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(Septiembre 1998) el escéptico
ada vez más desquiciada. Así está la
ufología. Nació hace medio siglo de-
bido a un error periodístico y a los
tejemanejes de un editor sin escrú-
pulos, y esos inicios la marcaron de por vida.
A nadie sorprende hoy en día que los ufólo-
gos profesionales
esos intrépidos investi-
gadores a los que no se conoce otro oficio
conviertan por arte de birlibirloque un glo-
bo estratosférico en una nave de otro pla-
neta, vean en los delirios de un desequilibra-
do a un elegido de los extraterrestres o apor-
ten dudosas radiografías como prueba de
implantes alienígenas en seres humanos.
Viven de ello, de vender misterios; cuando
no los hay, se los inventan. En eso, siguen
fielmente las directrices establecidas hace
ya medio siglo por el primer ufólogo profe-
sional: Raymond A. Palmer.
El mito de las visitas extraterrestres na-
ció el 24 de junio de 1947. Aquel día, Ken-
neth Arnold vio sobre las montañas Casca-
de, en el estado norteamericano de Was-
hington, una escuadrilla de misteriosos
objetos que horas después la Prensa bauti-
zó como platillos volantes. Sin embargo,
Arnold había visto en realidad otra cosa:
nueve objetos con forma de bumerán, que
“se desplazaban como platillos saltando
sobre el agua”. Y tampoco creía que fueran
naves de otro mundo: sospechaba que “se
trataba de algún tipo de avión”, de un inge-
nio soviético a propulsión a chorro. Hasta
que se cruzó en su vida Palmer, que poco
antes había tenido que abandonar la direc-
ción de la revista de ciencia ficción Amazing
Stories, ya que sus propietarios se habían
hartado de que llenara las páginas de la pu-
blicación, una de las más prestigiosas del
género, de tonterías pseudocientíficas. Pal-
mer creó entonces Fate y dedicó el primer
número de la nueva revista
que llegó a los
quioscos en la primavera de 1948
a la his-
toria de Arnold, convenientemente reinven-
tada, sin aquellos elementos del relato origi-
nal que restaban misterio al misterio.
Hubo que esperar, no obstante, casi dos
años más hasta que el comandante retira-
do Donald E. Keyhoe identificó los platillos
volantes con naves de otros mundos. Lo hizo
en la revista True y a partir de ese momen-
to, con el dogma principal firmemente es-
tablecido, el mito ovni se constituyó en una
especie de cajón de sastre en el que tenían
cabida ciudadanos normales y corrientes
que creían haber visto algo raro en los cie-
los; militares que temían que se tratara de
armas enemigas; desaprensivos que se in-
ventaban historias increíbles para saciar el
interés del público; chalados que decían ha-
ber entrado en contacto personal con los
marcianos
hasta los años 70 se creyó que
los tripulantes de los platillos volantes po-
dían proceder de Marte, Venus o la Luna
,
y estudiosos, pocos, seriamente interesa-
dos en averiguar qué había de cierto tras
los llamativos titulares de prensa. Medio si-
glo después, el panorama es similar, si bien
los militares han perdido todo interés en
investigar observaciones de presuntas na-
ves alienígenas y sólo recurren a los ovnis
en caso de necesidad, como cortina de humo
para encubrir pruebas de aeronaves secre-
tas, por ejemplo. Precisamente, la Fuerza
Aérea estadounidense confirmó hace poco
más de un año que el famoso caso Roswell
el presunto accidente de una nave aliení-
gena en Nuevo México en 1947
tuvo su
origen en globos experimentales, algunos
de los cuales “portaban y lanzaban mani-
quíes antropomorfos equipados con para-
caídas”. El objetivo, según el comunicado
oficial hecho público el 24 de junio de 1997,
era comprobar la posibilidad de que pilotos
o astronautas llegaran a tierra con vida si
sus naves sufrían algún percance en vuelo.
El caso Roswell y toda la mitología cons-
piranoica que ha cobrado tanto auge en la
ufología de fin de siglo demuestran que el
corpus del mito original se ha complicado
hasta límites increíbles. Tras los primeros
contactos personales con extraterrestres de
los años 50, en los que éstos advirtieron a
George Adamski, Daniel Fry y compañía del
peligro nuclear, llegaron los hombres de ne-
gro
misteriosos personajes encargados de
silenciar a testigos y ufólogos que se aproxi-
maban demasiado a la verdad
, los secues-
tros
la primera abducción que tuvo am-
plio eco, la de Betty y Barney Hill, fue expli-
cada convencionalmente hace años, pero
eso no ha influido para nada en la prolife-
ración de este tipo de sucesos
, las mutila-
ciones de ganado, los platillos estrellados,
los pactos entre las grandes potencias y los
invasores
a quienes los gobiernos terres-
tres darían carta blanca para secuestrar a
gente a cambio de tecnología alienígena
,
Medio siglo de platillos
Los jueces elegidos por
Sturrock, tras escuchar a los testigos
seleccionados por Sturrock, han concluido que “el estudio de los ovnis
no ha aportado nada al conocimiento científico”
LUIS ALFONSO GÁMEZ
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las bases humano-extraterrestres ubicadas
en el subsuelo EE UU... Y todo eso junto y
revuelto, en un puzzle imaginario en el que
unas piezas no encajan con otras. Un puzzle
del que el denominado panel Sturrock sólo
ha tenido oportunidad de examinar media
docena de piezas, ya que tanto su principal
responsable como los ufólogos que facilita-
ron información al grupo de científicos se
cuidaron de censurar toda evidencia que
pudiera perjudicar sus intereses, que no
iban encaminados a un dictamen imparcial,
sino a conseguir un veredicto pro-ovni.
¿Cómo se explica que militares estado-
unidenses abrieran proyectos secretos de
investigación sobre simples avistamientos
de luces en el cielo cuando habían captura-
do ya un platillo volante en Roswell en
1947? ¿Es creíble que altos cargos de la Ad-
ministración norteamericana se pregunten
en documentos hasta hace poco secretos
qué son los ovnis cuando, según los ufólogos
profesionales, sus científicos estudian des-
de hace décadas los restos de naves aliení-
genas? ¿Por qué no ha habido ni uno solo
de los miles de funcionarios presuntamen-
te implicados en tamaña conspiración que
haya aportado a la opinión pública una
prueba fiable? ¿Cuál es la razón de que los
platillos volantes sólo se estampen contra
la superficie de nuestro planeta en zonas
próximas a bases militares? ¿Por qué no hay
ni una fotografía de un ovni que sea indis-
cutiblemente auténtica? Hay una única res-
puesta para todas estas preguntas: las ob-
servaciones de ovnis y de supuestos extra-
terrestres no tienen nada que ver con visi-
tas alienígenas. Ésa es la clave.
Obviamente, esta respuesta no satisfa-
ce a los ufólogos profesionales, aunque sí
a aquéllos aficionados, más cautos, que re-
chazan el sensacionalismo propio del quios-
co esotérico, pero están convencidos de que
tras el fenómeno ovni hay algo enigmático.
Porque si en algo está de acuerdo la comuni-
dad ovni, es en que hay un reducto de su-
cesos inexplicados que constituye la esen-
cia misma del fenómeno. Es decir, que, una
vez cribada la paja, nos quedan unos cuan-
tos granos de auténtico maíz. Aproximada-
mente, del 5% al 10% del total. Como el to-
tal se cifra en alrededor de 200 millones de
observaciones de ovnis en 50 años, nos en-
contramos con cerca de 4 millones de su-
cesos auténticos. Dicho así, la ufología ten-
dría una sólida base, un amplio campo de
estudio; pero la realidad es muy diferente.
No existe una manera objetiva de dife-
renciar los casos de ovnis posteriormente
identificados de los que permanecen sin ex-
plicación tras las pertinentes pesquisas. O,
lo que es lo mismo, no hay manera de se-
parar el grano de la paja. El color, la forma,
el comportamiento, la hora del día a la que
se ven, la geografía de las observaciones o
su duración son variables a partir de las
cuales es imposible
lo admiten los ufólo-
gos serios
diferenciar planetas, globos son-
da, faros de automóvil, reflejos, platillos vo-
lantes... Así pues, las características de los
no identificados son similares a las de los
identificados. Al menos, a partir de las na-
rraciones de los testigos, de esas personas
creíbles que, parafraseando a Joseph Allen
Hynek, el fallecido pope de la ufología cien-
tífica, cuentan cosas increíbles, que, pre-
cisamente, a muchos nos llevan a pensar
que los ovnis, los extraterrestres, no son
sino las hadas y los dragones contemporá-
neos. Dicho así, a la brava, puede parecer
una boutade; pero, cuando uno compara los
cuentos de hadas o las historias de drago-
nes con las historias de platillos volantes,
las similitudes son indiscutibles y las na-
ves extraterrestres se desvanecen.
Pero ¿qué pasa con ese 5% ó 10% de ob-
servaciones que se resiste a una explica-
ción convencional? Para empezar, debe que-
dar bien claro que la existencia de ese re-
manente de no identificados refleja las li-
mitaciones de la propia ufología: no siem-
pre es posible realizar la investigación in
situ, no siempre se recogen los testimonios
inmediatamente después de acaecer los he-
chos, no siempre
muy pocas veces, para
ser sincero
el investigador es un auténtico
investigador. Basta echar una ojeada al pa-
norama ufológico ibérico. Las grandes figu-
ras, aquéllos que se prodigan en los medios
de comunicación, son en su mayoría indi-
viduos sin preparación y sin ningún inte-
rés en superar sus limitaciones consultando
a especialistas en las diferentes áreas del
conocimiento. Ése es uno de los problemas
de la ufología. Hay pocos auténticos exper-
tos
los que lo son trabajan en la sombra y
son blanco de ataques por parte de los char-
latanes mediáticos
y demasiados periodis-
tas especializados. Estos últimos son inca-
paces de entender por qué los escépticos
creemos que luchan contra molinos de vien-
to, que basar la ufología en la persistencia
el escéptico (Otoño 1998)
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Imagen de la película de Robert Wise ‘Ultimátum a la Tierra’
(1951) cuyo imaginario interior del platillo volante se incorporó
inmediatamente a la iconografía del naciente mito ovni.
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(Septiembre 1998) el escéptico
de un residuo inexplicado es reconocer, im-
plícitamente, que los ovnis no existen como
objetos inidentificables.
Del mismo modo que hay presuntos ca-
sos de ovnis inexplicados, existen asesina-
tos y accidentes inexplicados, desaparicio-
nes inexplicadas... ¿Alguien se ha puesto a
buscar explicaciones extraterrestres a es-
tos otros sucesos misteriosos? No, porque
la ausencia de explicación no supone evi-
dencia para nada. Es ridículo
falaz, como
lleva advirtiendo Félix Ares desde principios
de los años 80
darle vueltas al residuo, un
residuo del que hace tiempo que salieron la
oleada de misteriosas aeronaves de 1897,
la observación de Kenneth Arnold, el suce-
so de isla Maury, el caso Roswell, la abduc-
ción de los Hill, los aterrizajes de Gallarta...
Si los sucesos sobre los que se ha cimenta-
do el saber ufológico no tienen nada de enig-
mático, resulta evidente que la ufología no
tiene necesidad de auténticos ovnis, es de-
cir, que si los ovnis nunca hubieran existi-
do, nada habría sido diferente.
Ésta es la conclusión a la que hemos lle-
gado algunos. Entonces, ¿por qué nos si-
gue interesando el estudio del fenómeno si
no creemos en él? Por dos razones: por sus
implicaciones sociológicas
estamos ante
un nuevo credo que se cobra sus víctimas,
tanto desde el punto de vista psicológico
como desde el físico
, y porque alguien ha
de denunciar a los estafadores y poner las
cosas en su sitio. Desgraciadamente, la
ufología, un campo de gran interés para las
ciencias sociales, es terreno abonado para
que hagan su agosto todo tipo de desalma-
dos, entre los que destaca un grupo de indi-
viduos que se rige por una vieja máxima
del periodismo sensacionalista: no dejes que
la realidad te estropee un buen titular. Bas-
ta abrir revistas como Año Cero, Enigmas,
Más Allá o Karma.7, donde se transmuta lo
explicable en inexplicable, para comprobar
el escaso
por no decir nulo
rigor de nues-
tros más jóvenes periodistas especializados,
auténticos maestros en el arte de la menti-
ra.
La última manipulación de la ufología de
feria ha consistido en lanzar las campanas
al vuelo tras conocer los resultados de un
estudio promovido por un creyente, que, pa-
radójicamente, ha dejado las cosas como
estaban. Porque ni haciendo trampas, que
es lo que ha hecho Sturrock, los ufólogos
han sido capaces de demostrar nada. Han
trucado los dados y han vuelto a perder la
partida: los jueces elegidos por Sturrock,
tras escuchar a los testigos seleccionados
por Sturrock, han suscrito como propia la
conclusión de Condon de 1969: “El estudio
de los ovnis no ha aportado nada al co-
nocimiento científico en los últimos vein-
tiún años”. Descanse en paz la ufología.
¡Un regalo extraordinario!
Suscríbase a
el
esc
é
ptico
y recibirá, con su primer número de la revista, un ejemplar de
Fraudes espiritistas
y fenómenos metapsíquicos
,
un libro del padre
Carlos M. de Heredia
.
Amigo de Houdini, el autor, una especie de James
Randi de principios de siglo, se interesó desde su
juventud por lo inexplicable, investigó casas
encantadas y a sensitivos que decían estar en
contacto con el Más Allá, y duplicó en sus
conferencias supuestos fenómenos paranormales.
Escriba a:
EL ESCÉPTICO
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Correo electrónico: arp_sapc@yahoo.com
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