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Capítulo primero del libro Las abducciones ¡vaya timo!
EL TRÍPODE FUNDACIONAL
Luís R. González
E
n qué se parecen un granjero del Amazonas, una
pareja multirracial norteamericana y un supuesto
miembro de las fuerzas de ocupación de Austria
tras la Segunda Guerra Mundial? Lo siento, no hay
ningún premio por adivinar que son los protagonistas de
los tres primeros ejemplos en salir a la luz de lo que ha
dado en llamarse abducciones por alienígenas, también
conocidas como encuentros del cuarto tipo...
Si alguien tuviera la curiosidad de consultar un diccionario
(ahora también accesible en la Red), descubriría que la
primera acepción en castellano de la palabra abducción
es: «Proceso lógico para llegar a la mejor explicación
para un conjunto de hechos». ¡Bingo! Justo lo que
pretendemos hacer en este viaje. Pero, ¿qué tiene que ver
eso con los incidentes de los que todos hemos oído hablar?
Verás, los ufólogos o investigadores de ovnis siempre
han tenido predilección por las palabras rimbombantes,
así que los estadounidenses empezaron por apropiarse
de un término legal anglosajón para darle a la cuestión
un mayor empaque, y luego, claro está, sus imitadores
de lengua castellana pronto desecharon la traducción
correcta: secuestro. Porque de eso se trata, de supuestas
personas secuestradas a bordo de ovnis y a las que, por
increíble que parezca, sus captores dejan en libertad...
tras someterlas a diversas pruebas y exámenes.
El más antiguo de nuestros relatos es el protagonizado
por el granjero brasileño Antonio Vilas Boas, quien en
una carta enviada en noviembre de 1957 a un periodista
famoso por publicar artículos sobre ovnis, contó su
aventura apasionante (en más de un sentido). Cierta
noche de octubre —aseguraba—, mientras trabajaba sus
tierras con un tractor, había sido capturado por un grupo
de hombrecillos con escafandra que lo condujeron al
interior de un platillo volante donde le extrajeron sangre
del mentón y lo dejaron desnudo sobre una litera tras
pasarle una esponja por todo el cuerpo. Entonces, una
atractiva mujer rubia (pero cuyas partes pudendas eran
pelirrojas), de aspecto achinado y algo más bajita que él,
entró también desnuda en la habitación y mediante señas
consiguió que Antonio se portase como un semental...
y dos veces (vale, tenía 23 años). A continuación, los
seres con escafandra volvieron a entrar, le devolvieron
la ropa y lo dejaron tranquilo un rato. Tan ignorado llegó
a sentirse Antonio que intentó llevarse como recuerdo
un extraño reloj, pero lo descubrieron. Como atenuante
añadiré que los extraterrestres se habían quedado antes
con su mechero. Quizá por esa razón no reaccionaron
con violencia. El que parecía el jefe se limitó a llevarle
a dar una vuelta por el exterior de la nave, y después le
permitieron irse sin mayores difi cultades. Durante todo
el tiempo, la comunicación fue sólo por signos, aunque
el brasileño tampoco manifestó gran curiosidad por saber
más de sus anfi triones.
Según el director del periódico canadiense que publicó
el siguiente caso el 17 de diciembre de 1957, una
persona que no quiso identifi carse pero que aseguraba
haber sido un soldado norteamericano destinado en
Salzburgo, Austria, en 1951, se presentó en la redacción
y les contó que una noche en que volvía a pie hasta el
cuartel se le acercó una fi gura con casco que lo paralizó
apuntándole con un tubito. Tras ponerle algo en el pecho,
lo transportó fl otando hasta su nave (transparente), a la
que entraron por una escotilla superior. Despegaron y,
después, ya en el espacio, el recinto se iluminó y pudo
ver a su captor. Era un poco más bajo que él, y tenía
una gran frente cilíndrica, ojos grandes y facetados
como los de un insecto, dos agujeros por nariz, otros dos
Luis R. González. (Archivo)
Especial
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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por orejas, una raya por boca y piel de color blanco. El
torso era redondeado como una lata. No tenía cuello, sus
extremidades eran proporcionadas pero cortas, con manos
de sólo tres dedos. Viajaron hasta Marte. Al aterrizar, vio
cientos de platillos de todos los colores, entre ellos dos
con otros seres humanos (hombres, mujeres y niños), que
no respondieron a sus intentos de atraer su atención. Tras
una breve ausencia, el ser volvió a la nave, regresaron
al mismo lugar donde lo capturó y se marchó de nuevo.
Todo el viaje duró apenas una hora, y el secuestrador
nunca trató de comunicarse con su secuestrado.
Por último tenemos la historia más conocida, la del
matrimonio formado por Barney y Betty Hill. Su relato
llegó a todos los rincones del planeta a partir de 1966,
aunque afi rmaron que había ocurrido el 19 de septiembre
de 1961. En España se publicó por entregas en una
popular revista de la época (Gaceta Ilustrada) y pocos
meses más tarde en un libro (El viaje interrumpido, de
John G. Fuller), fácil de encontrar ahora en las librerías
de viejo o sus análogas en Internet como www.uniliber.
com
. Volviendo una noche de una especie de luna de
miel en Canadá, que hubieron de acortar por falta de
fondos, al detenerse a mirar mejor una luz que seguía
a su automóvil, Betty (una mujer blanca) y Barney Hill
(un hombre negro) vieron con sus prismáticos un objeto
lenticular provisto de una doble hilera de ventanillas y
media docena de fi guras que se movían en su interior ante
algo parecido a unos tableros de mando. Sintieron miedo
y continuaron su viaje. Un extraño silbido intermitente
pareció rodear el coche y experimentaron una sensación
de hormigueo. Lo siguiente que recordaban era un letrero
a la entrada de una población cercana. Unas pesadillas
sufridas por Betty los días siguientes (y que ella anotó
cuidadosamente) les hicieron sospechar, y la hipnosis
provocada por un especialista varios años más tarde les
permitió recordar su estancia durante dos horas a bordo
de una nave extraterrestre. Aunque en la descripción
inicial los seres iban de uniforme (complementado
con bufanda y gorra de plato) y parecían bastante
humanos (Barney llegó incluso a comentar que uno de
ellos era pelirrojo como un irlandés), bajo hipnosis los
secuestradores adoptaron un aspecto más siniestro, con
unos ojos envolventes y fascinadores, mientras el resto
de rasgos faciales (boca, nariz y orejas) se reducían hasta
casi desaparecer. Barney fue mucho más parco en sus
declaraciones bajo hipnosis, pero Betty dio toda clase de
detalles sobre las pruebas a las que supuestamente fue
sometida (incluida la inserción de una larga aguja por el
ombligo), sus conversaciones con el capitán de la nave
(en perfecto inglés) y cómo le enseñaron un mapa estelar
que no pudo identifi car antes de dejarlos en libertad con
instrucciones de «no recordar nada». Hasta su muerte,
ocurrida hace tres años, Betty Hill defendió la realidad de
lo ocurrido, aunque manifestaba un curioso escepticismo
hacia buena parte de los casos semejantes que afl oraron
con posterioridad.
Aunque son realmente historias muy diferentes, entre
las tres reúnen todos los elementos que han llegado
a caracterizar este tipo de incidentes: naves y seres
extraterrestres, captura y examen, paseo por la nave
y viaje a otro planeta, sexo y amnesia temporal (esto
último no tan raro en otros contextos, como tras una
borrachera, ¿verdad?). Sin embargo, nadie puede negar
que tales sucesos resultan difíciles de aceptar como
verdades objetivas. ¿Cómo y por qué fueron creídos en
un principio?
El contexto
Desde luego, el secuestro de personas por parte de seres
sobrenaturales
no era un fenómeno nuevo. Ya en la
más remota antigüedad, los dioses griegos (y de otras
religiones) acostumbraban a raptar a bellas damiselas
humanas para satisfacer sus bajos instintos. En la Edad
Media, las hadas y demás seres del bosque no dudaban
en capturar a quienes se atrevían a aventurarse en sus
dominios, mientras los demoníacos íncubos y súcubos
interrumpían con sus proposiciones eróticas los sueños
de la gente. No obstante, se suponía que esta vez no
eran mitos o leyendas sino incidentes reales ocurridos a
personas de carne y hueso.
Y es que el fenómeno de las abducciones alienígenas
nació estrechamente ligado a ese otro gran misterio que
surcaba los cielos terrestres desde que, en junio de 1947,
Kenneth Arnold asegurase haber visto una formación de
«platillos volantes»... con forma de bumerán (pero ésa
es otra historia). Entre los que se dedicaron a investigar
este supuesto suceso fl oreció casi desde el principio la
idea de que se trataba de naves extraterrestres tripuladas.
Diversos autores (como Keyhoe y el matrimonio
Lorenzen en EE UU, el Dr. Olavo Fontes en Brasil,
etc.) propusieron que nos hallábamos ante un programa
sistemático de exploración de nuestro planeta.
Tras los vuelos de reconocimiento a gran altura llegaron
el seguimiento de vehículos, aeronaves y otras formas de
transporte, el aterrizaje para tomar muestras minerales,
vegetales y animales, y así sucesivamente. No es de
extrañar, por tanto, que ya en 1954 Harold T. Wilkins
sugiriese que
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«cualquiera puede preguntarse cuántas de las
desapariciones misteriosas de hombres y mujeres
ocurridas entre 1948 y 1952 podrían explicarse
con el titular CAPTURADO A BORDO DE
UN PLATILLO VOLANTE CON EL QUE SE
TROPEZÓEN UN LUGAR SOLITARIO».
(Las mayúsculas son del propio Wilkins). Otros autores,
como Morris K. Jessup, propugnaron ideas similares
en torno a las supuestas desapariciones misteriosas. Sin
embargo, el precursor de todos ellos fue Charles Fort,
quien en la década de 1930 había especulado ya con
la posibilidad de que algunas desapariciones de barcos
pudieran ser debidas a capturas por parte de seres del
espacio.
fi nales del siglo XIX, a partir de las historias de terror
gótico publicadas por H. P. Lovecraft. Martin Kottmeyer
ha defendido que esta ufología es una manifestación (como
empresa colectiva) del estilo de pensamiento paranoide,
y documenta con abundantes ejemplos la progresión de la
enfermedad a través de sus distintas fases, desde las ideas
primitivas de la década de 1950 sobre cómo estábamos
siendo observados por civilizaciones superiores y los
temores a una invasión extraterrestre, hasta los delirios
de grandeza posteriores. Así empezaron a proliferar
los llamados casos de «teleportaciones», en los que los
testigos aparecían supuestamente a grandes distancias
(y en ocasiones, hasta en países lejanos) sin recordar
cómo habían llegado hasta allí. Los ufólogos empezaron
también a encontrar casos de «lagunas temporales» en
incidentes donde los testigos tenían un período de tiempo
sin justifi car, o recuerdos fragmentarios de haber estado a
bordo de un platillo volante. Parecía que los alienígenas
habían llegado a conocer tan perfectamente la fi siología
humana que eran capaces de lograr algo que ni siquiera
ahora hemos conseguido: provocar amnesia a voluntad.
Para contrarrestar tal medida, algunos investigadores
decidieron utilizar una herramienta que quedó unida
indisolublemente al fenómeno de las abducciones: la
hipnosis.
Detractores y escépticos
Mientras la aceptación del origen extraterrestre de estos
fenómenos crecía de forma imparable entre el público en
general, entre los científi cos profesionales predominaban
la indiferencia y las descalifi caciones generales. Eran
pocos los que se molestaban en profundizar en su análisis
antes de opinar, y quienes lo hicieron fueron tachados
pronto de detractores por los defensores del misterio.
Sin embargo, desde las propias fi las de los ufólogos
surgieron algunos traidores que preferían ser conocidos
como escépticos, y cuyas críticas más fundamentadas
resultaban mucho más difíciles de rechazar. Así,
respecto a este trípode fundacional de casos sobre el
que se ha levantado todo el gran castillo en el aire de
las abducciones, han llamado la atención sobre algunos
puntos débiles:
• El caso austríaco jamás fue investigado y hay
fundadas sospechas, por su carácter anónimo,
de que podría tratarse de una broma, incluso
del propio periódico, pues en lugar de intentar
profundizar en los hechos se limitaron a publicar a
la semana siguiente una encuesta entre sus lectores
sobre la veracidad de la historia. El papel de los
Algunos investigadores decidieron utilizar
una herramienta que quedó unida indisolu-
blemente al fenómeno de las abducciones:
la hipnosis”.
Siguiendo esta lógica, enfrentados a unos seres capaces
de comunicarse con los seres humanos, sería absurdo
que los alienígenas liberasen a sus secuestrados pues al
hacerlo podrían poner en peligro sus objetivos secretos.
Pero desde el punto de vista dramático, las simples
desapariciones —incluso si se lograra relacionarlas
indiscutiblemente con los ovnis— no satisfacían la
curiosidad del público. Para superar este punto muerto
surgieron dos alternativas.
Por un lado, inspirados sin duda por la famosa película
de 1951 Ultimátum a la Tierra (pero hundiendo sus
raíces en las teorías teosófi cas de Madame Blavatsky
sobre guías espirituales extraterrestres a fi nales
del siglo XIX), empezaron a aparecer historias de
«contactados», seres humanos que, al parecer, habían
subido voluntariamente a bordo de platillos volantes para
recibir consejos y advertencias de seres pertenecientes a
razas superiores, generalmente altos y rubios, prototipos
de belleza anglosajona. Sin embargo, estos relatos
eran tan anodinos y espiritualistas que los ufólogos
«profesionales», en su lucha por adquirir respetabilidad
a los ojos de las instituciones públicas (gobiernos,
ejércitos, comunidad científi ca, etc.), los rechazaban
de plano, aunque, examinados desde una perspectiva
moderna, las semejanzas y paralelismos con las entradas
supuestamente forzadas en los ovnis son evidentes.
La segunda corriente está limitada más estrictamente
al fenómeno ovni, interpretado siempre en sentido
extraterrestre, aunque también podría remontarse hasta
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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medios de comunicación social en la propagación
de este tipo de historias es otra constante del
fenómeno y, lamentablemente, son contadas las
ocasiones en que se molestan en ir más allá de las
declaraciones del testigo o investigador de turno.
Los desmentidos, si aparecen, jamás alcanzan el
mismo despliegue que la historia inicial.
• La investigación del caso brasileño se limitó a pagar
el viaje al testigo para hacerle una larga entrevista
en Río de Janeiro, a la que acudió —aunque
aseguraba que su presencia en la granja familiar
resultaba imprescindible— y no convenció al
periodista João Martins, quien se negó a publicar
la historia bajo su fi rma hasta casi diez años
después. Cuando en 1962 un par de investigadores
hicieron el viaje de 1.500 km. en dirección
contraria, Antonio se mostró muy remiso a hablar
del asunto, que no había comentado a nadie de su
familia. Llegó a convertirse en abogado, se casó y
falleció en 1992. En cuanto no pudo desmentirlos,
comenzaron a circular rumores sobre una supuesta
invitación del gobierno norteamericano para viajar
a EE UU y examinar allí los restos de un platillo, o
cómo su amante extraterrestre era mucho más fea
de lo que había dicho.
• El caso Hill ha sido muy debatido en los últimos
40 años. Fíjate que toda la historia de esa supuesta
abducción fue relatada bajo hipnosis, y nunca
podremos saber si los Hill estaban recordando
algo que sucedió realmente o sólo fabulando a
partir de las pesadillas de Betty. Este incidente
alcanzó una notoriedad excesiva (incluso llegó
a hacerse una película que ha tenido un papel
nada trivial en todo este asunto, como veremos
más adelante) debido al supuesto mapa estelar ya
mencionado. Una maestra, Marjorie Fish, afrontó
la meticulosa tarea de construir en el salón de su
casa un modelo tridimensional de las estrellas más
cercanas a nuestro Sol (esto fue mucho antes de los
modernos ordenadores personales; ¿te animas a
hacerlo ahora?) hasta descubrir una confi guración
que encajaba bastante con 15 de las 26 estrellas
dibujadas por Betty bajo hipnosis. Su conclusión
era que los seres procedían de Zeta 2 Reticuli,
un sistema binario situado a 39 años-luz de
nosotros. Pero existen decenas de combinaciones
igualmente posibles, incluso si admitimos como
válido que Betty pudiera recordar con la precisión
necesaria algo que sólo vio de pasada varios
años antes. También parece demostrado que la
descripción de los seres aportada por Barney bajo
hipnosis estuvo infl uida por el alienígena muy
similar que aparecía en un episodio de la serie
de televisión Rumbo a lo desconocido, emitido
apenas una semana antes de que tuviese lugar la
«regresión». Tampoco ha ayudado demasiado el
hecho de que Betty Hill (Barney falleció en 1969)
haya dado cuenta de toda una serie de fenómenos
paranormales y avistamientos de ovnis a lo largo
de los años, antes y después de la abducción (que
no volvió a repetirse). Este elemento es también
recurrente en casos posteriores. Por último, no
quiero dejar de mencionar otro aspecto. Los
ufólogos se han caracterizado desde siempre por
intentar emplear las más modernas tecnologías que
su ajustado presupuesto les permitía, en un intento
por aumentar la credibilidad de sus esfuerzos,
olvidando el conocido acrónimo informático RIRO
(Rubbish In, Rubbish Out: «basura adentro, basura
afuera»): la tecnología es sólo un instrumento, si
metes basura sólo puede salir basura.
De este modo, imbuidos en la reciente moda forense a
lo CSI, algunos han llegado a analizar varias manchas
del vestido que Betty llevaba en aquella ocasión y que
conservó todos esos años arrumbado en el fondo del
armario como una Lewinski cualquiera, sin ponérselo
más ni lavarlo. ¿Los resultados? Te dejaré con la incógnita
durante un rato.
Una vez alertados, los ufólogos se mantuvieron ojo avizor
y fueron apareciendo inevitablemente nuevas historias.
Antes de pasar al siguiente capítulo, un consejo: cuidado
con los movimientos bruscos, pues podrían dañarse unos
abductores que todos llevamos con nosotros. Reciben
ese nombre los músculos de brazos y piernas que per-
miten los movimientos «por los que un miembro se aleja
del plano medio que divide imaginariamente el cuerpo
en dos partes simétricas».
Fotografía del matrimonio Hill. (Archivo)