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el escéptico
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Sillón Escéptico
EVOLUCIÓN O DISEÑO. ¿UN DILEMA?
Rafael Alemañ Berenguer
Editorial Equipo Sirius. 352 páginas. Madrid, 2007.
Este verano he podido leer un libro que aguardaba desde
demasiado tiempo atrás en mis «montones de espera».
Se trata de Evolución o Diseño: ¿Un dilema? de Rafael
Alemán Berenguer, publicado por Equipo Sirius (Madrid)
en marzo de 2007. Una lectura que recomiendo. El autor
realiza una muy buena divulgación de la teoría de la
evolución, de manera sumamente omnicomprensiva y
desde una óptica científi ca y racionalista.
No se dejen engañar por el título que resulta más neutro de
lo que debería ser. Desde una posición racional y sincera
no creo que quepa la posibilidad de poner al mismo
nivel una teoría básica de la ciencia moderna como es
la evolución y ese camelo del «diseño inteligente», un
intento de presentar como ciencia lo que es tan solo una
vieja creencia, religiosa e irrazonada, en el creacionismo.
Y Alemañ parece pensar igual que yo en este sentido. Al
fi nal incluye un capítulo específi co sobre «razón y fe»,
aunque ése sea, en el fondo, el dilema central en torno al
que escribe el libro.
hace que el «diseño inteligente» pueda ser una alternativa
científi ca a la teoría de la evolución ya que se mueve en
otros ámbitos. Es, y a mucha honra para quienes crean
en ello, fruto de un acto de fe, pero no tiene nada que ver
con la ciencia. Y así lo explica claramente Rafael Alemañ
con brillante habilidad y ayudado de un gran acervo de
conocimientos.
El cientifi smo es malo, lo sé, pero el uso de simulacros
de ciencia para colar de matute ideas nada científi cas me
parece una completa indecencia. Y estoy convencido de
que eso es lo pretende el «diseño inteligente», en una
errónea defensa del sentido de transcendencia llevado
por su voluntad de justifi car la «necesidad» que algunos
sienten de un ente creador.
Tal vez todo sería más sencillo si fuéramos capaces de
aceptar que, en el concierto general de ese gran universo
del que formamos parte, nuestra posición, mal que nos
pese, resulta claramente irrelevante. Y nosotros hemos
de ser, también, irrelevantes, y nada trascendentes...
Coordinado por Juan pablo Fuentes
Portada original del libro (Editorial Sudamericana)
No se dejen engañar por el título que resulta
más neutro de lo que debería ser”.
La fe, como la razón, tiene sus limitaciones. Pero,
desgraciadamente, muchos no han sabido o querido
razonar sobre el alcance real de los condicionamientos
y adoctrinaciones recibidas generalmente en la más
tierna infancia, cuando se dispone de menos recursos
intelectuales para juzgar lo que se nos cuenta. Más
tarde, no resulta fácil enfrentarse a ello para descubrir
que ciertas cosas que se nos han contado de niños (desde
los Reyes Magos y sus regalos a los dogmas religiosos)
no suelen soportar el más mínimo enfrentamiento con la
razón.
Sé que la razón no lo es todo y que el ser humano tiene
también otras potencialidades y que algunas de ésas,
como el arte y la religión, suelen creer que el universo
está repleto de «misterio», un misterio que sólo puede
ser transmitido al margen de la razón. Pero eso sitúa,
simplemente, el arte y la religión en otro ámbito
marcadamente distinto del de la ciencia. Nada más. No
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Han pasado ya más de tres siglos desde que aprendimos
que la Tierra no era el centro del universo y, con el tiempo,
hemos sabido también que las ansias de importancia
y trascendencia del ser humano no tenían ninguna
justifi cación racional.
Ésa es una refl exión que la ciencia fi cción me sugirió
pronto. Por ejemplo en un relato de Clifford D. Simak,
...Y la verdad os hará libres de 1953, publicado en España
como Las respuestas.
En esa historia breve, unos extraterrestres encuentran
por casualidad el último reducto de la especie de los
Humanos que había tenido gran esplendor en la galaxia.
El planeta se describe como un paraíso casi bucólico en
el que los extraterrestres constatan que no hay ningún
progreso.
Cuando preguntan el porqué de esa pasiva actitud, el
humano interpelado les cuenta que, mucho tiempo atrás,
su especie logró por fi n construir la máquina capaz
de decir la Verdad y contestar con absoluta certeza a
cualquier pregunta. Las dos primeras respuestas fueron:
– «El Universo no tiene propósito. El Universo ha
acontecido simplemente».
– «La vida no tiene signifi cado. La vida es un
accidente»
Lógicamente no hicieron (no hacen) falta más
preguntas.
Miquel Barceló
EL MENSAJE Y EL
MENSAJERO SIDERAL
Galileo Galilei y Johannes Kepler
Traducción: Caslos Solís Santos
Editorial Alianza, Madrid, 1984.
Obra original Sidereus Nuncius (Archivo)
Hace un tiempo me encontré en un sótano lleno de trastos
viejos y abandonados una caja de cartón llena de libros
antiguos, pertenecientes a una biblioteca ya clausurada.
Como no puedo evitar creer que todos los libros deberían
ser de uso común para todos, y que la palabra escrita
debe difundirse a toda costa, tomé esa caja de cartón y
llevé los libros a otra biblioteca, esta vez pública.
Sin embargo, hubo uno de los libros que dejé en mi casa
para leerlo antes de donarlo junto a los otros. Su título
era El mensaje y el mensajero sideral, y sus autores,
dos hombres cuya fi gura admiro desde tiempo atrás:
Galileo Galilei y Johannes Kepler. Representantes de
ese renacimiento científi co, elementos indispensables,
junto a René Descartes, Giordano Bruno, Leonardo Da
Vinci y algunos otros, para comprender el surgimiento
de un ideal, un modo práctico y sereno de investigar,
desechando todo lo que no sea ver el mundo tal y como
es, desterrando viejas concepciones humanas.
Cada vez que leo algo sobre esos hombres, no puedo
evitar pensar que cada año damos premios a científi cos,
artistas y creadores y raramente recordamos o premiamos
la memoria de unos señores que hicieron posible la
revolución más importante de todas las que se han dado
desde el neolítico: la revolución intelectual que trajo
consigo ciencia, tecnología y sociedad, y que las unió
para siempre.
El Mensaje Sideral es la traducción un tanto mocosuena
de «Sidereus nuncius», lo cual el autor nos cuenta en las
primeras páginas, aludiendo a que «nuncius» podía ser
«Mensaje» como también «Mensajero», pero también
podía traducirse como «Gaceta». La Iglesia Católica,