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mediante cartas impresas con
letras y números, desarrollaba su
acto respondiendo preguntas sobre
geografía, botánica e historia natu-
ral (Christopher, 1962; Jay, 1984;
Jay, 1994) .
A través del tiempo se imponían
nuevas estrellas con capacidades
similares. Pero los que sin duda
han marcado una etapa en los ana-
les de la ciencia y superando el
límite de lo esperado, fueron el
famoso semental Clever Hans y
sus sucesores, los caballos de
Elberfeld.
DER KLUGE HANS
(EL INTELIGENTE JUAN)
En 1892 un viejo oficial alemán
jubilado, Wilhelm von Osten,
adquirió un caballo ruso llamado
Hans a quien adiestró de una
manera muy particular. Al cabo de
dos años llevó el adiestramiento
del animal a tal grado de perfec-
cionamiento que no tardó en publi-
citarse y pronto pasó a ser el cen-
tro de atracción de muchos curio-
sos e investigadores de la época
2
.
Der kluge Hans (el inteligente
Juan) o Clever Hans, según un
código preestablecido, golpeaba el
suelo con su pezuña dando la can-
tidad de golpes que correspondían
a la correcta respuesta de la pre-
gunta formulada verbalmente. De
este modo resolvía cálculos arit-
méticos, convertía fracciones ordi-
narias en decimales y viceversa.
Por este mismo procedimiento
transformaba números en letras
(un golpe = A, dos golpes = B,
etc.), permitiéndole —incluso—
formar palabras en respuesta sobre
alguna consulta de algún problema
simple de la vida diaria.
También asombraba con sus cono-
cimientos musicales. Por ejemplo,
si en el piano se ejecutaba una sép-
tima: RE FA LA DO, movía la
cabeza para indicar que C (DO)
debía eliminarse para conseguir
una cadencia o acorde menor per-
fecto (Müller, 1915; Pfungst,
1907).
El hecho de que von Osten no
intentara lucrarse con las faculta-
des de su caballo y permitiera su
A
comienzos del siglo XX,
la atención popular y cien-
tífica fue capturada por las
increíbles hazañas de ciertos ani-
males que, desafiando la inteligen-
cia humana, no solamente pusie-
ron en tela de juicio sus supuestas
“capacidades intelectuales” sino
que plantearon enigmas que
muchos intentaron explicar como
fenómenos extrasensoriales.
Si bien este tipo de proezas no
eran nuevas, nunca habían desper-
tado el interés científico. Ya en el
siglo XVII, las maravillas del
caballo “parlante” (golpeaba con-
tra el suelo el casco de una de sus
patas respondiendo preguntas)
Morocco y su dueño el mago britá-
nico Banks asombraban al públi-
co. El impacto fue de tal magnitud
que la ignorancia de la época lo
acusó y condenó por un supuesto
pacto con el diablo. Un siglo des-
pués, Nicholson, James Hazard,
Nicholas Hoare y William F.
Pinchbeck exhibían sus “sabios”
cerdos ante gustosos espectadores
que no dudaban en pagar sus
entradas para ver tales suertes por-
cinas. Precisamente este último
fue el autor del primer libro cono-
cido de ilusionismo que se publicó
en EE.UU. bajo el título The
Expositor: or Many Mysteries
Unravelled
(Boston, 1805).
No menos espectaculares fueron
los gansos presentados en Londres
en 1789 con sus usuales números
de localización de cartas y colores
elegidos, incluso con los ojos ven-
dados. Pronto surgieron prodigio-
sos perros que superaron a sus
competidores. Entre ellos destaca-
ron Don Carlos, un sorprendente
perro de raza spaniel que era anun-
ciado como “el perro de doble
vista”; por su parte Munito
1
, bajo
las órdenes del Signor Castellini y
PSI ANIMAL
ANIMALES
PRODIGIOSOS
En ningún caso debemos interpretar un caso de conducta animal como conse-
cuencia de las más elevadas facultades mentales, siempre que podamos explicár-
nosla por las más simples”. C. Lloyd Morgan (1894)
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el escéptico
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hicieran célebres bajo el nombre
de la ciudad en que habitaban,
Elberfeld.
LOS CABALLOS DE
ELBERFELD
Si bien en el esclarecimiento de las
habilidades de Clever Hans las
objeciones al loable trabajo de
Pfungst fueron prácticamente
nulas, en el caso de los caballos de
Elberfeld la polémica no quedó
resuelta. Mientras que unos cientí-
ficos consideraron que la explica-
ción para el caso Hans era también
válida para los caballos de
Elberfeld, otros apuntaron su
imposibilidad interpretando los
sucesos de manera diferente e
incluso algunos postulando la
hipótesis telepática como génesis
del enigma4. Antes de analizar
esta diversidad de opiniones vea-
mos como surge el prodigio de
Elberfeld.
En 1906, el rico industrial Karl
Krall, quien ya era propietario de
Clever Hans, decidió retomar los
pasos de von Osten y sumó cuatro
nuevos ejemplares: Muhamed,
Zarif
, el poney Hanschen y Barto,
un viejo caballo ciego.
En pocos meses Krall consiguió
resultados sorprendentes y estos
últimos cuatro caballos no sólo
duplicaron las virtudes de su ante-
cesor sino que, además y en franca
superación, lograron extraer en
tiempo récord raíces cuadradas,
cúbicas y cuartas de números de
hasta seis y siete cifras (Krall,
1912).
Los argumentos en favor de una
capacidad de cálculo o percep-
ción telepática por parte de los
caballos estaban basados funda-
mentalmente en los siguientes
puntos:
1. Imposibilidad de fraude por la
demostrada honestidad de Krall.
2. Inadmisibilidad de la hipótesis
de las señales inconscientes dadas
por los observadores consideran-
do que Barto era ciego.
3. Aciertos en ausencia del señor
Krall y los palafreneros.
4. Experiencias en las que se ais-
laba al caballo y se le observaba a
través de una mirilla.
5. Complejidad de los cálculos a
resolver.
6. Rapidez en la resolución de las
operaciones.
Veamos la labilidad de estos argu-
mentos cuando realizamos un aná-
ANIMALES PRODIGIOSOS
El gran ilusionista Harry
Houdini [1874-1926], quien
prácticamente no ha dejado
rama del ilusionismo sin abor-
dar, durante una de sus giras
por Alemania tuvo la ocasión
de presenciar las actuaciones
del caballo Clever Hans. Sus
conclusiones no diferían de los
hallazgos de Pfungst.
Es más, el propio Houdini
entrenó a su perro Bobby para
demostraciones de “adivina-
ción”, logrando que cogiera el
naipe elegido por un especta-
dor. El 31 de mayo de 1918,
llevó a cabo una presentación
con su fox terrier en la Society
of American Magicians
, dejan-
do perplejo a más de uno de los
profesionales de la magia que
habían asistido.
La actuación estaba tan bien
lograda que le permitía afirmar:
“Yo era capaz de darle a Bobby
su indicio silencioso en cual-
quier habitación o incluso en
una oficina periodística, y los
espectadores podían observar-
me de cerca en todo momento
puesto que nunca hacía un
movimiento que pudieran ver o
un sonido que pudieran escu-
char”. (Houdini, 1924, p. 260)
HOUDINI Y SUS INDAGACIONES SOBRE ANIMALES INTELIGENTES
Harry Houdini
Portada y primera página del libro de W. F.
Pinchbeck (1805) que, entre otras cosas,
revelaba el sistema de entrenamiento de su
cerdo sabio. (Christopher Collection)
libre examen por cualquier perso-
na interesada y/o la formulación
de preguntas por desconocidos,
hacía parecer poco viable la posi-
bilidad de un fraude.
En 1904, una prime-
ra comisión de estu-
dio compuesta por
eminentes profesio-
nales (zoólogos, psi-
cólogos, veterina-
rios, hipologistas,
etc.) examinó a
Clever Hans y con-
cluyó que el caso no
era una superchería
y que merecía seria
atención. Aún así,
pronto el misterio
quedó resuelto.
Pocas semanas des-
pués, una nueva comisión científi-
ca presidida por Karl Stumpf
[1848–1936] (director del Instituto
de Psicología de la Universidad de
Berlín) y con pruebas concluyen-
tes presentadas por el profesor
Oskar Pfungst [1874–1932], deter-
minó que el éxito de Hans era pro-
ducto de su notable habilidad para
guiarse por los mínimos indicios
sensoriales (visuales y auditivos)
que le proporcionaban involunta-
riamente su dueño y/o los propios
asistentes. Un leve movimiento o
inclinación hacia adelante de la
cabeza, un levantamiento de cejas
o incluso la dilación de las fosas
nasales de los consultantes, eran
signos suficientes para que el ani-
mal dejara de golpear. También
fue determinante el fracaso del
animal cuando ninguno de los pre-
sentes conocía la respuesta o no
estaban al alcance de su vista.
El trabajo de Pfungst fue doble-
mente meritorio puesto que, no
sólo descubrió e identificó el tipo
de indicios sensoriales que guia-
ban al animal, sino que también
reprodujo en su laboratorio la
misma experiencia cumpliendo él
mismo el rol de Clever Hans. Para
ello, convo-
có a varios
participantes
que debían
hacerle pre-
guntas mien-
tras estaban
conectados a
un aparato
que medía la
respiración y
los movi-
mientos de
su cabeza. El
experimen-
tador les
respondía
m e d i a n t e
golpes con
su mano. Más del 90% de los suje-
tos le proporcionó el mismo tipo
de indicios sensoriales involunta-
rios que había observado durante
las experiencias con Hans y que
determinaban el momento en que
debía dejar de golpear.
En función de sus observaciones,
pudo establecer una especie de
tipología o características que
debería reunir un comunicador
involuntario que quisiera tener
éxito (Rosenthal, 1976):
a) Por lo general, que el consultan-
te tuviera habilidad y “tacto” en el
trato con animales.
b) Que tuviera un aire de autoridad
sosegada.
c) Que se concentrara en la res-
puesta correcta y que se quedara
expectante y deseoso de ésta.
d) Que tuviera facilidad de res-
puesta motora o que tuviera ten-
dencia a la gesticulación.
e) Que estuviera en un relativo
buen estado de salud.
Según Pfungst, el caballo había
logrado un autoaprendizaje de esta
“lectura” de signos sin que el pro-
pio von Osten se lo hubiera pro-
puesto conscientemente. Así se
expresaba Stumpf al respecto: “El
caballo debía haber aprendido, en
el curso de las largas series de lec-
ciones de aritmética, a observar
mientras golpeaba con la pezuña
los pequeños cambios en la acti-
tud, con los que el maestro incons-
cientemente acompañaba los
resultados de su proceso mental, y
a tomarlos como signo para parar-
se, aumentando su exactitud con la
práctica. El caballo era inducido a
hacerlo lo mejor posible en la
forma requerida, dándosele regu-
larmente una golosina, consistente
en un trozo de pan o zanahorias.
Este inesperado tipo de autoapren-
dizaje, y la precisión así adquirida
para percibir ligerísimos movi-
mientos, son en sí mismos
suficientemente sorprendentes.”
(Pfungst, 1907)
3
Fue el final de una historia y de la
extravagante obsesión de von
Osten por demostrar al mundo su
creencia en la capacidad de cálcu-
lo de su mascota. Su mayor decep-
ción fue cuando la opinión pública
le dio la espalda y “el pobre von
Osten protestó en vano: nadie lo
escuchó; el veredicto fue dado. Él
nunca se recuperó de este golpe
oficial; se convirtió en el hazme-
rreír de todos aquéllos a quiénes él
había asombrado en un principio;
y se murió, solo y amargado, el 29
de junio de 1909, a los 71 años de
edad”. (Maeterlinck, 1914)
Cuando el asunto de los animales
calculadores parecía concluido y
el interés científico por estas haza-
ñas se desvanecía, se reabrió la
cuestión con la aparición de cuatro
notabilísimos caballos que se
El más famoso de los primeros caballos par-
lantes fue Morocco. La ignorancia del siglo
XVII hizo creer a muchos que el animal y su
dueño tenían un pacto con el diablo.
(Christopher Collection)
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el escéptico
47
el escéptico
46
llos no respondían cuando
el número propuesto no
tenía raíz exacta.
A propósito de esto nos
relata González Quevedo
(1964): “El filósofo R.
Quintón, como consecuen-
cia de una acalorada discu-
sión a propósito de los
caballos de Elberfeld, des-
cubrió este método simpli-
ficado al que aludimos. Y,
en 1912, él mismo extraía
de memoria, en dos segun-
dos, las raíces de números
de muchísimas cifras delan-
te de los miembros de la
Facultad de Filosofía de París. Los
sabios filósofos creían que se tra-
taba de un calculador prodigioso,
pero el mismo Quintón explicó
que se trataba simplemente de un
método muy reducido que él solo
había llegado a descubrir en base a
lo que sabía de los caballos”.
Además, ¿quién podría asegurar
que Krall o alguno de los guardia-
nes no fuera un calculador prodi-
gio?
5
Sabemos positivamente que
muchos de los calculadores prodi-
gio que han pasado a la historia,
resolvían problemas muy comple-
jos mediante técnicas de su propia
invención y que (a pesar de ser
iletrados
6
) incluso algunos habían
adquirido el método de cálculo sin
proponérselo (Smith, 1983).
Pero la historia recién comienza
puesto que, mientras que en el
plano científico todo quedó archi-
vado y con denominación propia
como el efecto Clever Hans, en el
terreno pseudocientífico la especu-
lación paranormal refloreció como
lección nunca aprendida.
Lo que siempre debería haber per-
manecido en un plano estrictamen-
te teatral o circense (o cuando
mucho ser considerado un caso
ejemplar en la investigación del
comportamiento animal), siguió
cautivando a algunos investigado-
res deseosos de querer extender
sus creencias paranormales en los
humanos a los animales.
NOTAS
1.- No confundir con el también
célebre perro Monetto que, bajo la
dirección de Nicholas Hoare, fue
una imitación posterior de Munito
(Jay, 1994).
2.- Durante este período también
se destacó Rosa la yegua de
Berlín, cuyas proezas deleitaban al
público del espectáculo de varie-
dades (Pfungst, 1907).
3.- Antiguos y diversos métodos
de adiestramiento de caballos para
espectáculos públicos están repro-
ducidos con detalle en el excelente
artículo de Thomas Sebeok (1986)
y en el libro de Marcel Sire (1954).
Ya el propio William F. Pinchbeck
había revelado el sistema de entre-
namiento de su puerco sabio en
The Expositor: or Many Mysteries
Unravelled
(Boston, 1805). Para
algo más actualizado —con un
enfoque psicológico del
entrenamiento y aprendiza-
je— puede consultarse una
muy buena
síntesis en:
http://www.equiworld.net/
uk/training/horse/
pschology.htm
4.- Aunque parezca menti-
ra, todavía se pueden leer
opiniones a favor de esta
hipótesis con las siguientes
palabras: “No queda más que
una explicación: la telepa-
tía.[...] El cerebro del caballo
extraía las respuestas del
cerebro de los asistentes (presentes
o ausentes), como si manipulase
las teclas de un ordenador.”
(Chauvin, 1991)
5.- Existen métodos especiales
para realizar cálculos complejos
(extracción de raíces cuadradas,
cúbicas, cuartas y quintas de
números de varias cifras) y en
tiempo récord que frecuentemente
utilizan los ilusionistas en sus pre-
sentaciones de Mnemotecnia
Teatral y Mentalismo
(Oliveira,
1940; Aliu, 1952; Gardner, 1956).
6.- El joven pastor italiano, Vito
Mangiamele, de solo 10 años de
edad y sin la más mínima educa-
ción, demostró en 1837 —ante los
integrantes de la Academia de
Ciencia de París— que podía
extraer la raíz cúbica de un núme-
ro de siete dígitos en escasos trein-
ta segundos (Maeterlinck, 1914).
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Chauvin, R. (1991) La fonction
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París. Versión en castellano En
ANIMALES PRODIGIOSOS
Oskar Pfungst determinó que el éxito de Clever Hans era
producto de su notable habilidad para percibir los indicios
sensoriales más mínimos (visuales y auditivos) que le pro-
porcionaban involuntariamente su dueño y/o los propios
asistentes.
(http://www.cwu.edu/~warren/Unit2/Cleverhans.html)
lisis más profundo del caso.
La posibilidad del fraude nunca
fue excluida en su totalidad; si
bien Krall siempre mostró buena
disposición para el libre examen
de los caballos (lo cual tampoco es
garantía), las muchas veces activa
participación
de los palafre-
neros es un
factor a no des-
cuidar. Según
algunas acusa-
ciones, en cier-
tas oportunida-
des, el cuida-
dor se apartaba
de los investi-
gadores pero
sin permanecer
e n t e r a m e n t e
oculto a la
visión de los
animales (!!!).
Veamos el
comentario del profesor David
Katz sobre una carta abierta recibi-
da por G. E. Müller, de Edelberg,
quien bajo el seudónimo de
Faustinus se presentó y describió
luego sus experiencias con los
caballos (Müller, 1915):
“Faustinus, en su carta, relataba
las experiencias con los tres caba-
llos, que se llamaban Muhamed,
Hanschen y Barto, este último
ciego. Respecto al primero dice:
«Muhamed no entiende absoluta-
mente nada de lo que se le propo-
ne, pero responde a un lenguaje de
signos que le hace Albert, uno de
sus guardianes.» Muhamed dio
contestaciones correctas mientras
Albert se hallaba presente, pero
fallaba cuando Faustinus le pre-
guntaba encontrándose solo. En
ocasiones en que él pensaba
encontrarse solo con Muhamed,
Albert se hallaba fuera de la cua-
dra y fácilmente podía manejarse
para emplear su método de apren-
dizaje y comunicarse con el caba-
llo. Sobre esto escribe Faustinus:
«Estudié tan cuidadosamente el
sistema de Albert, que yo mismo
pude emplearlo y obtener las res-
puestas que yo deseaba, correctas
o equivocadas. El sistema de
Albert consis-
tía en hacer
una señal
imperceptible
con la cabeza,
que indicaba a
M u h a m e d
cuándo tenía
que parar los
golpes.»
El sistema de
signos que cita
Faustinus no
se empleó con
Hanschen
ni
con Barto, y,
aunque tenía la creencia de que
estos dos caballos también estaban
dirigidos por Albert en sus contes-
taciones, no pudo descubrir el
modo que tenía de comunicarse
con ellos. Lo extraño era que al
someter a las pruebas a Hanschen
no era incluso necesario que
Albert se hallase en
la cuadra; podía
comunicarse con él
fácilmente desde
afuera. El caballo
fracasaba en cuanto
no podía seguir a
Albert con la mira-
da; no siendo así,
dio brillantes resul-
tados. Barto, el
caballo ciego, los
dio excelentes
cuando Albert pro-
puso que las pre-
guntas fueran escri-
tas sobre la piel del
caballo o pronun-
ciadas en voz alta.
Una vez que Albert
tuvo que salir durante la prueba, el
caballo fracasó en las preguntas
más sencillas que le hizo
Faustinus.” (Katz, 1937)
Los errores frecuentes que cometí-
an los caballos también proporcio-
naron una interesante pista que dio
origen a un estudio por parte del
psicólogo suizo Claparède [1873-
1940] del porcentaje de respuestas
correctas y erróneas. Según su
informe, obtuvo un 11% de res-
puestas exactas para las preguntas
fáciles y un 13% para las difíciles;
en otra serie, un 7,5% para las
fáciles y un 13% para las difíciles
(Claparède, 1912).
Estas reveladoras cifras refuerzan
la hipótesis de las señales incons-
cientes. Si los animales calculaban
realmente, era lógico esperar que
sus aciertos fueran mayores en
cálculos simples y no precisamen-
te en los más complicados; pero si
consideramos que la solución de
un problema complejo implica una
mayor tensión y descontrol de las
emociones del observador (hecho
ya señalado por Pfungst y que
desde ya facilita el mejor desem-
peño del animal
para captar cual-
quier mínimo
indicio), ello nos
da una explicación
de tan ilógica acti-
tud. Esto también
se interrelaciona
con los puntos 5 y
6. La posibilidad
de que algún
palafrenero o el
propio señor
Krall conocieran
algún método de
cálculo rápido
tampoco está
excluida, incluso
los informes indi-
can que los caba-
Los puercos sabios de Hazard y Hoare emula-
ron con nobleza las proezas de las mascotas
precursoras de Nicholson y Pinchbeck.
(Cortesía del autor)
Cartel de la época, anunciado los
prodigios del perro llamado Munito en
Londres. (Christopher Collection)
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el escéptico
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L. Enrique Márquez
ANIMALES PRODIGIOSOS
No sólo hubo animales maravillosos en otras épocas. Los libros, entre otros
muchos, de S. Fitzpatrick en el que habla sobre las propiedades paranorma-
les de los animales de compañía, y de R. Webster, en el que trata de des-
arrollar nuestra capacidad de comunicación por vía psíquica con nuestras
mascotas, demuestra que el tema sigue estando vivo. (Editor)