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ay mañanas en las que da miedo abrir el e-mail. 

Junto con los power points de gatitos, cada vez es 

más frecuente que lleguen cadenas de correos alar-

mándonos de los riesgos de determinados alimentos. Pare-

ce que los alimentos, sobre todo los que hemos consumido 

toda la vida, son unos potentes venenos. De esta forma úl-

timamente parece que el pan y la leche sean el apocalipsis y 

el armagedón de la salud. Los transgénicos y los plaguicidas 

que se utilizan en agricultura, unos asesinos en serie; y por 

no hablar del plástico de los envases de los alimentos, del 

papel de aluminio, etc., etc., etc.

¿Qué hay de verdad en todo esto? Pues lo primero que 

hay que considerar es que vender un alimento no es fácil. 

La alimentación es uno de los aspectos de nuestra vida co-

tidiana que más controlado está en todos los niveles de la 

cadena. Se controla lo que hace el agricultor en el campo, 

la manipulación y procesado que sufre el producto y, por 

supuesto, la distribución y comercialización. De hecho, 

cualquiera que quiera poner un bar o un restaurante nece-

sita tener un carnet de manipulador de alimentos y pasar 

revisiones continuas.

Una vez en casa, tu alimento debe disponer de una infor-

mación nutricional y de fecha de caducidad que te asegure 

en qué condiciones puedes consumirlo y lo que te aporta. En 

caso de crisis alimentaria, es obligatorio seguir una trazabi-

lidad que nos permita encontrar el foco del problema y erra-

dicarlo cuanto antes. Si por ejemplo alguien quiere sacar un 

alimento al mercado que no existía antes, debe superar una 

ley muy estricta y tener unas garantías de seguridad draco-

nianas. Por ejemplo, hoy el café nunca pasaría el proceso 

de autorización, por contener más de veinte compuestos 

que potencialmente son carcinógenos, aunque no tenemos 

ninguna evidencia de que el café aumente la incidencia de 

cáncer. Por no hablar de las bebidas alcohólicas, que nunca 

hubieran podido salir al mercado con la legislación actual, 

ya que positivamente sabemos que son tóxicas. 

Que tenemos unas normas que se están cumpliendo se 

nota en aspectos como que las intoxicaciones y las crisis 

alimentarias cada vez son más raras, y sus consecuencias 

menos dramáticas. Por ejemplo, la famosa crisis de la carne 

de caballo se saldó con cero víctimas mortales y cero hospi-

talizaciones, pero con el origen del fraude y los culpables 

detenidos. En otros casos las consecuencias han sido más 

graves, como en la mal llamada crisis del pepino, que se saldó 

con 51 víctimas y 4 500 hospitalizados, aunque el proble-

ma no fue el pepino español, sino fenogreco importado de 

Egipto, crecido en Alemania y comercializado como ecoló-

gico. De hecho, la alimentación ecológica es la más laxa en 

la aplicación de controles y normativas.

Por lo tanto ¿de que tenemos que preocuparnos? Si hicié-

ramos una encuesta, probablemente saldría que lo que no 

quiere encontrar en su plato el consumidor medio europeo 

son transgénicos (también llamados organismos genéticamente 

modificados u OGM) y restos de pesticidas. ¿Debemos preo-

cuparnos? Bien; para empezar, los OGM son alimentos que 

deben superar una evaluación más estricta que cualquier 

La alimentación ecológica es la más laxa en la aplicación de 

controles y normativas.

Mitos alimentarios

J. M. Mulet

Universitat Politècnica de València

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otro antes de salir al mercado, incluyendo la ley para nuevos 

alimentos que antes he mencionado. Prueba de ello es que 

en veinte años nunca ha habido ningún problema para la 

salud ni para el medio ambiente derivado del uso de OGM.

¿Y con los pesticidas? Bueno, sí que es verdad que muchos 

son tóxicos, pero la legislación se está revisando continua-

mente y haciéndose cada vez más y más estricta, de forma 

que ya no se prohíben por el hecho de que causen algún 

problema, sino por la simple sospecha de que pudieran lle-

garlo a causar. La Agencia Europea de Seguridad Alimen-

taria (European Food Safety Authority, EFSA) sacó un in-

forme en el 2013 manifestando lo que ya sabíamos: que no 

hay ninguna evidencia ni ningún dato epidemiológico o de 

salud pública que permita afirmar que haya algún problema 

de salud relacionado con el uso de ningún plaguicida en 

agricultura. Por lo tanto, alguien que afirme que los plagui-

cidas agrícolas nos están envenenando debería ser capaz de 

responder a la pregunta: ¿Qué plaguicida? ¿Qué enferme-

dad está causando?, algo que no podrá hacer. 

Por cierto, un efecto secundario de esta política es que 

estamos prohibiendo un montón de productos muy útiles 

en el campo, pero a la vez estamos importando alimentos 

de países de fuera de la Unión Europea donde hay barra 

libre de aquellos, con la única condición que en el producto 

final estén por debajo de ciertos niveles. Con lo que solo 

conseguimos perjudicar a nuestros agricultores y promover 

prácticas nocivas con el medio ambiente en terceros países; 

pero claro, mientras tengamos la nevera llena, podemos mi-

rar a otro lado.

Bueno; pero, ¿de qué debemos preocuparnos? Si miramos 

los informes de la EFSA sobre retiradas de productos del 

mercado o partidas rechazadas en la frontera, lo que nos 

encontraremos serán principalmente contaminaciones por 

hongos, que producen micotoxinas y aflatoxinas, y conta-

minaciones por metales pesados. Es curioso que la gente 

vaya por los supermercados buscando etiquetas que pongan 

ecológico, sin OGM, natural, pero nadie se plantee buscar 

nada que le diga “sin micotoxinas” o “sin metales pesados”. 

El principal problema de los metales pesados es la comida 

que viene de China o de la India donde los controles son 

menores, y el de las micotoxinas los fritos secos y el maíz. Es-

pecialmente en los años lluviosos, la humedad favorece que 

crezcan hongos que segregan unas toxinas especialmente 

tóxicas. Curiosamente, el maíz OGM, que no es atacado 

por el taladro, es menos propenso a sufrir esta contamina-

ción, pero como en Europa no queremos OGM, lo utiliza-

mos para alimentación animal. Hace unos meses se disparó 

la alarma porque, debido al régimen de lluvias, los maíces 

producidos en Francia superaban el límite establecido de 

micotoxinas (límite que ya se tuvo que subir en el 2007 por-

que los productos ecológicos generalmente lo rebasaban). 

La actitud del gobierno francés no fue retirar las partidas 

contaminadas, sino solicitar una dispensa temporal; con lo 

cual, lo que consiguió fue que toda la Unión Europea se 

viera expuesta a niveles superiores de lo tolerable de una 

molécula peligrosa.

En definitiva, podemos estar seguros que en Europa tene-

mos una seguridad alimentaria aceptable y una reglamenta-

ción estricta que además se está cumpliendo; podemos, por 

lo tanto, “comer sin miedo”.

Escultura de cornucopia de Jean-Baptiste Pigalle
(foto: Vassil, Wikimedia Commons)