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Fue uno de los mayores fraudes científicos de la historia.
Todavía se ignora quién fabricó los restos de este supuesto
homínido
Cuando Arthur Smith Woodward contempló los res-
tos, sintió que la clave de la evolución humana se en-
contraba en sus manos. El respetado geólogo del Museo
Británico de Historia Natural era tan flemático y poco
dado a las efusiones como cualquier ‘gentleman’ inglés
que se preciase, pero aquel día de 1912 no pudo evitar
perder la compostura. No era para menos: ante sus ojos,
en una caja, yacían unos fragmentos de cráneo y de
mandíbula sorprendentes. El cráneo era inequívoca-
mente humano, pero la mandíbula presentaba rasgos tí-
picos de los simios.
A principios del siglo XX, la paleontología vivía su
época dorada. Los descubrimientos se sucedían y los
nombres de ‘Neanderthal’ y ‘Cromagnon’ se asomaban
a las páginas de los periódicos. La ciencia vivía la aven-
tura de la caza del homínido, las excavaciones abun-
daban y los fósiles eran presentados solemnemente en
las sociedades científicas de toda Europa.
PARANORMALIA
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EL
HOMBRE
DE PILTDOWN
CUMPLE
90 ANOS
J.
A.
COOKE
ARCHIVO
Los ‘hombres de Piltdown’, con Keith midiendo el cráneo del
hombre de Piltdown, bajo la dirección de Smith, en un
grabado aparecido en un diario de la época.
Sentados en primera fila, de izquierda a derecha, W. P.
Pycraft, Arthur Keith, A. S. Underwood y Ray Lankester.
De pie, en segunda fila, de izquierda a derecha, F. O. Barlow,
Grafton Elliot Smith, Charles Dawson y Arthur Smith
Woodward. Teilhard de Chardin no salió por estar
cumpliendo el servicio militar en la primera guerra mundial.
Hinton (izquierda) y Dawson, en el
yacimiento.
JULIO ARRIETA
~
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Sin embargo, los prehistoriadores británicos
llevaban las de perder en esta carrera científica.
No había un hombre prehistórico inglés. Los
franceses tenían su ‘Cromagnon’ y los alemanes
su ‘Neanderthal’, pero no había ningún homo bri-
tánico. El hombre de Piltdown quiso ser ese
homo. Su descubridor fue Charles Dawson, un
paleontólogo aficionado que, según contó a sus
colegas, recibió los restos en 1908, de manos de
unos obreros que extraían grava en una cantera
en Piltdown Common, Sussex.
Dawson y Woodward decidieron excavar jun-
tos en Piltdown. Completaron el equipo con un
joven jesuita, el padre Teilhard de Chardin, que
se hallaba estudiando en un seminario inglés.
Los tres encontraron más restos humanos, acom-
pañados de huesos de animales y útiles de sílex.
Dawson realizó una reconstrucción del cráneo, al
que añadió la mandíbula. Todo estaba listo para
presentar públicamente al Primer Inglés.
El acontecimiento tuvo lugar el 18 de di-
ciembre de 1912, en la Real Sociedad Geológi-
ca de Londres. El nuevo homínido se llamaba
‘Eonthropus dawsoni’, el ‘hombre inicial de
Dawson’. Periódicos como el Illustrated London
News
cubrieron la noticia con grandes titulares.
No era para menos, uno de los primeros antece-
sores del hombre era británico. La capital de la
prehistoria europea dejaba de estar en Les Ey-
zies, Francia.
Los paleontólogos que admitieron el ejemplar
sin crítica alguna llegaron a la conclusión de que
el Hombre de Piltdown era un antepasado de los
humanos modernos. Como mucho, algún disidente
como sir Arthur Keith creyó ver los rasgos de un simple
neandertal en los ya famosos restos de la gravera. Ha-
cia 1920, el Hombre de Piltdown era una evidencia ad-
mitida por la mayoría de los científicos que suponían
que, sin duda, se trataba de un Presapiens.
La ilusión duró hasta 1949. Entonces llegó la prue-
ba del flúor que, como la del algodón, no engaña. El
principio es simple: los huesos absorben flúor en fun-
ción del tiempo que hayan permanecido enterrados.
Cuanta más cantidad de flúor presente un hueso, más
antiguo es. Los restos de Piltdown, tanto la mandíbula
como los fragmentos de cráneo, contenían cantidades
mínimas de flúor. Por lo tanto, habían sido enterrados
en época reciente con la intención de que los paleon-
tólogos los encontraran.
Muchos de los defensores del Piltdown se negaron a
reconocer la evidencia. Fue inútil porque en 1953 lle-
gó la puntilla. Los análisis revelaron que los restos ha-
bían sido teñidos para
darles apariencia de an-
tiguos. Para más inri,
se descubrió que los
dientes de la mandíbula
habían sido limados
para darles aspecto hu-
mano. La propia mandí-
bula resultó ser de
orangután.
¿Quién urdió la trama? Los dedos acusadores han
apuntado en todas las direcciones durante todos estos
años. La mayoría señalan en dirección a Dawson, aun-
que sus defensores afirman que, en realidad, él fue la
víctima del engaño. Al fin y al cabo, se trataba de un
aficionado muy respetado con varios descubrimientos
importantes en su curriculum. Aunque también cuenta
con sus acusadores, la mayoría de expertos consideran
que Woodward no estuvo implicado y que fue víctima de
su entusiasmo. El padre Teilhard de Chardin también
figura en la lista de sospechosos, aunque hay muy po-
cas pruebas en su contra y todas indirectas. Otro posi-
ble culpable es el profesor de Oxford W. J. Sollas, cuyo
principal delito comprobado parece haber sido su ene-
mistad con Woodward.
El de Piltdown sigue siendo un misterio sin resolver.
En cuanto a los restos del hombre orangután, siguen en-
cerrados bajo siete llaves en una caja fuerte del Museo
Británico.
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ARCHIVO
ARCHIVO
Reconstrucción del cráneo del hombre de Piltdown