background image
babilidad no se puede separar del número de casos.
Diariamente, millones de automóviles inician su reco-
rrido de los que sólo un pequeñísimo porcentaje se
verán implicados en accidentes mortales. Sin embargo,
desde el comienzo del uso de transbordadores para
misiones reales sólo se han efectuado 113 viajes de los
que dos han acabado en desastre total, así que el cál-
culo de probabilidades da un resultado de casi 1,77%
para un final fatal. Puede argüirse que el número de
casos es bastante reducido como para pensar que esa
probabilidad refleje la realidad, y será cierto. Puede
que el azar haya acumulado al principio de la serie los
únicos dos casos que se darían en mucho tiempo, pero
también es posible lo contrario, que los haya espaciado
y la probabilidad real sea más alta.
También puede considerarse que la de astronauta es
una profesión de alto riesgo, que los que la ejercen son
voluntarios y conocen el peligro. Es nuevamente cierto,
pero las personas a las que casi le cayeron encima los
restos del Columbia no eran voluntarios de nada. El pe-
ligro de la contaminación química que afectó a varias per-
sonas que tuvieron que ser hospitalizadas, tampoco debe
ser olvidado.
Así las cosas, ¿debe mantenerse
el programa de vuelos tripulados
de los transbordadores? ¿El avance
científico puede justificar la pérdida de
vidas humanas? Ya antes de este
trágico accidente, se habían alzado
voces discrepantes con algunos
aspectos de la investigación espacial.
Así las cosas, ¿debe mantenerse el programa de vue-
los tripulados de los transbordadores? ¿El avance cien-
tífico puede justificar la pérdida de vidas humanas? Ya
antes de este trágico accidente, se habían alzado voces
discrepantes con algunos aspectos de la investigación es-
pacial. Por citar sólo a uno de los más conocidos, el fí-
sico Robert L. Park en Ciencia o vudú asegura que el pro-
yecto de la Estación Orbital Permanente no iba a dar los
resultados científicos que serían de desear pese a su ele-
vado coste. También denunciaba que, lejos de progresar,
la exploración del espacio estaba en plena regresión.
Desde que finalizó el programa Apolo, el ser humano per-
manece cada vez más cerca de la Tierra. No sólo no ha
llegado (ni en un futuro cercano lo hará) a Marte sino que,
ni siquiera, se ha vuelto a la Luna.
Los problemas derivados de un viaje tripulado a lar-
gas distancias son tales (oxígeno, alimentos, reciclado de
residuos, la propia fisiología humana...) que, hoy por hoy,
no tienen respuestas. Por el contrario, los viajes no tri-
pulados sí están aportando avances como los datos trans-
mitidos por las sondas “marcianas”.
Así las cosas, el olvidarse de momento de los vuelos
tripulados puede ser la opción más segura y la que arro-
je mejores resultados científicos. Los motivos para su
mantenimiento parecen tener más que ver con cuestio-
nes de imagen y de captación de fondos (el factor humano
facilita la siempre ardua concesión de subvenciones) que
con otra cosa.
é
José Luis Calvo
¿ARQUEOLOGÍA
PATOLÓGICA
EN
ATAPUERCA?
El pasado 8 de enero, el Museo de Historia Natural de
Nueva York (EEUU) abría sus puertas para inaugurar una
exposición dedicada a los hallazgos arqueológicos y pa-
leontológicos de la sierra de Atapuerca. Siendo Juan Luis
Arsuaga, Eudald Carbonell y José María Bermúdez de
Castro sus comisarios, la muestra agrupa noventa de las
piezas más destacadas obtenidas en los yacimientos bur-
galeses a lo largo de los últimos años. El acontecimien-
to sirvió para presentar ante los medios de comunicación
una de estas piezas: un bifaz bautizado con el sugeren-
te nombre de Excalibur.
Los bifaces, también denominados hachas de mano,
son útiles líticos cuya característica principal es que es-
tán trabajados por sus dos caras. Son unas herramien-
tas muy abundantes y típicas del Paleolítico Inferior, cuyo
uso se extendió hasta el Paleolítico Medio. Excalibur es
un bifaz como cualquier otro: mide 135 milímetros de lon-
gitud, por 98 de anchura y 49 de grosor. Fue hallado en
la célebre Sima de los Huesos en 1998, y se puede afir-
mar que fue la obra de un Homo heidelbergensis. Su fa-
bricante lo trabajó en un bloque de cuarcita para darle
filo y convertirlo en una herramienta de corte hace unos
400.000 años.
Sin embargo, para los excavadores de Atapuerca este
bifaz es mucho más que una simple herramienta. Como
el mismo Arsuaga afirmaba en un artículo de su autoría,
publicado en el periódico El País el mismo día 8 de ene-
ro, Excalibur fue una especie de elemento votivo fune-
rario, un objeto simbólico arrojado a la Sima para acom-
pañar a los difuntos. Este hecho lo convertiría en la
evidencia más antigua de comportamiento simbólico y
en la prueba que confirma la naturaleza de enterramiento
de la Sima, en la que se ha encontrado una acumulación
Invierno 2002 y Primavera 2003
el esc
é
ptico
7
background image
de restos humanos sin precedentes, correspondiente a
treinta y dos individuos, por lo menos.
El argumento para demostrar que Excalibur fue una
pieza de ajuar funerario, arrojado a la Sima con la sola
intención de acompañar a los difuntos, quizá como ho-
menaje, es que ese bifaz ha aparecido en un lugar que
no fue utilizado por los homínidos para trabajar o vivir.
Sin embargo, ¿es esto suficiente para deducir que
Excalibur tuvo una función simbólica? ¿Se ha dejado
llevar el equipo de excavadores por su entusiasmo?
Es posible que se esté dando en Atapuerca un caso
parecido al que ocurrió con varios ejemplos del llama-
do ‘culto al oso’, en el Paleolítico Medio. Muchos ar-
queólogos creyeron encontrar evidencias de construc-
ciones simbólicas realizadas con cráneos de oso, en
lugares como Bachler (Suiza), Zotz (Silesia) y Ehremberg
(Austria), entre otros. Pero estudios críticos, como el
realizado por André Leroi-Gourhan (Las religiones de la
prehistoria
), apelaron a la prudencia al demostrar que esas
disposiciones fueron fruto del azar o una simple cons-
trucción mental del propio excavador.
La necesidad de un buen titular
o de permanecer en la cresta de la ola
a toda costa no son motivos suficientes
para construir hipótesis arriesgadas.
El caso de Excalibur es más delicado que el del cul-
to al oso, por la sencilla razón de que la evidencia es to-
davía más escasa: sólo el propio bifaz. Excalibur fue en-
contrado mezclado con los huesos de la Sima, que en
opinión de Arsuaga constituye un auténtico enterra-
miento. Deducir de ello que el bifaz es un elemento sim-
bólico es deducir mucho y de forma muy arriesgada.
No hay manera de demostrar la intencionalidad de la
ubicación de Excalibur. Sabemos que llegó a la Sima pero
no cómo ni por qué. Pudo caerse accidentalmente,
pudo haber sido arrojado para deshacerse de él por cual-
quier motivo o se perdió en un descuido de su usuario.
No hay forma de saber si fue arrojado en el mismo mo-
mento y acompañando a uno o varios de los cuerpos que
llenan la sima, o años después. Es sólo un bifaz rodea-
do de huesos.
Entonces, ¿qué lleva a Arsuaga y sus colegas a tirarse
a la piscina con una interpretación tan aventurada? La
necesidad de un buen titular o de permanecer en la cres-
ta de la ola a toda costa no son motivos suficientes para
construir hipótesis arriesgadas. Podría ser que fuera, es-
peremos que no, un claro ejemplo de arqueología pato-
lógica. Dado que, según el equipo de Atapuerca, el es-
tudio de Excalibur ha abarcado la friolera insólita de
cuatro años, esperemos a la presentación de los artícu-
los técnicos correspondientes, en revistas especializadas,
antes de empezar a cambiar los libros de arqueología de
nuestra mente.
é
Julio Arrieta
EL
“PRESTIGE”
, EL
MOTOR
DE AGUA
Y OTRAS
MAGUFERÍAS
La catástrofe económica del “Prestige” ha calado en to-
das las personas de buena voluntad... y probablemente
en las de mala voluntad también.
Como persona relativamente conocida, me suelen pe-
dir mi opinión sobre casi todo lo que se les ocurre a los
periodistas —de lo cual, dicho sea de paso me alegro,
aunque rara vez soy capaz de dar una respuesta com-
petente, ya que sé de lo que sé y de lo del petrolero ac-
cidentado en Galicia sé muy poco—.
El caso es que los taxistas me oyen y, como me ven
en la tele, me conocen; así que cuando cojo un taxi me
fríen a preguntas sobre mi opinión. Dicho sea de paso,
ello también me alegra. ¿A quién no le gusta que le pi-
dan su opinión?
Hablando en los medios he sido un poco drástico, he
defendido que la mejor solución para que Nunca Mais
vuelva a ocurrir una catástrofe similar es eliminar la de-
pendencia del petróleo. Para ello he hablado de energías
alternativas, de combustibles alternativos y de hidro-
carburos alternativos para fabricar plásticos.
Los taxistas me oyen y saben de motores, así que me
he encontrado con varios —no uno ni dos: varios— que
me dicen que el motor de agua está inventado y que son
las grandes petroleras las que impiden que salga a la luz
pública. Alguno ha añadido que ‘lo mismo que la fusión
fría’. A continuación hay una serie de consideraciones
sobre Bush, Irak, petróleo, guerras del petróleo, etc.
Cuando me dicen eso me siento absolutamente im-
potente para explicar que el mundo de la investigación
es muy complejo y rico, y que no se puede simplificar
en tópicos como Bush-guerra-petróleo-cover up toda la
investigación sobre energías alternativas, incluyendo el
puñetero motor de agua.
El tema del motor de agua lo seguí en su momento.
Lo único que hacía era descomponer el agua en oxíge-
no e hidrógeno, y luego hacer andar el coche con hi-
drógeno. Ni nuevo ni con un rendimiento razonable.
Lo increíble es que muchos de mis taxistas —tengo
un acuerdo con una asociación de ellos— piensan que
aquello del motor de agua —es decir: motor que funciona
PRIMER CONTACTO
el esc
é
ptico
Invierno 2002 y Primavera 2003
8