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Ningún otro nombre en arqueología
aúna imágenes más fantásticas y más
absurdas que la Atlántida. El mítico
reino ha generado centenares de libros,
canciones, películas de serie B e in-
cluso un área turística en las Bahamas
donde los veraneantes aventureros pue-
den visitar las “ruinas” del continente
sumergido.
Cuando los arqueólogos piensan en
la legendaria isla de la Atlántida, sus
pensamientos se retrotraen hasta Platón, el filósofo clási-
co que escribió un poco acerca de su historia hacia el año
360 a.C. Pero entre los pseudo-arqueólogos, la Atlántida
trae a la mente otro nombre, un escritor más reciente, una
persona con el impresionante nombre de Ignacio de Loyola
Donnelly.
Como su reverenciado tocayo, el fundador de los eru-
ditos jesuitas, Donnelly también creó una herencia dura-
dera: el mito moderno de la Atlántida.
La vida de Donnelly fue tan intrigante como las histo-
rias que creó. Nacido en Filadelfia (EEUU) en 1831, este
hijo de inmigrantes irlandeses fue un pensador inmerso en
bibliotecas que vio grandes cosas en su propio futuro. Es-
tudió abogacía pero se dio cuenta a sus veintitantos años
de edad que la ley nunca sería bastante para él. Decidió
entonces dirigir su carrera hacia la
política.
Donnelly se mudó a las vastas
praderas de Minnesota y se convirtió
en un especulador de la tierra, ven-
diéndola a los inmigrantes recién lle-
gados al corazón de América. Su ac-
tiva mente lo mantuvo inquieto, sin
embargo, cambiando su afiliación
política tan a menudo como las pá-
ginas de un calendario. Donnelly
fue, sucesivamente, demócrata, republicano, republicano
liberal, granger (miembro de una coalición de granjeros
que luchaba contra prácticas monopolísticas en el trans-
porte de grano), miembro de la Alianza de Granjeros y un
populista. Sirvió durante tres mandatos en la cámara de
representantes de los EEUU y uno en el senado de Min-
nesota; fue candidato a vicepresidente, y sólo faltaron me-
nos de 150 votos para llegar a convertirse en gobernador
de Minnesota.
Su carrera política, a veces caprichosa y a menudo fre-
nética, le dejó un comprensible cansancio y se dedicó a
escribir para liberarse de lo que él llamaba “el sucio pozo
negro de la política” A los 49 años de edad, después de
devorar la popularísima novela de Julio Verne 20.000 le-
guas de viaje submarino
(que se publicó en 1881), Don-
el esc
é
ptico
primavera- verano 2001
58
EL
PADRE
DE LA
ATLÁNTIDA
,
IGNATIUS DONNELLY
,
CREÓ EL
MITO MODERNO
Y
CONFIGURÓ LA
PSEUDO-ARQUEOLOGÍA
Atlantis: The Antediluvian world,
la obra ¿cumbre? de I. Donnelly.
DISCOVERING ARCHAEOLOGY
CHARLES E. ORSER, JR.,
Redactor de Scientific American
Discovering Archaeology
y
profesor de antropología en la
Universidad Estatal de Illinois
(EEUU)
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nelly terminó su obra cumbre sobre pseudo-arqueología:
Atlantis: The Antediluvian world (La Atlántida: El Mundo
Antediluviano
).
Mientras que su carrera política terminó como prome-
sa incumplida, la Atlántida lo catapultó sobre el escena-
rio mundial. Antes de 1890, después de solamente ocho
años tras la primera edición, la Atlántida había superado
sorprendentemente la reimpresión número 23. El libro
tuvo un éxito monumental entre el público lector y el mun-
do literario. Es, con rotundidad y llanamente, el libro pseu-
do-arqueológico más importante jamás escrito y ha cons-
tituido un referente para el diluvio de obras
pseudo-arqueológicas que han venido después.
Donnelly fue un escritor de talento y abrumador. Don-
de Platón había estado vago y oscuro, Donnelly fue directo
y claro. Donde Platón estaba clásico y distante, Donnelly
estaba moderno y familiar. Usando tácticas que él había
aprendido probablemente en las humeantes trastiendas de
la “edad dorada” de la política estadounidense, Donnelly
escribía de una manera directa, cara a cara. Su meta era
convencer a los lectores de que la Atlántida había sido real
y que él podía probarlo. El que su “prueba” fuese com-
pletamente absurda, no parecía importarle.
Con fuerza literaria y energía intelectual, Donnelly res-
piró vida en la Atlántida y habló a los lectores en una len-
gua que podían entender. Donde Platón había colocado la
Atlántida “más allá de las columnas de Hércules”, Don-
nelly proclamó resueltamente que estaba “en el Océano
Atlántico, enfrente de la boca del mar Mediterráneo”. Pla-
tón describió la Atlántida como una generosa isla que
“contenía llanuras llenas de suelo fértil y tenía muchos
bosques en sus montañas”. Donnelly promovió astuta-
mente la Atlántida como “el verdadero mundo antedilu-
viano; el jardín del Edén; el jardín de Hespérides”.
Platón dijo “todo el cuerpo”de los guerreros de la
Atlántida “fue tragado por la Tierra [tras] un día y noche
penosos”. No fue así , proclamó Donnelly. En su afirma-
ción más audaz, declaró con confianza que algunos
atlantes habían escapado a la destrucción y habían esta-
blecido “una reproducción” de su hogar de la Atlántida en
el antiguo Egipto.
Habiendo así llevado su argumento a territorio inex-
plorado por Platón, el cielo era el límite. Donnelly des-
vergonzadamente afirmó que el alfabeto fenicio se basa-
ba en el de la Atlántida (al igual que el de los mayas); que
las herramientas de la edad de bronce europea se deriva-
ban de la tecnología de los atlantes y que la Atlántida fue
la localización original de la “familia de naciones” aria
(nótese que Adolfo Hitler creía que los arios eran los des-
cendientes de la Atlántida).
En la elucubración de estas audazmente extrañas afir-
maciones, Donnelly transportó con eficacia la Atlántida
hasta el mundo moderno. Ya no estaba simplemente la isla
perdida debajo del mar. Es cierto, no podemos visitarla no-
sotros mismos puesto que sigue estando por descubrir,
pero podemos experimentar su “majestuosidad” hoy entre
las pirámides y los templos del antiguo Egipto, y podemos
estudiar su alfabeto examinando estelas erosionadas y tex-
tos descoloridos. Podemos incluso encontrarnos a los des-
cendientes directos de estos distinguidos isleños sin más
esfuerzo que desplazarnos a algunos de los lugares más
remotos del mundo.
Donnelly murió en 1901, pero está lejos de ser olvi-
dado. Los pseudo-arqueólogos más prominentes de hoy re-
conocen de buena gana su deuda hacia él. Charles Berlitz
(famoso por sus obras sobre el triángulo de Bermudas) lo
llamó “el Platón de atlantología moderna” en Atlantis: The
eight Continent
(La Atlántida: El Octavo Continente); J. M.
Allen, autor de Atlantis: The Andes Solution (La Atlántida:
La solución de los Andes
) dijo que el libro de Donnelly
“comenzó el moderno entusiasmo por la leyenda de la
Atlántida” e incluso Graham Hancock, el pseudo-arqueó-
logo más prolífico actual, menciona la contribución de
Donnelly a este tema en los reconocimientos de su popu-
lar Fingerprints of the Gods (Las huellas de los dioses).
Por eso, la próxima vez que usted encienda su TV y vea
a alguien buscando desesperadamente los místicos restos
de la Atlántida en algún rincón perdido de la Tierra, re-
cuerde que, tras él, podrá ver el fantasma de Ignacio de
Loyola Donnelly, el padre de la Atlántida.
é
Traducción: Sergio López Borgoñoz
primavera- verano 2001
el esc
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ptico
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DISCOVERING ARCHAEOLOGY
Ignatius Loyola Donnelly, encontró un cierto éxito en su
dedicación a la política, pero alcanzó la fama gracias a un
libro suyo en el que se inventaba la leyenda de la Atlántida.