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l costoso y largo proceso de construcción del laicismo
se ha sustentado sobre un principio de emancipación
de la mente humana, frente a los dogmas religiosos,
o de otra naturaleza, que han tratado - y tratan - de limitar
nuestra capacidad racional.
Algo que se inicia (que tengamos noticias) por parte de
Leucipo de Mileto y Demócrito de Abdera en la Grecia clá-
sica, hace más de 2.300 años, al apelar a la razón como ins-
trumento fiable del conocimiento, opuesto a las creencias e
independiente de toda tutela trascendente, ajena a las perso-
nas y que, después, Epicuro desarrollaría en sus reflexiones
sobre la felicidad, la razón y el conocimiento.
Así no sólo aportan una teoría materialista: el atomismo;
sino, sobre todo, una moral laica, lejos de los miedos a los
castigos divinos y la cólera de los dioses, tan arraigadas en
aquella época. Incluso durante la Edad Media las propias lu-
chas entre el Papado y el Imperio darán lugar a un resurgir
de la racionalidad, para justificar una teoría política laica,
como la desarrollada por el filósofo, político y teólogo italia-
no, Marsilio de Padua, al margen del conocimiento revelado
y de la teología.
Ese proceso de racionalidad ha ido otorgando unos va-
lores a los conocimientos en función de su propia configu-
ración, siendo la ciencia y el método científico un sistema
racional de alcanzar una gnosis de nuestra realidad, liberada
de tutelas.
El desarrollo de laicización y autonomía moral para deter-
minar los valores y para justificar la libertad de conciencia,
como evidencia racional será desarrollado en el siglo XVII
por diversos pensadores de la primera Ilustración, entre
ellos: Pierre Bayle.
El laicismo, como defensor de la libertad de conciencia
y del espacio público republicano y universal, ha sido tam-
bién, y es, un proceso de construcción de soberanía perso-
El laicismo
ante las creencias y la razón
(El pensamiento crítico, lo racional, la ciencia,
la pseudociencia, las supersticiones…)
Francisco Delgado y Manuel Navarro
nal, mediante esa capacidad común al género humano que es
nuestra racionalidad. Por ello no se ha de limitar el laicismo,
simplemente, a la propuesta de la separación del Estado de
las iglesias o a una neutralidad de éste, ante las creencias y
convicciones personales.
El laicismo va mucho más allá. Como vehículo, corrien-
te racional del pensamiento o principio emancipador del ser
humano, defiende y propugna la laicidad, entendida como
el establecimiento de las condiciones jurídicas, políticas y
sociales idóneas para el desarrollo pleno de la libertad de
conciencia. Así como la defensa del pluralismo ideológico
en pie de igualdad como regla fundamental del Estado de
Derecho y el establecimiento de un marco jurídico adecuado
y efectivo que lo garantice y lo proteja frente a toda interfe-
rencia de instituciones religiosas o de otra naturaleza ideoló-
gica que implique ventajas, privilegios o propicie el engaño.
La libertad de pensamiento y de conciencia, la conciencia
libre de cada persona es un principio básico del laicismo.
Cada persona ha de ser libre a la hora de elegir o practicar
una religión, o de participar de una opinión religiosa disi-
dente o bien mantener una convicción atea o agnóstica o ser
indiferente, escéptico, o -incluso- tener fe en milagros, apa-
riciones, revelaciones…etc.
El derecho de esa libertad no puede generar, nunca, una
estigmatización, social o política, de la persona. Si se trata
de un acto individual y personal. Otra cosa es el intento de
tratar de imponerlo a otras personas, como fe o dogma y más
grave, todavía, si se trata de menores.
La libertad de conciencia es primordial, como es el de la
libertad humana. La libertad de conciencia es mucho más
amplia que la libertad religiosa, puesto que se refiere a la
libre elección de cada individuo, por él mismo, en su más es-
pontánea intimidad y a la vista de los análisis que haga de sí
mismo y del mundo que le rodea, elegir la opción espiritual,
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moral o ética que le convenga o tenga necesidad.
Partiendo de estas premisas iniciales, por supuesto dis-
cutibles, podríamos reflexionar sobre las creencias y la fe,
sobre lo racional y lo irracional, sobre la “verdad revelada”
o sobre la verdad científica, racional, comprobable…
Platón reconocía que alguien puede tener razón como una
cuestión de azar, pero sostiene que las creencias verdaderas
constituyen sólo el conocimiento si se puede justificar racio-
nalmente. Es decir, si se puede explicar por qué uno tiene
una cierta creencia. Aunque nunca desde una imposición de
“autoridad” superior.
Los denominados “creacionistas” (ahora tan de moda)
pretenden defender su posición de “verdad revelada” con
una argumentación que denominan como “racional” basada
(por ejemplo) en la Biblia. Pero este es un argumento de au-
toridad, impuesta… no deductiva, racional y comprobable.
Por lo tanto carente de valor científico.
La clave de toda esta reflexión parte del siguiente análisis:
Una posición laicista, que respete la libertad individual, la
libertad de conciencia de cada ser humano, debe de saber
distinguir entre lo que es una falacia, una “verdad” revelada
y una posición científica y comprobable. Entre lo racional
y lo irracional. Entre la ciencia y la pseudociencia, aunque
en este último campo los límites y las fronteras están muy
difuminados, e, incluso, manipulados ideológica y política-
mente, a veces con fuertes intereses mercantiles.
Una cosa es creer (tener fe) y otra razonar, aunque ambos
términos contrapuestos tienen cosas en común dentro del ser
humano. Cualquier persona se da cuenta de que su fe es in-
compatible con su razón, pero -también- que las necesita a
ambas. Ni puede vivir amparado en la razón, ni solo abra-
zado a la fe o a las creencias: El ser humano se tambalea y
oscila permanentemente entre ambas. Aunque hay personas
que basan su existencia, básicamente, en las creencias, sin
dejar de lado totalmente la razón y otras que vuelcan su vida
en la razón, aunque no dejan de tener fe.
La razón se podría definir como la facultad que poseemos
cada uno de nosotros para aclarar conceptos diversos, cues-
tionarlos, investigar, dar solución científica o filosófica a las
cuestiones que nos rodean, permanentemente. Y la fe o las
creencias consisten en aceptar la palabra de “otro” enten-
diéndola y confiando en que lo que dice es veraz, ya sea fe
humana o fe en la deidad o en otra cosa. En los ámbitos más
religiosos, podría parecer que la fe se impone sobre la razón,
pero lo cierto es que la intensidad con que se apoya la fe, es
directamente proporcional a las dudas que la acometen. Po-
dríamos afirmar, no de forma totalmente determinante, que
la razón forma parte de la ciencia y las creencias de la deno-
minada pseudociencia.
Como antes indicábamos: Desde posiciones laicistas, lo
importante es saber distinguir qué significa, en cada caso y
por separado, lo mágico, lo oculto, el engaño, lo esotérico,
lo fanático, la fe, el dogmatismo, lo sagrado… conceptos im-
puestos en multitud de ocasiones (a veces a sangre y fuego),
inmersos en los procesos religiosos, desde que el ser humano
Cada persona ha de ser libre a la
hora de elegir una religión, par-
ticipar de una opinión religiosa
disidente o bien mantener una
convicción atea, agnóstica o ser
indiferente.
Supuesto retrato de Leucipo de Mileto (Foto: Wikimedia Commons)
Demócrito visto por Hendrick ter Brugghen (Foto: Wikimedia Commons)
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es consciente y se hace las preguntas: -¿Qué soy, de dónde
vengo, a dónde voy…? Hecho que forman parte de la natu-
raleza humana.
Desde ese instante chamanes, profetas, reyes y clérigos,
en sus “conversaciones con la deidad de turno” imponían
a los seres humanos unas “reglas divinas” (libros sagrados).
Muchas de ellas basadas en conceptos lógicos de conviven-
cia racional, pero otras iban destinadas a establecer reglas de
poder y dominio, generalmente de carácter patriarcal.
Lo mágico como juego, divertimento, o pasatiempo pue-
de ser incluso saludable, y de hecho lo es. Lo mágico, lo
oculto, incluso, la superchería, las apariciones y los milagros
pueden formar parte de la fe de muchos seres humanos y de
su libertad de elección y conciencia. Pero tratar de imponer-
lo, de declararlo como científico, como racional no concuer-
dan con posiciones laicistas.
Cuando en las Universidades y en los centros de ense-
ñanza que son (o deberían ser lugares del saber, del conoci-
miento racional y científico) se trata de “vender” cualquier
elemento de la prolija pseudociencia, principios creacionis-
tas, dogmas religiosos y otros similares, estamos ante hechos
muy graves que el movimiento laicista debe rechazar.
Cuando en leyes civiles que nos obligan y conciernen
a todos, el poder político (generalmente por “mandato di-
vino”) tratan de imponer reglas basadas en lo el dogmas y
“verdades reveladas”, estamos ante un hecho que el movi-
miento laicista combate y rechaza.
La ética laica asume y respeta que haya personas que
las incorporen a sus vidas, y creencias distintas formas de
pseudociencias, supersticiones, dogmas, etc. Pero el laicis-
mo está obligado a favorecer la reflexión de sus seguidores
y, sobre todo, impedir el fraude, veladas imposiciones y la
ocupación del espacio público, especialmente el destinado
a la Enseñanza.
Por ello la escuela laica, desde que la Ilustración fo-
mentara la educación universal y laica, como el elemento
fundamental para educar personas libres e iguales, puso su
acento en una escuela racional, en una educación basada en
la ciencia.
Como expresó el filósofo y político francés Jean Jaurés,
defendiendo la escuela pública y laica en la Francia de 1910:
“Será por medio de una enseñanza cada vez más atrevida,
más amplia, incluso diré, más majestuosa de la propia cien-
cia, como podrán despertar en los jóvenes el sentido de los
grandes problemas”. Afirmando posteriormente su carácter
de conocimiento permanente y antidogmático de la misma:
“La ciencia... lleva hacia las profundidades del espíritu del
ser humano, que siempre descubre en la cosa explicada algo
nuevo que explicar”.
Como afirma el filosofo francés, Henri Peña-Ruiz: “La
emancipación laica, como vemos, no puede reducirse a una
simple secularización de las instituciones colectivas. La
emancipación apela a la fusión de dos soberanías: la del
pueblo sobre sí mismo y la de la conciencia individual so-
bre sus pensamientos. La razón, principio de autonomía, es
la facultad de examen meditado que se aplica a las cosas,
incluso a cada conocimiento particular para comprender el
mundo, y a la forma de actuar.”
El químico español José María Mato expresaba en una
reciente entrevista: “No puedes dar una concepción del todo,
una explicación dogmática y a la vez enseñar química, físi-
ca, biología… pues resulta perturbador para el alumno”. Y
añade: “
Póngase en la piel de un niño de 8, 9 o 10 años al
que le imparten religión, ¿quién tiene razón, el físico que
sostiene que nos queda mucho por descubrir del origen del
Universo o el clérigo que predica que Dios lo creó todo?”
Francisco Delgado es Presidente de Europa Laica. Manuel Nava-
rro es Vicepresidente de Europa Laica y Coordinador de Andalucía
Laica. (europalaica@europalaica.com , www.laicismo.org)
No puedes dar una concepción
del todo, una explicación dogmá-
tica y a la vez enseñar química,
física, biología… pues resulta
perturbador para el alumno.
Discurso de Jean Jaurès (Foto: Agencia Roger Viollet, archivo)