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ste artículo sostiene que la filosofía es una reflexión 

sobre el pensamiento y sus clases, sobre los objetos 

a los que refiere y sobre las relaciones de estos, sean 

palabras, números, estados internos, partículas o personajes 

de una novela, entre otros. Es asimismo una metarreflexión 

sobre las diferentes formas de conocer y sobre sus criterios 

de validación, sobre la distinción entre conocer, opinar y 

creer, y también sobre algunas de las posibles implicacio-

nes que para la acción y para la explicación de la conducta 

pueda tener lo anterior. La filosofía enfrenta al pensamien-

to con la ignorancia, con el vacío de conocimiento, con la 

incertidumbre, la contradicción o la paradoja, incluso con 

la construcción de mundos posibles, por si pueden ser —o 

no— productivos para algo en el camino del conocimiento, 

y también coloca al pensamiento con el descubrimiento del 

“no lo había pensado”, expresión enunciada tras plantear-

se el tema al que la misma refiera. Otra cosa será que la fi-

losofía pueda hallar respuestas, tarea que hace mucho peor 

que formular preguntas.

Se trata de una materia que puede desnudar al pensa-

miento porque contribuye por la vía del análisis racional 

abierto a desmontar mitos, prejuicios y valoraciones sus-

tentados en pseudoargumentos, a deshacer bucles retóricos 

y a detectar errores y falacias, a generar conciencia de la 

existencia de límites y de la provisionalidad de lo que se 

conoce; provisionalidad que, lejos de diluir su importan-

cia, refuerza una visión realista del conocimiento, de las 

dificultades de su construcción y de la confianza que el ser 

humano puede depositar en él.

La razón teórica y la razón práctica, vinculadas respec-

tivamente al conocimiento y a la acción, interactúan en la 

vida cotidiana en un proceso continuo, a menudo no cons-

ciente, y si la voz de la filosofía se acalla, se acrecienta la 

probabilidad de que procesos de banalización de diverso 

pelaje de ideas y valores queden fuera del espectro común 

de percepción. Tales procesos de banalización son peligro-

sos porque tienden a sustituir el vacío de conocimiento por 

pseudoconocimiento. Se necesita el cultivo de perspectiva 

sobre los contenidos del pensamiento porque sin él es difí-

cil que se desarrolle una actitud crítica; y sin actitud crítica, 

no solo duerme la razón, sino que el sentimiento de perte-

nencia a una comunidad de seres que intentan minimizar la 

oscuridad cognitiva se apaga.

La función de la filosofía 

en la formación 

del 

pensamiento crítico

Por una filosofía útil y cercana a todo el mundo

Marisa Marquina San Miguel

ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

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Sin perspectiva y sin pensamiento crítico, la mente so-

brevive en modo autómata: los pensamientos están ya en 

el plato, son realidades servidas para consumir que forta-

lecen en cada momento a quienes las forjan. Si se toma la 

decisión de considerar innecesario el análisis que sobre los 

tipos de pensamiento realiza la filosofía, quizá sea porque 

no haya interés en cultivar el pensamiento crítico, o quizá 

sea porque la filosofía no esté cumpliendo con el objetivo 

de funcionar como despertador de la mente. Fortalezas y 

debilidades como materia no le faltan. Es importante fo-

mentar con determinación y humildad las primeras y reco-

nocer, para combatir en lo posible, las segundas.

El espacio del pensamiento: un mapa aleatorio, po-

tencialmente infinito

La posibilidad de apilamiento de conocimiento atribui-

ble a la mente parece potencialmente infinita, dado que las 

personas tienen en principio una capacidad abierta para re-

alimentar los procesos con los que intentan interpretar y 

explicar la realidad en el tiempo finito de su vida. De esa 

realidad es parte la percepción y representación de uno mis-

mo y de los otros, y ese punto no es trivial, pues el hecho 

de que la mente forme parte de la realidad que ella misma 

observa y analiza contribuye a propiciar una dificultad no 

menor, inherente al conocimiento humano. Esa dificultad, 

a menudo planteada como la imposibilidad de ser sistemas 

independientes, observadores externos respecto de sus ob-

jetos de estudio, puede favorecer importantes errores de 

perspectiva, potenciados a su vez por la circunstancia de 

que la mente no parece ser precisamente una burbuja analí-

tica de racionalidad, y de que es preciso distinguir entre los 

grados de acotabilidad de los problemas para poder buscar 

soluciones a los mismos. Por difícil que pueda resultar la 

mejora del diseño de un barco o de un coche para optimizar 

sus propiedades dinámicas, por ejemplo, tiene la ventaja 

de ser un problema que puede formularse con un grado de 

independencia respecto a la mente que no tiene el análisis 

psicológico de los estados internos.

Los estados obedecen a procesos físicos, pero la formu-

lación de teorías que funcionen como hipótesis con poder 

explicativo acerca de los mismos ha de operar con una 

complejidad tal de niveles, de jerarquías enredadas [HOF 

1987] y de traducción entre ellas, que se ha de ser muy cui-

dadoso para, por una parte, no caer en el fisicalismo o en el 

positivismo ingenuo ni, por otra, dejarse llevar por la espe-

culación vacua que tanta ilusión explicativa tiende a gene-

rar. La racionalidad y la lógica puede operar con autonomía 

cuando se trata de problemas con grados de acotabilidad 

conocida. En la vida cotidiana, sin embargo, la mente opera 

entrelazando a menudo aquellas dimensiones racional y ló-

gica, con la emotividad, los sentimientos y los deseos, entre 

otras. Y la ciencia, como construcción humana, no se libra 

del todo de esta tendencia, pues la búsqueda de la ‘verdad’ 

que su trabajo persigue no es inmune a las ambiciones per-

sonales, la defensa no siempre crítica de las teorías, o la 

influencia de la tradición. En el trabajo Sobre el diálogo, se 

indica que David Bohm “...solía señalar que gran parte de 

la humanidad se halla atrapada en una red de intenciones 

y acciones tan contradictorias, que no solo da lugar a una 

mala ciencia, sino que además genera una desintegración 

personal y social que, en su opinión, trasciende las diferen-

cias culturales y geográficas, y afecta hasta tal punto a la 

humanidad que hemos terminado por aclimatarnos a ella” 

[BOH 2012, p. 10]. Según desde qué perspectiva se mire, 

el punto de vista precedente puede considerarse exagerado; 

sin embargo, sí podría aceptarse en su línea que el esfuer-

zo individual de quienes trabajan por extender un conoci-

miento fundamentado y sin prejuicios tiende a chocar con 

procesos genéricos y aleatorios del pensamiento, que son 

propensos a generar incompatibilidad, dividir y fragmen-

tar (naciones, individuos, sistemas de valores y conceptos, 

economías, religiones...) lo que quizá de hecho no esté tan 

separado.

Los procesos genéricos mencionados son importantes 

porque influyen en los diferentes campos de trabajo y ac-

tuación en la sociedad. La ciencia, la tecnología, la política, 

la religión, las artes, entre otros, son afectados por variables 

que pueden limitar su visión y minimizar, y hasta desechar, 

logros que han sido conseguidos en muchos casos con es-

fuerzo y tenacidad. La filosofía debe estar ahí, debe obser-

var el panorama, ahondar secuencial y colaborativamente 

en los problemas, y expresar con argumentación clara las 

posibles derivas que alejan a la mente del camino de la bús-

queda de teorías, provisionales, pero objetivamente verda-

deras en cada momento.

La mirada dubitativa, curiosa, escéptica de la filosofía

La mente de cada ser humano tiene un reloj interno que 

marca los pasos de una incorporación multifactorial de 

contenidos, motivaciones, expectativas, etc. La red semán-

tica, la red de significados que cada cual va entretejiendo, 

depende de sus experiencias, de su peripecia vital, pero 

también del conjunto de disposiciones del individuo. Por 

qué cada persona va eligiendo, o se va dejando llevar por 

un camino u otro, por qué le suscitan interés —o no— unos 

temas y no otros, o por qué siente o no curiosidad por as-

Sin perspectiva y sin pensamiento crítico, la mente 

sobrevive en modo autómata.

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pectos diversos de su entorno, es asunto para el que parece 

difícil hallar respuestas universales y predecibles, en espe-

cial porque hay que operar con la singularidad de cada in-

dividuo, caso por caso. La complejidad de las variables que 

inciden en el carácter, en las preferencias, en la influencia 

del entorno, en la capacidad de elección y en la toma de 

decisiones, por citar alguna de ellas, es tan grande, que si 

fuese posible asignarles algún número con la ingenua espe-

ranza de ordenarlas y mapear una proyección clarificadora 

de ellas, probablemente faltarían números, los cuales no 

parecen ser de las entidades que más escasean en el univer-

so. Así que con algunos asuntos parece que no queda más 

remedio que abstraer algunas de sus características, realizar 

análisis con un conjunto más restringido de ellas, y ver si 

se es capaz de inferir alguna consecuencia que pueda tener 

algún valor en la práctica.

Como el aprendizaje es de las cosas que, percibidas en 

perspectiva, adquieren una dimensión especialmente trans-

formadora; y como la experiencia humana se construye a 

partir de cruces e intersecciones continuadas de perspecti-

vas múltiples que influyen unas en otras en los diferentes 

momentos de la vida, llama la atención el interés que di-

ferentes culturas han mostrado por dirigir —que no es lo 

mismo que guiar mostrando y sugiriendo— la ruta mental 

que deben seguir las personas desde los primeros pasos. 

No vamos a ser muy originales recordando que el temor 

a lo desconocido, a no tener respuesta, a saberse finito y 

vulnerable se puede transformar en miedo depredador de 

la capacidad mental de arriesgarse para tratar de hallar, y 

también crear, rutas de montaña para el pensamiento. Es 

necesario generar nuevas trayectorias en él, siguiéndolas a 

pie de experiencia cotidiana y asumiendo riesgos desde la 

infancia, y también hacer trabajar al zoom de la percepción 

física y de la representación simbólica y mental para cons-

truir diferentes tomas que, por aproximaciones sucesivas, 

otorguen cuerpo cuando sea posible al rompecabezas de las 

realidades conceptuales que construyen los seres humanos.

Mencionábamos, sin embargo, que llama la atención, o 

incluso sorprende, detectar la enorme cantidad de energía 

que las tradiciones culturales dedican a limitar, en vez de 

potenciar y expandir, los caminos de la mente. El ideal de 

la búsqueda de seguridad y control se apodera con facilidad 

de los resortes del entendimiento y, casi como vestigio evo-

lutivo larvado, de carácter representacional y simbólico, 

determina el devenir de las potencialidades de la mente, 

podándolas al nivel de los miedos y necesidades de poder y 

control de quienes en cada momento pueden ejercer alguna 

influencia sobre individuos o grupos determinados.

La filosofía ha de trabajar sin autoridad y debe alzar la 

voz frente a procesos abstractos, larvadamente vacuos, que 

castran la posibilidad autónoma de la mente de hacer frente 

con fortaleza a sus propios vacíos. La filosofía hace tomar 

conciencia del despiste y la ignorancia individuales, de la 

necesidad de mover ficha e intentar conocer si se desea re-

mediar algo de lo anterior, de los muy diferentes tipos de 

problemas que pueden ser concebidos, de la duda que pue-

de surgir a cada paso, de los vacíos explicativos, etc. Cuan-

do este tipo de procesos arrancan en la mente en los prime-

ros estadios de la vida, la combinatoria de ideas, conceptos, 

relaciones cognitivas —vinculados también con sentimien-

tos y emociones—, posibilidades de acción y generación de 

nuevas conductas, entre otras variables, se dispara de forma 

exponencial en la mente. Pero si se cercenan tales procesos, 

se favorece convertir a la mente en un campo potencial-

mente yermo, quizá habitado por fantasmas, los cuales, en 

el peor de los casos se apoderarán de ella de por vida.

Si pretende valer para la vida, la filosofía debe huir de la 

complacencia académica y, en la línea socrática transmitida 

por la historia, activar el despertador frente a lo desconoci-

do y a lo —al menos por el momento— indecidible; debe 

también transmitir el enorme valor de lo conseguido hasta 

aquí. Activado desde la escuela ese despertador, el camino 

posterior que elija cada persona, con la compañía del visor 

escéptico del que mira cuidadosamente, podrá ser en un 

grado mayor responsabilidad individual.     

El valor del lenguaje: del espejismo de la sofística a 

la idealización lógica

Cuidar el lenguaje y utilizarlo con precisión y orden es 

cuidar el pensamiento. Dedicar algún esfuerzo a indagar 

sobre una selección de los fundamentos de la filosofía del 

lenguaje [GAR 1996] puede ayudar a comprender algunos 

de los problemas que se generan en el ámbito de la comuni-

cación humana, más allá del dominio conceptual específico 

en el que esta se desarrolle. La red semántica de la mente 

incorpora contenidos a través de diversas disciplinas en los 

contextos formativo y académico. Fuera de las aulas está el 

ágora de la experiencia de la vida, en el contexto del cual, 

a partir de la interacción con los otros, se incorporarán es-

tímulos, información y conocimientos, de carácter menos 

formal que los anteriores, pero que también contribuirán a 

modelar el universo de representaciones con el que la men-

te se referirá a los diferentes registros de la realidad.

Aprender a manejar el lenguaje simbólico, el formal en 

Sorprende detectar la enorme cantidad de energía que 

las tradiciones culturales dedican a limitar, en vez de 

potenciar y expandir, los caminos de la mente.

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dominios restringidos de investigación, y el natural en la 

vida cotidiana, ha de ser un objetivo primordial en la for-

mación de las personas. Sin embargo, no es claro que se le 

dedique la atención que merece como herramienta impres-

cindible para la expresión y transmisión de conocimiento, 

y para diferenciar cuándo se trata de otra cosa. Si se toman 

por fidedignas las fuentes históricas que hacen referencia a 

los focos de interés por el lenguaje desde la época preso-

crática, parece que ya hubo en la Grecia de aquel tiempo 

pensadores que establecieron una correspondencia entre 

lenguaje y razón, entre el lenguaje como capacidad sim-

bólica de expresión y la realidad inteligiblemente ordenada 

fuera de la mente. De hecho, no debe ser casualidad que los 

programas de aprendizaje de filosofía se inicien con el tema 

del “paso del mito al logos”, pues se supone que ese paso 

refleja la transición desde un estadio mágico a otro discur-

sivo de carácter analítico. Lo crucial de ese paso es que la 

mente comienza a desplegar la capacidad de hacerse pre-

guntas y de interpelar tanto a la naturaleza como a sí misma 

sobre los fenómenos, sobre lo que se manifiesta y aparece, 

que puede responder, o no, a la realidad subyacente. El paso 

del tiempo no limita la genialidad que envolvió comenzar a 

enunciar la distinción de esa diferencia de planos.

Con la mirada del presente no es difícil interpretar que la 

transición mencionada supusiera un salto de gigante, aun-

que en la distancia corta probablemente no se percibiera 

como tal, pues suele precisarse perspectiva, ese zoom del 

tiempo y de la experiencia sugerido, tan necesario para 

reasignar  significados,  contextualizar  ideas  y  conceptos, 

y reestructurar, e incluso suprimir, hipótesis al hilo de la 

generación de nuevos esquemas de interpretación y de 

explicación. Ese salto de gigante no fue, sin embargo, un 

paso nítido y clarificador solo hacia adelante. El término 

logos tiene una polisemia tal que puede llegar a traducirse 

por ‘concepto’, ‘pensamiento’, ‘inteligencia’, ‘habla’, ‘dis-

curso’..., pero también por ‘principio’, ‘regla’, ‘ley’, ‘ley 

moral’... Ello quiere decir que la pluralidad de significados 

que parece fue acaparando este término, una vez iniciado 

el cambio de modelo explicativo desde el tiempo de las na-

rraciones míticas, no quedó únicamente adherida al espacio 

semántico de las interpretaciones no mágicas de la realidad. 

Y es que, mientras en Heráclito se vincula al logos con una 

suerte de orden o razón universal que todo lo penetra, de la 

que surge la posibilidad de construir algún relato inteligible 

de lo real; los estoicos, por ejemplo, trabajaron la idea del 

logos como divinidad creadora, como principio activo de la 

Naturaleza, perpetuamente activo e inagotable al que todo 

se somete y que todo abarca. En Platón se suaviza esta vi-

sión y se asigna al logos un papel de intermediario, facilita-

dor de la construcción de una interpretación inteligible del 

orden natural. Sin embargo, en Filón, a quien se ha vincula-

do a una parte de la especulación judaico-alejandrina, ade-

más de representar el espacio propio de las ideas y de la ley 

moral, el logos se concibe como el verdadero intermediario 

entre el Creador y las criaturas, entre la trascendencia abso-

luta de aquel y la fragilidad y finitud de las segundas.

Quizá se pregunte el amable lector por el motivo del 

sucinto análisis semántico del término logos que precede. 

Aunque podía haberse elegido otro concepto o vocablo, el 

mencionado tiene particular interés porque desde el con-

texto de los pensadores griegos, en el que logos (légein

decir, contar...) se convirtió en etiqueta y procedimiento 

para  asignar  con  orden  significados  a  través  de  la  selec-

ción de palabras, el concepto expandió su radio semántico 

hasta casi fusionarse con el término lógica, e incorporarse 

en distintos idiomas al final de expresiones que refieren a 

la posibilidad de ‘decir con orden’, no arbitrariamente; por 

ejemplo, biología, filología, psicología o epistemología (el 

decir ordenado sobre la ciencia).

Pues bien, lo que refleja la micromuestra anterior de in-

tersecciones semánticas es que el lenguaje humano es pasto 

constante  de  cruces  y  reasignaciones  de  significados,  así 

como de proyecciones intencionales que no deben ser en-

capsuladas en un mundo aparte, ya que están hibridadas 

con los propios referentes de los términos. El proceso por 

el que se transitó entre interpretaciones del logos, desde la 

capacidad de decir y expresar con orden a, por ejemplo, el 

Verbum del Cuarto Evangelio, que lo convierte en el mis-

mísimo Hijo de Dios, puede tomarse como muestra de que 

el camino hacia la racionalidad, desde los primeros intentos 

de superación de los relatos míticos, siguió una dirección 

tortuosa de “bautismos semánticos” que continúan habitan-

do en las mentes del presente.

El ser humano nace sumido en un universo de significa-

dos elaborados hasta un punto, aunque estén en perpetua 

evolución; y, si no se instruye a la mente para tomar con-

ciencia de ello, esta acaba asumiendo y proyectándose en 

el imaginario semántico heredado, como si fuera una obra 

propia que tiene el valor de reflejar la sabiduría acumulada 

durante siglos, y a la que cada persona tendría en principio 

la oportunidad de realizar su aportación. Lo que se preten-

de resaltar aquí es que esa actitud puede ser peligrosa por-

que, aunque no es posible poner en cuestión y revisar todo 

el acervo de ideas y principios que otros idearon antes de 

existir cada persona, sin embargo, para tratar de hallar la 

raíz de alguno de los bucles en los que la mente se enzarza, 

sí puede tener mucho sentido detenerse a pensar, y anali-

zar en lo posible, algunas de las circunstancias que dieron 

lugar a ciertas asignaciones primarias de nombres y signi-

ficados que, en algunos casos, han podido determinar más 

variables culturales de las que las tendencias relativistas, y 

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a veces banalizadoras, de los usos del lenguaje han estado 

dispuestas a aceptar.

Ya en la Antigüedad, según el mundo conocido se exten-

día y la capacidad de interacción entre las personas crecía, 

estas fueron desarrollando destrezas comunicativas más 

allá de la búsqueda de primeros principios explicativos de 

la fisis, de la naturaleza. La confrontación con otros pue-

blos potenció las facultades lingüísticas en tanto que me-

dios con los que expresar conciencia de grupo y capacidad 

de convencer y persuadir, así como de refutar. Los sofistas, 

por lo menos unos cuantos de ellos, parece que exageraron 

el arte de la elocuencia y la búsqueda del éxito dialéctico 

como medio de mostrar superioridad sobre el oponente. La 

tendencia humana a hacer explícita esa superioridad sobre 

los otros encontró en el arte discursivo un sutil elemento 

propulsor.

A los sofistas —que no son entes del pasado— se les 

atribuye la capacidad de elaborar falacias con mucho talen-

to, y a partir de ellas, derivar imágenes y fantasías, con fun-

cionalidad de espejismos como herramienta de control y de 

dominación. Con el advenimiento de la Modernidad, en el 

contexto de confrontación en teoría del conocimiento entre 

las hipótesis racionalista y empirista, la primera desarrolló 

una actitud de confianza en el lenguaje al fijar la atención 

en él como herramienta para la expresión lógica y racional, 

pero la segunda parece que fue todo lo contrario: tendió a 

desplegar una actitud escéptica y crítica, de básica descon-

fianza en los potenciales abusos a los que podían conducir 

los usos fraudulentos del lenguaje, nada despreciables para 

quienes no tienen problema en fundamentar victorias en 

las derrotas de los oponentes. Y es que el lenguaje es una 

herramienta especial. Cómo se la utilice depende en gran 

medida de cómo funcione la esfera intencional y motiva-

cional de los individuos. Sobre este último asunto ondea la 

incertidumbre atribuible a le esfera interna de cada indivi-

duo, a la que es difícil referirse con fundamento. No obs-

tante, dependiendo del valor que los proyectos educativos 

asignen a la formación lingüística y argumentativa entre la 

instrucción de otras capacidades, será más difícil sucumbir 

a los encantos de las palabras que ilusionan sin razones; 

es más, que destrozan y trivializan la racionalidad en su 

mismo nombre.

Por último, en relación con el lenguaje, es significati-

vo hacer notar la idealización  que ha supuesto la integra-

ción del modelo logicista de pensamiento. Desde que en 

las primeras décadas del siglo XX las corrientes analíticas 

y positivistas lógicas hicieron hincapié en la necesidad de 

construir teoría de la ciencia sobre un lenguaje preciso, y 

se focalizó la atención en la posibilidad de desarrollar len-

guajes artificiales sobre automatismos construidos a partir 

de reglas formales, se proyectó la posibilidad de explicar 

parte de las funciones lingüísticas de los humanos en base 

a algoritmos que pudieran mostrarse válidos para la traduc-

ción automática y, por extensión, para el procesamiento del 

lenguaje natural.

La lógica es un poderoso instrumento formal que puede 

ser particularmente útil aplicado a problemas que no pre-

cisan entrar en las no pequeñas dificultades que plantea el 

procesamiento del lenguaje natural. Pero quizá eso haya 

llegado a favorecer en exceso la ilusión de que la mente 

humana se guía por la lógica y por la racionalidad más de lo 

que en efecto parece hacerlo. La necesidad de eludir proble-

mas, de no enfrentarse a situaciones difíciles, o de evadirse 

de una realidad que no se desea, conduce no pocas veces a 

las personas a procesar falacias que les hacen “creerse” una 

realidad nueva, alejándoles la imagen de su fragilidad. En 

el corto plazo, esta puede ser una estrategia de superviven-

cia que genera en el individuo una tranquilidad provisio-

nal y falaz. A medio largo plazo, lo más probable es que el 

principio de realidad se manifieste, y entonces los automa-

tismos creados por falacias y sofismas varios para justificar 

creencias o deseos, o para proyectar intenciones e imponer 

voluntades, puede que dejen de ser operativos.

Es importante, posiblemente crucial, tener presente que 

la mente humana opera con una dosis de lógica y raciona-

lidad que parece mucho menor de lo que la interpretación 

ilustrada de ella ha transmitido. Por un lado, la pulsión del 

cerebro primitivo sobre el racional no es un factor menor; 

por otro, la propia facultad lógica y racional ha de enfren-

tarse, por ejemplo a paradojas, las cuales, para unos son 

debidas a limitaciones o falta de explicaciones y, para otros, 

a sobreabundancia de información errónea [SOR 2007]. 

Racionalistas y empiristas también han solido tener en esto 

puntos de vista enfrentados.

Algunos obstáculos en el camino de la filosofía

En contextos académicos, de acuerdo con lo señalado al 

comienzo, es un lugar bastante común admitir que la filoso-

fía es un análisis o reflexión sobre (metaanálisis o metarre-

flexión) las diferentes construcciones de la mente humana 

Que las ideas con las que trabaja la filosofía refieran 

a un universo abstracto no quiere decir que no tengan 

conexión con la realidad. Eso dependerá, sobre todo, 

de no caer en la especulación hueca.

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(ciencia, religión, política, arte...), así como sobre el tipo de 

procesos en los que aquellas se asientan. Desde esta pers-

pectiva no es difícil ver que el punto de indagación de la 

filosofía es, en principio, externo respecto al desarrollo de 

contenidos de cada una de las materias. Este asunto tiene 

su particular interés respecto a por qué una de las principa-

les funciones de la filosofía tiene que ver con la formación 

del pensamiento crítico; de hecho, es posible que pueda ser 

considerada como su cometido fundamental y, si no cumple 

con él, bien puede ser por falta de visión e ignorancia sobre 

la materia, pero también porque se toma la decisión de que 

así ocurra.

Circunscribiendo la reflexión al contexto occidental, que 

bastante complejo es ya de por sí, hay que distinguir los 

contenidos de los programas de filosofía en los primeros es-

tadios de la formación respecto de los más especializados, 

por materias, en la universidad. En el primer caso, entre una 

secuencia a veces interminable, a veces insufrible, tienden 

a comprimirse pensadores, ismos y movimientos, campos 

temáticos de análisis, hipótesis y teorías en relación con 

asuntos diversos pertenecientes a diversas áreas de la filo-

sofía, tales como teoría del conocimiento y de la ciencia

historia de la ciencialógicahistoria de las religionesfi-

losofía del lenguaje o ética, entre otras. Se comprimen las 

ideas con un lenguaje usualmente opaco y se transmiten 

acríticamente sin intentar establecer alguna conexión con 

la realidad.

Que las ideas con las que trabaja la filosofía refieran a un 

universo abstracto no quiere decir que no tengan conexión 

con la realidad. Eso dependerá, sobre todo, de la forma de 

transmisión, en especial de no caer en la especulación hue-

ca. Si, por ejemplo, las matemáticas se hubieran centrado 

en la transmisión de modelos como la teoría de los números 

transfinitos  de Cantor, o la física se hubiera conformado 

con mirar al universo con el lenguaje de la armonía pre-

establecida de Leibniz, no es difícil percatarse de que no 

hubieran servido para dar cuenta de los fenómenos que hoy 

contribuyen a explicar. La filosofía, en sus diversos cam-

pos, tiende a utilizar un lenguaje que no siempre invita a la 

reflexión y al análisis que debe promover; además de que la 

exposición intelectualista de los conceptos favorece la des-

conexión con el receptor. Este importante —crucial— error 

debiera intentar subsanarse si se desea que la filosofía tenga 

utilidad en la formación de las personas.

Se puede fomentar la curiosidad y provocar el interés 

por los temas al tiempo que se modulan los pasos de en-

trada en el universo de las materias. Entre otros posibles 

ejemplos, en matemáticas se comienza, paso a paso, por 

aprender las reglas de la aritmética y del cálculo elemental 

o, en tiempos más modernos, se impulsó el conocimiento 

de los pilares básicos de la teoría de conjuntos para gene-

rar un sustrato base de conceptos sobre el que trabajar. En 

física, las nociones de movimiento y fuerza, así como el 

estudio de las leyes que las rigen pueden considerarse tam-

(foto: www.pixabay.com)

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bién parte del acervo primario de conocimientos con el que 

la mente echa a andar. En ninguno de los casos se inicia el 

aprendizaje proponiendo el análisis de las consecuencias 

para las matemáticas del trabajo de Kurt Gödel sobre las 

limitaciones formales de los sistemas deductivos, o seña-

lando en física que las leyes de Newton pueden falsarse en 

determinadas condiciones. Primero, en lo posible, se cons-

truyen pilares en la mente para poder edificar. Después, si 

acaso, dependiendo del grado de conocimiento y especia-

lización al que se pretenda llegar, pueden comenzarse a 

señalar las excepciones y problemas que puedan darse en 

el marco de ciertos modelos de explicación. Pues bien, en 

filosofía, parece que exista una tendencia bastante generali-

zada a que suceda lo contrario. Quizá ocurra esto porque es 

una materia dispuesta a “suicidarse” con cualquier tipo de 

pregunta, y con el abordaje de problemas de enorme rele-

vancia vinculados con la vida, la muerte o la imposibilidad 

de comprender todo lo que se desearía. Precisamente por 

eso es preciso modular el aprendizaje y ejercitar a la mente 

respecto a temas que, no siendo de naturaleza decidible, sin 

embargo pueden intentar analizarse con rigor hasta donde 

sea posible.  

Aunque  la  tradición  filosófica  es  variopinta,  es  proba-

ble que no se halle gran desacuerdo en aceptar que la filo-

sofía no evita los problemas por el grado de su dificultad. 

Otra cosa es lo que pueda hacer con ellos. En ocasiones da 

la sensación de que a la saca de esta disciplina tienden a 

caer aquellos asuntos que no son planteables en los mar-

cos teórico y procedimental de otras materias. En principio, 

cuando la mente se adentra en un campo de conocimiento, 

tiende a desarrollar estrategias y a buscar soluciones para 

los problemas planteados. Fruto de la especialización en las 

distintas áreas, se han logrado acotar marcos conceptuales 

y funcionales de trabajo que han permitido ir obteniendo 

resultados concretos para problemas puntuales. Pense-

mos, por ejemplo, en desarrollos tecnológicos vinculados 

con sistemas de medición y detección o en programas que 

ejecutan rutinas para la solución de problemas de carácter 

algorítmico; o pensemos en procedimientos analíticos para 

determinar los componentes de un gas; o en pruebas médi-

cas que puedan facilitar o allanar el camino hacia el diag-

nóstico con un margen de error lo más minimizado posible.

En filosofía, la especialización también ha traído con-

secuencias novedosas para la materia, posiblemente no 

siempre positivas. Es probable que, fatigada por pelear con 

demasiada frecuencia con no pocas cuestiones indecidibles 

[SAV 2001], fijar la atención de experto en temas cada vez 

más específicos de teoría del conocimiento, filosofía de la 

ciencia, lógica o ética, pueda producir la satisfacción de 

hallar resultados que permitan satisfacer el ego filosófico. 

Pero ello puede tener sus riesgos. No en vano, una de las 

dificultades añadidas que plantea la filosofía en el presente 

para bastantes personas es que, si ya antaño utilizaba un 

argot poco accesible para los legos, ahora puede no enten-

derse ni siquiera el enunciado del tipo de problemas que 

investiga. Y es que, si se plantea si la religión debe ser o 

no estudiada bajo el prisma racional de la ciencia y de la 

filosofía [DEN 2007], la naturaleza del asunto, aunque sea 

costosa de acotar, puede comprenderse; sin embargo, si se 

desarrolla dentro de la teoría de modelos una instancia de 

un modelo lógico sobre la noción de punto de vista respecto 

a la aproximación al análisis de la religión, quizá pueda 

quedarse el lector, como poco, perplejo.

En el periodo de la historia en que probablemente más 

ha evolucionado la especialización, la filosofía no ha queri-

do ser menos que otras materias y es posible que, al menos 

a veces, los caminos elegidos hayan podido contribuir a se-

pararla aún más de la sociedad. La utilidad de la filosofía 

depende de que la forma de pensar que transmite sea acce-

sible, de que se entienda el tipo de análisis que realiza y qué 

clase de repercusión pueden tener, tanto en el andamiaje 

mental de los individuos como en el imaginario colectivo 

de los grupos sociales. Es probable que haya que recondu-

cir los programas formativos de la materia y la forma de 

impartirlos, y de ello dependerá en gran medida que varia-

bles del pensamiento, tales como su capacidad crítica, pue-

dan servir para andar por la vida algo menos zombis. Pero 

no solo eso: habrá que acercar la filosofía a la calle, evitan-

do, entre otros ismos, intelectualismos, academicismos y 

formalismos innecesarios, así como que sea utilizada como 

vehículo sofístico por cualquier tendencia dogmática.

 

Razón teórica, razón práctica, razón insuficiente

Hay nociones sin las que la filosofía quedaría sin esque-

leto sobre el que sostenerse. Razón teórica y razón prácti-

ca son dos ejemplos paradigmáticos de ello. La esfera de 

la razón teórica analiza, escruta, descompone, discrimina, 

clasifica. Se vincula por tanto con la ejecución de opera-

ciones abstractas que permiten crear marcos conceptuales 

de indagación, así como estrategias o procedimientos para 

el análisis y la resolución de problemas, tanto de carácter 

formal como empírico. Por su parte, la razón práctica es 

aquella facultad que se liga a conceptos que operan en la 

esfera de la voluntad y de los valores. Su radio de influencia 

Habrá  que  acercar  la  filosofía  a  la  calle,  evitando 

academicismos innecesarios y que sea utilizada como 

vehículo sofístico por cualquier tendencia dogmática.

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tiende a adscribirse al ámbito de la ética, terreno a menudo 

de particular carácter opaco para la razón teórica.

El estudio teórico de ambas dimensiones de la razón 

tiende a representar el trabajo de ambas por separado. 

Cuando la razón se aplica a temas y problemas concretos en 

las distintas ramas de la ciencia, formal o experimental, en 

lógica o en química, por ejemplo, es la razón teórica la que 

en primera instancia entra en juego para llevar a cabo algu-

na de las operaciones abstractas mencionadas al comienzo 

de este apartado. Sin embargo, aunque la afirmación pre-

cedente responde a cómo funciona la realidad en muchos 

casos, la razón teórica y la razón práctica interactúan más 

de lo que la presentación en abstracto de los dominios de 

ambas puede hacer explícito. Hay que ser cuidadoso para 

no olvidar que el trabajo teórico y de investigación en cual-

quier área es llevado a cabo por personas, y las motivacio-

nes de estas son polivalentes.

Un punto crucial que se pretende resaltar aquí desde la 

perspectiva de la razón teórica es que la filosofía, al tener un 

carácter metateórico, es decir, de acuerdo con lo señalado, 

al ser una reflexión sobre el tipo de trabajo que desarrollan 

otras materias, sobre las características de sus contenidos y 

objetos de estudio, sobre su capacidad explicativa y predic-

tiva, así como sobre los procedimientos de comprobación 

(contrastación) y provisional validez de sus teorías, tiene 

la función de provocar a la mente para tomar conciencia 

H

annah Arendt nace en Hannover 

en 1906 y muere en Nueva York en 

1975. Crece en el seno de una fa-

milia de origen judío, en “un típico entorno 

de judíos alemanes asimilados”. Estudia 

en Marburgo, Friburgo y Heidelberg, don-

de se gradúa en Filosofía. Tras el acceso 

de los nazis al poder emigra en 1933, pri-

mero a París y después a Estados Unidos; 

se establece en Nueva York en 1941 y ob-

tiene la nacionalidad estadounidense en 

1951. Enseñó en las universidades de Co-

lumbia, Berkeley, Princeton, y Chicago, y 

se dedicó al periodismo político y a tareas 

de documentación e investigación inde-

pendiente. Centra su interés en el terreno 

de la filosofía política; en particular, en el 

análisis de la acción humana en tanto que 

capacidad para ejercer potencialmente la libertad, no en abstracto, sino en las coor-

denadas concretas de cada ser humano. Sostiene que el progreso no es unilineal, 

que no hay ley de la historia que garantice ese progreso y que no hay conocimiento 

histórico neutro ni existe punto de vista privilegiado. La cobertura periodística del 

juicio a Adolf Eichmann motivó el relato Eichmann en Jerusalén, reflexión singular 

sobre la banalidad del mal y su posible aplicación a cualquier  ser humano común. 

Defendió la insumisión de la razón a cualquier autoridad, rasgo que acentúa su po-

sicionamiento en favor del pensamiento crítico y autónomo. Además de la obra men-

cionada, destacan entre otras:  La condición humana, Los orígenes del totalitarismo, 

Una revisión de la historia judía y otros ensayos, ¿Qué es la política?, De la historia 

a la acción, Sobre la revolución y Hombres en tiempos de oscuridad.

(foto: Ben Northern, www.flickr.com/photos/bnorthern/)

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sobre cuestiones que puede ser que de otro modo no se 

suscitasen. Cuestiones como por qué hay que respetar los 

resultados obtenidos en una investigación aunque no sean 

los esperados, por qué no hay que comerciar con el cono-

cimiento, por qué desde la credulidad, el dogmatismo o el 

fanatismo no es posible progresar en el ámbito del saber, o 

por qué no existe una regla clara de acción para intervenir 

en los conflictos humanos, por concretos que estos puedan 

ser, son cuestiones que, dirigidas a casos específicos, son 

abordadas por la filosofía. Y esta enseña a convivir con la 

limitación humana, no para conformarse, sino para tratar de 

progresar como seres humanos, pese a ella y con ella.

No es potestad única de la filosofía mover a pensar sobre 

el tipo de cuestiones mencionadas, pero la actitud metateó-

rica tiene bastante que ver con la forma de indagar que pro-

mueve la filosofía. Así, cuando en el marco de la teoría del 

conocimiento y de la filosofía de la ciencia se analizan las 

características de las diferentes creaciones de la mente, se 

comienza a pensar que algunas de ellas requieren procesos 

de comprobación, que pueden toparse con determinados 

problemas lógicos; por ejemplo, de verificación ligados a 

la inducción empírica incompleta, que es preciso aprender 

a sortear teóricamente.

También se comienza a tomar conciencia de la diferen-

te naturaleza que tienen las distintas disciplinas, incluso 

aquellas a las que, aplicándoles la etiqueta de científicas, 

puedan ser instancias de ciencias más débiles, como pa-

rece ser el caso de las ciencias sociales y humanas, las 

cuales, por la naturaleza de sus objetos de estudio, pueden 

ser particularmente vulnerables en lo que respecta al tipo 

de pasos que se dan en ellas, tanto para formular hipótesis 

como para contrastarlas. En el extremo más frágil, desde 

el punto de vista del conocimiento que pueden proporcio-

nar (si es que es conocimiento) se hallarían construcciones 

como las religiones, cuyas conjeturas no son de naturaleza 

contrastable: Dios existe el ser humano es bípedo son dos 

enunciados cuyas posibilidades de contrastación no tienen 

nada que ver.

La filosofía escruta el pensamiento y genera un marco 

de indagación que insta a la reflexión sobre la diferente na-

turaleza de las producciones de la mente [QUE 1998]. Ese 

trabajo de análisis puede propiciar la posibilidad de desper-

tar el pensamiento autónomo y crítico, así como su poten-

ciación en diferentes estadios de la vida y para diferentes 

tipos de problemas. Es por esto que la instrucción de la 

filosofía puede tener un notable valor para la formación de 

criterio en el ámbito teórico, pero también para explicitar 

la importancia de favorecer que la mente aborde la interac-

ción de la racionalidad con el universo de los sentimientos 

y emociones, pues ese proceso puede ser enriquecedor para 

el avance de la primera [CAM 2011].    

Anciana y leal compañera: ni sierva ni señora

Si hay verdad en lo que algunas fuentes históricas nos 

han transmitido, la ciencia y la filosofía comenzaron muy 

de cerca el viaje del pensamiento. Las reflexiones desarro-

lladas hasta aquí han pretendido trazar alguna pincelada, 

con brocha cercana al lector, sobre algunos temas que con-

ciernen al nivel de análisis de la filosofía. Es probable que 

una de las características más significativas de esta disci-

plina es el punto de observación e indagación desde el que 

trabaja, el cual, según se ha señalado, persigue establecer 

diferencias y relaciones entre formas de conocimiento, así 

como con otras áreas de la creación humana.

Quizá porque la perspectiva de la filosofía ha abusado 

de abstracción e intelectualismo, porque ha podido ser 

diezmada, conducida e incluso dominada por otras pro-

ducciones  de  la  mente,  quizá  por  ese  motivo  la  filosofía 

se ha ganado a pulso una imagen de inanidad que en mu-

chas ocasiones la ha vaciado de contenido y de función. 

Es probable que esa imagen sea injusta y que haya tenido 

consecuencias poco saludables para luchar contra la infan-

tilización de la sociedad. Pero quizá no siempre lo haya 

sido tanto. Lamentablemente, los filósofos han podido ser 

con demasiada frecuencia poco cuidadosos para ser accesi-

bles a las personas, para llegar a ellas con un lenguaje claro 

y conciso, en lo posible, con el que invitar y provocar a su 

pensamiento sobre cuestiones que a lo mejor por sí mismos 

no se hubieran planteado.

De forma similar a cómo la mayoría de las personas uti-

lizan nociones básicas de matemáticas para mantener sus 

cuentas y realizar operaciones básicas de intercambio en la 

vida cotidiana sin haber realizado cursos monográficos de 

cálculo o álgebra, de forma parecida se sugiere que no será 

necesario formarse enciclopédicamente sobre pensadores y 

escuelas para ser capaz de incorporar, si así se desea —por 

tanto, críticamente y no por imposición—, algunas de las 

variables de pensamiento con las que enseña a convivir la 

filosofía: provisionalidad, incertidumbre, duda, escepticis-

mo, verdad… por citar algunos señalados ejemplos. Cuan-

do tales variables se incorporan al sustrato de las formas 

de pensar, la actitud crítica y la autonomía de criterio es 

probable que se puedan cultivar con más facilidad.

Huir de la complacencia, despertar la independencia del 

La filosofía tiene la función de provocar a la mente para 

tomar conciencia sobre cuestiones que puede ser que 

de otro modo no se suscitasen.

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pensamiento, la curiosidad y el interés de quien lee 

o escucha, continuar acompañando en el camino a la 

construcción  científica  del  conocimiento,  sin  complejos, 

sin afán de competición, con respeto a la objetividad, la 

neutralidad y el rigor, hasta donde puedan ser alcanzables 

en cada caso, es el camino, ni como sierva ni como señora, 

de  la  filosofía.  Ella  provoca  al  pensamiento,  instruye 

para captar su perplejidad, y hace pensar en los límites 

del conocimiento. Cuando el proceso de aprendizaje 

incorpora esos límites de forma natural es más probable 

que la mente pueda trabajar sin autoridad en el horizonte. 

La autonomía del individuo para conocer y comprender no 

puede construirse desde autoridad alguna: o se elige una o 

se elige otra. Bastante tienen los seres humanos con tener 

que aprender a depurar una imagen de sí mismos, y de los 

otros, que a menudo es elusiva y extraña, pues emerge de 

procesos físicos cuya correlación con los simbólicos está 

aún bastante por explorar [HOF 2008].

Referencias bibliográficas:

[BOH 2012].- Sobre el diálogo, David Bohm, Ed. 

Kairós, 3ª ed., Barcelona, 2012.

[CAM 2011].-El gobierno de las emociones, Victoria 

Camps, Ed. Herder, 1ª ed., 4ª impresión, Barcelona, 2011.

[DEN 2007].- Romper el hechizo. La religión como un 

fenómeno natural, Daniel C. Dennett,  Katz  Ed.,  1ª  ed., 

Madrid, 2007.

[GAR 1996].- Las palabras, las ideas y las cosas. Una 

presentación de la filosofía del lenguaje, Manuel García-

Carpintero, Ed. Ariel Filosofía, 1ª ed., Barcelona, 1996.

[HOF 1987].- Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil 

bucle,  Douglas R. Hofstadter, Tusquets Ed. Barcelona, 

1987.

[HOF 2008].- Ich bin eine seltsame Schleife, Douglas 

R.  Hofstadter,  Klett-Cotta,  Stuttgart,  2008. Trad.  español 

de L.E. de Juan, Yo soy un extraño bucle. Ed. Tusquets, 

Barcelona, 2008

[QUE 1998].- Saber, opinión, ciencia, Daniel Quesada, 

Ed. Ariel Filosofía, 1ª ed., Barcelona, 1998.

[SAV 2001].- Las preguntas de la vida, Fernando 

Savater, Ed. Ariel, 7ª ed., Barcelona, 2001.

[SOR 2007].- Breve historia de la paradoja. La filosofía 

y los laberintos de la mente, Roy Sorensen,Tusquets Ed., 1ª 

ed., Barcelona, 2007.