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ichard Dawkins es uno de
los autores más conocidos
en la divulgación de teorías
neodarwinistas. Sus libros apa-
recen en las listas de los
bestse-
llers, cosa que se puede decir
de muy pocos autores de divul-
gación hoy por hoy. En su úl-
tima obra,
Destejiendo el arco
iris, Dawkins se aparta ligera-
mente de sus temas habituales:
todavía hay en el libro una
parte importante dedicada a la
biología y, sobre todo, a sus te-
orías acerca del
gen egoísta –o
el cooperador egoísta, en su
nueva y mejorada acepción–,
pero la obra trata, sobre todo,
de poesía. Esto no quiere decir
gran cosa; Dawkins es especia-
lista en elegir un ejemplo sen-
cillo o una idea simple y –per-
mítaseme la elección de metá-
fora– tejer a su alrededor un li-
bro complejo y fascinante. El
que nos ocupa no es una ex-
cepción. De hecho, es uno de
los libros más interesantes y
evocadores que he tenido el
placer de leer últimamente.
Destejiendo el arco iris toma
su título del tema general del
libro, del que el autor se sirve
para enlazar los diferentes ca-
pítulos. En realidad, la obra es
enormemente ambiciosa:
Dawkins pretende nada menos
que mostrarnos la diferencia
entre poesía
buena y mala, de-
moler la fama de
fría que tiene
la ciencia, demostrarnos que
los temas que inspiraron a los
poetas del siglo pasado no son
ni la mitad de maravillosos que
los que la ciencia nos ha des-
cubierto y, ya de paso, rema-
char una vez más su teoría del
gen, perdón, del
cooperador
egoísta. Tras un prefacio que
inmediatamente capta el inte-
rés, Dawkins se lanza de lleno
a las procelosas aguas de la fí-
sica y nos explica por qué
Keats metió la pata hasta el
fondo cuando acusó a Newton
de haber destruido la belleza
del arco iris al descomponer la
luz.
Es cierto que sobre gustos
no hay nada escrito. Pero, en
esta ocasión, Dawkins plantea
su caso con extrema brillantez.
En primer lugar, explica por
qué se forma un arco iris. Sigue
contándonos por qué vemos el
arco iris como lo vemos y a
partir de ahí, y durante los si-
guientes cinco capítulos, re-
pasa el análisis espectral, el so-
nido, la luz, el ADN y las téc-
nicas forenses. En todos los ca-
sos, los conceptos están expli-
cados con claridad, sin caer en
las trampas que el autor se de-
dica a criticar en el resto del
libro: ni recurre a supersimplifi-
caciones
facilonas ni abusa del
lirismo para provocar un senti-
miento de maravilla a costa de
perder el foco del problema.
De hecho, muchos legos en la
materia pueden encontrar es-
tas explicaciones como un
punto de partida excelente
para profundizar más en los te-
mas tratados. Personalmente,
para mí ha sido un placer se-
guir las explicaciones del autor
a lo largo de todos estos capí-
tulos.
En el capítulo sexto, se nos
explica lo que Dawkins consi-
dera mala poesía: en general,
cualquier abuso retórico que
malinterpreta hechos perfecta-
mente normales y los reviste
con un halo de misterio y ma-
ravilla que sólo consigue con-
fundir al lector. Y también
cualquier poesía en la que la
ciencia sea la víctima de las
iras del poeta. Hay muchos
ejemplos de ambos casos dis-
tribuidos por el libro. Cierta-
mente, Dawkins deja muy
claro el peligro que tal uso del
poder de la poesía entraña.
Elige para ello la disciplina
pseudocientífica que más mala
poesía
–según su definición de
Dawkins– encierra, y también
la más apaleada: la astrología.
No puedo reprochar a Dawkins
su elección. Aunque es previ-
sible y aunque realmente no
hay muchas más maneras de
explicar que la astrología es un
confuso conglomerado de cre-
encias y pseudociencia que no
funciona en absoluto, es un
ejemplo que todos tenemos
muy cercano y que nunca deja
de impactar. A partir de ahí,
coge ritmo y generaliza a otras
pseudociencias, pero no una
El mundo más allá del arco iris
Dawkins, Richard [1998]: Deste-
jiendo el arco iris
[Unweaving
the rainbow
]. Trad. de Joando-
mènec Ros. Tusquets Editores.
Barcelona 2000. 360 páginas.
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por una, sino haciendo hinca-
pié en los mecanismos menta-
les que nos predisponen a creer
en lo maravilloso: nuestra –en
general– muy deficiente com-
prensión de la estadística, las
limitaciones de nuestro cere-
bro para aprehender conceptos
como las distancias astronómi-
cas o los tiempos geológicos,
nuestra tendencia a ver obje-
tos –sobre todo caras– en su-
perficies irregulares... y, sí,
también los ovnis.
Hay dos capítulos del libro
que el autor dedica a las teo-
rías que le tocan más de cerca.
Por un lado, una reexposición
simplificada de su teoría del
cooperador egoísta y, por otro,
el ataque a las ideas de Ste-
phen Jay Gould. De hecho, se
trata de un ataque bastante fu-
ribundo y de doble filo. Daw-
kins reconoce la habilidad de
Gould como escritor, pero in-
dica que es precisamente esa
habilidad la que posibilita que
las teorías de Gould sean mal
interpretadas, aparte de seña-
larnos también lo que él consi-
dera errores de bulto. Es una
especie de bache en el libro,
porque queda un poco forzado
y porque es demasiado especí-
fico como para pensar que es
un ejemplo inocente escogido
al azar. Para quienes también
admiramos los libros de Gould,
es la parte que más cuesta de
todo el libro.
Dawkins redondea su obra
con estilo, recordando su
tema principal: que nada hay
más poético que las ideas y
conceptos que la ciencia nos
descubre, y que destejer el arco
iris
no le roba la belleza. Al
contrario, no hace más que
añadir maravilla sobre mara-
villa, prodigio sobre prodigio
y abre mundos nuevos y nue-
vas formas de pensar y de en-
tender el universo. El len-
guaje es sencillo, aunque los
conceptos no lo sean, y el au-
tor consigue estimular al lec-
tor e inspirarle el deseo de en-
tender y de saber más.
Destejiendo el arco iris es,
junto con
El Mundo y sus de-
monios, uno de los mejores li-
bros que se han publicado últi-
mamente acerca de las posibi-
lidades de la ciencia y de su ca-
pacidad para estimular la
mente y hacer que alcance su
máximo potencial –cosa que la
ciencia consigue, no impide,
como algunos parecen pen-
sar–. Y, si es posible mostrarse
en desacuerdo con algunas de
las cosas que Dawkins de-
fiende, mejor: fomentar un de-
bate y un intercambio inteli-
gente de ideas es una de las
mejores cosas que un libro
puede aspirar a conseguir.
ADELA TORRES
Falsificaciones
históricas
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P
odríamos pensar que la
falsificación de documen-
tos del pasado para influir en
el presente o para obtener un
beneficio económico es algo
propio de nuestros días. Nada
más alejado de la realidad.
Los supuestos diarios de Hi-
tler o de Jack el Destripador
son, tan sólo, los últimos es-
labones de una cadena que
comienza con la invención
de la escritura. Los reyes su-
merios no vacilaron en in-
ventarse antepasados semi-
divinos –como Gilgamesh– y
los faraones hacían borrar las
inscripciones conmemorati-
vas de sus antecesores en al-
gunos templos para inscribir
su propio nombre –Ramsés II
era un especialista en cons-
truir monumentos... que ya
estaban edificados–. Men-
ción aparte merece la narra-
ción de la batalla de Kadesh
–entre hititas y egipcios–
que, de manera casi mila-
grosa, ganaron ambos bandos:
¿un antecedente de las no-
ches electorales?
Quizá resulten más conoci-
dos por el gran público fraudes
foráneos como la Donación de
Constantino
o los Protocolos de
los sabios de Sión
; pero en Es-
paña también hemos cocido
habas. A desvelar estas mixti-
ficaciones dedicó su
Historia
crítica de los falsos cronicones
José Godoy Alcántara, histo-
riador decimonónico cuya
persona y obra han caído en
un olvido injusto, por cuanto
una lectura atenta nos mues-
tra un escritor de sorpren-
dente modernidad y de recon-
fortante escepticismo. En su
estudio de las falsificaciones
históricas en la España de los
siglos XVI y XVII, comienza
por el hallazgo de la Torre
Turpiana en Granada: “...una
caja de plomo, que abierta
mostró contener reliquias y
un pergamino grande. Servian
de cabeza á este documento
cinco cruces en forma de cruz,
y en caracteres arábigos decia
ser aquella una profecía de san
Juan evangelista... luego po-
nía la profecía en caracteres
castellanos del tiempo”. Go-
doy apunta: “Anacronismos
tan torpes como poner al
frente del escrito cruces... su-
poner las lenguas castellana y
arábiga habladas en el siglo
primero en España, y el pobre
ingenio con que todo estaba
tejido, revelan claramente la
mano de un grosero falsario”.
Sin embargo, el autor no se
limita a exponer y demostrar
las falsificaciones históricas,
sino que también denuncia
–cuando ello es posible– a sus
autores, revela los móviles
que les incitaron –a veces
económicos, pero más fre-
cuentemente religiosos– y en
qué obras anteriores se basa-
ron para elaborar sus fraudes,
así como la influencia que tu-
vieron estas invenciones en la
desde el sillón