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RICHARD GERE
Y EL HOMBRE POLILLA
No es un superhéroe. Tampoco un avión y lo de pájaro
habría que verlo. Se trata del ‘mothman’, un pretendi-
do ente paranormal que dio mucho que hablar en los
Estados Unidos de finales de los sesenta. Este curioso
mito ufológico, popularizado en su día por el escritor
sensacionalista John Keel, ha sido repescado para el
cine por el director Mark Pellington. The Mothman
Prophecies
se estrenó en nuestro país el pasado día 7 de
marzo.
La cinta, protagonizada por Richard Gere y Laura
Linney, es una adaptación libérrima del superventas fir-
mado por Keel, The Mothman Prophecies (1975), ya
bastante fantasioso de por sí. Richard Gere se enfunda
esta vez la gabardina del agente Mulder para protago-
nizar su propio expediente X, en esta película que ase-
gura estar basada en hechos reales. O eso anuncia el
cartel.
El mothman, u hombre polilla, es uno de los más
pintorescos personajes del folklore ufológico. Sus su-
puestas andanzas se sitúan en Virginia Occidental, Es-
tados Unidos, entre 1966 y 1967. Un buen número de
personas aseguraron haberse topado con el mothman
mientras circulaban con sus automóviles por los alre-
dedores de la ciudad de Point Pleasant, siempre de no-
che. Las descripciones son espeluznantes: forma vaga-
mente humana sin cabeza y sin brazos, pero dotado de
unas grandes alas y dos inquietantes ojos rojos en el tor-
so. El fantástico bicho se dedicaba a revolotear en tor-
no a edificios abandonados, desde donde se lanzaba a
perseguir a sus víctimas que, en vano, intentaban huir
pisando el acelerador. El hombre polilla se esfumaba
cuando los testigos llegaban a las puertas de la ciudad.
John Keel se dedicó a entrevistar a los testigos y lle-
gó a la conclusión de que, por alguna razón, el mothman
tenía algo que ver con los platillos volantes. No porque
nadie lo hubiese visto descendiendo de uno, sino por-
que Keel era ufólogo de profesión y en la zona prolife-
raban los informes de avistamientos. Además, la histo-
ria se adornaba con los típicos complementos de las
historias de ovnis. Siempre según Keel, los testigos fue-
ron amenazados por los famosos Men in Black (M i B)
para que no hablasen sobre lo sucedido. A juzgar por el
volumen de testimonios recogidos por Keel, se ve que
los MiB no fueron demasiado convincentes.
Por si fuera poco, el hombre polilla se dedicaba a
llamar por teléfono. En estas misteriosas llamadas se
profetizaban catástrofes sin cuento, entre ellas el ase-
sinato de Martin Luther King y el hundimiento de un
puente en Point Pleasant que causó cuarenta y seis
muertos. Lamentablemente, estas profecías fueron pu-
blicadas bastante después de que estos acontecimien-
tos ocurrieran en realidad.
La verdad, como siempre, es bastante menos emo-
cionante. Dos bomberos que visitaron el antiguo alma-
cén de explosivos abandonado en el que fue visto por
primera vez el mothman se vieron sorprendidos por una
enorme rapaz nocturna, con dos ojos rojos enormes. De-
el esc
é
ptico
otoño- invierno 2001
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PRIMER CONTACTO
2001 LAKESHORE ENT
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C
O
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Richard Gere en
The Mothman Prophecies.
2001 LAKESHORE ENT
.
C
O
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Página web con el
cartel de la película sobre
el hombre-polilla.
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jando a un lado los testimonios fantasiosos, como el de
una señora que aseguraba que el mothman la perseguía
a todas partes y se sentaba a observarla enfrente de su
casa, parece ser que los demás avistamientos se debie-
ron a un tipo de lechuza común, denominada Tyto alba.
Parece increíble que una lechuza revoloteante pue-
da convertirse en un libro superventas y una película de
temática sobrenatural. ¿Y los hombres de negro? ¿Y las
llamadas telefónicas? Si tenemos en cuenta que el su-
puesto fenómeno mothman fue popularizado por John
Keel la cosa tiene fácil explicación. Keel además de
ufólogo, cree en la existencia de las hadas, los ovnis
como proyecciones psíquicas y de las ‘realidades para-
lelas’. Es la clase de investigador que siempre opta por
la explicación más rocambolesca. Si además descubri-
mos que en la creación del mito del hombre polilla tam-
bién anduvo de por medio Gray Barker, el embrollo se
aclara aún más. Barker era un individuo que editaba li-
teratura ufológica sensacionalista. Él solito inventó, a
partir de una broma, el mito de los Men in Black. Pu-
blicaba relatos de ciencia ficción haciéndolos pasar por
hechos reales y animaba a sus colaboradores a que
“adornasen” sus investigaciones sobre los ovnis.
Barker también publicó un libro sobre el mothman
en el que enriqueció el folklore del hombre polilla con
sus pintorescos embustes. Él y Keel convirtieron una
serie de sustos causados probablemente por una le-
chuza en un mito paranormal que ahora llega a las pan-
tallas de cine.
¿Se encontrará Richard Gere con la rapaz a lo largo
de sus pesquisas? No, los guionistas han optado por la
versión sensacionalista de la historia, desechando la ex-
plicación ornitológica. ¿Basada en hechos reales?
J.A.
FÁTIMA CON
PAÑOLETA
,
LA
MONJA
Y EL
SARGENTO
ARENSIBIA
Hay quien afirma que la realidad supera muchas veces
y con creces a la ficción. La verdad es que últimamen-
te estoy por darle la razón a quien quiera que fuese el
fulano paridor del mencionado aserto.
Acabo de leer en el periódico de la taberna, mano-
seado y a estas horas francamente grasiento, una noti-
cia que no me atrevo mas que a definir cuanto menos de
caprichosa. Me explico.
Resulta que hoy mismo, por fin, accedía al colegio
público Juan de Herrera, en San Lorenzo del Escorial
(Madrid), esa niña marroquí de 13 años, llamada Fáti-
ma Elidrisi, a quien se le venía desde hace cinco me-
ses negando caprichosamente, por un quítame allá ese
hiyab (el pañolón de toda la vida con el que en los años
sesenta aquellas mujeres que iban a la moda salían pe-
ripuestas a la calle), el fundamental derecho a la ense-
ñanza.
Estos días atrás, habíamos podido asistir boquia-
biertos a las increíbles declaraciones de ciertos perso-
najes públicos a los que decididamente la situación y el
cargo les venía grande.
De un lado, la Ministra de Educación Pilar Castillo
quien, sintiéndose un tanto Don Rodrigo ante los al-
morávide, decidió pasarse tres pueblos y pontificar
sobre el correcto comportamiento que todo inmigrante
debería seguir en España –por un momento, a un ser-
vidor le pareció oír aquel grito de ¡Santiago y cierra Es-
paña! tan en boga en tiempos de la “Una, Grande y Li-
bre”, regentada por Paco “el de las medallas”– “Deben
hacer todo lo posible por integrarse y por seguir nues-
tras normas. ¡Que se adapten a las costumbres españo-
las, coñe!”
Del otro, Fátima, una niña de 13 años diciendo:
“Quiero ir a clase y llevar pañuelo. Me gusta, mis ami-
gas lo llevan”.
De una parte, Delia Duró, la directora del colegio a
quien tocó en suerte lidiar este becerro ensogado, pre-
juzgó la utilización del pañuelito en la cabeza de la niña
como una imposición, llegando a afirmar que “llevarlo
era inconstitucional y que atentaba contra los derechos
de las mujeres”. ¡Ay, ay, ay doña Delia… lo que hace
ver tanto la televisión! Tantos meses con el rollo del
burka, con el del chador y el del fundamentalismo is-
lámico y la opresión de las mujeres musulmanas, y aho-
ra resulta que también hay niñas a las que les apetece
llevar no sólo gorritos de colorines al cole sino también
pañuelitos.
Del otro, Fátima, esa niña morena de 13 años repe-
tía: “Quiero ir a clase y llevar pañuelo. Me gusta, mis
amigas lo llevan”.
De esa misma parte, tan garante de las inamovibles
esencias de la hispanidad, pudimos escuchar como un
inefable Ministro de Trabajo, el señor Juan Carlos
Aparicio, era capaz de confundir impune e impúdica-
mente el uso del chador (aún no debe saber que sola-
mente se trataba de un pañuelo) con esa salvaje prác-
tica de la ablación genital femenina.
Del otro, Fátima, la niña marroquí de 13 años man-
tenía: “Quiero ir a clase y llevar pañuelo. Me gusta, mis
amigas lo llevan”.
Para entonces, tal parecía que a nuestros mandama-
ses se les hubiese olvidado esa máxima de que “todos los
derechos humanos son indivisibles”. Menos mal que en-
tre todo este guirigay de corral ministerial apareció fi-
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