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okal. ¿Recuerdan ustedes? Ese anónimo aun-

que competente científico neoyorquino saltó a 

la fama en 1996 por la publicación de un artí-

culo esperpéntico en una ilustre revista de estudios 

sociales. El texto —«Transgredir las fronteras: ha-

cia una hermenéutica transformadora de la gravedad 

cuántica»

2

— no era más que un montón de baratijas 

lingüísticas engarzadas como las cuentas de un collar 

picassiano,  una  almazuela  de  términos  científicos  y 

filosóficos cosidos con hilo grueso y sin ningún res-

peto por la combinación de colores. Un despropósito 

semántico, un ponche posmoderno con rodajas indi-

geribles de relatividad cuántica, topología diferencial 

y hermenéutica metacientífica. Todo lo que podamos 

imaginar.

El carácter paródico y burlesco del trabajo de Sokal 

no tardó en salir a la luz. Pocos meses más tarde apa-

reció otro artículo en varias revistas, en el que Sokal 

destapaba sus verdaderas ideas y en las que ofrecía 

una explicación de los motivos que le habían lleva-

do a escribir el primer texto. Entre otras destacan las 

razones políticas. Sokal —un viejo izquierdista im-

penitente, como él mismo se define— entendía que 

el relativismo posmoderno propio de cierta izquierda 

académica francesa y estadounidense no hacía sino 

minar los valores ilustrados de racionalidad y pro-

greso que, según él sostiene, han de guiar el trabajo 

político y social de la izquierda.

Dos años más tarde, en 1998, Sokal, junto con el 

físico belga Jean Bricmont, publicó un libro titulado 

Imposturas intelectuales

3

en el que se recogían y am-

pliaban todos los argumentos presentados en artículos 

y comunicaciones dispersas a raíz de la publicación 

del artículo paródico, a la vez que se sistematizaban 

sus críticas y se aportaban nuevas lecturas en relación 

con los intelectuales posmodernos.

Contra lo que mucha gente cree, las motivaciones 

de Sokal al escribir su artículo-parodia eran, como él 

mismo reconoce, bastante concretas y limitadas: la 

denuncia del uso impertinente, injustificado e inexac-

to  de  ideas  y  conceptos  científicos  —normalmente 

extraídos de las matemáticas y de la física avanza-

da— por parte de ciertos ilustres filósofos franceses 

en contextos disciplinares que no guardaban relación 

alguna con tales conceptos e ideas. Además, preten-

día poner en evidencia la utilización concomitante 

de un lenguaje críptico, abstruso y carente de sentido 

que pretendía aparentar erudición científica a través 

de la inserción de conceptos e ideas extraídos de las 

ciencias naturales, sacados de su contexto habitual de 

uso y recontextualizados en un envoltorio sintáctico 

y semántico confuso y absurdo. Por tanto, Sokal no 

pretendía —e insiste varias veces en este punto— una 

descalificación general de las ciencias humanas, una 

ridiculización global de la filosofía francesa —inclui-

da la obra de los intelectuales parodiados, que Sokal 

Alan Sokal:

 

La defensa de una cosmovisión científica 

fundamentada en la evidencia frente a los 
enemigos de la racionalidad

Manuel Corroza

ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

El pasado jueves 30 de marzo, el físico estadounidense Alan Sokal impartió en el auditorio de la 

Fundación Ramón Areces de Madrid una conferencia sobre la ciencia. Su título, «¿Qué es la ciencia y 

por qué nos debe importar» (What is science and why should we care

1

), no dejaba lugar a dudas so-

bre las intenciones del ponente.

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no entra a juzgar en su generalidad— o el inicio de 

una nueva confrontación entre ciencias naturales y 

ciencias humanas. Esto es importante. La razón de 

haber elegido como blanco de su parodia a ciertos 

intelectuales franceses era la enorme influencia que 

estos han tenido y tienen en un sector nada insignifi-

cante de la comunidad académica y universitaria esta-

dounidense relacionada con el estudio de las ciencias 

sociales.

Veinte años más tarde, como tuvimos ocasión de 

comprobar en su conferencia, Sokal sigue enarbolan-

do la bandera de la ciencia —en un sentido amplio— y 

de la cosmovisión racionalista basada en la evidencia 

empírica, pero ahora identifica nuevos y más temibles 

enemigos. La academia posmoderna sigue existien-

do, pero su producción intelectual apenas traspasa los 

límites del recinto de las universidades y de los círcu-

los de interés de los eruditos vocacionales. Los nue-

vos desafíos a la racionalidad científica —en realidad 

no son tan nuevos, en modo alguno— son, a decir 

de este científico, los siguientes: las pseudociencias 

(especialmente las que atañen a la salud individual y 

pública), la enseñanza de ciertas formas de creencias 

religiosas y las agencias de relaciones públicas de los 

gobiernos y de otras instituciones poderosas.

Movimiento cero: afinado conceptual de la ciencia.

Sokal comienza su disertación con una reivindica-

ción no tanto de la ciencia, cuanto de lo que él llama 

una cosmovisión científica, una visión del mundo y 

de la realidad fundamentada en la evidencia. El de 

evidencia es un concepto epistemológico bastante po-

lémico, pueden ustedes creerme. Probablemente más 

de un departamento de filosofía paga las facturas edi-

tando libros y organizando simposios sobre esta cues-

tión. Una lectura rápida a la entrada correspondiente 

de la Stanford Encyclopedia of Philosophy

4

 permite 

entender la naturaleza polémica de esta noción entre 

los  filósofos  de  la  ciencia,  esos  diablillos  aburridos 

que matan moscas conceptuales con su rabo lógico-

inferencial. En cualquier caso, y retornando al mundo 

de  los  mortales,  la  evidencia,  para  un  científico  es-

pecialista como Sokal o para un civil cualquiera ra-

zonablemente informado, no es un destello de cono-

cimiento infalible que la realidad física estampa en 

nuestro cerebro; la evidencia es, más bien, el fruto de 

una interacción —de una negociación, incluso, ¿por 

qué no?— entre una realidad exterior estable y parsi-

moniosa y el esfuerzo subjetivo y racionalizador del 

primate bípedo que descubre pautas y patrones y que, 

a diferencia del pavo inductivista russelliano, se ase-

gura la fidelidad inductiva de los acontecimientos fí-

sicos. Forzando la metáfora con las operadoras de te-

lefonía móvil, la evidencia es un contrato de fideliza-

ción entre la naturaleza y el conocimiento. Suficiente 

por ahora. Pero retengamos el concepto: evidencia.

Después de desplegar hasta cuatro acepciones de 

ciencia —como esfuerzo intelectual, corpus de co-

La academia posmoderna sigue existiendo, pero su 

producción apenas traspasa los límites de las universidades 

y de los círculos de interés de los eruditos vocacionales.

Adan Sokal (foto: www.flickr.com/photos/eventosuc3m/)

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nocimientos, comunidad de científicos y conjunto de 

aplicaciones tecnológicas— Sokal nos proporciona 

una más que hermosa definición: «Una 

cosmovisión 

que otorga primacía a la 

razón y a la observación y 

una 

metodología orientada a la adquisición de co-

nocimiento riguroso del mundo natural y del mundo 

social».

Una metodología caracterizada por el 

espíritu crí-

tico —la continua puesta a prueba de las aserciones 

por medio de observaciones y experimentos y su revi-

sión y descarte, si procede— cuyo corolario es el 

fali-

bilismo, la comprensión y aceptación de que nuestro 

conocimiento empírico es tentativo, incompleto, pro-

visional y revisable.

Quedémonos con la imagen de la ciencia como un 

cuadrilátero o como un tablero en cuyos cuatro vérti-

ces brillan sendos neones con las siguientes palabras: 

cosmovisión  racional,  metodología,  espíritu  crítico, 

falibilismo. No es una mala imagen: la actividad cien-

tífica tiene mucho de pugilato y de agonística. Pero 

sus peores enemigos no son los que aceptan subirse 

a la lona o jugar las piezas moviéndose en el períme-

tro de las palabras pactadas en las cuatro esquinas; 

por desgracia, los enemigos de la ciencia son aque-

llos que se saltan a la torera las reglas del marqués 

de Queensberry

5

 y mueven los peones como si fueran 

alfiles.

Primer movimiento: posmoderno ma non troppo.

De entre estos enemigos, Sokal considera que el 

posmodernismo académico es, a día de hoy, el más 

inocuo de todos. Por supuesto, uno siempre puede re-

buscar en los escritos de ciertos autores y marcar con 

un  rotulador  fluorescente  las  majaderías  puntuales 

de algunos intelectuales como Harry Collins, Barry 

Barnes, David Bloor o Bruno Latour, por citar a los 

más conocidos. Y uno siempre encuentra más de lo 

mismo: no existen unos estándares de conocimiento 

más racionales o fiables que otros, la naturaleza es el 

resultado de una controversia entre discursos científi-

cos, la evidencia fáctica no juega ningún papel en el 

ensamblaje del conocimiento científico, y cosas por el 

estilo. El posmodernismo, advierte Sokal, confunde 

sistemáticamente la verdad con afirmar que algo es 

verdad, los hechos con la aseveración de que algo es 

un hecho, y el conocimiento con la pretensión de que 

algo es conocimiento. Pero el propio Sokal recono-

ce que este adversario se está desinflando, y que los 

desafíos que presentaba veinte años atrás ya no son 

tales. Incluso algunos de sus más significados ofician-

tes se muestran bastante contritos: es, por ejemplo, el 

caso de Bruno Latour, que reconoce que la retórica 

empleada por los constructivistas sociales está siendo 

utilizada por «peligrosos extremistas» para destruir 

una evidencia, obtenida a duras penas, que podría 

salvar nuestras vidas. Y se hace eco Sokal del dic-

tum de Noam Chomsky, que acusa a una parte de los 

intelectuales actuales de izquierdas de haber privado 

a la clase trabajadora de los instrumentos de emanci-

pación provistos por la ciencia y la racionalidad y de 

querer enterrar para siempre el programa de la Ilus-

tración.

Segundo movimiento: Andante Homeopathica.

El segundo de los adversarios del pensamiento 

científico —recordemos, en cuanto «cosmovisión ra-

cional sostenida en la evidencia»— que Sokal identi-

fica es la defensa y promoción de las pseudociencias. 

Dentro de este amplísimo campo, Sokal centra su 

atención en las terapias «médicas» complementarias 

y alternativas y, más en concreto, en la homeopatía. 

Nada nuevo bajo el sol. Y quienes integramos los 

movimientos escépticos y racionalistas, entre otros 

muchos, reprimimos un leve bostezo, vencidos por la 

rutina de nuestras batallas cotidianas contra los man-

tras de la memoria del agua, de las diluciones cente-

simales y del desprecio por el número de Avogadro. 

¿Nos va a hablar el ilustre físico neoyorkino de ho-

meopatía? ¿A nosotros?

(foto: www.flickr.com/photos/stephanridgway/5525675192/)

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Bueno, sí y no. Tenemos que recordar que Sokal ha 

venido a hablar de la ciencia como ese acercamien-

to racional y empírico a la realidad, un acercamiento 

que se sustancia en afirmaciones y enunciados sobre 

cómo son las cosas y sobre cómo van a ser o cómo 

pueden llegar a ser, siempre en un cierto espacio de 

la realidad. Y sobre cómo el conocimiento científico 

se construye por el sedimento de evidencias proce-

sadas a través de hipótesis y teorías de alcance y ve-

rosimilitud crecientes, empíricamente validadas en 

un proceso interminable. Si los fundamentos de la 

homeopatía desafían todo el cuerpo de conocimiento 

bien establecido de la química de las diluciones, de la 

estequiometría y de la reactividad de los puentes de 

hidrógeno entre las moléculas de agua, entonces no 

deberíamos molestarnos en buscar nuevos argumen-

tos  que  descalifiquen  esta  pseudoterapia.  El  trabajo 

principal, en opinión de Sokal, ya está hecho. Podre-

mos reseñar los múltiples metaanálisis que equiparan 

estadísticamente la homeopatía con el efecto placebo 

y que señalan una fuerte correlación inversa entre la 

calidad metodológica de estudio y la efectividad ob-

servable de la homeopatía, podremos llenar nuestras 

pizarras y nuestras presentaciones de datos, cifras, 

medias, desviaciones típicas y análisis de regresión. 

Todo eso no hará sino corroborar lo que ya sabemos: 

que la homeopatía es más falsa que un bolso de firma 

expuesto en la sábana de un mantero. La cuestión es, 

en lo esencial, la siguiente: ¿por qué lo sabemos? La 

ciencia, ¿recuerdan ustedes?. La ciencia, esa «vieja 

confiable», como el cazamariposas de Bob Esponja. 

Trescientos años de alambiques, retortas, matraces y 

serpentines de destilación lubricando las meninges de 

Boyle, Priestley, Dalton, Lavoisier, Avogadro, Men-

deléyev y otros amigotes son nuestra particular «vie-

ja confiable». Y los miles de experimentos que cada 

día se reproducen en los laboratorios de química en 

todo el mundo no hacen sino refrendar los dictados de 

nuestra querida vieja.

Y sin embargo, el consumo de productos homeopá-

ticos en las sociedades occidentales no es precisamen-

te residual. Más bien va en aumento, con la conniven-

cia escandalosa de algunos médicos y de muchos far-

macéuticos. Pero también con la complicidad de las 

legislaciones sanitarias en muchos países occidenta-

les. Legislaciones que, en el mejor de los casos, cabe 

tachar de permisivas. En el mejor de los casos. ¿Por 

qué debe importarnos la ciencia?, se pregunta Sokal. 

Precisamente para evitar situaciones como estas. Si 

en opinión del diablo, Dios es un chapucero con un 

equipo magnífico de relaciones públicas, nuestra vie-

ja confiable evidencia la situación contraria: es una 

persona muy competente que no siempre ha sabido 

rodearse de los mejores asesores de imagen y que se 

Sokal no contrapone la fe a la razón, vieja argucia de muchos 

teístas, sino que la contrapone al esfuerzo cognitivo.

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encuentra en riesgo severo de perder la batalla de la 

comunicación. ¿Se acuerdan ustedes de esas películas 

entrañables en las que la maldad o la locura de un 

científico desataba un fiestón de zombis o de dinosau-

rios por todo el mundo? Pues, exagerando, es algo así.

Tercer movimiento: Te Deum Laudamus.

Y precisamente en relación con los dinosaurios —

aunque no solo con ellos— se perfila en el horizonte, 

como un pistolero malencarado y de perfil aún difu-

so,  un  adversario  del  pensamiento  científico  al  que 

no conviene perderle la pista. Es cierto: cuando los 

europeos escuchamos hablar del problema del crea-

cionismo biológico y de su avatar tecnopop, el diseño 

inteligente, tendemos a esbozar una mueca a medio 

camino entre la sonrisa conmiserativa y el rictus de 

desprecio intelectual. Pensamos que se trata de un 

problema parroquial del cinturón de la Biblia, en Es-

tados Unidos, y de la pésima calidad de su sistema 

público de enseñanza media; e imaginamos granjeros 

furibundos del Medio Oeste enarbolando un rifle en 

una mano y la Biblia Anotada de Scofield en la otra. 

Sin embargo, estereotipos aparte, conviene que tam-

bién los europeos nos tentemos la ropa antes de fes-

tejar nuestra avanzada cultura biológica con petardos 

verbeneros. Ciertamente la enseñanza del creacionis-

mo, ligada a la presencia invasiva de formas funda-

mentalistas del cristianismo en la educación pública, 

es un problema conspicuo en amplias zonas de Esta-

dos Unidos, y Sokal lo reconoce. Pero también nos 

advierte de que lo que ocurre en su país puede llegar 

a pasar también en la alciónica Europa. Un estudio 

sobre comunicación científica publicado en la revis-

ta  Science  en 2006 y elaborado por Miller, Scott y 

Okamoto

6

, referido a la aceptación pública del hecho 

de que los seres humanos proceden biológicamente 

de otras especies animales, arrojó los resultados que 

aparecen en la Figura 1.

Si bien es cierto que en los países europeos la 

proporción de personas que aceptan públicamente 

la evolución biológica es notablemente superior a la 

proporción en Estados Unidos —que está solo un pel-

daño por encima de Turquía— conviene desagregar 

los datos y observar cómo, con algunas excepciones, 

los países del este de Europa muestran porcentajes 

preocupantes de personas que dicen no creer en el 

hecho evolutivo o que no están seguros de que la 

evolución biológica sea cierta. En Grecia, Bulgaria, 

Letonia y Lituania, por poner cuatro ejemplos, este 

porcentaje ronda el 50 % frente al 60 % en Estados 

Unidos. En nuestro país, y siempre según estos datos 

de 2005, la proporción de personas que rechazan la 

evolución o se muestran inseguras ronda el 30 %. Una 

cifra significativa, sobre todo en comparación con las 

que muestran los países situados en la cabecera de la 

tabla. Menos lobos entonces, Caperucita.

La enseñanza del creacionismo es la antesala de 

otro de los más señalados adversarios del pensamien-

to racional y científico. Sokal señala genéricamente a 

las creencias religiosas, pero su crítica entra en cier-

tos detalles que resultan interesantes. Las doctrinas 

religiosas tienen dos componentes, señala nuestro 

científico: un componente factual y un componente 

ético. El primero afirma la existencia de ciertos he-

chos reales y el segundo establece pautas normativas 

de conducta. Además, toda religión posee pretensio-

nes epistemológicas, lo que viene a decir que intenta 

legitimar unos determinados métodos para lograr un 

conocimiento verdadero de la realidad. Si nos centra-

mos en los contenidos fácticos y en las pretensiones 

epistemológicas de una doctrina religiosa cualquiera, 

nos vemos conducidos a plantearnos las siguientes 

preguntas. En primer lugar, ¿qué hechos dice que son 

reales y qué cosas dice que existen? En segundo lu-

gar, ¿cómo sabemos que esos hechos son reales y esas 

cosas existen? No sé si captan ustedes el sentido de 

estas preguntas y a dónde nos conducen, pero no hay 

que haber cursado un semestre en alguna de las uni-

versidades de la Ivy League para intuir la respuesta: 

esas dos carreteras desembocan en un mismo punto. 

Desembocan en la evidencia. ¿Recuerdan ustedes 

cuando hablábamos de ella, hace un rato?

Entiende Sokal, y parece razonable, que quienes 

profesan algún tipo de creencia religiosa deben dar 

Hemos perdido nuestra capacidad para indignarnos, para 

llamar mentira a la mentira, fraude al fraude. En vez de 

eso, lo llamamos propaganda.

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cuenta de la relación que establecen entre, precisa-

mente, sus creencias y lo que para estas personas son 

las evidencias que garantizan la verdad fáctica reco-

gida en esas creencias. ¿Por qué creen las personas 

religiosas en lo que creen? ¿Cuáles son las buenas 

razones para sostener estas creencias? ¿En qué tipo 

de  evidencia se apoyan? Sokal se atreve a concluir 

que la respuesta se encuentra en las escrituras sagra-

das que toda religión que se precie posee, en mayor 

o menor medida. El hombre religioso no rechaza la 

evidencia empírica, base de la cosmovisión racio-

nal de la realidad, pero añade una evidencia nueva, 

que puede desplegar como la cama supletoria de los 

hoteles: las escrituras sagradas, la Biblia, el Talmud, 

el Corán, lo que ustedes quieran. ¿Y cuál es el, por 

llamarlo así, dispositivo epistemológico que permi-

te dignificar esos textos como evidencias cognitivas? 

Según Sokal, y nosotros estaremos bastante de acuer-

do con él, se trata de la fe. Sokal, por cierto, no se 

toma demasiado en serio esto de la fe: no contrapone 

la fe a la razón, vieja argucia de muchos teístas, sino 

que la contrapone al esfuerzo cognitivo. La fe sería, 

tal vez, como ese compañero de pupitre, perezoso y 

negligente, que cuando llegan los exámenes presio-

na a sus compañeros más cercanos para que le pasen 

la chuleta con las contestaciones escritas en un papel 

doblado y metido dentro de un bolígrafo. Pero Sokal 

lo explica mejor en su conferencia:

La fe no es, de hecho, un rechazo a la razón, 

sino tan solo la aceptación descuidada y poco me-

ditada de malas razones. La fe es la pseudojustifi-

cación que algunas personas repiten machacona-

mente cuando quieren realizar afirmaciones sin la 

evidencia necesaria.

Por supuesto, se trata de una caracterización que 

puede o no compartirse. Un creyente nunca aceptará 

esta definición, y tal vez algunos de nosotros desea-

ríamos matizar la rotundidad con que se expresa el 

autor. Pero sea como fuere, Sokal parece situar la fe 

no en el terreno de las virtudes epistémicas, sino en 

el de las conductas cognitivas perezosas. Y ahora, la 

perla final en la que se condensa el conflicto irreducti-

ble entre ciencia y religión: la cosmovisión científica 

y la cosmovisión religiosa no entran en conflicto por 

la aceptación o el rechazo de teorías científicas con-

cretas, sino sobre una cuestión aún más fundamental: 

sobre qué constituye ser una evidencia.

Cuarto movimiento: Finale Apocalipthica.

El último de los enemigos de la cosmovisión ra-

cional  de  la  realidad  que  Sokal  identifica  es,  en  su 

opinión, el más peligroso de todos. Le cedemos la 

palabra:

Lo que me lleva al último, y en mi opinión el 

más  peligroso,  conjunto  de  adversarios  de  la 

cosmovisión basada en la evidencia en el mundo 

contemporáneo: a saber, los propagandistas, los 

encargados de relaciones públicas y los asesores 

de  imagen,  junto  con  los  políticos  y  las  corpo-

raciones  que  los  contratan.  En  definitiva,  todos 

aquellos cuyo objetivo no es el análisis sincero de 

la evidencia en favor y en contra de una prácti-

ca política concreta, sino la simple manipulación 

de la opinión pública con la intención de obtener 

una conclusión predeterminada usando cualquier 

técnica que funcione, por muy falsa o fraudulenta 

que sea.

No se trata ahora, puntualiza Sokal, de una sim-

ple cuestión epistemológica sobre creencias fallidas 

o incorrectas, sino del escenario ético de fondo, el 

proscenio moral de toda representación posible de 

los hechos y de las cosas reales. Estamos hablando 

de tergiversaciones fraudulentas y de manipulaciones 

mediáticas orientadas al logro de objetivos cognitivos 

muy concretos. No se trata simplemente de mentiras. 

El mundo parecía mucho más sencillo cuando en el 

Olimpo imperaba el principio de no contradicción: 

una cosa existe o no existe, un evento ocurre o no 

Aceptación de la evolución en distintos países6. True: Verdadera. Not sure: 

No está seguro. False: Falsa (foto: http://logosjournal.com/2013/sokal/)

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ocurre, llueve o no llueve, Donald Trump es un rep-

tiliano o no es un reptiliano. La mentira era el privi-

legio de una sociedad mítica dotada de transparencia 

semántica, un mundo parmenídeo en el que lo que es, 

es; y lo que no es, no es. Pero Parménides ya solo 

inspira a los cosmólogos eternalistas, y no, por des-

gracia, a los gestores de la cosa pública. Parménides 

nunca hubiera entendido el concepto de posverdad.

La posverdad, que es de lo que en definitiva está 

hablando Sokal, no es simplemente el envoltorio re-

tórico de la mentira; es un programa de manipulación 

emocional que opera sobre un sustrato sociológico de 

aceptación táctica de pequeñas mentiras y engaños 

cotidianos. El sociólogo Ralph Keyes fue el primero 

en acuñar para la academia el término posverdad en su 

libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception 

in Contemporary Life

7

. Keyes traza un panorama so-

ciológico de la implantación de la mentira y el engaño 

como vehículos de autoidentificación, supervivencia 

y promoción social y va mucho más allá de las grose-

ras interpretaciones que identifican a la posverdad con 

los «hechos alternativos» de la consejera presidencial 

Kellyanne Conway y del secretario de prensa Sean 

Spicer. En una línea parecida, aunque más actual, 

Jayson Harsin

8

 habla de los «regímenes (políticos) de 

posverdad» (regimes of posttruth o ROPT), en los que 

proliferan lo que él llama «mercados de la verdad» 

(truth  markets). Los regímenes de posverdad se es-

tructuran como formas de gobierno posdemocráticas, 

en las que las grandes cuestiones, los discursos y las 

organizaciones orientadas al cambio sociopolítico 

permanecen constreñidas —afirma Harsin, inspirado 

por Foucault— a pesar de la posibilidad de nuevos 

ámbitos de participación pseudopolítica y cultural en 

torno, precisamente, a la verdad. En las sociedades de 

la posverdad, los agentes políticos dotados de más re-

cursos intentan utilizar el conocimiento analítico de 

los datos para gestionar los ámbitos de la apariencia y 

de la participación.

Volviendo a Sokal:

Tal  vez  nos  hemos  acostumbrado  tanto  a  las 

mentiras políticas —tan obstinadamente cínicas— 

que hemos perdido nuestra capacidad para indig-

narnos.  Hemos  perdido  nuestra  capacidad  para 

llamar  al  pan,  pan  y  al  vino,  vino,  para  llamar 

mentira a la mentira, fraude al fraude. En vez de 

eso, lo llamamos propaganda.

Vikingos posmodernos dispuestos a transgredir límites no lineales (foto: Alun Salt, www.flickr.com/photos/stephanridgway/5525675192/)

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el esc

é

ptico

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Anuario 2017

Coda: Salvum Fac Populum Tuum, Scientia.

A lo largo de su conferencia, Sokal ha cartografia-

do los campos minados del irracionalismo —el post-

modernismo académico, las pseudociencias, las inter-

pretaciones religiosas fundamentalistas y la gestión 

política de la posverdad— con la contundencia de un 

bregado agrimensor. Toca ahora, en la parte final, una 

reivindicación identitaria y normativa del pensamien-

to científico. Sokal desglosa la traca final en varios 

párrafos gloriosos. Veamos:

Vivimos en un único mundo real; las divisiones 

administrativas  utilizadas  por  conveniencia  en 

nuestras  universidades  no  corresponden,  de  he-

cho,  con  ninguna  frontera  filosófica  natural.  No 

tiene  sentido  echar  mano  de  un  conjunto  de  es-

tándares de evidencia en la física, la química o la 

biología y de pronto relajar esos estándares cuan-

do se trata de la medicina, la religión o la política. 

Para que esto no parezca imperialismo científico, 

quiero resaltar que es exactamente lo contrario.

Y continúa de esta manera:

La cuestión de fondo es que la ciencia no con-

siste tan solo en un reservorio de trucos ocurren-

tes que resultan útiles en la investigación de algu-

nos asuntos arcanos sobre el mundo inanimado y 

el mundo biológico. Más bien, las ciencias natu-

rales son ni más ni menos que una aplicación par-

ticular  —si  bien  inusualmente  exitosa—  de  una 

cosmovisión  racionalista  más  general,  centrada 

en la modesta insistencia de que las afirmaciones 

empíricas deben estar respaldadas por la eviden-

cia empírica.

La evidencia, ese punto arquimediano del pensa-

miento científico y racional sobre el que Sokal no deja 

de insistir, se constituye en un criterio de demarcación 

fundamental frente a la mentalidad pseudocientífica:

Lo que permanece inalterado en todos los ám-

bitos de la vida es, sin embargo, el criterio filosófi-

co subyacente: a saber, restringir nuestras teorías 

tanto  como  sea  posible  a  la  evidencia  empírica 

y  modificar  o  rechazar  aquellas  teorías  que  no 

pueden ajustarse a la evidencia. Esto es lo que yo 

quiero dar a entender cuando hablo de la cosmo-

visión científica.

Sokal no deja de reivindicar el carácter agonista, 

conflictivo,  de  la  actividad  científica.  Si  pensar  es 

pensar siempre contra alguien, como afirmaba Gusta-

vo Bueno, el pensamiento científico racional es, tam-

bién, batallar en las lindes del pensamiento mágico:

La dimensión afirmativa de la ciencia, que con-

siste en sus afirmaciones bien contrastadas sobre 

el mundo físico y el biológico, puede ser lo prime-

ro que viene a la mente cuando la gente piensa en 

la ciencia; sin embargo, la parte más profunda y 

más intelectualmente subversiva es la dimensión 

crítica y escéptica. La cosmovisión científica entra 

inevitablemente en conflicto con todas las formas 

de pensamiento no científico que realizan afirma-

ciones supuestamente fácticas sobre el mundo.

El pensamiento científico ha alcanzado en la actua-

lidad una preeminencia innegable en todos los ámbi-

tos del pensar y del conocimiento. Pero a lo largo de 

la historia, no siempre ha transitado por la alfombra 

roja de las estrellas mediáticas ni ha lucido el palmito 

que tiene hoy en día. Y en muchas partes del mun-

do —en todas, en realidad, aunque en distinta medi-

da— existen multitudes que no pueden, no saben o no 

quieren apreciarlo con justicia. A lo largo de la his-

toria, el pensamiento científico y racional ha tenido 

que emprenderla a codazos para salir de las butacas 

del gallinero y ocupar plaza en el palco de autorida-

des. Y nunca estaremos seguros de que los amigos del 

pensamiento mágico no vayan a esgrimir su derecho 

a ocupar una localidad en ese mismo palco con una 

entrada comprada en la reventa.

Sokal termina su charla con la siguiente admoni-

ción:

Cuatrocientos  años  más  tarde,  parece  triste-

mente evidente que esta transición revolucionaria 

desde una cosmovisión dogmática a una cosmo-

visión  basada  en  la  evidencia  aún  está  lejos  de 

haberse completado.

Al terminar su exposición, los asistentes aplaudie-

ron durante un buen rato; aunque no todos los aplau-

sos fueron igual de entusiastas.

Notas:

1. La versión íntegra de la conferencia de Alan Sokal 

puede consultarse en su página web corporativa, http://

www.physics.nyu.edu/sokal/, y en la revista electrónica Lo-

gos. A journal of modern society & culture (2013, vol. 12, no. 

2): http://logosjournal.com/2013-vol-12-no-2/

2.  Sokal,  A.  (1996)  «Transgressing  the  Boundaries: 

Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gra-

vity». Social Text, Vol. 46/47, pp. 217-252.

3. Sokal, A. y Bricmont, J. (1998) Imposturas intelectua-

les. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.

4. Kelly, Thomas, «Evidence», The Stanford Encyclo-

pedia of Philosophy (Winter 2016 Edition), Edward N. Zal-

ta (ed.) https://plato.stanford.edu/archives/win2016/entries/

evidence/

5.-https://es.wikipedia.org/wiki/Reglas_del_

marqu%C3%A9s_de_Queensberry

6. Miller, J.D., Scott, E.C. & Okamoto, S. (2006) «Public 

Acceptance of Evolution». Science, 313: 765-766.

7. Keyes, R. (2004) The Post-Truth Era. Dishonesty and 

Deception  in  Contemporary  Life.  St.  Martin’s  Press,  New 

York.

8. Harsin, J. (2015) «Regimes of Posttruth, Postpolitics, 

and Attention Economies». Communication, Culture & Criti-

que, 8(2): 327-333.