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T
anto tiempo de andar discutiendo
con lo más granado de la tontería
patria
sean videntes, contactados,
abducidos, astrólogos, sanadores y
demás variopintos personajes de la corte de
los milagros televisiva
no puede ser bue-
no. Me lo decía un amigo que de esas cosas
sabe mucho (atiende un quiosco de pren-
sa): “Tío, que al final tú pareces uno de esos,
¡como el padre Apeles!”, añadía sabiendo lo
que me duelen esas comparaciones. “¿No
queréis que se note la diferencia entre esos
charlatanes y los científicos? Pues no va-
yáis, no juguéis a su juego. Así, os ponéis a
su nivel, pues da la sensación de que am-
bas cosas son igualmente respetables...”
Lo sé, pero sé también que con escépti-
cos o sin ellos ese tipo de televisión iba a
seguir igual, porque, querámoslo o no, lo
paranormal, en su versión más chusca e
impresentable, sigue vendiendo. Si para al-
gún día, no será por otros parámetros que
los que hicieron que apareciera: el share, la
popularidad inmediata de cara a los ingre-
sos publicitarios. Y sé también que cuando
no hay escépticos la cosa es aún peor: apa-
recen los mismos charlatanes o iluminados;
pero, además, campan a
sus anchas los vendedo-
res de misterios, aprove-
chados que viven y go-
zan de su pequeña cuo-
ta de fama gracias a es-
tos temas. Cuando no
hay quien aporte una duda racional, esos
pseudoinvestigadores aparecen como si fue-
ran serios. Por el contrario, en los casos en
que hay un escéptico, los bandos quedan
bien delimitados: de un lado, la feria de lo
paranormal, en todas sus versiones, de la
patológica a la aprovechada; del otro... Bue-
no, del otro se hace lo que se puede, entre
otras cosas ironizar o echar una carcajada,
porque el idioma de los medios es hostil al
discurso racional, bien elaborado, más den-
so que las afirmaciones sorprendentes.
Debemos seguir intentándolo. De la mis-
ma manera que hemos de intentar que no
sólo se considere necesaria la presencia ra-
cionalista en esos debates, sino también em-
pezar a levantar la voz en otros asuntos más
serios, donde la irracionalidad se manifies-
ta camuflada bajo ideologías (o teologías).
En ARP, debemos darnos cuenta de que el
JAVIER E. ARMENTIA
auge irracionalista no sólo está en la telebasura paranor-
mal, sino en la cosa pública, como cuando se nos venden
racismos o xenofobias (o antropofobias) agitando diversas
banderas; o cuando se quieren paralizar conquistas so-
ciales o de libertad bajo la excusa de mayorías religiosas;
o cuando la preocupación por el medio ambiente se con-
vierte en ecolatría, en mística que impide un desarrollo
sostenible, por cuanto aboga por la involución. Apostar
por el pensamiento crítico, por la razón, por la ciencia,
supone también mojarse en muchas aguas cenagosas. Y
es cierto que, con tanto iluminado donante intergaláctico
de esperma, a veces corremos el peligro de no darnos cuen-
ta de dónde está lo importante.
El panorama actual de los medios resulta un tanto en-
gañoso: por su brillo despunta como siempre la televisión
con sus teledebates o el éxito de los ordinary-people-shows,
ésos debates sin estrellas, pero con la vecina del cuarto
aireando sus problemas maritales. Se trata de una dinámi-
ca en la que la radio también parece haberse ido sumergien-
do, quizá por la banalización de la tertulia radiofónica impul-
sada en muchos casos por intereses empresariales/ideoló-
gicos. Así que la opinión parece estar encarcelada en espa-
cios cedidos por la prensa escrita, lo que limita no sola-
mente su alcance público en un país con escaso número
de lectores de periódicos, sino también su trascendencia.
Ello ha propiciado, posiblemente, una polarización de los
temas que se abordan: por un lado, de primera magnitud,
esto es, política
y economía; por
otro, la anécdo-
ta, la excusa de
la otra cara de la
noticia curiosa o
chusca que da
pie a reflexiones del opinador... En cualquier caso, son los
pocos espacios en donde se puede encontrar una crítica o
un razonamiento a lo que se nos da desde el resto de los
medios. Pequeñas
y escasas
islas con mensaje en el con-
tinuo informativo y de ocio que nos inunda, y que a veces
uno tiende a ver como algo especialmente diseñado para
hacernos casi imposible la reflexión.
Sin embargo, con la creciente implantación de la ciber-
cultura, la opinión adquiere nuevos espacios: listas de co-
rreo o de noticias, foros de discusión. Aunque sea un fu-
gaz fenómeno que podría desaparecer cuando las empre-
sas de (tele)comunicación se hagan con el dominio de las
redes, tiene un potencial muy interesante para el pensa-
miento crítico. ¿Sería posible empezar a tomar al asalto
estos nuevos mundos con mensajes racionales? Pese a
que han sido precisamente los abanderados del pensamien-
to blando, lo que se ha dado en llamar el tecnopaganismo
de la nueva era, quienes primero han copado este mundo,
quizá sea posible introducir en esa dinámica también un
poco de racionalidad, por fa...
el escéptico (Otoño 1998)
17
cuaderno de bitácora
Un poco de racionalidad, por fa...
Apostar por el pensamiento crítico, por
la razón, por la ciencia, supone también
mojarse en muchas aguas cenagosas