Edición 2010 - Número 2 (236) - 6 de marzo 2010
Sascha Porth
(Artículo publicado originalmente en la bitácora El Rincón Socrático)
Una de las consecuencias más notables de la actual revolución tecnológica es la creciente cantidad de información a la que tenemos acceso. El aumento de la velocidad de las conexiones y de la facilidad de acceso a las mismas ha permitido que el intercambio masivo de datos por todo el mundo se haya convertido en una mundana realidad. Unos pocos clicks de ratón y tenemos toda la información que nos pueda interesar, cientos de periódicos, revistas, weblogs y hasta cadenas de televisión repletas de información, publicidad y links a otras fuentes y páginas que llevan a otras páginas que a su vez llevan a otras páginas en un aumento exponencial de ramificaciones que recuerda a las infinitas secuencias de sueños de sueños imaginadas por Borges.
En un mundo con tanta información se hace necesario saber separar la paja del trigo, pero resulta complicado discriminar lo falso, lo engañoso o malintencionado de lo veraz o fiable cuando hay tanta información como para abrumar hasta al más paciente. No existe un método rápido y definitivo que nos lleve a la verdad, lo que ya desanima a muchos en esta sociedad que tanto quiere acostumbrarnos a lo fácil e inmediato y condenarnos a la necia conformidad o la complacencia aborregada y servil de idiotas gregarios. Es fácil abandonarse en el cómodo remanso del relativismo huyendo de las exigencias del espíritu crítico y disidente al que nos anima el escepticismo. Por supuesto, esto lo saben quienes están encargados de informarnos, lo que utilizan a menudo para su propia propaganda, tergiversando la realidad para sus fines. Es por eso que la crítica está denostada y se mira con desconfianza al discrepante. Ya lo exponía Carl Sagan con la envidiable claridad expositiva que lo caracterizaba:
"El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su función, en mi opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por otra parte, ¿cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en una democracia?"
Este párrafo forma parte de un excelente artículo publicado en 1987 en la revista Skeptical Inquirer que les animo a que lean detenidamente, pues a pesar de los más de veinte años transcurridos, sus principios sobre el valor y la responsabilidad de un espíritu crítico siguen siendo de absoluta vigencia. En él apunta no sólo algunas razonas por las que es sano desconfiar, sino hasta qué punto es sano y juicioso hacerlo:
"Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea, tienes un grave problema.
Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en la vía del entendimiento y del progreso.
Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna.
Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia."
El trabajo de Carl Sagan ha animado a toda una generación de científicos (y filósofos, historiadores de la ciencia, humanistas...) a los que ha servido de guía e inspiración. Su libro "El mundo y sus demonios" sigue siendo uno de mis libros de consulta favoritos y la serie de televisión "Cosmos" perdura como un maravilloso viaje a través del Universo y la historia de la cienca expresado con una claridad, amor por la enseñanza y belleza poética insuperados. Inspirados en su obra, el equipo de la Richard Dawkins Foundation for Reason and Science abrió hace tiempo un canal en internet donde se pueden encontrar decenas de vídeos y cientos de artículos divulgativos sobre biología, física, geología, historia de la ciencia y escepticismo. Es una estupenda fuente de información sobre ciencia y pensamiento crítico. Pero para no extendernos demasiado, os dirigo a uno de sus vídeos (en inglés), donde resumen en menos de quince minutos un efectivo sistema para discrimar la información y poder quedarnos con lo que resulte más veraz.
Presentado por Michael Shermer, director del Skeptic Magazine, nos sugiere diez preguntas que hacernos frente a cualquier afirmación para ponerla a prueba y evitar las trampas de la desinformación, de los argumentos basados en la autoridad o la tradición y aprender a cuestionarnos todo aquello que nos quieran vender.
Si nos preocupa la calidad de la información que recibimos se hace imperativo que aprendamos a ser escépticos. ¿Cómo si no distinguiremos cuál de los políticos es más mentiroso, cuál el más aprovechado? ¿Qué medio de comunicación está más sesgado y hacia qué lado se inclina? ¿Qué anuncio es más engañoso y dónde está exactamente la mentira? Podemos, sin embargo, optar por arrullar nuestra mente con el cándido mensaje que queremos escuchar, plegarnos a la estupidez gregaria de hacer caso al que creemos de nuestro bando, asumir que no hay verdades absolutas y que tanta razón puede tener quien afirma que existen energías místicas con poderes curativos como el que defiende la efectividad de la moderna medicina científica; podemos creer que, a fin de cuentas, nada es blanco ni negro, sino de infinitos tonos grises y que la discusión genera más calor que luz. Habremos caído entonces en la trampa del relativismo y no seremos más que felices e inconflictivos ciudadanos aborregados, así como necios manipulables e idiotas (en el clásico sentido que le daban los griegos, que llamaban idiotis a los que eran insulsamente indiferentes a los asuntos políticos y sociales).
URL: http://rinconsocratico.