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Divulgación no es sinónimo de conocimiento, y la
mera información en sí misma tampoco lo es, así como
tampoco son iguales información y divulgación. En un
tiempo en el que impera una cierta confusión sobre si
estamos en la llamada Sociedad de la Información o en
la del Conocimiento, vale la pena indicar que la dife-
rencia no es en absoluto superficial.
Para ilustrar la distinción, recordaremos lo indicado
al respecto por el investigador español Alberto Escu-
dero Pascual en una reciente conferencia, cuando ex-
plicaba el caso de los alumnos de cierta universidad
sueca que, pese a contar en su preparación con la ayu-
da ‘superefectiva’ –teóricamente– de un ordenador
portátil (cedido por la propia universidad desde el ini-
cio del curso) conectado todo el día –de forma gratuita
y sin cables– a Internet, habían suspendido masiva-
mente unos exámenes.
La incapacidad para procesar y discriminar la in-
formación recibida, y de elegir lo útil, entre lo curioso
y lo divertido (así como la insana pasión de chatear in-
cluso en horas de clase), les había conducido a tan pe-
nosa situación.
Tras la experiencia, las notas fueron mejorando (al
menos, en algunos casos), al empezar a conocer los
alumnos cómo debían prepararse y usar mejor su orde-
nador y cerebro para aprobar las diferentes pruebas a
las que los examinadores les iban sometiendo.
Si información y divulgación no son equivalentes de
conocimiento ¿cómo se produce el paso de las primeras
a lo segundo? Antes de liarnos en consideraciones más
complejas, y enzarzarnos en batallas puramente para-
semánticas
, vale la pena definir, siguiendo la estela del
diccionario de la Real Academia Española de la Len-
gua, el acto de informar como el de “dar noticia de una
cosa”, el acto de divulgar como el de “publicar, exten-
der, poner al alcance del público una cosa” y el acto de
conocer (con varios sentidos, entre ellos un uso bíblico
frecuente que no viene al caso) como –en su primera
acepción– “averiguar por el ejercicio de las facultades
intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de
las cosas”.
Es decir, de las tres actividades, la primera, la de
informar, sería la más general, y se ocuparía ‘mera-
mente’ de comunicar algo a alguien que no lo conoce;
la segunda, la de divulgar, sería algo más compleja,
dado que requiere un esfuerzo del comunicador por
hacer comprensible la información que se transmite
–divulgar y vulgarizar tienen un origen similar– segu-
ramente por ser cuestiones algo complejas cuya com-
prensión vale la pena facilitar con el fin de que lleguen
a la gente.
La tercera es muy diferente, en la tarea de conocer
hay implícito un esfuerzo discriminatorio, que debe re-
alizar siempre el que recibe la información, el cual de-
berá poner en marcha “sus facultades intelectuales”.
Si bien en el acto de divulgar se requiere todo un
proceso complejo por parte del que comunica (al igual
que en el de informar, pero con el añadido de conllevar
una mayor preocupación por ser comprendido); en el
acto de conocer, el esfuerzo reside en quien recibe la in-
formación de su entorno, el cual debe adoptar una ac-
titud crítica frente a ella.
Seguramente, al igual que los motores de los coches
extraen potencias diferentes de cubicajes similares, lo
que hace falta es crear en cada ciudadano los meca-
nismos adecuados que permitan reducir a lo esencial la
información, eliminando o separando el ruido inheren-
te a todo proceso de comunicación, y convirtiendo de
forma efectiva la ‘energía’ en ‘trabajo’.
Probablemente, el desarrollo del espíritu crítico
sea uno de los mejores instrumentos de los que puede
dotarse el ser humano para conseguir que en el vasto
océano de la información que nos llega, seamos capaces
de seleccionar con cierta efectividad aquellos datos que
sí son realmente relevantes.
Confiamos en que esta revista, y los autores que en
este número colaboran en el informe especial acerca de
la comunicación social de la ciencia, así como en otros
temas, contribuyan de alguna forma a dotar a nuestros
lectores de instrumentos con los que hacer frente a la
gran cantidad de información que, desde diversos me-
dios y con variadas intenciones, nos llega a diario.
é
EDITORIAL
el esc
é
ptico
otoño- invierno 2001
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DIVULGACIÓN
NO ES IGUAL A
CONOCIMIENTO