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Un hombre, ataviado con un pantalón corto idéntico al
de otros diez, acaba de colocar dentro de una red de un
certero puntapié un esférico de cuero formado por he-
xágonos y pentágonos cosidos entre sí. Cientos de miles
de personas jalean el logro. Es, sin duda, un gran es-
pectáculo. Equiparable en emoción, dicen los entendi-
dos, a una buena obra de teatro, a una función de cir-
co, a una gran película...¡espectáculos!
Podrá parecerle ridículo al lector, pero desde que me de-
dico a la divulgación científica en las páginas de la re-
vista Muy Interesante albergo el inalcanzable sueño de
que la escena anterior, tan habitual que no necesita ex-
plicación, tan cercana a nosotros que se ha convertido
en un meme, pudiera ser tal como sigue: un biólogo mo-
lecular de reconocido prestigio, ataviado con bata blan-
ca, acaba de terminar el mapa proteómico humano com-
pleto, la definición exacta de la función que juegan los
millones de proteínas que sintetizan los genes de nues-
tro ADN. Avanza por un pasillo rodeado de periodistas
al fondo del cual una masa frenética se agolpa en bus-
ca de un autógrafo. Mañana, será portada de todos los
periódicos del mundo y, lo más importante, los ciuda-
danos comentarán la hazaña a pie de taberna, porque
conocen los entresijos de la proteómica tan al dedillo
como la alineación del Real Madrid.
¡Basta de risitas! Sé que suena a estupidez: ¿La
ciencia, un espectáculo?... Pero no crean que se trata de
una idea improvisada, de una provocación sin ton ni
son. Cuento con argumentos. Y se los voy a mostrar.
Con las nuevas normas de seguridad de la UEFA, en
un estadio de fútbol español pueden caber, a lo sumo,
cerca de 90.000 espectadores. Gritan, vibran, se exal-
tan con el devenir de sus ídolos sobre el tapete verde de
césped replantado. Cada mes, la revista Muy Interesante
es leída por 1.746.000 personas, según los últimos da-
tos del Estudio General de Medios (EGM) Oleada 2, de
2001.
Por supuesto, no voy a decirles que gritan, vibran y
se exaltan con la lectura de nuestros artículos de as-
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JORGE ALCALDE
D
EL
ESPECTÁCULO
DE LA
CIENCIA
(Sí, he dicho
espectáculo...)
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tronomía, biología, salud, historia, arqueología, natura-
leza... Pero sí que puedo asegurar que se divierten. Y lo
hago basándome en datos objetivos (no sólo en mi de-
seo de seguir dando de comer a mis hijos
con lo que me paga la empresa alemana edi-
tora de la revista, GyJ). El primer dato obje-
tivo es que los casi dos millones de personas
que leen Muy, repiten al mes siguiente. El
segundo, es que contamos con herramientas
de marketing para conocer su opinión sobre
nuestro producto, número tras número, y di-
cha opinión nos concede calificaciones de
notable alto. El tercer dato es algo sensi-
blero: se basa en la emoción que produce re-
cibir de vez en cuando cartas de lectores que
hoy son químicos, médicos, biólogos o astró-
nomos porque un día comprendieron en
nuestras páginas que la ciencia es diverti-
da... ¿Un espectáculo?
Bueno, es cierto que el fútbol no sólo concita el in-
terés de los 90.000 asistentes que acuden al campo,
sino que es motivo de atención para otros millones de
personas que lo siguen por televisión, lo analizan en las
docenas de páginas de periódicos deportivos, lo digie-
ren en las noches de radio, lo rumian en su intelecto
una y otra vez. Pero obsérvese que el puente entre el es-
tadio de fútbol y los millones de seguidores a distancia
del deporte/espectáculo no lo pone la calidad del mis-
mo, sino que está construido con unos ladrillos muy par-
ticulares: periodistas. Miles de periodistas deportivos
que cada mañana se levantan con la tranquilidad de que
ningún medio de comunicación moderno puede pres-
cindir de ellos, de que no existe informativo de radio y
televisión sin sección de deportes; ni diario generalista
sin páginas y páginas dedicadas a la competición. Sa-
len a la caza de noticias y no tienen que preocuparse por
encontrar un hueco para ellas... lo tienen garantizado:
ya se trate de unas declaraciones insulsas sobre lo bien
que se lleva el banquillo A o de la reseña de la última
torcedura de tobillo del jugador B.
Llegarán a la redacción de su diario y allí encontra-
rán a su colega, el periodista científico (en el mejor de
los casos dedicado a ello en exclusiva pero las más de
las veces obligado a compartir dicha tarea con la cober-
tura de otras innumerables informaciones de carácter
social o cultural) agobiado porque no sabe cómo con-
vencer al redactor jefe de mesa de que a la gente le
interesaría saber que la Mars Odissey ha entrado en órbi-
ta con Marte. O, quizás, exultante porque el susodicho
redactor jefe le ha concedido media columna en Sociedad.
No voy a ser tan simplista de pensar que si la cien-
cia no es hoy un espectáculo, es porque hay más perio-
distas deportivos que científicos, pero es innegable que
la labor divulgativa de esas legiones de colegas del de-
porte resulta tan sencilla como eficaz. ¿Hay alguien que
no sepa lo que es un penalti? ¿Y si hiciéramos la prue-
ba y preguntáramos a los transeúntes de la calle qué es
un neutrino?
El primer paso para la divulgación científica es la in-
formación. Sobre la relación entre información y divul-
gación se ha escrito y debatido hasta la saciedad. Se dice
que informar de ciencia no supone formar sobre ciencia.
Y se arguye que las piezas noticiosas sobre una u otra in-
vestigación no han de ser necesariamente divertidas, bas-
ta con que cumplan su función periodística. Puede ser,
pero no cabe duda de que quienes devoran las páginas
deportivas de la prensa generalista han de encontrar al-
gún placer especial en leer la crónica de un partido de
fútbol jugado hace 24 horas. Y es posible que tales do-
sis de placer, de disfrute, procedan de la realidad in-
cuestionable de que saben bien de qué se está hablan-
do, entienden de fútbol, son anónimos expertos con criterio
suficiente para decidir qué está bien escrito y qué no.
Los autores de esa educación futbolística que ha im-
pregnado todas las capas de nuestra sociedad, de la ma-
siva divulgación del balompié son la pléyade de perio-
distas que informan cada día sobre el juego hasta
convertirlo en espectáculo. No son futbolistas, entrena-
dores ni árbitros. Pueden haber pasado su vida sin pe-
gar una patada al balón, pero poseen la clave íntima de
la divulgación: pasión y capacidad para divertirse y di-
vertir con el objeto de sus investigaciones.
¿Sería posible un proceso similar con la información
científica? Si no creyera que la respuesta es sí no me le-
vantaría cada mañana para viajar en tren durante una
hora antes de entrar en la redacción madrileña de Muy
Interesante
.
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MUY INTERESANTE
MUY INTERESANTE
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La ciencia posee la misma capacidad de encanta-
miento que el deporte: conmueve, crea adicción, provo-
ca la curiosidad, cambia cada día, está preñada de hé-
roes, mueve mucho dinero. Pero, además, es útil. Leer
sobre ciencia divierte, sacia la curiosidad y nutre. Y eso
lo saben los casi dos millones de lectores de Muy. En
nuestras páginas encuentran el entretenimiento cultivador
que la divulgación científica ofrece mejor que ninguna
otra. Por su parte, los privilegiados periodistas que con-
feccionamos la revista nos esforzamos por conseguir que
la noticia científica sea tratada con el entusiasmo que los
lectores se merecen. Si Raúl o Rivaldo son héroes, tam-
bién pueden serlo Mariano Barbacid, Martín Rees o Ian
Wilmut, ¿por qué no? Podemos hacer que un oncochip
cautive tanto como un balón... con 1.746.000 lectores,
al menos, lo hemos logrado.
Y lo hemos logrado con un producto que, para colmo,
es económicamente rentable. Una revista que no está
hecha por científicos ni expresamente para científicos.
Es más, ni siquiera es una revista científica al uso. Se
trata más bien de un producto periodístico de interés ge-
neral donde se mezclan consideraciones de carácter cul-
tural, social, artístico, histórico con algunas dosis de ac-
tualidad y mucha base de curiosidad intelectual. Los
profesionales que la hacen no son cocineros de la sor-
presa, del rigor y del placer por leer. Pero no escriben de
fútbol (casi nunca), escriben sobre ciencia. Porque la
ciencia puede y debe ser divertida. ¿Un espectáculo?
Soy consciente de que la frontera del
divertimento es un arma de doble filo,
un camino minado sobre el que hay que
andar con pies de plomo. Desde Muy
también nos esforzamos por contradecir
a los que piensan que la divulgación di-
vertida banaliza la ciencia. Los que te-
men que la diversión erosiona el rigor.
Pero estamos convencidos de que, como
escribió Chesterton, “divertido no es lo
contrario de serio, es lo contrario de
aburrido”. Es más, la auténtica banali-
zación de la ciencia procede de su
constante estado de precariedad en mu-
chos medios informativos. El periodista
científico de un medio no especializado
(pongamos, un periódico de información
general) ha de competir a menudo por un espacio entre
decenas de informaciones de mayor presencia que las
suyas. La prensa, siempre presionada por la necesidad
de grandes titulares, termina por dejar aflorar sólo aque-
llas informaciones científicas que llevan una carga de
emoción añadida: vacas locas, plutonio enriquecido,
monstruos genéticos o falsas expectativas de curación
de determinado cáncer. El deseable espectáculo cien-
tífico termina convirtiéndose en vedetismo o en galería
de catástrofes.
Afortunadamente contamos con profesionales de sol-
vencia suficiente para lidiar este toro en medios de ti-
rada nacional que todos conocemos. Pero siempre está
al acecho el peligro de que la información científica
aflore por otros canales menos solventes.
Por eso es necesario que surjan revistas como Muy,
muchas revistas (y lo digo en estos tiempos difíciles en
los que la tendencia es a que desaparezcan títulos); es-
pacios donde el respeto a la información científica está
garantizado, donde no se corre el riesgo de caer en el
vedetismo, el catastrofismo y la banalización sencilla-
mente porque no hay que competir con la noticia del co-
razón, el último escándalo financiero o las bobadas de
la vidente de moda.
No, el sueño del biólogo molecular transfigurado en
estrella del rock no es tan demencial como creía. Evi-
dentemente la ciencia no necesita de la fama (por for-
tuna) y es posible que muchos de los que leen esto (si
es que siguen leyéndolo a estas alturas del artículo)
piensen que el saber científico puede vivir muy bien sin
las mieles del espectáculo. Estoy de acuerdo con ellos.
Pero divulgar en el desierto es muy aburrido. Hacerlo
para 1.746.000 lectores es un honor. Para tantos se-
guidores como tiene la final del Campeonato del Mun-
do de fútbol sería la señal de que nuestro mundo es un
poquito mejor.
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Como escribió Chesterton,
"divertido no es
lo contrario de serio,
es lo contrario de aburrido"
En su apartado dedicado a las revistas de divulgacion cientifica (y pseudo-
científica) (2.2.16), la oficina de justificacion de la difusión (OJD) publicaba
a mediados de febrero la tirada de las siguientes revistas, controlada de for-
ma semestral en la mayoría de casos. Se ordenan según el promedio de difu-
sión (nota de redacción). (Fuente: OJD)
Promedio
Promedio
Período
Cabecera
tirada difusión controlado
Muy Interesante
semestral 363.945
283.690
jul-00/jun-01
National Geographic
semestral 280.242
213.581
jul-00/jun-01
Quo
semestral 259.279
160.503
jul-00/jun-01
National Geographic
(especial)
semestral 101.719 81.652 jul-00/jun-01
CNR
semestral 112.697
65.500
jul-00/jun-01
Muy (especial)
semestral
99.667
64.597
jul-00/jun-01
Año Cero
semestral 108.742
62.178
jul-00/jun-01
Geo
semestral
99.396
60.737
jul-00/jun-01
Más allá de la Ciencia
semestral
67.736 34.020
jul-00/jun-01
Natura
mensual
57.155 24.391
ene-00/dic-00
Investigación y Ciencia mensual 35.467
24.731
ene-00/dic-00