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cartas al director
78 (2004) el escéptico
Comentarios sobre
embriones y células
madre
Respuesta a Stengler
OSWALDO PALENZUELA
EDITORIAL CRÍTICA, S.L., CÓRDOBA, 2003
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n relación con el artículo de E. Stengler:
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sobre embriones y células madre (E
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9/2002 y en esta misma revista), y ante la decepción que
muestra el autor frente a los argumentos de científicos y escépti-
cos en el debate de la clonación terapéutica y el uso de células
m adre procedentes de embriones para investigación, es mi deseo,
como autor de uno de los trabajos criticados, el responder a algu-
nos de los puntos trat
ados por Stengler, en la presuntuosa espe-
ranza de iluminar y justificar algunas de las dudas que tanta desa-
zón le causan.
Aunque el artículo de Stengler es extenso, creo que sus fuen-
tes de decepción pueden resumirse sin pérdida significat
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va en
las siguientes ideas.
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El autor no admite como argumento, a favor o en contra de
las experimentaciones con células embrionarias, el que estas
investigaciones estén enfocadas a proporcionar salud y bienestar
a la humanidad, y podrían generar poderosas herramientas tera-
péuticas. Para Stengler, utilizando sus propias palabras: “…ante el
debate de si se pueden o no utilizar dichos embriones, ¿tiene
algo que aportar que el fin de esta práctica sea bueno, incluso
buenísimo? Quien así piense está aceptando implícitamente que
el fin justifica los medios...” La recurrente enumeración de los
beneficios derivados del uso de las células madre embrionarias
por parte de científicos y escépticos, en opinión de Stengler, es
un recurso emocional y no racional de quienes defendemos el
uso de estos materiales. No quisiera caer en una caricaturización
de este argumento, pero, ¿de verdad piensa Stengler que es racio-
nal y éticamente igual el ejercicio de determinadas prácticas
(sobre las que existen alegaciones morales) para salvar vidas que
para pasar el rato? Si así fuese, ignora profundamente los aspec-
tos más básicos de la disciplina de la bioética. Parece casi absur-
do tener que recordar que ni la ética ni el código penal amparan
el cortar a un señor la pierna, pero que ¡esto es aceptable y exi-
gible si se presenta una infección gangrenosa que pone en peli-
gro la vida de un paciente! Multitud de ejemplos
similares me vienen a la cabeza, pero basta con
éste para comprender que precisamente la razón
y la ética tratan de eso: de definir qué medios son
legítimos según para qué fines. Pone el Sr.
Stengler en boca de quienes justificamos la inves-
tigación con células madre embrionarias y la clo-
nación terapéutica, por —entre otros motivos— el
beneficio esperado de esta investigación, un ter-
giversado “el fin justifica los medios” que nadie
ha entonado. Sabe perfectamente, Sr. Stengler,
que algunos fines justifican algunos medios.
Pone el Sr. Stengler
en boca de quienes
justificamos la investigación
con células madre
embrionarias y la clonación
terapéutica (...)
un tergiversado
“el fin justifica los medios”
que nadie ha entonado. Sabe
perfectamente (...)
que algunos fines justifican
algunos medios.
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Por lo supradicho, no parece pues inútil (al
menos no tan inútil como el Sr. Stengler hace ver
en su escrito), en un análisis racional de este
debate, la enumeración de los beneficios espera-
dos (los fines que persigue el uso de células
m adre embrionarias y clónicas), que serían la jus-
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ficación necesaria para utilizar según qué
medios. Coincidimos pues el Sr. Stengler y yo en
el segundo elemento clave del debate, que es la
identificación de esos medios y de lo que impli-
can desde un punto de vista racional, científico y
ético. Evidentemente, si estas investigaciones con-
llevasen el asesinato premeditado de seres huma-
nos, no serían aceptables éticamente, por más
que resultaran en enormes beneficios. El Sr.
Stengler no encuentra en los argumentos esgri-
midos por escépticos y científicos, entre los que
me incluyo, datos objetivos sobre la hipotética
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cartas al director
el escéptico (2004) 79
condición de ser humano de pleno derecho que
tendrían los óvulos activados, las blástulas o las
células madre clonadas.
No puedo sino sorprenderme ante esto, y
lamentar que no haya leído con suficiente aten-
ción nuestros argumentos. Como se decía en mi
artículo, por poner un ejemplo: “En la etapa de
blastocisto, cuando el organismo se disocia para
generar las líneas de células madres, se trata de
una bola de células del tamaño de un punto. Los
embriones generados por fertilización normal,
generalmente, no se implantan en el útero hasta
después de esta etapa de blastocisto. No hay
órganos, no hay posibilidad alguna de que pueda
pensar o sentir, y no tiene ninguna de las carac-
terísticas de un ser humano”. Y si las citadas pala-
bras del portavoz de un comité de expertos en
ética no convencen al Sr. Stengler, por el tremen-
dísimo pecado de estar este comité convocado
por una empresa que tiene entre sus actividades
la clonación (como si lo que importase fuese la —
prejuzgada— filiación interesada del comité, y no
el peso de los argumentos expuestos), cabe tam-
bién apelar al menos común de los sentidos, el
común. Quiere el Sr. Stengler, ingenuamente,
ejercer la prudencia, y que los científicos demues-
tren inequívocamente la no naturaleza humana
de un conjunto de células clonadas o aisladas de
un blastocisto, ya que sólo entonces la manipula-
ción de estos materiales sería admisible.
Desde el punto de vista de su condición humana, lo único
que diferencia a un embrión no implantado de un cabello es un
cierto potencial —bastante escaso, todo sea dicho— de desarro-
llarse como ser humano de pleno derecho. El valorar si este
potencial es —o no— suficiente para cumplir con una definición
acientífica y puramente humanística, la de ser humano (valga la
redundancia), no es terreno de la ciencia. Pero cabe advertir que
la postura prudente que preconiza el Sr. Stengler, llevada a pleno
ejercicio, implicaría la desaprobación de la fertilización
in vitro,
de la masturbación masculina y hasta de la ducha, pues en todos
estos procesos se desperdician células humanas que pueden
tener cierto potencial de desarrollarse como seres humanos de
pleno derecho (y más aún desde que la clonación de células
somáticas es posible). Es, en el fondo, el argumento del castigo a
Onán por desperdiciar su semilla, ya comentado en mi anterior
trabajo.
Quizás sea por esto que, por más que el Sr. Stengler lo des-
apruebe, la condición humana de un embrión no implantado o
de un óvulo activado es cuando menos cuestionable desde cual-
quier punto de vista (salvo el religioso católico), y es por ello que
los medios utilizados, es decir, las técnicas que implican la mani-
pulación y destrucción de estos materiales, son legítimos desde
un punto de vista ético y racional si los fines perseguidos sobre-
pasan el natural derecho a la objeción moral alegada por algunos
colectivos.
A este respecto, nada puede ser más ilustrativo que recordar
que nuestra sociedad y nuestro cuerpo legislativo recogen como
legítima la interrupción voluntaria del embarazo desde hace algu-
nos lustros (en determinados supuestos y dentro de ciertos lími-
tes temporales, lo que de nuevo deja patente la legitimidad del
factor de proporcionalidad de beneficios
comentada anteriormente), así como la
donación de material genético y la gene-
ración de embriones por fertilización
in
vitro para fines reproductivos.
Si en estos casos el material manipu-
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ado no es considerado “ser humano” de
pleno derecho, ¿por qué en el caso de las
células madre y la clonación terapéutica
habría de serlo? El potencial humano,
por decirlo de algún modo, de un feto de
tres meses es enorme en comparación
con un blastocisto clónico no implanta-
do, ¿por qué ha de prohibirse lo segun-
do mientras está permitido lo primero?
Una posición consecuente en este
sentido debiera priorizar la desautoriza-
ción del aborto y de la fertilización
in
vitro sobre la de la clonación terapéutica,
pero aunque estas técnicas fueron en su
día —y aún lo son— ferozmente objetadas
Desde el punto de vista de su condición
humana, lo único que diferencia a un
embrión no implantado de un cabello es un
cierto potencial —bastante escaso,
todo sea dicho—
de desarrollarse como ser humano
de pleno derecho.
El valorar si este potencial
es —o no— suficiente para cumplir
con una definición acientífica y
puramente humanística,
la de ser humano
(valga la redundancia), no es terreno
de la ciencia.
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cartas al director
80 (2004) el escéptico
desde ciertos colectivos (casualmente religiosos),
las sociedades desarrolladas las han asumido con
gran naturalidad. Curiosamente, si bien la iglesia
católica hoy en día permite la reproducción de
parejas estériles mediante fertilización
in vitro (
a
pesar de que implica la generación y destrucción
de embriones que ella misma considera seres
humanos), condena terminantemente el aborto y
el uso de células madre embrionarias bajo cual-
quier supuesto y con cualquier fin. Considerará el
Sr. Stengler que mi postura es cerril, pero no
puedo sino ver, en esta profunda contradicción,
una muestra clara de hipocresía y de justificación
de los mismos medios, aunque con otros fines
que ese colectivo sí considera deseables (la repro-
ducción).
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Alega el Sr. Stengler una identificación ten-
denciosa, por parte de los escépticos, de las pos-
turas contrarias a las manipulaciones de material
genético humano con posturas influidas por el
fundamentalismo religioso. Reivindica la legitimi-
dad de un rechazo a estas técnicas desde bases
estrictamente laicas.
Ojalá existiese sustrato
para un debate aconfesional
sobre las implicaciones
éticas de este tipo de
investigaciones, pero
mientras los argumentos
esgrimidos sean de base
religiosa, los escépticos los
criticaremos como sesgados
e irracionales.
Tiene razón, sin duda, en este punto y reco-
nozco que esto es posible. Ahora bien: tales pos-
turas, si existen, me son desconocidas.
Lamentablemente, lo que sí conocemos y denun-
ciamos en nuestras aportaciones es la objeción
desde presupuestos profundamente influidos por
la religión católica e infiltrados en nuestros cuer-
pos legislativos.
Permítaseme dar la vuelta a este argumento, y decirle que tam-
bién existen colectivos que apoyan y estimulan la clonación
humana (incluso la reproductiva), desde bases profundamente
religiosas, como es el caso de la delirante secta de los raëlianos.
Estas posturas son igualmente condenables desde un punto de
vista racional, y lo único que evidencian es que las religiones tie-
nen poco o nada que aportar a este debate. A pesar de ello, la
práctica totalidad de las posturas contrarias que han llegado a
nuestros oídos son confesionales, y en particular lo son las más
organizadas e influyentes. Es por ello que las condenamos de
modo especialmente beligerante, pues conocemos por experien-
cia cotidiana el desgraciado eco que en nuestra sociedad y en
nuestro gobierno tienen estos puntos de vista. Ojalá existiese sus-
trato para un debate aconfesional sobre las implicaciones éticas
de este tipo de investigaciones, pero mientras los argumentos
esgrimidos sean de base religiosa, los escépticos los criticaremos
como sesgados e irracionales. No nos lo agradezca, es nuestro tra-
bajo. ■
[Publicada en E
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E
l artículo de Erik Stengler [
Comentarios sobre embriones y
células madre —publicado en E
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l,
9/2002 y en esta misma revista—] sobre el debate acerca
de la utilización de las células madre en la investigación, aporta
algunos elementos que mueven a una reflexión desde el campo
escéptico en cuanto a la correcta forma de abordar el propio
debat
e
.
Stengler asegura que la discusión real se refiere a la conside-
ración de las células embrionarias como seres humanos o perso-
Una reflexión
desde el campo
excéptico sobre
células madre e
investigación
JOSÉ BELDA MARTÍNEZ