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ptico
Invierno 2002 y Primavera 2003
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Las observaciones del Sr. Gutiérrez sobre mi ensayo de-
dicado a la panspermia, según la amable traducción rea-
lizada por mi amigo Sergio López Borgoñoz, suponen un
agradable cambio del estándar de discusión a la que me
hallo acostumbrado a propósito de la panspermia.
Confío en que no pondrá ninguna objeción a que co-
mience con sus conclusiones. Aparentemente, éstas no
diferían en gran medida de mis opiniones sobre lo que
él llama panspermia fuerte. También parece compartir mi
admiración por Hoyle y Wickramasinghe y mi rechazo de
sus teorías sobre epidemias procedentes del espacio ex-
terior, así como mi opinión de que las hipótesis razona-
bles sobre panspermia son temas perfectamente válidos
para ser investigados, por lo menos hasta que pase el tiem-
po suficiente para que la evidencia las elimine en favor
de otras alternativas.
Incluso estamos de acuerdo en que lo que él llama
panspermia débil (una clase de hipótesis que todavía miro
con serio escepticismo) tiene suficientes apoyos, a la hora
de escribir estas líneas, como para justificar su investi-
gación por cualquier persona interesada en la materia.
No discuto su lista de propuestas para la investigación
en este campo, por ejemplo, acerca de cuestiones sobre
biología molecular comparada. Convengo, además, en que
“no podemos esperar que esta probabilidad sea demos-
trada por medio de discusiones teóricas y símiles más o
menos afortunados, sino mediante una rigurosa experi-
mentación”, por supuesto, y de hecho nunca discrepé al
respecto. Mi ensayo se dirigía en contra de las afirma-
ciones estúpidas, de los contextos confusos y de los sal-
tos lógicos injustificados que caracterizan la mayoría de
documentos en favor de la panspermia.
Observo con interés que el Sr. Gutiérrez es poco crí-
tico con mi desprecio hacia la panspermia fuerte. No obs-
tante, cuando él habla “de una experimentación riguro-
sa como la que está siendo llevada a cabo”, asumo que
está elogiando algún trabajo en particular; pues muy pro-
bablemente sabe que actualmente, ¡muy pocas aseve-
raciones públicas sobre panspermia débil reflejan una ri-
gurosa investigación! La mayoría de las apasionadas
fuentes carecen incluso de lógica, no hablemos siquie-
ra de plausibilidad. “Tal vez nunca se llegue a demostrar
o rebatir la hipótesis de la panspermia, pero sin lugar a
dudas el camino recorrido será fascinante.” Ciertamente,
eso pasará mientras el camino recorrido sea el utilizado
por la investigación científica, en vez del de realizar una
apología sobre la panspermia en general cada vez que al-
guna persona piense que unos granos de hematita im-
plican bacterias fósiles en una roca.
PANSPERMIA Y EXTREMÓFILOS
El Sr. Gutiérrez pone gran énfasis en los extremófilos, y
es verdad que puede esperarse que los organismos frá-
giles soporten mal los viajes. Sin embargo, los extremó-
filos son casi irrelevantes en la cuestión de la pansper-
mia por dos tipos de razones.
La primera de ellas, y perdone aquí mi intolerancia
con una frecuente “línea de ataque” de los panspermistas
—que estoy seguro de que comparte el Sr. Gutiérrez—:
“una bacteria en fuentes oceánicas profundas soporta
temperaturas superiores a los 111ºC; una del Valle de la
Muerte soporta un pH de 14; una del desierto de Gobi
soporta un pH de -2; ¡una del Antártico crece a tempe-
raturas de -88ºC! ¿Por qué mi microbio viajero-estelar no
puede hacer todas esas cosas?”
Que algunos microbios puedan resistir ciertos extre-
mos, no implica que cualquiera pueda soportarlos todos,
ni que todos los microbios puedan soportar cualquiera de
ellos. Además, los extremófilos son irrelevantes en la ma-
yoría de los escenarios abiogenéticos, incluyendo la hi-
pótesis de la gripe de Hoyle. Dicho virus no es ningún ex-
tremófilo.
Por el contrario, muchos microbios sobreviven
muy bien cuando están liofilizados, incluso sin for-
mar esporas. ¿Por qué insistir en extremófilos? Es
más fácil sostener la hipótesis de que un pedrus-
co ordinario, trasladado al espacio por un impac-
to de un asteroide, puede transportar organismos
supervivientes (no necesariamente todos proca-
El
Sr. Gutiérrez
objeta...
1
JON RICHFIELD
Que algunos microbios puedan
resistir ciertos extremos, no implica que
cualquiera pueda soportarlos todos.
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riotas), a deber esperar a que una
complaciente roca choque con al-
gún manantial de agua caliente
repleto de termófilos para poder
luego encontrar meteoros erran-
tes con esperanzados colonos.
Ciertamente, los extremófilos facilitan a los no-mi-
crobiólogos asegurarse de que el recorrido espacial es po-
sible para los procariotas. Biológicamente, sin embargo,
es discutible si la termofilia moderna es una reliquia de
los microbios adaptados a las condiciones del “gran bom-
bardeo”. Esa visión plantea muchas dificultades y exis-
ten hipótesis alternativas más simples.
Como cabe esperar, muchas bacterias, no necesa-
riamente extremófilas, sobreviven durante años en con-
diciones propicias en el espacio. No obstante, ¿cuánto
tiempo podría durar un viaje interplanetario sobre una
roca? Los experimentos de LDEF (Long Duration Exposure
Facility,
de la NASA) son loables, y sus resultados son
completamente consistentes con observaciones informales
sobre la supervivencia de microbios en el espacio, pero
tienen sus limitaciones y también plantean restricciones
a la supervivencia plausible.
La otra razón es la siguiente. La duración media de
los viajes interplanetarios sobre rocas sería mucho más
larga de lo que el experimento LDEF podría simular. ¿Cuál
debería ser la vida media de los organismos protegidos
de los rayos ultravioleta? ¿Un año? ¿Un siglo? ¿Un milenio?
Nadie, espero, puede ser tan infantil como para esperar
una supervivencia del 100% eternamente.
Es más difícil extrapolar con rigor la vida media bio-
lógica, que la vida media de productos químicos o de isó-
topos. No obstante, tomemos un período de vida media
de mil años como conjetura (no espero que nadie tome
esta cifra por cierta y estoy abierto a cualquier informa-
ción que la rechace). Entonces, en treinta tres mil años,
no debería quedar ningún superviviente de una población
original de unos ocho mil millones de microbios. ¡Una
muestra generosamente abundante! Aproximadamente un
cubo de dos centímetros de arista rebosante de bacte-
rias. El equivalente más cercano en términos cotidianos
sería un puñado grande de estiércol sólido o una gran pa-
letada de tierra fértil, y ni lo uno ni lo otro han sido ex-
puestos todavía a un impacto meteorítico. Juegue con las
cifras, alterando las trayectorias y las duraciones previstas
de los viajes y los tamaños iniciales de poblaciones de
microbios, y vea cuán optimistas deben ser sus asunciones
para que una población viable de colonos alcance un puer-
to seguro. ¿En qué punto las exigencias se convierten en
prohibitivas? ¿Buscamos un escenario convincente o un
panorama teóricamente posible? Una vez que aceptemos
milagros, ninguna otra restricción importa.
Nótese que la trayectoria no estaría dirigida; ¿Quién
quiere calcular la duración prevista más racional?
Incluso un breve viaje de un millón de años supondría cer-
ca de treinta y tres vidas medias, no de mil años, ¡sino
de treinta mil años! El alojamiento en esa roca de dos me-
tros prescrita por Mileikowsky debería ser confortable, ade-
más de seguro. Concedamos que el viaje, incluyendo su
aceleración y desaceleración, fuera apacible, ¡pero li-
bradme de agentes de viaje tan optimistas como los fa-
náticos de la panspermia débil!
De nuevo, ¿qué sucede una vez que la roca ha atra-
cado confortablemente en su benigno lugar de aterriza-
je en la Tierra? En su profundo interior están las bacte-
rias supervivientes, quizás decenas de células donde hace
un millón de años teníamos miles de millones. ¿Tendrán
un cómodo desembarque, o deben ahora esperar otras po-
cas vidas medias para que la erosión por la acción at-
mosférica las libere en un ambiente donde puedan es-
tablecer una ecología? Recuerde: el hecho de que sean
extremófilos (si verdaderamente lo fueran) no significa
que encontrarán los nutrientes necesarios cuando aterrizan
en un planeta estéril. ¡Incluso los extremófilos deben co-
mer! Sin importar el ácido sulfúrico, ¿tienen fuentes uti-
lizables
de carbono (C), de hidrógeno (H), de oxígeno (O),
de nitrógeno (N) y de fósforo (P), por nombrar solamen-
te unas pocas?
Seguro que el Sr. Gutiérrez está obviamente al co-
rriente de la relevancia de tales preguntas. Él mismo es-
cribe acerca del cultivo de esporas del espacio: “Aquí,
se debería ser cauto, ya que más de la mitad de los mi-
croorganismos terrestres no son cultivables en laborato-
rio. Sencillamente, no se les proporciona las condiciones
propicias para su desarrollo.” Esto es así a pesar del he-
cho de que muchos de esos exigentes microbios quis-
quillosos con su medio de cultivo son extremófilos. Y aún
así, ¿se supone que debemos ser optimistas sobre las pers-
pectivas de que los gérmenes del espacio exterior deban
aterrizar en un planeta estéril e inmediatamente encon-
trarse en un medio propicio para su propagación?
De nuevo, tal como el Sr. Gutiérrez apunta en el con-
texto de la panspermia débil, todo esto presupone que
en el Sistema Solar primitivo existía vida en nuestros pla-
netas vecinos. Él admite generosamente que ésta es una
conjetura sobre la cual no tenemos ninguna evidencia,
pero su generosidad no es suficientemente generosa.
Según el estándar de calidad de las evidencias dis-
Invierno 2002 y Primavera 2003 67
Biológicamente, sin embargo, es discutible si la
termofilia moderna es una reliquia de los microbios
adaptados a las condiciones del “gran bombardeo”.
Esa visión plantea muchas dificultades y existen
hipótesis alternativas más simples.
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ponibles, para distinguir entre las diferentes hipótesis re-
feridas a la historia biológica temprana de nuestro pla-
neta, tenemos realmente bastantes evidencias de que no
existió tal vida en esos lugares fuera de nuestro mundo
y, en particular, de que no era más probable que existiera
en otros planetas que en la misma Tierra. La evidencia
no es concluyente, pero la absoluta seguridad no es un
lujo que podamos exigir en tales estudios.
Las teorías referentes a la historia de esas épocas son
especulativas y la evidencia es circunstancial. Esto no sig-
nifica que no podamos hacer ninguna declaración sig-
nificativa sobre esas épocas; la ciencia es esencialmen-
te un proceso de formular hipótesis y de situarlas por orden
de plausibilidad (o de posibilidad de defensa). El hecho
de que como científicos practicantes carezcamos de mu-
chas de nuestras más valiosas herramientas en este pro-
cedimiento, no implica que no tengamos nada significativo
que decir.
Entre las herramientas más potentes de las que ca-
recemos figura el experimento controlado, que está muy
limitado en su aplicabilidad a la paleontología, la histo-
ria fósil de la vida en la Tierra e, incluso, aún más limi-
tado en el estudio de la biogénesis primordial en este mun-
do. Después de todo, no podemos retroceder y repetir la
fase de acrecimiento del planeta (y replicarla en nues-
tro tiempo nos llevaría probablemente algunas decenas
o centenares de millones de años si apresuráramos el pro-
ceso, momento en el cual el tiempo difícilmente conti-
nuaría siendo el nuestro). Además, la escala de tales ex-
perimentos presentaría serios desafíos presupuestarios,
incluso para los estándares del recientemente malogra-
do S.S.C.
2
.
¿Debemos concluir que no se puede evaluar signi-
ficativamente ninguna afirmación sobre la vida tempra-
na en el Sistema Solar? Rechazo absolutamente tal ne-
gativismo. Podemos discutir sobre analogías entre
condiciones prebióticas hi-
potéticas y condiciones
existentes conocidas y la
bioquímica existente cono-
cida, pero como preciso
más adelante, la discusión
sobre analogías lógicas no
es necesariamente ilógica.
No desprecio los expe-
rimentos en el espacio pro-
yectados para realizar estimaciones
sobre parámetros relevantes relativos
a la panspermia débil, pero confío en
que está quedando claro por qué to-
davía no aplaudo con mis pequeñas
manos una aceptación acrítica de su
capacidad para demostrar, de una vez por todas, si la
panspermia débil plantea un escenario realista para el ori-
gen de la vida en este planeta. Para resumir: nunca he
dicho que la panspermia débil sea estrictamente impo-
sible, pero pienso que el Sr. Gutiérrez tiene mucho por
hacer antes de que pueda razonablemente presentarla
como una opción plausible, no digamos ya como una op-
ción convincente.
Pero, por el contrario, el Sr. Gutiérrez es incompren-
siblemente duro con la panspermia fuerte. Aceptando que
los extremófilos sobrevivirían a las grandes aceleraciones
de la panspermia débil, si lo entiendo correctamente, se
vuelve repentinamente más exigente sobre su supervi-
vencia en aceleraciones no necesariamente mucho ma-
yores. También se torna desdeñoso hacia tiempos de su-
pervivencia de millones de años y sobre el efecto de la
radiación interestelar (¡la radiación no es de ninguna ma-
nera benigna en ninguna parte dentro del Sistema Solar!)
Resulta desconcertante también cuando se refiere al
“frío terrible”. No estoy seguro de qué daño puede in-
fligirse a microbios liofilizados cuando se someten a las
temperaturas del helio líquido; de hecho, cabría esperar
que el efecto fuese preservativo más bien que destruc-
tivo. Las probabilidades que él cita son muy desalenta-
doras, pero sinceramente, las probabilidades dentro del
Sistema Solar tampoco son más reconfortantes. Mientras
que yo soy escéptico sobre ambas clases de panspermia,
siento que el Sr. Gutiérrez muestra un leve e incómodo
prejuicio a favor de la variedad débil.
El Sr. Gutiérrez elogia con razón las escrituras de Hoyle
y de Wickramasinghe, al demostrar una gran inteligen-
cia y erudición. Yo añadiría que son entretenidas y esti-
mulantes. Sin embargo, el hecho de que sus hipótesis
sean a menudo difíciles de refutar, llega a sonar menos
convincente cuando vemos cómo evitan a menudo la re-
futación gracias a una huída hacia la infalsabilidad.
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Según las evidencias disponibles de una cierta
calidad, no existió vida fuera de nuestro mundo
en las primera etapas de éste y, en particular, no
fue más probable que existiera en otros planetas
que en la misma Tierra.
El hecho de que las hipótesis de Hoyle y
de Wickramasinghe sean a menudo difíciles de
refutar, llega a sonar menos convincente cuando
vemos cómo evitan a menudo la refutación
gracias a una huída hacia la infalsabilidad.
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En tal situación podemos emplear el concepto de la
“refutación débil”: cuando alguien propone algo fuera de
su área de experiencia (lo que Hoyle y Wickramasinghe
han demostrado —embarazosa y repetidamente— en di-
versas ocasiones en biología) y cuando los que trabajan
en esa área pueden demostrar que la propuesta, aunque
teóricamente posible, es en términos prácticos inverosímil
o incluso insostenible, podríamos decir que la propues-
ta está débilmente refutada. Nadie ha probado nada, pero
ningún profesor pondría a sus mejores estudiantes a in-
vestigarlo, ni gastaría parte de su presupuesto de inves-
tigación en la materia.
¡Ciertamente, algunos profesores en tales situaciones
se han equivocado en el pasado! ¿Le importaría al Sr.
Gutiérrez realizar una estimación sobre cuán fre-
cuentemente han tenido razón? “Teóricamente
posible” no implica que el experimento sea ra-
zonable. En esa línea está el “no viola ningún
principio científico de una manera evidente”;
es teóricamente posible dejar caer un adorna-
do plato de porcelana de modo que se rompa y
se reconstruya perfectamente en el rebote, vol-
viendo a la mano, listo para dejarlo caer otra vez.
¿Financiaría el Sr. Gutiérrez de su presupues-
to de investigación el experimento para de-
mostrar esta posibilidad? ¿Durante cuántos años
programaría el experimento?
Para no ser demasiado satírico, ciertos trabajos per-
fectamente serios se han llevado a cabo sin tener de-
masiadas esperanzas de éxito a corto plazo. Algunos de
ellos, tal como la astronomía solar de neutrinos, han pro-
porcionado resultados positivos; otros trabajos, por
ejemplo la desintegración del protón o las ondas gravi-
tacionales, no lo han hecho (¿todavía?). Concebidos y rea-
lizados competentemente, tales “tiros a ciegas” en in-
vestigación son enteramente justificables; si supiéramos
todas las respuestas por adelantado, ¿para qué investi-
gar? Pero esto no conlleva que todos los estudios a lar-
go plazo justifiquen un proyecto de investigación. Así, de
improviso, no logro pensar en una oferta de Hoyle y de
Wickramasinghe en biología que me haya impresionado
lo suficiente como para excitarme.
Lamentablemente, parezco haber trastornado al Sr.
Gutiérrez con mi ensayo. Él parece creer haber leído que
ningún trabajo referido a la panspermia “merece la aten-
ción de científicos serios”. No estoy seguro de qué pude
haber dicho para darle esa idea. Todo lo que hice fue cri-
ticar algunas de las asunciones subyacentes y algunas de
las opiniones de los partidarios de la teoría panespérmica.
No tengo la más mínima objeción hacia la investigación
de meteoritos con fines bioquímicos o para encontrar fó-
siles bacterianos o incluso estudiar las huellas de dino-
saurios para ello. Esto no significa que deba aceptar acrí-
ticamente todos los resultados (a menudo mutuamente
contradictorios). Incluso significa menos aún que deba
tragarme todas las (a menudo absurdas) inferencias.
Y si una inferencia es absurda, su refutación no me-
rece más que una caricatura, mientras esa caricatura sea
una ilustración sana y justa de su invalidez. El Sr. Gutiérrez
dice tajantemente que no presenté ningún argumento,
pero su acusación asciende a prueba por afirmación, que
es incluso menos respetable que la caricatura. En mi país,
los físicos no propugnan la prueba por afirmación y me
causaría gran extrañeza si me pidieran creer que el Sr.
Gutiérrez aceptaría algo de ese tipo por parte de sus es-
tudiantes. Él dijo que el ensayo “está repleto de afir-
maciones proferidas con la audacia propia del descono-
cimiento”. Una ofensa lacerante si fuese cierta, pero
estimularía grandemente mi penitencia y absolución si
el Sr. Gutiérrez pudiera citar algunos ejemplos de tales
afirmaciones o de tal ignorancia. También dijo, entre otras
cosas: “Dejando bien sentado que las delirantes hipótesis
de Hoyle y Wickramasinghe no se pueden considerar con
demasiada seriedad, sí es factible comprobarlas, y es algo
que se hará de forma indirecta en un futuro próximo, y
que de alguna manera ya se ha hecho en el pasado.” Por
un lado yo nunca bajo ningún concepto niego la correc-
ción de cualquier persona en emprender una investiga-
ción sobre una hipótesis, y por otra es curioso, de hecho,
prejuzgar una de ellas en fase de investigación ¡llamán-
dola delirante! Inversamente, si es de hecho “delirante”
entonces ¿qué hay de incorrecto con mi crítica en terrenos
lógicos y técnicos?
Es ciertamente eficaz, mejor que contestarla, tratar
la declaración de un autor afirmando que no contiene ar-
gumentos. En una controversia no cabe duda de que la
caricatura no puede justificarse más que por los argu-
mentos que contiene, aunque tales argumentos sean ilus-
trativos más que explícitos. Una caricatura razonable pro-
puesta como argumento sobre materias científicas
permite poner puntos relevantes en perspectiva al de-
Invierno 2002 y Primavera 2003 69
Una caricatura razonable propuesta como
argumento sobre materias científicas
permite poner puntos relevantes en
perspectiva al demostrar lógicamente
sus consecuencias, más o menos modus
ponens
, más que atacar sus cimientos, lo
que puede ser un tema arduo y discutible.
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mostrar lógicamente sus consecuencias, más o menos mo-
dus ponens
, más que atacar sus cimientos, lo que pue-
de ser un tema arduo y discutible.
Supongamos por ejemplo, que yo hubiera intentado
refutar a Hoyle y Wickramasinghe examinando el origen
supuesto de sus virus panspérmicos portadores de en-
fermedades, probando que la creencia en su existencia
en el polvo espacial no puede ser apoyada razonable-
mente. ¡Piense sólo en el gran volumen de trabajo y en
la enorme cantidad de polvo a investigar (del que no ten-
go muestras a mano) antes de que pudiera fijar con exac-
titud las razones que lo hacen inverosímil! Para esa épo-
ca, tanto Hoyle como Wickramasinghe estarían
absolutamente en otros páramos (la pareja era sumamente
creativa) y nadie recordaría de qué iba la discusión ori-
ginal. ¿Debo refrenar mi crítica hacia toda especulación
analfabeta biológicamente sobre la cual no pueda pre-
sentar los resultados de un convincente material de in-
vestigación? ¡El Sr. Gutiérrez pide demasiado!
En su lugar, me concentré más bien en la presenta-
ción de las consecuencias de la hipótesis, los patrones
de las epidemias que se pudieran esperar, de tal modo
que comparativamente y de manera compacta refuté la
hipótesis bastante convincentemente a aquéllos que es-
taban dispuestos a ser convencidos —o a aquéllos que,
sin caricatura similar, la llamaron “delirante”— (mis en-
sayos no estaban destinados a gente poco dispuesta a ser
convencida, aunque fueran absolutamente bienvenidos
al confort de cualquier entretenimiento que encontraran
en ellos).
No fui original en mis argumentaciones, por supues-
to. En la presentación original de la teoría de Hoyle a los
epidemiólogos, se le presentaron objeciones tan claras,
que él mismo concedió que la diseminación de enfer-
medades era más compleja de lo que él había supues-
to. Desdichadamente, eso lo silenció, pero lo condujo más
allá, hacia la infalsabilidad.
Entre las partes que comprende el tema en cuestión,
lo que al Sr. Gutiérrez le agrada llamar caricatura pue-
de ser sucinto. Yo ya no dispongo del ensayo original que
me fue traducido (problemas con el e-mail, por supues-
to...) pero el material relacionado en el que fue basado
contenía ciertos argumentos que me desconcierta que el
Sr. Gutiérrez haya pasado aparente-
mente por alto. Seguro que él no cree
que los patrones epidemiológicos ob-
servados apoyen nada parecido a lo que
cabría esperar de virus transportados
por el espacio, bien interplanetario o in-
tergaláctico. Seguro que él no sugiere
que cualquier material orgánico trans-
portado por el espacio de cualquier ma-
nera recuerde las exquisitas y específicas enzimas en las
igualmente exquisitas y específicas estructuras de los vi-
rus de la gripe. Seguro que él no sugiere que la existen-
cia de los extremófilos que menciona implique que to-
dos los virus de enfermedades sean igualmente refractarios
a las condiciones imperantes en sus viajes entre las flo-
tas cósmicas.
Los patógenos epidémicos, por favor tome nota, ¡son
casi uniformemente mesófilos
3
!
¿Cuánta argumentación merece más allá de las cari-
caturas que ofrecí? ¿Identificará el Sr. Gutiérrez un ejem-
plo de falsedad en los principios biológicos en que basé
esas caricaturas? ¿O incluso alguna injusticia en las ca-
ricaturas? Si es así, aguardo sus objeciones con avidez,
pero con escasa esperanza. ¿Insistirá en rechazar todas
mis caricaturas hasta que vuelva del espacio con mis pol-
vorientas, pero estériles placas de aerogel? Si es así, le
felicito. ¡Mi posición queda abatida y soy derrotado sin
oposición! Créalo si lo desea. ¡No tengo tal placa! (tam-
poco he oído hablar de panspermistas volviendo con pla-
cas de aerogel repletas de microbios cultivables, ni si-
quiera de convincentes microbios fósiles alienígenas,
pero...)
Pero quizá en los virus de Hoyle y de Wickramasinghe
he elegido un ejemplo desafortunado, un blanco fácil. No
creo que al Sr. Gutiérrez le importara identificar cualquier
otra argumentación en particular que encuentre deficiente,
cualquier declaración mía que requiera un soporte ma-
terial o incluso mayor claridad. ¿Podría él desacreditar
cualquier caricatura referenciando hechos comprobados?
Aguardo tales ejemplos con amistosa expectación.
PANSPERMIA DÉBIL Y ORIGEN DE LA VIDA
Mi tibio interés en la panspermia débil refleja su baja im-
portancia en la cuestión del origen de la vida. Sucede que
estoy mucho más interesado en la abiogénesis
4
y la evo-
lución, que en los detalles de la historia supuesta del
Sistema Solar primitivo. Pido disculpas por dar la im-
presión al Sr. Gutiérrez de que yo creía que la teoría de
la panspermia débil no tenía interés por sí misma. Sería
ciertamente de gran importancia científica y posiblemente
práctica si fuese verdad. Tal como el Sr. Gutiérrez pre-
cisa de manera absolutamente correcta, si pudiéramos
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70
En la presentación original de la teoría
de Hoyle a los epidemiólogos, se le presentaron
objeciones tan claras, que él mismo concedió
que la diseminación de enfermedades era más
compleja de lo que él había supuesto.
Desdichadamente, eso lo silenció, pero lo
condujo más allá, hacia la infalsabilidad.
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encontrar rastros de vida en otras par-
tes del Sistema Solar (él especifica
Marte, pero ése es un detalle; hay otros
cuerpos dudosos de interés mucho ma-
yor, tales como Titán y Europa) y si es-
tas trazas nos proporcionaran suficien-
te material bioquímico para examinar,
podríamos investigar muchas cuestiones
referidas a la naturaleza de la vida en general, a detalles
de la historia de la vida en nuestro Sistema Solar, y a la
plausibilidad de la panspermia débil frente a la fuerte.
Éste no fue el problema. Mi falta de interés no tenía
nada que ver con el alcance de una investigación signi-
ficativa en panspermia débil y su importancia relativa en
las conclusiones que pudieran extraerse referentes a la
panspermia fuerte, sino en general sobre la trivialidad de
la panspermia débil comparada con la fuerte.
Reconsideremos. Ahora tenemos sugestivas eviden-
cias de que la dispersión interplanetaria de corto alcan-
ce de microbios vivos, posiblemente incluso de microbios
viables en el medioambiente del planeta objetivo, aun-
que improbable, pudiera no ser absurda.
Bien, eso es un hecho de gran interés en diversos sen-
tidos ¿verdad? Sí, pero el biólogo argumenta razonable-
mente que ninguna de esas consideraciones es compa-
rable a la importancia de la cuestión de la abiogénesis.
¿Somos únicos, un sólo Sistema Solar con vida en el
Universo? ¿Somos casi únicos, digamos un planeta vivo
en diez elevado a diez galaxias? ¿Somos comunes, di-
gamos como el diez por ciento de las estrellas tipo G?
¿Somos universales, digamos tan comunes que ningún
planeta viable tendría tiempo de desarrollar la vida an-
tes de que le fuera inoculada desde el espacio? ¿O es el
desarrollo de la vida ab initio, una cuestión tan trivial que
un planeta viable desarrollaría la suya propia en el pla-
zo de algunos millones de años, mucho antes de que pu-
diera contarse con la inoculación? Y en cualesquiera de
esos casos, ¿por qué? Éstas son las preguntas interesantes,
independientes de las oportunidades que tengamos para
su investigación. A su lado, el resto es de importancia se-
cundaria.
Pensemos que sucede si informamos a un biólogo de
que la vida no se originó en la Tierra,
sino en un remotísimo tiempo atrás
en el pasado en un cierto cuerpo re-
motísimamente alejado y total-
mente anónimo, habiendo tenido un
tiempo excepcionalmente largo du-
rante el cual se produjo la abiogé-
nesis
y que es demostrablemente
imposible que eso pudiera ocurrir en
el tiempo disponible en este planeta.
O quizás descubrimos que fue un suceso local en un pro-
ceso rutinario, breve, universal, inevitable. ¡Caramba!
Ambas revelaciones son sorprendentes a su manera, y del
más profundo interés teórico. Alternativamente, le de-
cimos: “¡Sr. Biólogo! ¡Tenemos una revelación que con-
mocionará el mundo! La vida en este planeta no es in-
dígena, sino que procede de Marte, que es solamente un
planeta modestamente diferente, vecino, de aproxima-
damente la misma naturaleza y edad.”
¿Qué diría el Sr. Biólogo? Probablemente algo así
como: “¿Oh, de verdad? ¿Nos indica de dónde procede
esa vida originalmente y cómo se originó? ¿Qué cambio
de paradigma conlleva al contemplar la naturaleza del ori-
gen de la vida? Hmm. Ninguno en realidad, supongo.
Gracias. Muy interesante. Echaré un vistazo a lo que se
publique sobre el tema.”
Es todo una cuestión de escala. No todas las revela-
ciones importantes exigen un cambio de paradigma, pero
aquellas que lo hacen, aquellas que tienen implicacio-
nes fundamentales, eclipsan a las que no, a aquéllas que
nos informan sólo de cuestiones de detalle.
Por analogía, analogía pura e ilustrativa, supongamos
que discutimos sobre la estructura de la historia de nues-
tro mundo moderno. Podríamos mencionar el descubri-
miento de América y el efecto que tuvo en la estructura
política y económica, primero de Europa y más adelan-
te del planeta entero. Probablemente no destinaríamos
mucho tiempo a la vida de familia de Fernando II y su
reina Isabel. Esto no quiere decir que fuera una familia
intrascendente, ya que de hecho su historia estuvo llena
de jugosos detalles que hacen que las vidas de la reale-
za actual parezcan insípidas en comparación. Pero com-
parado al descubrimiento y a la conquista de continen-
tes que alteraron la escala y el balance planetario, los
Invierno 2002 y Primavera 2003 71
¿Es la vida un proceso contingente o
necesario? ¿En qué condiciones mínimas?
¿Por qué? Éstas son las preguntas interesantes,
independientes de las oportunidades que
tengamos para su investigación. A su lado,
el resto es de importancia secundaria.
No todas las revelaciones importantes exigen un
cambio de paradigma, pero aquellas que lo hacen,
aquellas que tienen implicaciones fundamentales,
eclipsan a las que no, a aquéllas que nos informan
sólo de cuestiones de detalle.
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amoríos de Fernando y la versión de Isabel sobre la piedad
serían verdaderamente materia trivial, apta para la sec-
ción de chismorreos y cazadores de chatarra histórica.
El Sr. Gutiérrez se ofende al parecer gravemente con
mis argumentaciones por analogía, pero debería revelar
dónde ha encontrado algún medio de discusión aparte de
la analogía en cualquier disciplina excepto tal vez las for-
males (a las que desde luego no pertenecen la física, la
cosmología y la biología). Incluso pensar en una cuestión
requiere que uno codifique su imagen del objeto como
modelo en su cerebro y manipule ese modelo. ¡Pura, pura
analogía!
El problema no está en la argumentación a partir de
la analogía, sino apoyar la tesis de que los argumentos
se basan en un isomorfismo relevante entre los objetos
sobre los que se discute. Ésta es una gran parte de la im-
portancia de la predicción falsable en ciencia.
En los ejemplos de los monos y los idiomas, me in-
timida la opinión experta del Sr. Gutiérrez, como físico
con un indudable conocimiento avanzado de la Teoría de
la Información y la Teoría de la Complejidad, de que son
un “pobre argumento por analogía”, pero ¿qué falacia ha
demostrado el isomorfismo? ¿Siente el Sr. Gutiérrez que
la Teoría de la Información tiene un significado cuando
los monos mecanografían secuencias y otra cuando las
moléculas se unen para formar secuencias? Si es así,
¿Cuál es su “sólido argumento científico” que apoya la
distinción? ¿Dispone él de cierta manera estocástica de
producir un péptido único de, digamos, cien aminoáci-
dos sin atiborrar el Universo observable con proteínas?
¿O quizá desea que yo explique con mayor detalle cómo
una aproximación heurística reduce la complejidad
combinatoria de encontrar variedades viables de mo-
léculas?
En cuanto al sable de Ockham
5
, me disculpo también
por la brutalidad que consternó al parecer al Sr.
Gutiérrez, pero nosotros los anglosajones tenemos un gran
afecto por la herencia intelectual latina en la que él fue
educado. Quizás, como representante de esa tradición más
vieja, y más civilizada, el Sr. Gutiérrez pudiera llevar a
ilustrar con más delicadeza lo que la navaja podría afei-
tar sin derramar sangre.
Un punto que debo conceder ciertamente al Sr.
Gutiérrez: la valoración de un contenido como aburrido
es decididamente una cuestión de gusto. En mi caso por
ejemplo, mi sentido del gusto apenas es estimulado por
lo que considero trivialidades,
como las sutilezas sobre la di-
ferencia entre dos supuestos fe-
nómenos que no pueden en
principio distinguirse por me-
dición. Otros pueden, con todo
derecho, discrepar sobre lo que es trivial e incluso a otros
les puede encantar la trivialidad. Cuando dije que “los
que proponen la polispermia tendrían que producir algo
sustancial y falsable para tornar en interesante el plan-
teamiento” no me propuse realizar ninguna crítica sobre
nadie a quien le guste lo insustancial e infalsable; sim-
plemente que no es de mi gusto, esto es todo.
Por el contrario, tengo una dificultad filosófica seria
con la referencia del Sr. Gutiérrez a los “hechos que son
ciertos”. La ciencia no trata con ellos, sino que relega el
concepto de la certeza a la religión. Estoy abierto a ser
convencido en este punto, pero el Sr. Gutiérrez tendrá que
ser enormemente persuasivo, muchísimo más de lo que
le requerí a propósito del aburrimiento.
é
NOTAS DEL TRADUCTOR
1.En 1926 se publicó una versión revisada e ilustrada de
El esquema de la historia (The outline of History)”, li-
bro escrito por H. G. Wells. Le siguieron una serie de
24 voluminosos artículos del Sr. Belloc que atacaba
este esquema y al propio Wells, acusándolo de tener
una posición en contra de la Iglesia Católica (el libro
trataba sobre biología y la evolución). Wells le contestó
con unaserie de seis artículos titulados Mr. Belloc ob-
jects to “The Outline of History”
, popularizándose la
misma por sus tres primeras palabras (Mr. Belloc ob-
jects... —El Sr. Belloc objeta...—
), y a las que alude
Jon Richfield en el título de esta contrarréplica.
2. Siglas de Superconducting SuperCollider (Super-
colisionador superconductor). Proyecto de gran ace-
lerador de electrones que se iba a llevar a cabo en los
EE.UU. y que, finalmente, fue desestimado por el con-
greso de ese país en 1993 tras llevar invertidos 2.000
millones de dólares y realizar unos 35 km de túneles.
3. Organismos que se desarrollan a temperaturas medias,
ni muy altas ni muy bajas.
4. Proceso de generación de la vida desde la materia sin
vida.
5. Referencia utilizada por Jordi Gutiérrez en su contes-
tación al texto original de Jon Richfield: “Para él
(Richfield), la navaja de Ockham es más bien un sa-
ble con el que atacar determinadas opiniones, pero
siempre sin argumentos científicos sólidos”.
Texto traducido del inglés por
Sergio López Borgoñoz
el esc
é
ptico
Invierno 2002 y Primavera 2003
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Mi sentido del gusto apenas es estimulado por lo
que considero trivialidades, como las sutilezas sobre
la diferencia entre dos supuestos fenómenos que
no pueden en principio distinguirse por medición.