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ace quince años, cuando salió el primer número de 

“El Escéptico”, yo tenía dieciocho inocentes pri-

maveras, y por primera vez posaba sobre mis ma-

nos un ejemplar de otra revista: Perspectivas ufológicas

Como casi todo escéptico, partí navegando en las aguas de 

la ufología y la parapsicología, buscando en ellas sueños de 

vidas apasionantes y sorprendentes. ¿No sería estimulante 

amanecer un día y tener plantado al lado de la cama a un 

venusino lila, como se preguntaba el ufólogo estadouniden-

se John Keel en su libro El enigma de las extrañas criatu-

ras? Claro, eso es lo que quiere un adolescente sin mayores 

preocupaciones que esperar sentado la gran invasión. 

Perspectivas ufológicas era una revista escéptica mexi-

cana, donde grandes plumas del pensamiento crítico de 

ese país dieron rienda a la ironía y al desenmascaramiento 

de timos. En vez de enfurecerme con ello, me sentí extra-

ñamente estimulado. Las fotos de ovnis que yo creía au-

ténticas eran trucajes burdos, confusiones sosas, intentos 

pueriles de engañar a la gente. En esos años, hablamos de 

1998, no conocía yo a El Escéptico, entre otras importantes 

razones porque esa revista todavía no salía a la luz. Existía 

La Alternativa Racional, pero encontrar un ejemplar de ese 

boletín en Chile era más difícil que amanecer junto a un 

venusino lila.

Como decía, era 1998 y este plumario empezaba a co-

quetear con el escepticismo. Ahí radica la importancia de 

publicaciones como El Escéptico. Ofrecen una alternativa 

al imperio de lo absurdo y permiten que personas curiosas, 

verdaderamente abiertas intelectualmente, conozcan la otra 

cara de la moneda. Cara que suele ser, créanlo o no, más 

interesante que la que venden los ufólogos que coleccionan 

kilómetros persiguiendo luces, o los “profesores” de turno 

que explican con rocambolescas estupideces la aparición 

de unas caras pintadas en una cocina pueblerina.

Por esos años también entré a estudiar periodismo, funda-

mos junto al abogado Sergio Sánchez el pasquín escéptico 

La Nave de los Locos (descansando el sueño de los justos 

desde 2006, aunque en 2010 dicen haberlo visto surcando 

por ahí) y decidimos que una buena forma de aportar algo 

a la humanidad, además de plantar árboles y reciclar la ba-

sura, sería luchando contra el disparate. Desde la humilde 

trinchera como reportero en el diario chileno Las Últimas 

Noticias, al que entré en 2003 tras haber hecho el servi-

cio militar escéptico en La Nave, intenté meter de refilón 

artículos menos condescendientes con las pseudociencias. 

En esos años también comenzamos el intercambio con El 

Escéptico, algunos de cuyos artículos aparecieron en Chile 

gracias a La Nave

Ya con las armas del escepticismo en el bolsillo, debí 

enfrentarme como periodista al hermoso mundo de las 

historias extravagantes que se esconden tras la mascarada 

de las paraciencias. Como aquel día de febrero de 2003 en 

que un conocido ufólogo chileno, Alberto Urquiza, llegó a 

las oficinas de Las Últimas Noticias para contar que había 

descubierto la presencia de ovnis en el accidente del trans-

bordador Columbia. A su juicio, los extraterrestres estuvie-

ron siempre vigilando la misión. Aquella vez se le mostró 

amablemente la puerta de salida del periódico. O cuando a 

medianoche de enero de 2004 contesté un llamado de un 

lector, que deseaba compartir con nosotros su experiencia 

con el chupacabras, al que había visto cuando conducía de 

vuelta a Santiago desde el norte del país. “Estaba oscuro y 

yo iba por una vía rural. Se me cruzó, era horrible”, descri-

bía con convicción. Ofrecía su testimonio para engrosar la 

lista de relatos sobre el tema que se puso tan de moda en 

esos años.

Lindo período de mi trabajo como reportero de toda clase 

de temas. Me tocó asistir a una sesión de hipnosis para de-

jar de fumar, al término de la cual me regalaron una botella 

de vino: la terapia no incluía la opción de dejar de beber. O 

cuando entrevisté a una experta en feng shui que explica-

ba las claves del arte de poner los muebles en la posición 

indicada para ser feliz. Cuando la nota estuvo escrita, me 

advirtieron que mi incredulidad podría jugarme una mala 

pasada: la señora era amiga del dueño del diario y éste, de 

hecho, aplicó el feng shui en las oficinas de la redacción, 

Divagaciones íntimas y 

desordenadas sobre

la importancia de El Escéptico

Diego Zúñiga

15 

años de El Escéptico

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donde las sillas debían ser de cuatro colores diferentes 

(azul, rojo, amarillo y verde), y los escritorios estar distri-

buidos de una manera específica, so riesgo de enfurecer al 

mandamás.

La pseudociencia está en todas partes, como queda claro. 

Y el mundo del periodismo parece particularmente permea-

ble a las creencias más deschavetadas. La formación cien-

tífica de los profesionales de la prensa es bastante discreta 

y eso permite que cada tanto se pasen a las páginas de los 

diarios unos gazapos impresentables, como bien lo saben 

quienes leen periódicos con ojo crítico. Enfrentarse a esas 

experiencias contra la credulidad permite intentar entender 

qué lleva a la gente a poner su confianza en algo probada-

mente inútil. Y sirve también para mostrar de una forma 

digerible para los lectores que el escepticismo no muerde.

Así, en las páginas del diario donde trabajé hasta 2012 

pudimos publicar notas críticas sobre ufología, promocio-

nar libros españoles escépticos, entrevistar a connotados 

investigadores y pensadores (Susan Clancy y sus estudios 

sobre las abducciones, Jan Harold Brunvand y las leyen-

das urbanas, Luis Ruiz Noguez y las pareidolias, Alejandro 

Agostinelli y el caso Valdés, el noruego Ronnie Johanson 

y sus razones para ser ateo, entre una larga lista de etcéte-

ras). Y claro, también puede uno encontrarse en los pasillos 

del periódico con César Parra, el fantasmólogo chileno de 

moda a fines de la década pasada, quien iba a promocionar 

sus libros o los tour fantasmagóricos que organizaba en un 

cementerio de Santiago. 

Por todas las razones y ejemplos antes expuestos, la exis-

tencia de El Escéptico es un acicate intelectual, un bálsamo 

en tiempos de locura y una necesidad para quienes desean 

dejar de ser pasto para las engañifas. Larga vida a El Es-

céptico, guía y faro que alimenta el espíritu crítico. Larga 

vida a El Escéptico y una suscripción anual para todos los 

periodistas que cuelgan piedras sobre sus escritorios para 

repeler las malas energías. Larga vida a El Escéptico y una 

sesión de cultura crítica para los reporteros que acuden a 

mentalistas cuando hay un homicidio. Y larga vida también 

porque alguien tiene que plantarles cara a Más AlláAño 

Cero y Enigmas, ¿no? 

Diego Zúñiga Contreras (Santiago de Chile, 1980) es 

periodista. Editó y codirigió durante diez años el boletín La 

Nave de los Locos. Fue redactor y editor político en el dia-

rio Las Últimas Noticias. Actualmente trabaja en Alemania, 

como periodista en Deutsche Welle.