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ientíficos y técnicos de la NASA
des-
pués de tres años de estudio
han
aportado datos suficientes como para
deducir que Cristo resucitó” [Benítez,
1978]. Veintidós palabras y dos mentiras
bastaron a finales de los años 70 para con-
vencer a los españoles de que la llamada
sábana santa era en sí una prueba científi-
ca de uno de los principales dogmas de fe
cristianos, la resurrección de Jesús de Na-
zaret. El mensajero de la buena nueva fue
uno de los más renombrados fabricantes
de misterios y el medio elegido, una revista
sensacionalista dedicada a lo paranormal.
Pero nada de eso importaba porque era la
tecnología de la era espacial la que había
confirmado la autenticidad del sudario de
Turín. Al menos, eso es lo que los
embaucadores de turno hicieron creer a
mucha gente de buena fe hasta que la prue-
ba del carbono 14 puso las cosas en su si-
tio en 1988.
La historia de la sábana santa es una
historia de escándalo, que se remonta al
siglo XIV. En aquella época, la prosperidad
de monasterios y regiones enteras de Euro-
pa giraba en torno a las reliquias. Los res-
tos sagrados atraían a multitudes de fieles
hasta los mercados locales, convertían al-
deas en florecientes ciudades y enriquecían
a órdenes religiosas y señores feudales.
“Huesos sagrados y cosas similares fueron
venerados en todas las ciudades y pueblos
y, de modo que no debe sorprender, surgió
y prosperó un negocio de venta al por ma-
yor de objetos falsificados para atender esta
explosión de demanda” [Sproule, 1979]. Las
masas acudían a templos en los que se
guardaban, entre otras llamativas reliquias,
leche de la Virgen, pelos de la barba de Noé,
plumas de las alas del arcángel Gabriel, va-
rios santos prepucios, tres ejemplares de
la lanza que atravesó el costado de Jesús
en la cruz, suficientes restos del lignum cru-
cis como para construir un barco y medio
centenar de santos sudarios. La propia Igle-
sia había propiciado durante siglos la fal-
sificación de reliquias.
En el año 787, un concilio general decre-
tó que “si a partir de hoy se encuentra a un
obispo consagrando un templo sin reliquias
sagradas, será depuesto como transgresor
de las tradiciones eclesiásticas”. Sobra de-
cir que ningún obispo desobedeció el man-
dato y que, “al ir extendiéndose la red de
iglesias parroquiales desde cada sede
episcopal, se veían con frecuencia mag-
níficas procesiones serpenteando a través
de la campiña que llevaban restos santos a
las nuevas casas de culto. Pero en la baja
Edad Media, la autenticidad de una reliquia
no tenía nada que ver con el propósito que
servía: la religiosidad, por ingenua que fue-
se, era su propia recompensa en una épo-
ca en que tantas condiciones escapaban al
control del hombre. Las gentes que tenían
causas desesperadas hacían arduas pere-
grinaciones, algunas de cientos de kilóme-
tros, a los santuarios de los grandes san-
tos. Al término de cada jornada espe-
ranzadora, se encontraba un resplande-
ciente relicario que contenía algún fragmen-
to humano venerado” [Simmons, 1968].
El artista confiesa
el engaño
La sábana santa apareció en la localidad
francesa de Lirey en 1350. Su propietario,
el caballero Geoffroy de Charny, nunca
aclaró cómo había llegado la pieza de lino
a su poder; pero financió la edificación de
una iglesia para acoger la reliquia. Una vez
levantada Nuestra Señora de Lirey en 1357,
los monjes encargados de la custodia de la
sábana observaron que ésta atraía gran
La cruzada de
la sábana santa
Diez años después del veredicto del radiocarbono, los amantes del misterio
intentan cada dos por tres hacer creer al público que todas las pruebas
indican que el sudario de Turín envolvió el cuerpo de Jesús
LUIS ALFONSO GÁMEZ
La sábana santa apareció en el siglo
XIV en Francia y no hay ninguna
referencia anterior, a pesar de que,
de ser auténtica, sería la
reliquia más valiosa de la cristiandad
el escéptico (Junio 1998)
61
C
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62
(Junio 1998) el escéptico
cantidad de peregrinos y,
mediante la venta de
todo tipo de recuerdos,
convirtieron el supuesto
sudario de Cristo en un
gran negocio. La activi-
dad de los frailes susci-
tó las sospechas de
Henri de Poitiers, obispo
de Troyes, que abrió una
investigación y logró ave-
riguar que todo era un
montaje. Su sucesor en
el cargo, Pierre d’Arcis,
escribió en 1389 un lar-
go informe, en el que ad-
vertía al papa de Avignon
Clemente VII que Henri
de Poitiers “descubrió el
fraude y cómo dicho lien-
zo había sido astuta-
mente pintado, ya que de
esa verdad testimonió el
artista que lo había pin-
tado, o sea que era una
obra debida al talento de
un hombre y en absolu-
to milagrosamente forja-
da u otorgada por gracia
divina” [Broch, 1985].
El memorándum que
d’Arcis escribió al pon-
tífice de Avignon no deja
lugar a dudas. “Desde
hace algún tiempo
dice
el obispo
en esta dióce-
sis de Troyes, el deán de
cierta iglesia colegiata, a
saber la de Lirey, falsa y
mentirosamente, consu-
mido por la pasión de la
avaricia, animado no por
algún motivo de devo-
ción sino únicamente de
beneficio, se procuró pa-
ra su iglesia cierto lien-
zo hábilmente pintado,
en el cual, por una hábil
prestidigitación, estaba
representada la doble
imagen de un hombre, es
decir, de frente y de es-
paldas, y el deán declara
y pretende menti-
rosamente que es el ver-
dadero sudario en el que
nuestro Salvador Jesu-
cristo fue envuelto en su
tumba, y en el cual que-
dó impreso el retrato del
Salvador con las llagas
que tenía”. Cuando 34
años antes Poitiers había
hecho públicos sus re-
celos, los monjes de Li-
rey habían escondido la
reliquia. Cuando las a-
guas volvieron a su cau-
ce, Geoffroy de Charny II
consiguió que el papa de
Avignon, primo de su pa-
drastro, autorizara la ex-
hibición de la reliquia. La
documentada misiva de
Pierre d’Arcis poco pudo
contra tan estrechos la-
zos familiares.
El rey Carlos VI retiró
la guardia militar de ho-
nor que había ordenado
poner al lienzo; pero Cle-
mente VII exigió silencio
al obispo. El engaño, sin
embargo, era tan desca-
rado que, al final, el papa
de Avignon acabó por re-
conocer en 1390 que, en
el caso de la reliquia ex-
puesta en Lirey, “no se
trata de la Verdadera Sá-
bana de Nuestro Señor,
sino de un cuadro o pin-
tura hecha a semblanza
o representación de la
sábana”. A mediados del
siglo XV, Margaret de
Charny, nieta del descu-
bridor de la reliquia, vol-
vió a difundir el rumor de
que el lienzo era la tela
que había envuelto el
cuerpo de Jesucristo, po-
co importaba que lo hu-
bieran negado un papa
y dos obispos. Un año
después de volver a po-
ner la sábana en circu-
lación, la avispada mu-
jer, que estaba casada
con un arruinado Hum-
bert de Villerexel, vendió
la sábana al duque Luis
I de Saboya a cambio de
un castillo y un palacio.
Los Saboya rodearon
entonces la tela de un
halo milagroso. Propala-
ron el rumor de que el
lienzo era mágico y lo lle-
vaban en los viajes a mo-
do de talismán, pues
creían que protegía con-
tra los ataques de los
bandidos. Tras medio si-
glo de exposiciones itine-
rantes, Sixto IV les auto-
rizó a levantar en Cham-
béry la Santa Capilla de
la Sábana Sagrada. Mi-
les de peregrinos y de va-
liosos regalos llegaron
hasta la nueva iglesia
hasta que en 1532 se de-
sató un incendio, que
daño parcialmente el su-
dario. Como la figura
Archivo ARP
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contenida en el paño se salvó de la quema,
no faltó quien habló de un milagro. Una
vez que las monjas remendaron toscamente
la sábana, ésta fue depositada en un reli-
cario de hierro. A partir de entonces, se ex-
puso en raras ocasiones. En octubre de
1578, el duque Emmanuel Filiberto de
Saboya, que se había propuesto trasladar
la sábana a Turín, llevó el lienzo hasta la
capital del Piamonte para que fuese vene-
rado por Carlos Borromeo, arzobispo de Mi-
lán. El sudario no volvió a Chambéry y se
instaló definitivamente en la catedral de
San Juan Bautista de Turín en 1694.
¿Un negativo fotográfico?
Nadie había sabido de la sábana santa, la
reliquia más importante de la cristiandad,
durante 1.400 años y poco se supo de ella
entre los siglos XVII y XX. Fue a finales del
siglo XIX cuando los sindonólogos estable-
cieron cuál era la diferencia entre el lienzo
de Turín y los más de cuarenta sudarios
de Cristo que se habían diseminado por Eu-
ropa durante la baja Edad Media.
1
“Las co-
pias
dice
Maria Grazia
Siliato
son,
las más de
las veces, u-
na confusa
amalgama de
negativo (lo
que se ve en
la sábana) y
de positivo (lo
que el pintor
se imagina-
ba). Y esto explica por qué las copias, las
otras sábanas, son todas tan pobres, bur-
das e infantiles” [Siliato, 1985]. Fue el abo-
gado italiano Secondo Pia el que descubrió
en 1898 que el sudario de Turín era un ne-
gativo tras tomar varias placas fotográfi-
cas de la reliquia.
Pia retrató las manchas que aparecían
en la tela y, “en lugar de encontrar el negati-
vo que se esperaba y suponía que debía sa-
lir, se llevó la sorpresa de encontrarse con
un positivo de la cara de un hombre con
bigote y barba, melena larga y ojos cerra-
dos: era la cara de Jesucristo” [Reverté
Coma, 1987]. El abogado llegó a la sorpren-
dente conclusión de que la síndone conte-
nía el negativo fotográfico de un cadáver
que había sido envuelto en la pieza de lino
de 4,32 metros de longitud y 1,10 metros
de anchura. Pia se dejó llevar por las apa-
riencias y no fue capaz de darse cuenta,
por ejemplo, de que las manchas de san-
gre de la sábana son rojas
algo imposible
en un negativo
y la barba del cadáver es
negra, lo que quiere decir que el individuo
supuestamente envuelto en el lienzo era un
anciano de barba blanca.
La confusión se ha perpetuado entre los
sindonólogos hasta la fecha y llevó en su
día al propio abogado a buscar una explica-
ción sobre la formación de la imagen. Pia
propugnó la llamada hipótesis del contacto,
según la cual la figura se plasmó en la tela
debido al roce. Esta teoría fue pronto de-
sechada, ya que si la imagen se hubiera
generado por contacto, habría dado lugar
a una figura panorámica. Cualquiera pue-
de comprobarlo. Basta con ponerse un sim-
ple pañuelo pegado a la cara y marcar los
puntos correspondientes a la nariz y las
orejas. Al seguir el contorno del rostro, la
distancia será mucho mayor que la que se
recoge en una fotografía y la figura aparece-
rá enormemente deformada.
Una vez rechazada la hipótesis del con-
tacto, Paul Vignon planteó la llamada va-
porografía, según la cual los vapores ema-
nados por el cuerpo envuelto en el sudario
habrían im-
presionado la
tela. La teo-
ría, atractiva,
tiene un fallo,
exige que los
vapores se
proyecten só-
lo en vertical,
ya que en el
lienzo existen
la vista fron-
tal y dorsal,
pero no laterales. El error es similar al de
la tesis manejada en los últimos años por
los sindonólogos, que afirman que la ima-
gen se formó en el momento de la resurrec-
ción, cuando el cuerpo de Jesús emitió una
misteriosa energía que también mostró pre-
ferencia por las vistas frontal y dorsal. Esa
energía de tipo desconocido es, en opinión
de los expertos, la causa de la errónea
datación del carbono 14.
El cuerpo de un torturado
Los partidarios de la autenticidad de la reli-
quia repiten hasta la saciedad que en la
tela está plasmada la imagen de un hom-
bre perfecto
como no podía ser de otra ma-
nera en el caso del hijo de Dios
sometido
a una cruel tortura. Cuando los estudio-
sos dejan a un lado las heridas propias del
suplicio dicen ver “un rostro de una majes-
tad, de una grandiosidad, de una nobleza,
de una unción, de una serenidad, de una
amabilidad, de una bondad, de una dul-
zura, de una paz, y al mismo tiempo de una
enorme virilidad” [Loring, 1979]. La reali-
dad, sin embargo, no tiene nada que ver
con la ficción devota. El hombre del suda-
rio de Turín es un ser deforme, como se
el escéptico (Junio 1998)
63
1
Los especialistas en el estudio del sudario de
Turín se llaman a sí mismos sindonólogos. La
palabra proviene de síndone, un término italia-
no de origen griego (sindon), que significa ropa-
je.
El obispo de la diócesis en la que
apareció el sudario advirtió en 1389 al
papa de Avignon que su antecesor
en el cargo había descubierto
“el fraude y cómo dicho lienzo había
sido astutamente pintado
”
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deduce del hecho de que la figura presenta
una serie de detalles que violan las leyes
anatómicas.
El hombre de la sábana santa, que su-
pera los 1,80 metros de altura y los 80 ki-
los de peso, está en una postura imposi-
ble. Mientras que en la imagen frontal apa-
rece relajado, con ambas piernas totalmen-
te estiradas, en la vista dorsal está impre-
sa la planta del pie derecho, lo que exigiría
que hubiera doblado una rodilla. En el ros-
tro no hay ninguna simetría y la larga me-
lena no cae hacia la nuca, sino que se man-
tiene suspendida como por arte de magia.
La barba es en la imagen de color oscuro,
lo que quiere decir que si se trata de un
negativo fotográfico, el cadáver debía tenerla
blanca. Pero aún hay más. Cuando alguien
se tumba de espaldas, las nalgas quedan
aplastadas contra la superficie en la que el
cuerpo reposa y eso no ocurre con la figura
de la sábana, que, en el colmo del purita-
nismo, oculta los genitales tras las manos.
Además, en la zona de la tela donde debe-
ría estar impresa la parte superior del crá-
neo, no hay nada. Por si eso fuera poco, la
distancia que separa la frente de la parte
posterior de la cabeza ronda los 12 centí-
metros; es la propia de un ser microcéfalo.
Algunos defensores del sudario han indi-
cado, por esto, que Jesús padecía una en-
fermedad hereditaria llamada síndrome de
Marfan. ¿En qué quedamos, la figura de la
síndone es la de un hombre perfecto o la
de un enfermo?
El lienzo de Turín contiene, además, lla-
mativos rastros de sangre. Y aquí es donde
la irracionalidad vuelve a chocar con la ló-
gica y con la propia tradición cristiana.
Como todo el mundo sabe, al envejecer, la
sangre se torna primero parda y luego ne-
gra. Sin embargo, en la sábana santa, la
sangre, que según los sindonólogos tiene
dos milenios de antigüedad, es sorprenden-
temente rojiza. La propia existencia de san-
gre en la tela demostraría, por otra parte,
que el sudario de Turín nunca envolvió el
cuerpo de Jesucristo. A la hora de narrar
el enterramiento de Jesús, san Juan escri-
be: “Vino también Nicodemo, el que antes
había ido a encontrarlo de noche; éste tra-
jo una mixtura de mirra y áloe, como cien
libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús
y lo envolvieron en fajas con las especies
aromáticas, según la manera de sepultar
de los judíos” (Juan 19: 39-40). Es decir,
64
(Junio 1998) el escéptico
que el cuerpo de Jesucristo fue lavado y
perfumado antes de envolverlo en fajas. Si
se limpió el cadáver, no tenía que haber
rastros de sangre en la mortaja, que, por
otra parte, nunca fue una sábana. Además,
los discípulos debían haber afeitado el pelo
y la barba de su maestro, tal como mar-
caba la tradición hebrea.
Si la sábana de Turín no envolvió el cuer-
po de Jesús hace dos milenios, ¿dónde,
cuándo y cómo se plasmó en el lienzo la
figura del hombre torturado? El lienzo apa-
reció en el siglo XIV en Francia y no hay
ninguna referencia anterior, a pesar de que,
de ser auténtico, sería la reliquia más va-
liosa de la cristiandad. Cabe pensar, por lo
tanto, que la sábana fue confeccionada en
las proximidades de Troyes por alguien pró-
ximo a Geoffroy de Charny con la única in-
tención de atraer a los crédulos y hacer ne-
gocio, tal como denunció el obispo Pierre
d’Arcis en la misiva que envió al papa Cle-
mente VII en 1389.
Fabricar una sábana santa está al alcan-
ce de cualquiera. Basta con poner un pe-
dazo de papel sobre una moneda y frotar
con la punta de un lapicero. Es algo que
han hecho casi todos los niños y que, sin
embargo, son incapaces de entender los de-
fensores de la autenticidad histórica de la
llamada síndone de Turín. El museólogo
Joe Nickell, autor de Inquest on the shroud
of Turin (1983), ha demostrado que, para
obtener resultados similares a los de la sá-
bana santa, basta con hacer lo mismo que
cualquier escolar, pero tomando una tela y
un bajorrelieve.
2
La técnica medieval del
frotado produce imágenes con apariencia
de negativos, en las que los altibajos del
relieve se corresponden con altibajos en el
tono de la imagen. La figura así obtenida
tiene, como la del sudario, algunos espa-
cios en blanco rodeando las formas promi-
nentes. Con un pigmento semiseco o en for-
ma de polvo, se consigue también que la
pintura no penetre más allá de las prime-
ras fibras, además de no dejar marcas de
brocha ni direcciones de hechura, como es
el caso del sudario.
La NASA y el santo sudario
La sábana santa fue un asunto exclusiva-
mente religioso hasta que, a finales de los
años 70, se comenzó a hablar de que la NA-
SA investigaba la reliquia. La información
llegó a España a través de las revistas esoté-
ricas Karma.7 y Mundo Desconocido, en las
que Juan José Benítez, un periodista que
había saltado a la fama persiguiendo plati-
Los exámenes del sudario de Turín rea-
lizados por la NASA, que, según los
mercaderes de lo oculto, habían
demostrado científicamente la
resurrección de Jesucristo, no existen
2
Una imagen generada por contacto sobre un
busto da lugar a un rostro panorámico, defor-
mado. Sin embargo, si se utiliza la técnica del
frotado sobre un bajorrelieve, las menores dis-
tancias en profundidad hacen que la figura re-
sultante sea similar a la de la sábana santa.
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el escéptico (Junio 1998)
65
puramente semántica, [que] carece de tras-
cendencia” [Benítez, 1989].
Lo mismo me dijo en abril de 1992 el
sacerdote jesuita Jorge Loring, un apasio-
nado sindonólogo que ha dado conferen-
cias por toda España y viaja en un coche
cargado de ejemplares de su libro sobre el
sudario, que vende y firma al término de
las charlas. Loring me aseguró que estaba
convencido de la autenticidad de la reliquia
y, a lo largo de la conversación que mantu-
vimos, recurrió en varias ocasiones a “la
radiación detectada por la NASA” y expre-
siones por el estilo. Cuando le apunté que
la Administración Nacional para la Aero-
náutica y el Espacio nunca había examina-
do el lienzo, me respondió que estaba de
acuerdo conmigo y que en su libro dejaba
bien claro que se trataba de personas rela-
cionadas con la agencia espacial que in-
vestigaban la reliquia a título particular.
En cuanto tuve oportunidad, comprobé
que el sacerdote sindonólogo no me había
dicho la verdad. En su libro La sábana san-
ta. Invalidez de la prueba del carbono 14
(1979), Loring menciona a la NASA en rela-
ción con la sábana santa en 31 ocasiones
y en todas da la impresión de que la institu-
ción ha investigado la reliquia. Si la vincu-
lación de la NASA con la sábana santa no
es cierta, como reconoce Loring, y es algo
intrascendente, como dice Benítez, ¿por qué
hacen uso de ella continuamente? La res-
puesta es muy sencilla: es la única mane-
ra de que alguien conceda un mínimo crédi-
to al chapucero estudio realizado por el
STURP en los años 70.
Una comunidad de
creyentes con computadora
John Jackson, un fervoroso creyente en la
autenticidad de la reliquia que trabajaba
en los laboratorios de la Fuerza Aérea esta-
dounidense, decidió en 1974 estudiar la po-
sible aplicación de las técnicas de mejora
digital de imágenes a la sábana santa. Du-
rante varios años, trabajó en colaboración
con Eric Jumper, miembro del consejo eje-
cutivo de la Hermandad del Santo Suda-
rio, hasta que en 1977 consiguieron some-
ter una fotografía de la reliquia a un anali-
zador de imágenes VP-8, “un computador
capaz de convertir densidades de gris en
curvas de nivel y deducir de ellas una figu-
ra tridimensional” [Ares, 1995]. A juicio de
los fabricantes de misterios, el resultado
fue sorprendente: la imagen de la sábana
santa era tridimensional. Pero las maravi-
llas no acabaron ahí. “Los técnicos de la
NASA
como guiados por la Providencia
han encontrado, además, que el cuerpo de
Cristo se encontraba ingrávido y radiante
en el momento de la resurrección”, adver-
tía Benítez antes de añadir que “los hom-
bres de la NASA
a través de su VP-8
han
constatado, absoluta y definitivamente que
llos volantes por Latinoamérica, afirmaba
que la agencia espacial norteamericana ha-
bía demostrado científicamente la resurrec-
ción de Jesucristo. La noticia, como casi
todas las que se publican en ese tipo de
revistas, era falsa, porque, para empezar,
la NASA no ha examinado nunca el lienzo
de Turín. La investigación corrió en reali-
dad a cargo de la Sociedad para la Investi-
gación del Sudario de Turín (STURP), de la
que formaban parte, a título particular, al-
gunas personas vinculadas a la NASA. Sin
embargo, Benítez y compañía han hablado
hasta la saciedad del estudio de la NASA
para otorgar credibilidad al trabajo del
STURP, un grupo de creyentes relacionado
con la religiosa Hermandad del Santo Suda-
rio.
En 1988, el periodista navarro todavía
hablaba de lo descubierto en el sudario “por
diferentes expertos al servicio de la NASA”
[Benítez, 1988]. Un año después, tuvo que
reconocer públicamente que la agencia ae-
roespacial nunca había examinado el lien-
zo y lo hizo en respuesta a un reportaje apa-
recido en Interviu, en el que se decía que el
público había sido engañado durante más
de un decenio y que era “totalmente falso
que la NASA haya participado en el estu-
dio del sudario de Turín y, por consiguien-
te, que se haya pronunciado respecto a la
resurrección de Jesucristo” [Gámez y otros,
1988]. En su réplica, Benítez reconoció que
la NASA nunca había investigado la reli-
quia; pero calificó el asunto de “cuestión,
Max Frei tomando muestras del sudario de Turín
en 1973.
Archivo ARP
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66
(Junio 1998) el escéptico
las imágenes de la sábana santa no se for-
maron por contacto” [Benítez, 1978].
Jackson y Jumper participaron en 1977,
un año antes de hacer públicas sus extraor-
dinarias revelaciones, en la fundación del
STURP,
3
que en octubre de 1978 envió un
equipo de técnicos a Turín para participar
en el segundo Congreso Internacional de
Sindonología y estudiar la reliquia. El am-
biente de las jornadas fue tan devoto que
hasta mereció las críticas de Andreas Fa-
ber-Kaiser, entonces director de Mundo
Desconocido. “Poco laico y mucho religioso
escribió el periodista
para un congreso
científico neutral, en el que se dieron en-
fáticos arrebatos de afirmación de la fe re-
ligiosa a ultranza, protagonizados sobre to-
do por Sebastiano Rodante y Raimondo
Sorgia, quien llegó a afirmar textualmente
que «el examen por medio del carbono 14
es útil, sí, pero no permitamos que la cien-
cia experimental destruya un dogma uni-
versal»” [Faber-Kaiser, 1978].
Las palabras de Sorgia reflejan perfec-
tamente lo que Jackson y Jumper habían
hecho con el VP-8: adaptar los datos a la
teoría. Los expertos del STURP construye-
ron un bajorrelieve a tamaño real del hom-
bre de la sábana tras averiguar las posi-
bles correlaciones entre densidades de gris
y distancias entre la tela y el cuerpo. Recu-
rrieron “a un voluntario escogido por su pa-
recido con la imagen del sudario. La perso-
na fue envuelta en una sábana y, median-
te procedimientos ópticos delicados, mi-
dieron las distancias entre el cuerpo y la
tela. Se incorporaron estas medidas a la
memoria del analizador encargado de tra-
ducir las variaciones de densidad colorea-
da de la imagen del sudario. El primer re-
sultado obtenido fue el de una imagen hu-
mana en tres dimensiones distorsionada en
varios lugares. Las instrucciones dadas al
ordenador fueron modificadas por tanteo
hasta que se obtuvo una imagen exenta de
distorsiones inadmisibles” [Rouzé, 1983].
Es decir, Jackson y Jumper modificaron los
datos para evitar que el resultado fuera una
imagen grotesca y obtener la representación
tridimensional ideal que tenían en mente
desde el principio.
La sangre, las monedas
y los diarios de Hitler
No adaptar los datos experimentales a lo
que esperaban los miembros del STURP
costó a Walter McCrone, probablemente el
microanalista forense más competente del
mundo, su expulsión del grupo. Y es que,
3
El STURP es una organización con fuerte con-
tenido religioso, como lo demuestra el hecho de
que, de sus 40 miembros fundadores, 39 eran
creyentes convencidos de que la tela de Turín
era el auténtico sudario de Jesucristo.
Ambigüedad
y cinismo
FERNANDO PEREGRÍN
a reciente visita del papa Juan Pa-
blo II a Turín, sus declaraciones so-
bre la autenticidad de la sábana san-
ta, parece abrir un proceso que re-
cuerda a tantos otros protagonizados por
la ceguera de la Iglesia de Roma ante las
evidencias de la razón y la ciencia. Como
en el caso de Galileo, sólo que esta vez in-
cruentamente y sin reo, es muy posible que
dentro de 300 años más o menos, que al
parecer es el tiempo que necesita la jerar-
quía católica para aceptar la validez de las
más irrefutables pruebas, se cree una co-
misión vaticana para el estudio del verda-
dero origen del lienzo de Turín, y que con-
cluya con ambigüedad y ciertas dosis de
cinismo que “donde dije ‘digo’, quise decir
‘Diego’”. El primer paso lo ha dado ya el
propio Karol Wojtila al hablar de la ima-
gen de la síndone como de una “huella del
cuerpo martirizado del Crucificado”, ase-
gurando a la vez que la sábana Santa “no
es materia de fe”.
Hasta aquí, una anécdota más sobre
reliquias, apariciones y milagros. Pero lo
que realmente asombra y desconcierta es
que, en su homilia turinesa, la máxima au-
toridad de los católicos exhortase a los
científicos a “actuar con libertad interior y
celoso respeto tanto de la
metodología científica
como de la sensibilidad
del creyente”. Pues nos
es difícil imaginar a al-
guien tan obtuso que no
se dé cuenta de que el
método científico es, por
muy sensibles que sean
los hombres y mujeres
que lo ponen en prácti-
ca, incompatible por
principio con la cre-
dulidad ciega en cuentos
y leyendas, en hechos sin
pruebas y en teorías sin
fundamento y sin con-
trastar con la realidad
experimental.
Y, desde luego, lo que
es difícil de negar es que
la ciencia respeta, por-
que la necesita y le rinde sus mejores fru-
tos, la libertad interior de los que la prac-
tican; muy al contrario que la Iglesia Ca-
tólica, cuya historia pasada y presente se
caracteriza por su poco, diríamos que nu-
lo, respeto a la libertad interior de sus
miembros.
Archivo ARP
L
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cuando analizaba rastros de supuesta san-
gre, McCrone detectó muestras de berme-
llón y rojo de rubia, pinturas utilizadas en
la Edad Media. “Además del óxido de hie-
rro
advierte Henri Broch
, el análisis ha
puesto en evidencia... ¡bermellón y huellas
de amarillo de arsénico, azul de ultramar,
azurita, carbón de leña y rojo de rubia!”
[Broch, 1985]. A esto hay que añadir que
McCrone observó que las partículas de pig-
mento se hallaban pegadas entre sí gracias
a un fijador orgánico, que identificó como
témpera al colágeno.
Los resultados del trabajo de McCrone
no fueron, obviamente, del agrado del
STURP, ya que confirmaban la hipótesis ar-
tística apuntada por Henri de Poitiers, Pie-
rre d’Arcis y otros. Así que el microanalista
forense fue víctima de una auténtica cam-
paña de desprestigio por parte de sus anti-
guos compañeros de investigación. “Tengo
buenas y malas noticias
dijo irónicamen-
te McCrone en el congreso en el que anun-
ció sus conclusiones
. Las malas son que
el sudario es una pintura. Las buenas son
que nadie me cree” [Nickell, 1983]. Otros
especialistas que examinaron después la
reliquia llegaron a la misma conclusión: no
ningún hay rastro de sangre. El serólogo
forense Giorgio Frache, Alberto Brandone,
de la Universidad de Pavia, y los analistas
Guido Filogamo y Alberto Fina no han en-
contrado en la tela ninguna sustancia re-
lacionada con la sangre humana, sino res-
tos de óxido de hierro. Al final, el propio
STURP admitió que las manchas de sangre
de la sábana están formadas en realidad
por óxido de hierro, un componente de
pigmentos artísticos, aunque últimamente
ha vuelto a apostar por la sangre.
Todas las pruebas en pro de la autenti-
cidad no tienen, sin embargo, el mismo gra-
do de aceptación entre los propios creyen-
tes. Una de las evidencias más débiles, aun-
que haya quien recurra a ella
frecuentemen-
te, es la pre-
sentada por
el sacerdote
n
o
r
-
teamericano
Francis Filas,
que ve en uno
de los ojos del
hombre de la
sábana una moneda acuñada bajo el man-
dato de Poncio Pilatos. Para Juan José
Benítez, la moneda hallada por el padre Fi-
las es todo un certificado de autenticidad
de la reliquia. El periodista y ufólogo pasa
por alto que David Sox, ex-secretario de la
Sociedad Británica del Sudario de Turín,
ha advertido que, “desafortunadamente, la
mayoría de los expertos dice que la coloca-
ción de monedas sobre los ojos de los cadá-
veres es una práctica pagana y no se corres-
ponde con la forma de enterramiento ju-
dío. Cuando se presentó [Filas] con las foto-
el escéptico (Junio 1998)
67
grafías en las que se basaba para realizar
estas afirmaciones, un científico, cuyo nom-
bre no se citó, dijo: «Sí, y si miras desde un
poco más cerca, en la esquina superior de-
recha, puedes ver al Pato Donald... y ahí, a
la izquierda, a Mickey Mouse»” [Nickell,
1983].
4
Al igual que Filas, sólo una persona ha
sido capaz de encontrar en la tela “gran can-
tidad de polen, con lo que puede demos-
trar y saber la trayectoria que siguió la sá-
bana santa desde Palestina hasta Turín”
[Alés, 1990]. El palinólogo suizo Max Frei
tomó en 1973 muestras de polvo deposita-
do en doce puntos del lienzo y detectó la
presencia de polen de una treintena de es-
pecies propias de Oriente Próximo que no
existen en Europa. El estudio de Frei sólo
tiene un problema: hay que fiarse de la pa-
labra del experto, ya que nadie controló en
su día la recogida de muestras ni ha logra-
do después los mismos resultados. El esta-
blecimiento de mecanismos de control y la
repetibilidad del experimento son algo fun-
damental en ciencia. Hasta el propio STURP
considera que la muestra de Frei “no es es-
t a d í s t i c a -
mente signi-
ficativa. Los
pólenes po-
drían haber
sido llevados
por el viento
o deposita-
dos por los
visitantes de
la sábana; su presencia no prueba que la
sábana estuviera nunca en Tierra Santa”
[Nickell, 1983]. Por si fuera poco, Frei no
es digno de crédito. En calidad de perito
calígrafo, certificó en su día la autentici-
4
El médico forense Pier Luigi Baima Bollone,
fervoroso sindonólogo, anunció en 1996 que ha-
bía encontrado en el otro ojo del hombre de la
sábana un leptón de la época del emperador Ti-
berio, acuñado el año 29 de nuestra era. El ha-
llazgo no se publicó en ninguna revista científi-
ca, sino en las esotéricas.
Recogida de los trozos de lino que se sometieron a la prueba
del carbono 14.
Archivo ARP
Walter McCrone fue objeto de una
campaña de descrédito orquestada
por el STURP tras anunciar que lo que
parecía sangre era en realidad pintura
background image
dad de los falsos diarios de Adolf Hitler.
La prueba del carbono 14
Después de más de seis siglos de contro-
versia, el Vaticano aceptó en 1988 que se
sometiera la sábana santa a la datación me-
diante radiocarbono. Ya en 1978, H.E. Go-
ve, especialista en el análisis del carbono
14, aseguró durante el congreso creyente
sobre La síndone y la ciencia, celebrado en
Turín, que los resultados de este examen
serían “serios” y que “si revelara que el lien-
zo data, por ejemplo, del siglo XI, quedaría
definitivamente demostrado que no fue el
que estuvo en contacto con Jesús” [Faber-
Kaiser, 1978]. El cardenal Anastasio Ba-
llestrero confirmó el 13 de octubre de 1988
las sospechas de los escépticos. Los análi-
sis científicos llevados a cabo por tres labo-
ratorios de Estados Unidos, Gran Bretaña
y Suiza demostraban que el tejido del suda-
rio de Turín había sido confeccionado entre
los años 1260 y 1390. La Iglesia aceptó el
veredicto de la ciencia; pero confirmó “su
respeto y su veneración a esta imagen de
68
(Junio 1998) el escéptico
Cristo, que sigue siendo objeto del culto de
los fieles. El valor de la imagen
puntualizó
Ballestrero
es preeminente respecto al
eventual valor de muestra histórica” [Ma-
ssagué, 1988].
El análisis de radiocarbono era una vie-
ja reivindicación de la comunidad científica
mundial, la puntilla a años de investigacio-
nes. Los resultados no sorprendieron más
que a los inventores de misterios, ya que
los investigadores rigurosos que habían exa-
minado el sudario estaban convencidos de
su origen medieval. En septiembre de 1980,
Walter McCrone había advertido que el car-
bono 14 iba a datar la pretendida reliquia
“el 14 de agosto de 1356, diez años más o
menos” [Nickell, 1983]. Vittorio Pesce,
antropólogo de la Universidad de Bari, man-
tenía meses antes de la datación por
radiocarbono que la sábana había sido con-
feccionada entre 1250 y 1350. Y es que los
documentos históricos, la iconografía, los
materiales y las técnicas empleadas se bas-
taban y se sobraban para situar la apari-
ción de la sábana en Francia a mediados
del siglo XIV. ¿Pero en qué consiste la prue-
ba del carbono 14 y cómo se hizo en el caso
de la síndone?
La datación mediante el radiocarbono fue
ideada en los años 50 por Willard F. Libby,
que recibió en 1960 el premio Nobel de Quí-
mica. El carbono 14 se encuentra en todo
ser vivo y Libby descubrió que, a partir del
momento de la muerte, la cantidad de di-
cho isótopo se reduce a la mitad cada 5.568
años. Si se conoce la porción de
radiocarbono que hoy contiene el cuerpo de
un hombre, por ejemplo, y se analiza el ca-
dáver de un ser humano que vivió en el pa-
sado, podrá determinarse cuándo vivió
nuestro ancestro. Eso fue lo que se hizo con
el lino del sudario de Turín; pero, para ga-
rantizar la validez de los resultados, se hizo
por triplicado y sin que los investigadores
encargados del trabajo supieran exactamen-
te si estaban datando restos procedentes del
sudario, de una tumba nubia, de una mo-
mia o de una capa medieval.
El cardenal Ballestrero encargó la prue-
ba, que iba a estar supervisada por el Mu-
seo Británico, a un laboratorio de Oxford,
otro de Arizona y un tercero de Zurich. Las
muestras de la sábana se tomaron en la sa-
cristía de la catedral de Turín el 21 de abril
de 1988, en presencia de representantes de
todas las partes. Después, el arzobispo de
Turín y el entonces jefe del laboratorio de
investigación del Museo Británico, Michael
Tite, prepararon y codificaron las muestras
que se iban a entregar a cada laboratorio:
una del sudario; otra de una tumba nubia
datada entre los siglos XI y XII; una tercera
procedente de una momia egipcia de hace
veinte siglos, y la última perteneciente a una
capa fechada entre 1290 y 1310. Los repre-
sentantes de los tres laboratorios ignora-
ban cuál era el origen de cada una de las
muestras que les habían entregado; sólo sa-
Los sindonólogos se inventaron unas
declaraciones de Willard F. Libby en
contra de la prueba del radiocarbono
ocho años después de su muerte
El ‘hombre de la sábana’ tendría la barba blan-
ca de un anciano.
Archivo ARP
background image
bían que una de ellas era de la sábana san-
ta. Antes de analizar las piezas de lino, cada
uno de los laboratorios empleo diversas téc-
nicas de limpieza para eliminar material ex-
traño a las telas. Después, dividieron cada
muestra en submuestras y las sometieron
a la prueba del carbono 14.
El laboratorio de Arizona realizó un total
de diecinueve mediciones; el de Oxford,
doce, y el de Zurich, dieciocho. A pesar de
emplear distintos métodos de lavado, las
tres instituciones obtuvieron resultados si-
milares. Según comprobó Michael Tite, las
fechas otorgadas a las muestras de control
se correspondían con las esperadas y tam-
poco había diferencias llamativas en la data-
ción de las piezas procedentes de la sábana
santa. “Los resultados de las pruebas de ra-
diocarbono de Arizona, Oxford y Zurich da-
tan el lino del sudario de Turín entre 1260
y 1390 (±10 años) con una fiabilidad del
95%. Estos resul-
tados proporcio-
nan evidencia
concluyente sobre
el origen medieval
del lino del suda-
rio de Turín”, esta-
blece el informe
publicado por una
veintena de cientí-
ficos en la revista
Nature [Damon y
otros, 1989]. Fue
la gota que colmó
el vaso de la indig-
nación entre sin-
donólogos y divul-
gadores de lo pa-
ranormal, que vie-
ron como la cien-
cia oficial echaba
por tierra uno de
los montajes más
rentables de los
años 70 y 80, que
todavía algunos si-
guen explotando.
Libby vuelve de la tumba
El Vaticano aceptó los resultados del estu-
dio; pero los empecinados sindonólogos em-
prendieron una cruzada de descrédito con-
tra la prueba del radiocarbono. Y lo hicie-
ron con la torpeza que les caracteriza. Ape-
nas habían pasado unos meses desde la
rueda de prensa del cardenal Ballestrero,
cuando salieron a la luz críticas del propio
Willard F. Libby. “Tengo curiosidad
decían
que había dicho el experto
por leer la rela-
ción científica para examinar la metodolo-
gía usada por los tres laboratorios. Pero,
mientras llega, puedo ya indicar algunos
fallos garrafales. Primero, que la muestra
del lienzo ha sido cortada en un solo lugar,
y que no se ha hecho un muestreo estadís-
tico de toda la superficie del lienzo como
el escéptico (Junio 1998)
69
exige el método o, al menos, de sus diferen-
tes partes esenciales. Además, el lugar es-
cogido para los cortes de las muestras re-
sulta ser el que los encargados de mostrar
el lienzo durante horas y días a lo largo de
los tiempos agarraban con las manos para
mantener en alto y extendido el lienzo du-
rante las exposiciones. Por lo tanto, un lu-
gar contaminado por el sudor y grasa orgá-
nica, vehículo especial del carbono 14”
[Fernández Ardanaz, 1989]. Por eso, el pre-
sidente del Centro Español de Sindonología,
Celestino Cano, no dudaba en afirmar que
la prueba del radiocarbono no se hizo bien,
“como más tarde ratificó el propio inventor
del sistema”.
¡La sábana santa había obrado, por fin,
un milagro! Libby volvía de la tumba para
pronunciarse sobre la validez de la prueba
del carbono 14. ¿De dónde sacaron en 1989
periodistas y sindonólogos las declaraciones
del premio Nobel
muerto en 1980?
¿Organizaron una
sesión de espiritis-
mo o, simplemen-
te, se inventaron la
opinión del quími-
co? ¿A nadie se le
ocurrió comprobar
que el científico
había fallecido
años antes o es
que no interesaba
hacerlo? Sólo hay
una cosa clara, en
el caso del sudario
de Turín, pensar
mal es garantía de
acierto.
El padre Jorge
Loring es, sin em-
bargo, de los que
piensan mal y no
aciertan. Anas-
tasio Ballestrero le
dio el disgusto de
su vida. Y él está
convencido de que
“hay una conspiración”, en la que están
involucrados los laboratorios que realizaron
el examen, el Vaticano y las propias publi-
caciones científicas. “Están todos en la mis-
ma línea, como pasa en la tele. ¿Qué se dice
en la tele? Lo que quieren los de arriba. Si
tú dices una cosa que no les interesa, no
sales en la tele. Pues eso pasa en todas par-
tes”, sentencia el jesuita [Gámez, 1992]. Lo-
ring, uno de los que mantienen que “inclu-
so Libby considera que este método no se
puede aplicar a la sábana santa”, advierte
en sus conferencias que el propio Michael
Tite, el coordinador de las pruebas del car-
bono 14, “reconoce un posible aumento de
este elemento radiactivo si el lino recibió un
bombardeo de neutrones. Poco después,
escribió una carta al profesor Gonella, ase-
sor científico del arzobispo de Turín, en la
Un bombero rescata el relicario con la síndone de la
catedral de Turín en llamas en abril de 1997.
Archivo ARP
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que afirma que él no considera un fraude
la sábana santa” [Alés, 1990]. Como siem-
pre, el sacerdote dice parte de la verdad,
pero no toda la verdad.
Tite escribió en septiembre de 1989
una carta a Luigi Gonella, científico del
Politécnico de Turín y colaborador del Va-
ticano, para dejar bien claro que la
datación mediante radiocarbono no su-
pone una prueba de que la sábana se con-
feccionara con la intención de engañar.
Aunque de las palabras de Loring parece
deducirse que Tite considera que la sá-
bana santa es auténtica, la realidad es
que el representante del Museo Británico
no ha puesto en ningún momento en duda
el resultado del test del radiocarbono. Lo
único que dice en la misiva, que se hizo
pública sin su consentimiento, es que la
prueba del carbono 14 no sirve para de-
terminar con qué motivo se fabricó el su-
dario de Turín. Según los sindonólogos,
tampoco sirve para determinar la antigüe-
dad de la sábana santa, ya que la energía
desprendida por el cuerpo de Jesucristo
en el momento de la resurrección habría
alterado la proporción de carbono 14.
Aquí, la ciencia topa con la fe, porque los
sindonólogos hablan de la energía de la
resurrección, pero no son capaces de de-
cir qué tipo de energía es. En el fondo, al
venirse abajo el castillo de naipes levan-
tado durante siglos, recurren al más vie-
jo de los trucos religiosos, el milagro.
La explicación más pueril a la datación
del carbono 14 proviene, sin embargo, de
Rusia. En la carrera hacia el absurdo, la
bióloga Tamila Reshétnikova ha estable-
cido una marca difícil de batir. Afirma que
“la edad del sudario es variable y depen-
de de la creencia de la gente, puesto que
el campo energético de la religión cristia-
na alimenta el tejido, manteniendo su in-
tegridad”. Asume la hipótesis de Olga
Asauliak, que “propone a los científicos
medir la edad del sudario antes de la Cua-
resma, en vísperas y después de la Pas-
cua, con el fin de convencerse de su reju-
venecimiento a medida que aumenta la
creencia de las personas, que alcanza su
apogeo y la cantidad de gente en el Do-
mingo Santo” [Reshétnikova, 1993]. ¿Al-
guien da más?
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