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(Junio 1998) el escéptico
ta una capa aislante compuesta
de neutrones. Y aquí entran de
nuevo los redactores (aunque,
por el estilo, más parece fruto del
bolígrafo de Fernando Jiménez
del Oso, director de la revista)
para apostillar, en un increíble
recuadro de apoyo titulado “Ma-
teria antigravitatoria”, que “en
este sentido, la malla de neutro-
nes que según el autor podría
evitar el contacto de esta anti-
materia con la materia, para que
pese sólo 500 gramos, tiene que
tener una distancia equivalente
a casi tres neutrones, entre una
y otra de estas partículas, y a
simple vista parece que por este
hueco podría colarse el positrón
de la antimateria”.¡Genial! ¡Co-
ronas esféricas de un ancho de
tres neutrones y que pesan 500
gramos! ¡Nuevos microscopios de
tecnología magufa que permiten,
a simple vista, ver a un positrón
colarse entre el hueco que dejan
tres neutrones!
Parece que la redacción de
Enigmas no ha tenido suficiente
dosis de gazapos científicos ru-
sos, que se esmera en seguir
añadiendo disparates y despro-
pósitos como si de una competi-
ción de analfabetismo científico
se tratase. ¿Otra muestra?: “El
agua es muy sensible a estas
anomalías gravitatorias que con-
tienen ondas escalares, no
hertzianas, y sumergiendo en
ella la bola negra, por la absor-
bencia del ultravioleta lejano en
espectrofotómetro, quizá se po-
dían sacar algunas conclusiones
importantes”. Sin duda. Y la más
importante es que quien ha es-
crito esto es un ignorante total
en física, lo que no le impide,
juntando al azar tres o cuatro
términos técnicos, quedarse tan
contento con sus latinajos
cientifistas.
En conclusión, queridos
amigos de Enigmas, que al
próximo ruso que vaya a
venderos un artículo científico
lleno de arcanos y misterios
propios de la parafernalia extra-
terrestre, preguntadle de paso
que si os quiere vender también
el mausoleo de Lenin; pero, en
realidad, con la ignorancia cien-
tífica que atesoráis, no consi-
dero necesario que os expongáis
a otro timo científico de rusos
desaprensivos.
FERNANDO
PEREGRÍN
Chapuzón
atlante
Canarias, 1997. Un aterrado
o
eso dice
Manuel Carballal se
dispone a sumergirse en las
procelosas aguas del Atlántico
para dar testimonio del descu-
brimiento de nuevos restos de la
mítica Atlántida.
1
Lamentablemente sólo nos da
eso, testimonio. Ni el abundan-
te equipo con el que contaban
los submarinistas ni el empeño
del intrépido investigador han
permitido que llegue hasta no-
sotros una sola imagen del
asombroso descubrimiento del
grupo Sub-Can. Como dice uno
de los miembros del grupo,
“siempre que hemos bajado a
esa zona concreta se nos ha ave-
riado algo del equipo”. En esta
ocasión debió ser la cámara fo-
tográfica. Una lástima, ¿no?
Afortunadamente, los misterio-
sos gremlins que nos privan de
la prueba gráfica del descubri-
miento no nos han librado del
habitual despliegue de fotogra-
fías del autor. Supongo que por
si no le conocíamos.
En otras circunstancias po-
dríamos afirmar que el artículo
de Carballal no tiene desperdi-
cio. Pero no es así: lo tiene, y
mucho. Buena parte del texto y
un recuadro se dedican a rela-
tar la célebre superchería de los
restos atlantes de Bímini, lugar
donde se encontraron portento-
sas calzadas, restos de colum-
nas y otros signos evidentes de
la existencia de una fantástica
civilización tragada por las
aguas. Carballal se recrea en
enumerarnos todas las investi-
gaciones realizadas sobre los
restos atlantes de Bímini. Bue-
no, todas las investigaciones
magufas. Quizá no sepa que,
tras la explicación del origen
natural de los bloques que com-
ponían la calzada sumergida,
una expedición identificó el ma-
terial de construcción como rocas
calcáreas de origen natural y de
formación tan reciente que in-
cluso tenían en su interior res-
tos de botellas de vidrio, trozos
de plástico y otras muestras de
nuestra avanzada civilización.
Claro que también puede ser que
los atlantes fueran así de gua-
rros.
Otro importante apoyo al que
acude Carballal
y que también
se cae por si solo
es la investi-
gación que Thor Heyerdahl y
otros crédulos efectuaron sobre
las misteriosas pirámides cana-
rias. A pesar de que tanto los
científicos como los propios lu-
gareños insisten en que se trata
de simples majanos, desde hace
tiempo numerosos investigado-
res juran y perjuran que se tra-
ta de restos de la mítica Atlánti-
da. Insasequibles al desaliento,
no dudan en adaptar su tesis a
las cambiantes circunstancias,
y así, cuando la construcción de
una circunvalación hizo necesa-
ria la voladura de una pirámide
en Icod, los piramidiotas no se
arredraron por la no aparición
de restos atlantes: simplemente
afirmaron que las pirámides de
Icod son, en efecto, majanos,
pero las de Güímar... esas sí que
son legítimas pirámides atlan-
tes. Tan auténticas que, cuan-
do Thor Heyerdahl fracasó en su
intento de detectar cavidades ar-
tificiales mediante radar, no va-
ciló en atribuir su fracaso a la
previsión de los atlantes, que ha-
bían recubierto sus túneles con
losas opacas a las ondas de ra-
dar.
¿Y qué más podríamos co-
mentar del artículo de Carba-
llal? Pues, muy poco más. Apar-
te de mostrarnos un enciclopé-
dico conocimiento de las más
relevantes chorradas escritas
sobre la Atlántida, lo único que
nos cuenta es su aventura sub-
marina, el miedo que le da el
agua y cómo los chicos de Sub-
Can le toman el pelo con los ti-
burones. Es un poco como una
de esas anécdotas que se cuen-
tan sobre la mili, sólo que publi-
cada en una revista, con muchas
fotos del autor y aprovechando
para mencionar de pasada la
preparación de su próxima se-
rie de televisión: Mundo misterio-
so.
Y luego hablan de propagan-
da encubierta...
1
Rubstov, Vladimir V. [1997]: “El
misterio de la esfera negra. ¿Un
artefacto extraterrestre de hace
diez millones de años”. Enigmas
(Madrid), Año III - Nº 10 (Octu-
bre), 8-16.
2
Magufo es un término que se apli-
ca en la lista escéptica española
de Internet a todo divulgador
pseudocientífico.
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el escéptico (Junio 1998)
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1
Carballal, Manuel: “Descubren en
Canarias los muros sumergidos
de la Atlántida”. Karma.7 (Barce-
lona), Nº 286 (Diciembre 1997),
16-20.
En fin, que quizás habrá que
esperar a la serie para que la re-
ticente cámara de Carballal fun-
cione. Hasta entonces, sus va-
gas explicaciones y su exhibición
de conocimientos atlantes están
muy lejos de ese “protagonismo”
que, según él, la Atlántida “me-
rece en nuestras facultades de
Historia”.
Comentario aparte merece un
recuadro que complementa el
artículo, titulado “¿Dónde está la
Atlántida?” y cuya autoría no
consta. A la vista del contenido,
más bien deberíamos decir que
no ha sido reivindicado; al fin y
al cabo, es un auténtico atenta-
do contra la gramática y la orto-
grafía. Y esta falta de reivindica-
ción es una lástima, porque el
autor merecería un puesto de
honor en los anales de la confu-
sión no sólo lingüística, sino
mitológica.
Tras mencionar a Platón, de-
mostrándonos que no lo ha leí-
do, el perpetrador del recuadro
repasa diversas teorías sobre la
ubicación de la Atlántida. Impu-
ta por ejemplo
tal vez in-
justamente
a Spiridon Marina-
tos y Agnelos Galonopoulos la
teoría de que la Atlántida fue
sepultada por una erupción del
Krakatoa. Si hasta ahora había-
mos visto cómo muchas teorías
magufas jugaban tranquilamen-
te con las fechas, haciendo re-
troceder a su capricho las épo-
cas de construcción de las pi-
rámides egipcias o los templos
mayas con el fin de que con-
cordasen con sus disparates,
debemos reconocer que es la pri-
mera vez que el salto se produce
al revés. Si el autor del recuadro
está en lo cierto, la Atlántida
habría recorrido un bonito peri-
plo en el espacio hasta situarse
en las antípodas de su supuesta
ubicación
Krakatoa se encuen-
tra en el Pacífico
y en el tiempo,
ya que la explosión de Krakatoa
se produjo en 1883.
La solución sea tal vez, como
apunta el autor, la que propone
el grupo español Hipergea, que
“afinó en su localización hasta la
actual Thera”. No sabemos cómo
logró afinar tanto, puesto que por
más que buscamos no logramos
encontrar ninguna actual Thera.
Santorin dejó de llamarse así
hace varios siglos. Claro que no
se puede estar en todo; bastante
tienen estos investigadores con
sus fantasías como para tener
que conocer, además, la dura
realidad.
En fin; el autor termina citán-
donos leyendas
no lo dice, pero
obviamente son leyendas de
moderna invención
que sitúan
la Atlántida en otros muchos lu-
gares, entre ellos “la desapareci-
da Tartessos”. Esto último sería
ya una especie de doble salto
mortal con tirabuzón: un su-
puesto continente perdido, men-
cionado tan sólo a título de pa-
rábola por un filósofo griego, y
que al parecer acabó sumergién-
dose en las aguas, pasa a ser en
realidad un floreciente imperio
de la Edad del Bronce cuyos res-
tos siguen apareciendo periódi-
camente y que ni siquiera se dio
un bañito. Así, despojada de sus
elementos, la leyenda de la
Atlántida podría identificarse con
cualquier cosa.
En fin; quizás el anónimo au-
tor del recuadro debiera recurrir
a Paco Lobatón para que le ayu-
de a localizar la mítica Atlántida.
Porque si tiene que confiar en los
resultados de su propia investi-
gación...
FERNANDO
L
.
FRÍAS
Ovnis fantasmas
en Canarias
Una de las más increíbles histo-
rietas que circulan en el mun-
dillo ovni nacional en los últimos
años tiene como protagonista a
un grupo de soldados de reem-
plazo y como escenario Gran Ca-
naria. Según cuentan diversos
periodistas especializados en te-
mas de misterio de publicacio-
nes sensacionalistas, una noche
de abril de 1991, un grupo de
soldados de la Base Aérea de
Gando fue despertado de su sue-
ño por unos oficiales para cum-
plir una misión. Los radares del
Escuadrón de Vigilancia Aérea
número 21 habían detectado
ecos no identificados al suroeste
de la isla. Se trataba de una ac-
ción rápida. Embarcaron en un
helicóptero Super-Puma del Ser-
vicio Aéreo de Rescate, y allá que
se fueron nuestros soldados a la
playa de Taurito o Diablito, cues-
tión que no queda clara en las
informaciones
escasas y frag-
mentarias
que los autores an-
tes citados han suministrado a
lo largo de estos años.
Habiendo llegado a la zona en
cuestión, los ocho soldados co-
menzaron a ver una serie de si-
luetas y sombras, mientras el he-
licóptero, que esperaba estático
en lo alto, era sobrevolado por
extrañas luces. Y, cuando los sol-
dados se encontraban muy cer-
ca de las sombras, se inició un
tiroteo contra las mismas, pero
las balas no parecían hacerles
efecto: era como si las traspasa-
ran. Las sombras desaparecían
y volvían a aparecer, siendo nue-
vamente cosidas a tiros. Cuan-
do se lanzaban bengalas lumi-
nosas, las sombras desapare-
cían. Llegaron a rodear una de
las sombras, pero no dispararon
por miedo a herirse entre ellos.
Un perro adiestrado se acobar-
do... Uno de los soldados asegu-
ra que “todo aquello duró unos
45 minutos y, durante media
hora, estuvimos pegando tiros”.
La historia finaliza trucando los
subfusiles Cetme para que no se
descubriera que habían sido dis-
parados y con la amenaza de los
oficiales a los reclutas de que
guardaran silencio en relación
con lo vivido (amenaza que no
sirvió de mucho): la peripecia se
repetiría dos semanas después.
En el curso de varias visitas
a la isla de Gran Canaria, mos-
tré las informaciones publicadas
a diversas autoridades militares
del Ejército del Aire. Como me
imaginaba, negaron los hechos,
pero no sólo eso. Dando por su-
puesta la realidad de los mismos,
la operación llevada a cabo no
tenía ni pies ni cabeza. Era irra-
cional y disparatada. Así no ha-
bría actuado el Ejército del Aire
en una operación similar. Entre
los militares consultados por el
autor de estas líneas, se encuen-
tra el coronel Pedro Arcas, jefe
de la Oficina de Relaciones Pú-
blicas del Mando Aéreo de Ca-
narias, quien, después de son-
reírse mientras leía las referen-
cias, espetaba: “Esto es absur-
do”. Reacción muy similar a la
del coronel Enrique Pina, jefe de
la Base Aérea de Gando, en
entrevista mantenida en marzo
de 1996. Posteriormente, se rea-
lizaron otras consultas, entre
ellas, al Escuadrón de Vigilan-