él?
Pues algo así sucede día a día. En el aparentemente in-
salvable abismo que separa la investigación científica del
resto de la cultura, un importante porcentaje del mismo
parece deberse a esa idea que machaconamente se sigue
transmitiendo desde
los tiempos románti-
cos, cuando la ilus-
tración racionalista
pasó a ser algo gris.
Situación que se ha
ido marcando más
en nuestro siglo, al ir
desvelándose cómo
la ciencia no estaba
exenta de críticas, de males, intereses creados o malda-
des, como cualquier actividad humana. Pero no se ha rei-
vindicado de igual manera el lado luminoso de la misma,
el de apuesta de progreso hacia el futuro, el de verdadero
viaje para conquistar nuevos territorios. A ello ha ayuda-
do sin duda una percepción social de la ciencia como algo
terriblemente especializado, inalcanzable sin una for-
mación compleja y abstrusa, algo entre nueva liturgia
para iniciados y torre de marfil aparte del bien y del mal.
Aunque sabemos que ni lo uno ni lo otro es cierto, la
tarea de comunicarlo es ardua, y no parece tan evidente.
En los últimos tiempos, afortunadamente, aunque de ma-
nera lenta, están surgiendo iniciativas que podrán, según
se vayan desarrollando, abrir puentes sobre ese abismo.
Quiero creer que la iniciativa de nuestra asociación y de
esta revista son pequeños pasos en ese sentido. Empieza
a haber una voluntad firme, entre científicos, comunica-
dores, estudiosos... pero ha de pasar a la sociedad. Como
comentaba Sagan, esa vela encendida en la oscuridad es
demasiado frágil todavía.
cuaderno de bitácora
el escéptico (Primavera 1999)
19
Sobre el arco iris
JAVIER E
.
ARMENTIA
Lejos de matar la pasión, la
explicación científica del arco iris
permitió un mundo inimaginado antes,
que corre desde lo más grande y
lejano hasta lo más pequeño e íntimo