el esc
é
ptico
60
otoño-invierno 2013
U
n hecho alentador para los escépticos de habla his-
pana es que, en España (y en menor medida, en
Hispanoamérica), las iglesias católicas se están va-
ciando. Pero, al mismo tiempo, los templos de nuevas sectas
se están llenando. Una de las que más crece en el mundo his-
pano es la secta de los mormones, originaria de EE.UU. En
sus inicios como movimiento a mediados del siglo XIX, los
mormones fueron uno de los grupos más odiados en EE.UU.
No obstante, a principios del siglo XX, supieron ajustarse a
las exigencias de la vida cultural americana: abandonaron la
poligamia, y alcanzaron posiciones de poder. Con todo, es
muy difícil que un mormón llegue a la Casa Blanca, pues
aun si el pueblo norteamericano tolera a los mormones
como movimiento, no está preparado para aceptar a un pre-
sidente que no sea un cristiano convencional.
El mismo Joseph Smith, el fundador de los mormones,
tuvo las aspiraciones de ser presidente de EE.UU. en 1844.
Joseph Smith fue un personaje fascinante. Su habilidad
para la manipulación y el fraude fue suprema, al punto de
que cualquier historiador de la religión debe quedar estu-
pefacto ante su historia: ¿cómo un hombre aparentemente
simple pudo engañar a tanta gente, y ejercer tal influencia
que, hasta el día de hoy, sus seguidores (inteligentísimos
en muchos aspectos) sostienen creencias sumamente absur-
das? Hoy, los mormones se extienden por el mundo entero.
Con frecuencia, en Maracaibo veo a parejitas de misione-
ros con sus camisas blancas y sus corbatas, predicando una
montaña de estupideces.
Desde hace varios siglos, los historiadores y filósofos se
han preguntado cuál fue el origen de la religión. Unos opi-
nan que la religión surgió para explicar el mundo natural,
otros opinan que surgió para asegurar la cohesión social.
En el siglo XVIII, los ilustrados opinaban que la religión
surgió como parte de una conspiración de sacerdotes para
aprovecharse y explotar al vulgo. Esta teoría siempre ha
parecido un poco tosca y simplista, pero en el caso de los
mormones, parece ajustarse perfectamente: la Iglesia de los
Santos de los Últimos Días surgió como un masivo fraude
para complacencia mundana de su fundador.
Joseph Smith nació en Vermont, EE.UU., en 1805. En
1817, su familia se mudó al estado de Nueva York, al pue-
blo de Palmyra. Por aquella época, había una gran excita-
ción religiosa en la región: reinaba una insatisfacción con
las religiones instituidas, pero había el intenso deseo de una
reforma religiosa, de forma tal que había cierta facilidad
para que surgieran nuevos líderes religiosos cismáticos.
También había en aquella época sumo interés por la caza
de tesoros escondidos. Se rumoreaba que los indígenas,
españoles e ingleses habían enterrado tesoros. Smith ganó
la reputación de ubicar tesoros con métodos adivinatorios.
Tenía una piedra vidente que, supuestamente, al observarla,
detectaba la ubicación de tesoros. Smith colocaba la piedra
en un sombrero, y colocaba su cabeza dentro del sombre-
ro, de forma tal que no entrara la luz. Según parece, Smith
sometió al engaño a mucha gente con sus supuestas habili-
dades, pero finalmente fue llevado a un tribunal por fraude,
aunque no fue condenado.
A partir de la década de 1820, Smith empezó a alegar
que, en 1820, recibió la visita de dos seres celestiales. És-
tos le dijeron que no se adhiriera a ninguna religión de ese
momento, pues todas eran corruptas. Luego, en 1823, ale-
gó que recibió la visita de un ángel llamado Moroni. Este
ángel, supuestamente, le informó sobre la existencia de un
libro escrito sobre unas planchas doradas. Según Smith,
Moroni lo visitó en varias ocasiones hasta que, en 1827, le
señaló la ubicación exacta de las planchas, junto a unos es-
péculos con dos piedras que Smith llamó ‘Urim y Tumim’
(una frase bíblica que hace referencia a parte del atuendo
ritual de los sacerdotes en el Antiguo Israel), y una espada
de un supuesto patriarca. Con los espéculos, Smith podría
leer las planchas, y así traducirlas. Supuestamente, Smith
encontró las planchas, y obedeciendo el mandato del ángel,
se propuso traducirlas.
Smith empezó a divulgar esta historia, y se corrió la voz
Joseph Smith:
genio de la estafa religiosa
Gabriel Andrade
el esc
é
ptico
61
otoño-invierno 2013
de que el buscador de tesoros había encontrado unas plan-
chas doradas. Un granjero próspero, Martin Harris, se ofre-
ció a financiar la publicación del libro, y ayudó económica-
mente a Smith. Éste aprovechó para casarse, y se mudó con
su esposa, Emma, al pueblo de Harmony, en Pensilvania,
a vivir cerca de los parientes de Emma. Harris acompañó
frecuentemente a Smith, y empezaron la ‘traducción’ de las
supuestas planchas doradas.
Harris se ofreció como secretario para la traducción de
las planchas, pues Smith no sabía escribir bien. Harris pidió
varias veces ver las planchas doradas, pero Smith se negaba
a mostrárselas. No sabemos bien cómo Smith dictaba a Ha-
rris, pero parecía seguir dos métodos. A veces, como había
hecho en sus búsquedas de tesoros, colocaba una piedra en
el sombrero, impedía la entrada de la luz, y observaba la
piedra, a medida que iba dictando. En otras ocasiones, divi-
día la habitación en dos con una sábana: Harris de un lado
y Smith del otro, y así empezaba a dictar. Sea como fuera,
el hecho es que, durante este proceso de traducción, Harris
nunca vio ni las planchas, ni la espada, ni los espéculos.
Harris tenía fama de ser un hombre sumamente suges-
tionable y supersticioso: había cambiado de religión seis
veces antes de encontrarse con Smith. Con todo, según
parece, quería asegurarse de la veracidad del alegato de
Smith, y pidió a éste que trascribiera parte del contenido de
las planchas. Supuestamente, las planchas estaban escritas
en la lengua ‘egipcia reformada’, y Smith las traducía al
inglés en su dictado. Smith accedió a transcribir parte de
los supuestos caracteres de las planchas, y Harris llevó la
transcripción a un profesor de filología en la Universidad
de Columbia, Charles Anthon.
Según Harris, Anthon validó que, en efecto, la transcrip-
ción estaba en ‘egipcio reformado’. Anthon iba a firmar una
certificación académica que validaba la transcripción, pero
cuando Harris le informó que esos caracteres procedían de
unas planchas otorgadas por un ángel, Anthon rompió la
certificación.
La versión de Anthon, no obstante, fue muy distinta.
Él alegó que, desde el principio, advirtió a Harris que era
víctima de un fraude. Hoy sabemos, por supuesto, que la
lengua ‘reformada egipcia’ nunca ha existido. Sobrevive la
transcripción hecha por Smith (ver foto), y los filólogos que
la han estudiado convienen en que se trata de caracteres
ininteligibles que no guardan ninguna relación con ninguna
lengua.
La esposa de Harris, no obstante, era más perspicaz, y te-
mía que Smith estuviese estafando a su marido. Así, Harris
empezó a sentirse presionado, y pidió a Smith que, si no lo
dejaba ver las planchas, al menos le permitiera llevar parte
del manuscrito a su esposa, como prueba de que el proyecto
avanzaba.
Al principio, Smith era renuente, pero finalmente, aceptó
que Harris llevase el manuscrito de más de cien páginas a
su esposa en Palmyra. Estando allá, Harris perdió el ma-
nuscrito. Cuando se enteró, Smith naturalmente se enfure-
ció, pues tendría que empezar de nuevo la traducción de las
planchas. Pero además, se le presentó un dilema: si el ma-
nuscrito aparecía después, habría oportunidad para compa-
rar el manuscrito nuevo con el manuscrito viejo, y así, sería
evidente que todo procedía de la imaginación de Smith, y
no existían ningunas planchas. Previendo esto, hábilmente
Smith convenció a Harris de que el manuscrito perdido no
era propiamente una traducción, sino apenas un resumen.
Smith difundió la historia de
que el ángel Moroni le indicó
dónde se encontraba un libro
sagrado del pueblo de Israel y
le mandó traducirlo.
Joseph Smith, retrato anónimo de 1842 (foto: Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
62
otoño-invierno 2013
En cambio, a partir de ahora, dictaría una traducción literal.
El pobre diablo Harris aceptó esta explicación, y así, empe-
zaron nuevamente la traducción.
Después de cierto tiempo, apareció un tal Oliver Cow-
dery, y se ofreció como secretario, e incorporó a un amigo,
David Whitmer, quien era pariente lejano de Smith. El pro-
ceso de dictado fue el mismo, y ni Cowdery ni Whitmer
vieron las planchas doradas o los espéculos. No obstante,
Cowdery era mucho más eficiente como secretario, y ya en
1829, habían escrito el libro.
La ‘traducción’ de las planchas vino a ser el Libro de
Mormón. Este libro presenta la crónica de antiguos habi-
tantes del continente americano. Primero, los jareditas,
procedentes de la Torre de Babel, llegaron a América, un
continente despoblado, pero por guerras intestinas, se ex-
tinguieron. Luego, durante la época del exilio babilónico,
un patriarca judío llamado Nefí salió de Jerusalén y llegó
a América (un continente despoblado). Sus descendientes
formaron civilizaciones, y se dividieron en dos grupos: los
perversos lamanitas, y los virtuosos nefitas. A los lamani-
tas, por su perversidad, se les oscureció la piel, y termina-
ron por ejecutar a los nefitas. Los indígenas de América son
descendientes de los lamanitas.
Pero Smith seguía sin mostrar las planchas. Entonces, en
1830 Smith llevó a Harris, Whitmer y Cowdery a una coli-
na. Ahí, rezaron intensamente por algunas horas. Harris se
separó del grupo, pero en medio de la excitación religiosa,
supuestamente se les apareció un ángel con las planchas
doradas. El ángel pasaba las planchas, de forma tal que los
tres las pudieron observar. Luego, Smith fue a buscar a Ha-
rris, y éste también pudo ver al ángel y las planchas.
Estos tres testigos firmaron una declaración de testi-
monio de haber visto las planchas, la cual se incluye en
el Libro de Mormón. Años más tarde, estos tres testigos
rompieron con Smith, pero no se retractaron de su testimo-
nio sobre el encuentro con el ángel. Luego, ese mismo año
de 1830, Smith convocó a ocho personas más, familiares
suyos y de Whitmer, para mostrarles las planchas. A és-
tos no se les apareció ningún ángel, pero Smith les mostró
una caja. Al principio, esta caja estaba vacía, pero luego
de oraciones intensas, estas ocho personas alegaron haber
visto las planchas, y también firmaron una declaración tes-
timonial. Así, el Libro de Mormón contaba con el respal-
do de once testigos que alegaban haber visto las planchas
doradas. Convenientemente, Smith alegó que, después de
mostrar las planchas a estos testigos, el ángel Moroni se las
llevó para siempre; de forma tal que la única evidencia a
favor de la existencia de esas planchas es el testimonio de
esas once personas.
A partir de entonces, Smith fue acumulando seguidores,
y organizó una comunidad religiosa que devotamente se-
guía sus directrices. Si bien había completado el Libro de
Mormón, alegaba seguir recibiendo revelaciones, lo cual le
permitía ejercer gran autoridad sobre sus seguidores.
En aquella época de excitación religiosa, había grandes
expectativas apocalípticas. El movimiento de Smith no fue
excepción, y como muchas otras sectas, tuvo la intención
de crear una nueva Jerusalén. Smith tenía la idea de cons-
truir esta nueva Jerusalén en el estado de Missouri (Smith
tenía la curiosa enseñanza de que el jardín del Edén había
estado ubicado ahí). Smith envió una comisión a Missouri,
pero ésta se detuvo en el pueblo de Kirtland, en Ohio, y
logró convertir a centenares de miembros pertenecientes a
otras sectas apocalípticas. En vista de este éxito, Smith de-
cidió más bien asentarse en Kirtland en 1831.
La comunidad asentada por Smith fue cosechando éxi-
tos. Sus miembros eran disciplinados y emprendedores.
Pero, como consecuencia de esos éxitos, fue creciendo la
envidia en torno a ellos, y así aparecieron las semillas del
sentimiento de odiosidad hacia los mormones, el cual se
prolongaría por varias décadas. Smith quería construir un
templo para su nueva religión, y organizó un banco que re-
cogía fondos de contribuyentes locales. El banco colapsó, e
inmerso en las deudas, Smith tuvo que abandonar Kirtland
en 1838. Una vez más, este hombre era acusado por estafa.
Smith decidió mudarse a Missouri, en 1838. Desde hacía
algunos años, algunos misioneros mormones habían inten-
tado establecerse ahí, pero habían enfrentado suplicios por
parte de la población local. Para proteger a sus seguidores,
Smith organizó unos comandos paramilitares. Después de
algunos enfrentamientos, Smith logró establecerse, e im-
puso una mano de hierro sobre su comunidad, valiéndose
de sus comandos paramilitares. Desde ese momento, Smith
aplastó toda disidencia interna en su comunidad. Y, los en-
frentamientos entre los comandos paramilitares mormones
y los opositores a los mormones continuaron, dejando va-
rios muertos.
En vista del caos generado por estos enfrentamientos, el
gobernador de Missouri decidió encarcelar a Smith, y orde-
nó la expulsión de los mormones en 1839. Sus seguidores
tuvieron que emigrar nuevamente, esta vez se dirigieron al
estado de Illinois. Pero, Smith eventualmente logró escapar
de la cárcel, y se reunió con sus seguidores en Illinois, para
fundar una nueva comunidad.
Así, cerca de doce mil mormones fundaron la ciudad de
Nauvoo, cuyo nombre fue seleccionado por Smith, pues es
la palabra hebrea para ‘bello’. En Nauvoo, la comunidad
prosperó nuevamente. Smith envió misioneros a Inglaterra,
y recibió un considerable contingente de ingleses converti-
dos al mormonismo.
Pero siguieron las disputas internas. Ya la oposición
a Smith no se debía tanto a su autoritarismo y el uso de
La ‘traducción’ de las planchas
vino a ser el Libro de Mormón.
Este libro presenta la crónica de
antiguos habitantes del conti-
nente americano que, supues-
tamente, provenían de Israel.
el esc
é
ptico
63
otoño-invierno 2013
grupos paramilitares para aplastar la disidencia interna;
ahora el principal motivo de oposición era la práctica de la
poligamia. Incluso desde su estadía en Ohio, Smith tenía
relaciones sexuales extramaritales. La conducta de Smith
resultó incómoda a muchas personas, no solo porque con-
sideraban inmoral la promiscuidad, sino porque muchas de
las mujeres con las que Smith tenía relaciones sexuales es-
taban casadas.
Para acallar las críticas, Smith recurrió al viejo truco: en
1843, alegó recibir revelaciones divinas que hacían lícita la
poligamia. Sostenía que, así como los patriarcas del Anti-
guo Testamento tenían varias esposas, Dios le había comu-
nicado que los hombres mormones podían ser polígamos.
Desde el principio, Smith había alegado que la religión que
él estaba fundando en realidad era una restauración del cris-
tianismo original que había sido abandonado durante los
primeros siglos de la Iglesia; naturalmente, se valió de esta
excusa para defender la poligamia como una restauración
del cristianismo original. Al final, según se estima, Smith
llegó a acumular veintisiete esposas.
Al principio, el asunto de la poligamia trató de mante-
nerse en secreto. Pero, pronto, se corrió la voz. Varios de
los colaboradores más cercanos de Smith rompieron con
él (entre ésos, los tres primeros testigos de las planchas do-
radas). Pero, además, las comunidades vecinas a Nauvoo
también se enteraron, y una vez más, se abrió espacio a un
profundo sentimiento de antipatía hacia los mormones.
Surgió así una campaña mediática en contra de los mor-
mones, con periódicos que incitaban al odio en contra de
Smith y su comunidad. Pero, en la misma Nauvoo, algunos
disidentes que rompieron con el mormonismo crearon un
periódico que criticaba duramente a Smith y su movimien-
to. Smith y el cuerpo de gobierno de Nauvoo movilizaron a
la comunidad para destruir las instalaciones del periódico,
y lo lograron. Era el año de 1844.
Pero las comunidades vecinas estaban enardecidas, y el
gobernador de Illinois persuadió a Smith para que se en-
tregara a la justicia, pues bajo su custodia, podría ofrecerle
mejor protección. No obstante, una muchedumbre enarde-
cida atacó la cárcel donde Smith estaba recluido, y fue lan-
zado por una ventana. A los ojos de sus seguidores, murió
como un mártir.
Smith merece un lugar destacado como genio de la ma-
nipulación religiosa. Muchas de las características psico-
lógicas de Smith han estado presentes en otros personajes
históricos, pero Smith es singular en la combinación de es-
tas características.
En primer lugar, el despliegue de la imaginación de
Smith es asombroso. El mito de las tribus perdidas de Israel
es muy antiguo, y ya en el siglo XVI, autores como Barto-
lomé de las Casas defendían la idea de que los indígenas
de América eran una de esas tribus perdidas. Pero Smith le
dio mucho más colorido a este: el Libro de Mormón tiene
narrativas muy entretenidas, en clara imitación del estilo
bíblico. Pero aunado a eso, Smith se valió de este mito para
afirmar sus prejuicios raciales y colonialistas: la gente de
piel oscura (los lamanitas) son perversos, y son los ances-
tros de los indígenas contemporáneos.
Las suposiciones históricas de Smith, obviamente, no
tienen la menor correspondencia con la realidad. Se sabe
que América fue poblada muchísimo antes del exilio babi-
lónico en el siglo VI a.C., y los estudios genéticos no arro-
jan parentesco entre los indígenas y las poblaciones judías.
Además, el Libro de Mormón hace mención de detalles
incompatibles con hechos muy conocidos en la historia
precolombina de América (por ejemplo, la mención de he-
rramientas de metales).
Smith merece reconocimiento como un hombre con un
don para la narrativa, a pesar de su pobre educación. Pero,
insólitamente, hoy sus narrativas son asumidas como histó-
ricas, incluso por profesores universitarios que se empeñan
en querer desvirtuar la evidencia arqueológica, lingüística
y genética, para forzar una verificación de unas historias
procedentes de la imaginación de un estafador del siglo
XIX.
Desde el principio, Smith dio muestras de ser un estafa-
dor. En aquel ambiente lleno de gente crédula, resultó fácil
para este hombre dar rienda suelta a su imaginación. En
Smith logró establecerse, e im-
puso una mano de hierro sobre
su comunidad, valiéndose de
sus comandos paramilitares,
aplastando toda disidencia in-
terna en su comunidad.
Facsímiles del anverso y el reverso de cuatro de las seis placas de Kinderhook
(foto: Wikimedia Commons)
Fotografía de un documento de 1830 actualmente en poder de la Comunidad de Cristo.
(foto: Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
64
otoño-invierno 2013
vista de que lograba ver que cautivaba a las audiencias con
sus historias fascinantes y con su innegable carisma, supo
aprovecharse de eso para su satisfacción personal.
Ha habido, por supuesto, plenitud de personajes en la his-
toria de las religiones, que han alegado recibir comunica-
ciones directas de Dios. La gran pregunta acá es: ¿son estos
personajes estafadores cínicos, o más bien psicóticos? En el
caso de Smith, pareciera que, al principio, empezó siendo
un estafador cínico, pero al final, creyó en su propia estafa,
y perdió parcialmente contacto con la realidad.
En sus primeras fases como líder religioso, es evidente
que Smith era un hombre hábil para engañar. Decía que te-
nía unas planchas, pero no se las mostraba a nadie. Cuando
sus secretarios pedían ver las planchas, los acusaba de ser
malvados y reprochados por Dios. Ideó la colocación de
una sábana para dividir la habitación mientras dictaba, de
forma tal que los secretarios creyeran que Smith leía direc-
tamente de las planchas, pero sin verlas.
Cuando Harris perdió el manuscrito, Smith hábilmente
previó el riesgo que suponía que apareciera el manuscrito
antiguo y éste fuera contrastado con el nuevo; de forma tal
que advirtió que el antiguo manuscrito era apenas un resu-
men, pero que el nuevo sería una traducción literal. Tenía
talento para manipular a sus primeros seguidores y ejercer
poderes sugestivos sobre ellos, al punto de inducir en ellos
visiones del ángel Moroni y las planchas doradas. Todo
esto presupone una habilidad para engañar y manipular, un
rasgo más común a un estafador que a un psicótico.
El genio manipulador de Smith quedó más en evidencia
cuando invocaba convenientemente las revelaciones para
satisfacer sus propias ansias de poder y sus deseos carnales.
En esto, Smith es nítidamente comparable con Mahoma.
El profeta del Islam tuvo lujuria por Zaynab, la esposa de
Zayd, un cercano colaborador de Mahoma. Mahoma con-
venientemente alegó que recibió una revelación divina que
autorizaba que Zaynab se divorciase de Zayd, y Mahoma la
tomara como esposa.
Tanto en el caso de Mahoma como en el de Smith, es
evidente que, frente a una comunidad de devotos seguido-
res, se les hizo fácil acudir al viejo truco de invocar reve-
laciones para satisfacer deseos mundanos. Es claro que, en
esto, estos profetas tenían los pies sobre la tierra y sabían
muy bien la naturaleza de su engaño. Muy distintos son los
casos de profetas que, más cercanos a los brotes psicóticos
que a las estafas, alegan recibir revelaciones pero que, en
realidad, no se usan en beneficio propio.
No obstante, es creíble que, a medida que Smith iba cose-
chando seguidores, y crecía en poder y satisfacción lujurio-
sa con sus revelaciones convenientes, terminara por creer
genuinamente en ellas. Pues, así como al principio de su
carrera, se aprecia a un Smith como un hábil manipulador,
al final, tuvo episodios más afines a un psicótico que a un
estafador.
Por ejemplo, en 1835, Smith compró unos papiros egip-
cios. Lo mismo que con las supuestas planchas doradas,
La historia de Smith es fasci-
nante porque, a diferencia de
Jesús, Pablo o Mahoma, ocurrió
apenas hace ciento cincuenta
años y está ampliamente do-
cumentada.
“Exterior of Carthage Jail” de C.C.A. Christensen, que ilustra el acoso y muerte de José Smith en la cárcel de Carthage, (foto: Wikimedia Commons)
el esc
é
ptico
65
otoño-invierno 2013
‘tradujo’ estos papiros, y escribió así el Libro de Abraham.
Este libro es particularmente racista, pues degrada a la
gente de piel oscura, repitiendo el tema de la maldición a
Cam en la Biblia. Pues bien, en el siglo XX, estos papiros
originalmente en posesión de Smith aparecieron, y fueron
traducidos por egiptólogos profesionales. La traducción de
estos especialistas no era ni remotamente cercana al Libro
de Abraham.
En 1835, Smith compró unos papiros egipcios, que ‘tra-
dujo’ como el Libro de Abraham. Un libro particularmente
racista que degrada a la gente de piel oscura, repitiendo el
tema de la maldición a Cam en la Biblia.
Si Smith hubiese sido más cuidadoso en su estafa, no se
habría lanzado a ‘traducir’ un texto para el cual se corría
el riesgo de que algún egiptólogo profesional ofreciese
una traducción muy distinta. Quizás, Smith sí creía genui-
namente en su habilidad para traducir textos egipcios an-
tiguos. Pero, en aquella época, la egiptología aún estaba
en una fase embrionaria, y es plausible pensar que Smith
sabía que su ‘traducción’ era fraudulenta, pero no veía gran
riesgo en ella, pues pensaba que sencillamente nadie sabía
cómo traducir jeroglíficos.
Con todo, hubo otro episodio que sí permite pensar que
llegó un punto en el cual Smith perdió parcialmente con-
tacto con la realidad, y creyó sus propias mentiras. Duran-
te la estadía de Smith en Illinois, en 1843, se encontraron
enterradas en la localidad de Kinderhook, unas planchas
metálicas con unos caracteres extraños. Se las llevaron a
Smith, y éste, nuevamente, procedió a ‘traducirlas’ usan-
do su piedra visionaria. Muchos años después, en 1879, un
hombre llamado Wilbur Fugate alegó que todo aquello ha-
bía sido un truco, y él mismo había fabricado y enterrado
esas planchas, para poner a prueba la fiabilidad de Smith.
Este episodio hace pensar que Smith empezaba a creer en
sus propias dotes visionarias. Pues, contrario a la historia
de las planchas doradas, estas planchas no fueron enterra-
das por él mismo. Un estafador se hubiese percatado de que
alguien trataba de someterlo a prueba, y habría renunciado
a intentar traducirlas. Pero, con todo, Smith se lanzó a tra-
ducirlas. Esto abre el compás de sospecha de que Smith
finalmente sí creía sus propias mentiras.
La historia de Smith es fascinante porque, a diferencia
de Jesús, Pablo o Mahoma, ocurrió apenas hace ciento cin-
cuenta años. La distancia entre los profetas y adivinos de
la antigüedad y nosotros es demasiado amplia como para
saber qué realmente ocurría. Pero, la historia de Smith está
ampliamente documentada. Y, su análisis nos ilustra bien
sobre cómo operan las mentes de los profetas. La histo-
ria de las planchas doradas resulta absurda a mucha gente.
Pero, precisamente, su carácter absurdo debería colocarnos
en alerta, y obligarnos a considerar si los mismos meca-
nismos de los cuales se valió Smith, han sido también em-
pleados por otros profetas. La historia de Smith presta un
servicio al historiador de las religiones, pues ilustra cómo
puede surgir una religión. Pues bien, la misma suspicacia
e incredulidad que aplicamos al origen del mormonismo,
deberíamos también aplicarla al origen de todas las otras
religiones que se han fundado sobre las experiencias de
personajes que alegan recibir revelaciones divinas.