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a astronomía es la ciencia más antigua de
la humanidad y siempre ha desempeñado
un papel primordial en la cultura de to-
dos y cada uno de los pueblos de la Tierra,
tanto por su utilidad para estructurar el
tiempo y permitir la creación de un calenda-
rio, mediante la observación del Sol, la Luna
y las estrellas, como por su relación con la mi-
tología y la religión a la hora de ofrecer una
visión cosmológica del mundo.
En la actualidad, ya no miramos al cielo
para saber la hora por la posición del Sol o de
las estrellas, desconocemos la fase en que se
encuentra nuestro satélite -¿cuántos de nues-
tros lectores saben qué Luna hay hoy?-, que
tan útil era antes de la invención de la luz
eléctrica para desplazarse de noche, y rara-
mente admiramos el maravilloso espectáculo
de un cielo estrellado, un amanecer o un
ocaso. Sin embargo, aunque el tiempo, siem-
pre tan escaso, es gobernado hoy por nuestros
relojes atómicos, nuestros calendarios de bol-
sillo y nuestras agendas electrónicas, la astro-
física, heredera de la astronomía, sigue siendo
una de las ciencias con más gancho social,
precisamente porque trata de dar respuestas a
las preguntas de siempre que permanecen aún
sin contestar: ¿quiénes somos?, ¿de dónde ve-
nimos?, ¿a dónde vamos?...
Nuestros antepasados también miraron al
cielo, aunque sin telescopios, en busca de esas
mismas respuestas. Al carecer de instrumen-
tos sofisticados, realizaban observaciones a
simple vista, determinando, entre otras, las
posiciones de salida y puesta del Sol en los
solsticios y equinoccios, las de la Luna en los
lunasticios y las de las estrellas en sus ortos y
ocasos, generalmente al atardecer y al amane-
cer.
En reiteradas ocasiones, levantaban estruc-
turas, a veces monumentales, alineadas con
esas direcciones o elegían como emplaza-
miento de sus lugares sagrados aquéllos que se
encontraban en un sitio singular, de forma
que alguno de los fenómenos descritos con
anterioridad se produjese sobre una montaña
sagrada o en algún otro referente topográfico
importante. La relación entre paisaje celeste
y paisaje terrestre, arqueoastronomía
1
y ar-
queotopografía, ha sido siempre mucho más
íntima de lo que hoy en día podría parecer.
Sobre pirámides, majanos
y estrellas
JUAN ANTONIO BELMONTE
Un acercamiento crítico, pero objetivo, a la arqueoastronomía, frente al abuso,
arbitrario e injustificado, de esta disciplina científica por parte de quienes
tratan de dar credibilidad a teorías fantásticas
Las pirámides de Güímar vistas desde el Oeste
1
En junio de 1999, el Museo de la Ciencia y el Cosmos del
Cabildo de Tenerife fue sede de la Oxford VI and SEAC 99
Conference sobre Astronomía y Diversidad Cultural, orga-
nizada en colaboración con el Instituto de Astrofísica de
Canarias. La serie Oxford de conferencias internacionales
es la más importante en el campo multidisciplinar de la as-
tronomía cultural -arqueoastronomía y etnoastronomía- y
el hecho de que se celebrase en Tenerife nos proporcionó
una oportunidad única para dar a conocer a nuestra socie-
dad y al mundo los grandes avances que a nivel mundial se
están llevando a cabo en esta interesantísima pero al mismo
tiempo controvertida rama del saber.
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¿Acaso no orientamos los porches de nuestras
casas hacia el Sudeste para que sean calenti-
tos en invierno y fresquitos en verano? Ésta es
una herencia prosaica de nuestra época de
una relación mucho más general entre astro-
nomía y paisaje en los tiempos antiguos.
L
AS PIRÁMIDES DE
G
ÜÍMAR
Un ejemplo de un alineamiento posiblemente
circunstancial, que quizás esconda otras razo-
nes que desgraciadamente desconocemos, es
el que descubrimos a principios de esta dé-
cada en los espléndidos majanos de Chacona,
más conocidos como las pirámides de Güímar,
en Tenerife. Estas hermosas construcciones
de piedra fueron casi con toda seguridad erigi-
das a mediados del siglo pasado por un grupo
de campesinos canarios a las órdenes del
dueño de la finca con el fin de desbrozar un
malpaís y hacerlo apto para huertas y, sobre
todo, para el cultivo de la cochinilla -un in-
secto productor de tintes-, tal como apuntan
la mayoría de las pruebas arqueológicas y et-
nográficas que conocemos, aunque desafortu-
nadamente estén aún sin publicar.
Sin embargo, lo más interesante, desde
nuestro punto de vista, es que estos monu-
mentos no fueron construidos con una orien-
tación aleatoria, sino que su eje principal se
eligió de forma que apuntase hacia un fenó-
meno de doble puesta de Sol en el solsticio de
verano en el borde Sur de la Caldera de Pedro
Gil, el accidente topográfico más llamativo
del horizonte occidental. Sobre esto no hay
duda y cualquier persona puede comprobarlo
personalmente un 21 de junio.
La pregunta es entonces, ¿por qué un ali-
neamiento astronómico en una construcción
agrícola del siglo XIX? La respuesta desgracia-
damente no la conocemos, pero casi seguro
que no se debe a que los majanos sean monu-
mentos funerarios de los reyes aborígenes de
Tenerife o templos a la divinidad solar de es-
tos pueblos, tal como se ha podido leer en al-
guna que otra revista y en artículos de prensa,
aunque sí que es posible que su emplaza-
miento fuese singular desde tiempos anterio-
res a la conquista y colonización de la isla,
pues el fenómeno de la doble puesta de Sol se
produce independientemente de la orienta-
ción de estos curiosos edificios.
También se ha dicho en la prensa local -y
comentado hasta la saciedad- que otra prueba
irrefutable de la antigüedad de los majanos es
el hecho de que se construyeran con la vara
megalítica como unidad de medida, hacién-
dose eco de nuestros propios resultados, en los
que proponíamos una unidad de medida cer-
cana a los 82,5 centímetros que postulábamos
sería la vara castellana. Con respecto a estas
opiniones, sólo comentaré que la vara megalí-
tica no existe y que lo que el ingeniero britá-
nico Alexander Thom postuló fue la existen-
cia de una yarda megalítica, con la que se ha-
brían construido los cromlech de Bretaña y de
las Islas Británicas; unidad de medida, por
otra parte, cuya veracidad está muy lejos de
haber sido comprobada y de la que no existe
ninguna evidencia arqueológica. Además, la
vara castellana ha tenido múltiples valores a
lo largo y ancho de las colonias hispanas, con
valores que oscilan entre los 81 y los 86 cen-
tímetros, y un valor de 82,5 centímetros,
como el utilizado por los campesinos de Güí-
mar a comienzos del siglo XIX en la construc-
ción de los majanos, es perfectamente razona-
ble.
Con respecto a las demás pirámides del ar-
chipiélago canario, a las que muchas veces se
hace referencia, hemos trabajado en todas las
pirámides cercanas al bello pueblo de Icod de
los Vinos -incluso en la de La Mancha antes
de que fuese destruida para construir una ca-
rretera- y en las pirámides de Mazo y de los
Cancajos en La Palma. Los resultados siempre
han sido nulos. Los majanos de Güímar son,
por tanto, excepcionales por su orientación y
por su localización. Los demás no tienen nada
que nos haga pensar que son algo más que me-
ros amontonamientos de piedra para limpiar
las huertas.
D
ATACIÓN DE ESTRUCTURAS
Y PRECESIÓN DE EQUINOCCIOS
Con todo, la arqueoastronomía ha cosechado
logros importantes en varias regiones del
globo y nuestro trabajo en esta última década
en la Península Ibérica, los archipiélagos ba-
lear y canario, así como en el norte de África,
ha contribuido en parte a ese éxito. Sin em-
bargo, la arqueoastronomía también tiene, y
ha tenido, sus puntos oscuros. Así, si por un
lado debemos alegrarnos de que cada año mi-
les de turistas visiten Newgrange, en Irlanda,
o Stonehenge, en Inglaterra, o de que cada
equinoccio se reúnan decenas de miles de per-
s
Los majanos de Güímar
son excepcionales
por su orientación y por
su localización
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sonas en Chichen Itza a observar el descenso
de Kukulcán en la escalera Norte del Castillo,
también debe preocuparnos el elevadísimo
número de charlatanes y aficionados que ven-
den al gran público ideas absolutamente pere-
grinas, con supuesta base científica, simple-
mente porque han usado medios técnicos so-
fisticados para obtener sus datos y para hacer
los cálculos astronómicos correspondientes.
Un ejemplo de ello son los continuos in-
tentos de datar restos arqueológicos usando la
llamada precesión de los equinoccios. Este fe-
nómeno hace que las posiciones de salida y
puesta de las estrellas varíen a lo largo de los
siglos por lo que los alineamientos estelares de
estructuras arquitectónicas podrían usarse, su-
puestamente, para datar la estructura corres-
pondiente. Hasta aquí, todo parece razonable
y la teoría debiera poder ser aplicable. Sin em-
bargo, en la mayoría de los casos, se argumen-
tan alineamientos a estrellas de las que no se
posee información fidedigna, es decir, sin nin-
gún tipo de fundamento documental adicio-
nal, disfrazándolos con el aura científica
mientras se proponen teorías absolutamente
descabelladas.
La precesión es debida a un movimiento de
bamboleo del eje de rotación terrestre a causa
de la asfericidad de la Tierra y provoca varia-
ciones seculares -su periodo es de 26.000
años- en las coordenadas de las estrellas fijas.
Como consecuencia de ello, se producen tres
fenómenos astronómicos importantes, todos
ellos relacionados entre sí:
• Variación de la posición del polo celeste
con respecto a la estrellas fijas, describiendo
éste una circunferencia cuyo centro es el polo
eclíptico, es decir, el punto donde la esfera ce-
leste es cortada por la perpendicular a la ór-
bita de la Tierra alrededor del Sol. Por este
motivo, la estrella polar no es la misma en to-
das las épocas, de forma que en tiempos histó-
ricos ha habido tres estrellas polares, Tubán -
la Alfa del Dragón-, en tiempos de las pirámi-
des; Kochab -la Beta de la Osa Menor-, en
tiempos de Cristo y, en la actualidad, nuestra
Polar, con mayúscula.
• Movimiento del punto equinoccial con
respecto a las estrellas fijas, que en tiempos
históricos ha pasado por las constelaciones de
Tauro, en época antigua, de Aries, en tiempos
grecorromanos y de Piscis hasta la actualidad.
Como consecuencia, los signos y las constela-
ciones zodiacales no se corresponden hoy en
día, de forma que el signo de Cáncer se dibuja
sobre la constelación de Géminis y así sucesi-
vamente.
• Variación secular de las posiciones y de
las fechas de las salidas y puestas de las estre-
llas, de forma que si, por ejemplo, el orto he-
líaco de Sirio, saliendo en una posición cer-
cana a la del solsticio de invierno, marcaba en
Egipto la fecha del solsticio de verano en el
año 3000 aC; hoy, 5.000 años después, éste se
produce a principios de agosto y en posiciones
algo más septentrionales. En consecuencia,
por un lado, los calendarios luniestelares se
desplazan inexorablemente sobre el marco de
las estaciones, teniendo que adaptarse de
forma continuada a los nuevos tiempos y, por
otro, una cierta estructura que haya sido eri-
gida mediante una orientación estelar, posi-
blemente con fines rituales, estará condenada
a no cumplir su función en un plazo más o me-
nos corto de tiempo.
En principio, otra consecuencia intere-
sante de todo lo anterior es que, como co-
mentábamos antes, las variaciones seculares
de las posiciones estelares se podrían usar para
datar monumentos. Sin embargo, este proceso
no es tan sencillo como parece, ya que la po-
Los grandes templos del imperio Jémer en el Sudeste asiático
son también objeto de especulaciones y teorías fantásticas
que buscan ‘respuestas’ a aparentes ‘misterios’.
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(Invierno 2000)
sición de salida y puesta de una estrella no se
puede fijar con tanta precisión como se desee.
En realidad, debido a fenómenos como la
refracción y la extinción atmosférica, entre
otros, es absolutamente imposible fijar con
una precisión mucho mejor que un grado la
posición de salida de una estrella brillante.
Para latitudes intermedias, esta precisión dis-
minuye conforme aumentamos la magnitud
de la estrella -aproximadamente, un grado por
magnitud-, de forma que, por ejemplo, es im-
posible orientar un edificio a las Pléyades,
cuya componente más brillante tiene magni-
tud 3, con un error menor de 3 grados, apro-
ximadamente. Por consiguiente, será imposi-
ble datar cualquier supuesto edificio orien-
tado a este importante asterismo con una pre-
cisión mejor de 500 años. La mayoría de las
técnicas alternativas de datación son mucho
más precisas.
Por este motivo y con el fin de salvaguar-
dar el valor científico de la arqueoastrono-
mía, hace algunos
años, me vi obligado a
ser muy duro a la hora
de juzgar un trabajo so-
bre orientaciones as-
tronómicas en la ne-
crópolis almeriense de
Los Millares, fechada
en el tercer milenio aC. En aquel trabajo, se
proponían orientaciones de cada una de las
tumbas a una estrella en particular sin ningún
tipo de rigor histórico y sin tener en cuenta
las mínimas precauciones anteriormente cita-
das. Y digo sin ningún tipo de rigor histórico
porque estrellas hay muchas en el cielo y, a la
hora de justificar que tal o cual monumento
está orientado a una estrella determinada, se
ha de ser extremadamente cauteloso y apoyar
cada afirmación con pruebas antropológicas,
históricas o arqueológicas. Es injustificable,
por ejemplo, afirmar que un dolmen cual-
quiera de una necrópolis cualquiera está
orientado a Saif o a El Nath. Incluso, antes de
afirmar que está orientado a una estrella tan
brillante como Vega o Sirio, se ha de ser cau-
teloso.
O
RIENTACIONES EN EL ANTIGUO
E
GIPTO
En cualquier caso, siendo ahora positivos, hay
circunstancias en las que considerar posibles
orientaciones estelares está plenamente justi-
ficado. Éste es el caso de algunos templos
egipcios en los que los propios jeroglíficos nos
dicen que el edificio correspondiente está
orientado a tal o cual estrella o asterismo. Un
ejemplo de ello lo encontramos en el templo
ptolemaico del dios halcón Horus en Edfú,
orientado a la constelación de la Pata de
Buey, nuestra Osa Mayor. Otras constelacio-
nes importantes de los egipcios como Sah y
Sepedet, correspondientes respectivamente a
una parte de nuestra constelación de Orión -
posiblemente el cinturón y la daga- y a nues-
tra estrella Sirio, son ya mencionadas en los
textos de las pirámides de las dinastías V y VI,
en el tercer milenio aC.
Por este motivo, no nos pareció aventu-
rada la hipótesis del ingeniero angloegipcio
Robert Bauvall quien, confirmando ideas an-
teriores de la astrónoma norteamericana Vir-
ginia Trimble, sugirió que los tubos de venti-
lación de las cámara del rey y de la reina de la
pirámide de Keops, en la meseta de Giza, es-
taban orientados hacia Tubán, Kochab, Sirio
y el Cinturón de Orión, cumpliendo el papel
ritual asignado más tarde a los propios textos
de las pirámides, de los que ésta última ca-
rece. Su hipótesis ini-
cial se complementaba
con la idea de que las
tres pirámides de la IV
dinastía en Giza -la de
Keops, la de su hijo Ke-
fren y la de su nieto
Micerino- reproducían
sobre el terreno la distribución celeste de las
tres estrellas que forman el Cinturón de
Orión; es decir, parte de la constelación Sah.
Esta hipótesis, que podría parecer un poco
aventurada, está, sin embargo, a mi modo de
ver, relativamente fundamentada, ya que hay
pirámides que tienen nombres de estrellas
como el caso de la de Yedefra, el hijo mayor
de Keops, que tiene el sugerente nombre de
La pirámide que es la estrella ‘Sehedu’. Sin
embargo, a partir de esta hipótesis aparente-
mente razonable, este mismo autor publica al-
gunos años más tarde un libro con el sugestivo
nombre de El misterio de Orión, en el que
desarrolla su hipótesis con ideas altamente es-
peculativas y, en opinión de muchos especia-
listas, entre los que me incluyo, bastante des-
cabelladas.
Así, aventura que el conjunto de las pirá-
mides de la IV dinastía representa en realidad
un mapa reflejado en tierra de la región ce-
leste cercana a la Vía Láctea que comprende
las constelaciones de Tauro y Orión. Para ello,
por ejemplo, propone que las dos pirámides de
Snefru -padre de Keops- en Dashur son dos es-
trellas de las Hyades, una de ellas cuatro veces
más brillante que la otra, ignorando la pirá-
s
La astrofísica sigue siendo una de
las ciencias con más gancho social
porque trata de dar respuestas a
las preguntas de siempre
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mide de Maidum, también construida por este
faraón, así como las consideraciones arquitec-
tónicas e históricas más simples que demues-
tran que Snefru construyó sus tres pirámides
de forma sucesiva a los largo de sus 49 años de
reinado, abandonando los proyectos anteriores
por fallos estructurales importantes.
El problema empieza a ser serio cuando
poco después, en colaboración con Graham
Hancock, este mismo autor revisa sus propias
teorías -o habría que llamarlas ya especulacio-
nes-, proponiendo en guardián del génesis que
todo el cuadro que él propone definiría mu-
cho mejor el paisaje si, gracias a la precesión
de los equinoccios, nos desplazásemos al año
10500 aC, nada menos, instante en que la es-
finge de Giza, hipotética representación de la
constelación de Leo, habría dirigido su mirada
hacia su paredra celeste situada en posición
equinoccial.
Sorprendentemente, nada dice de cómo
ajusta eso a sus hipótesis previas sobre los co-
rredores de ventilación que quedarían absolu-
tamente desfasadas. La fecha propuesta está
apoyada teóricamente por unos supuestos in-
formes geológicos, no contrastados, que de-
muestran que la esfinge ha sufrido erosión por
agua, por lo que tendría que haber sido cons-
truida antes del último periodo pluvial del
7000 aC, aproximadamente. Nuevamente, se
ignora el hecho de que el cuerpo de la esfinge,
una imagen de Keops asociada a su complejo
piramidal, pudo haber estado inundada en al-
gunas ocasiones, especialmente durante la
época de construcción de las pirámides veci-
nas de Kefren y de Micerino o en sus sucesivos
procesos de limpieza.
C
IENCIA Y CAUTELA
Todo esto me recuerda algo que me ocurrió
hace años cuando era un investigador aún bi-
soño y con más ilusión que prudencia. En no-
viembre de 1992, analicé arqueoastronómica-
mente una serie de majanos de piedra muy in-
teresantes, de supuesto origen guanche y de
los que había sido informado por algunos
compañeros, localizados en la Montaña de
Izaña, en que se encuentra el Observatorio
Astronómico del Teide. Estos majanos, en nú-
mero de unos catorce, de los que unos siete
eran de proporciones sorprendentes -dos por
dos metros de base y un metro de altura-, pa-
recían mostrar alineaciones astronómicas su-
gerentes, tanto solares, a equinoccios o solsti-
cios, como estelares -entre ellas, a Capella, la
estrella más brillante de Auriga-, y, lo que era
más importante, creí reconocer en su distribu-
ción aparente sobre el suelo mapas de conste-
laciones, especialmente Casiopea y, nueva-
mente, Auriga.
Antes de echar las campanas al vuelo, y
con mi colega César Esteban aconsejándome
cautela, decidí hacer algunas averiguaciones
adicionales, enterándome de que los mojones
guanches no eran más que amontonamientos
de piedra realizados por los canteros y peones
camineros -muchos de ellos, prisioneros polí-
ticos- que tras la guerra civil habían cons-
truido la carretera dorsal de Tenerife que
lleva a las cumbres de Izaña. Por supuesto, ar-
chivé este asunto en el baúl de los recuerdos
y, desde entonces, soy un poco más escéptico
e infinitamente más cauteloso.
A
NGKOR Y EL SUPUESTO MISTERIO
DE LAS ORIENTACIONES
Por ello, me resulta especialmente irritante
que se escoja un determinado yacimiento o
área arqueológica, se proceda a un efecto de
selección que elimine aquellos datos que no
interesan -en general, monumentos u otros
elementos arquitectónicos o del paisaje- y en-
tonces se identifique el patrón restante con
tal o cual constelación que, curiosamente, en
general representa la forma puramente occi-
dental -es decir, griega clásica- de ver la re-
gión del cielo correspondiente que, en mu-
chas ocasiones, obvia estrellas más brillantes
que otras por no ajustar al patrón de líneas y
puntos deseado. Ya hemos visto un ejemplo
de esto en el caso de la necrópolis de Menfis y
la constelación de Orión. La bellísima ciudad
de Angkor, antigua capital del imperio Jémer,
en Camboya, entre los siglos IX y XV, está su-
friendo la misma suerte.
Ésta es la última vuelta de tuerca del pro-
pio Graham Hancock en su libro, por lo de-
La esfinge y las dos mayores pirámides de la meseta de Giza.
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(Invierno 2000)
más muy hermoso, Espejo del cielo, en el que,
tras repetir teorías anteriores sobre las pirámi-
des o la esfinge, especula con que los monu-
mentos de Angkor son un reflejo terrestre de
la constelación mediterránea del Dragón en
el 10500 aC nuevamente. En este caso, ade-
más, no hay la más mínima evidencia arqueo-
lógica o histórica que apoye semejante espe-
culación, por no calificarla de disparate, pues
no hay más que coger un plano detallado de
Angkor, tal como era en su momento de es-
plendor, y una foto del firmamento de la re-
gión de Draco para darse cuenta de que tie-
nen el mismo parecido que un huevo a una
castaña: puntos esparcidos sobre un plano de
forma más o menos aleatoria. El argumento es
tan falaz que uno de los monumentos que no
tiene estrella que lo represente, pero que no
se puede ignorar pues es uno de los más im-
portantes, el impresionante Bayón, templo
budista levantado por Yayavarman VII a fina-
les del siglo XII, es identificado nada menos
que con el polo de la eclíptica, el sostén del
mundo. ¡Ahí queda eso!
L
A ARQUEOASTRONOMÍA CIENTÍFICA
,
ANTÍDOTO DE LA ESPECULACIÓN
Hemos visto cómo, rodeadas de un aura de
cientifismo, se proponen dataciones descabe-
lladas para las pirámides y la esfinge de Giza o
para los templos de Angkor, por poner sólo
un par de ejemplos significativos. La expe-
riencia, por el contrario, nos dice que las es-
trellas, por muy singulares e importantes que
sean, no deben usarse nunca como datadores
cronológicos a no ser que se tengan pruebas
adicionales, arqueológicas o documentales, de
que una estrella o asterismo determinado te-
nía una importancia singular para una cultura
específica y, aun en este caso, sólo como
apoyo a dataciones alternativas obtenidas ora
de los registros históricos ora por otros méto-
dos científicos, como la datación radiocarbó-
nica o la dendrocronología. Por supuesto, éste
no es el caso.
En consecuencia, creemos que nos encon-
tramos ante un nuevo uso, y abuso, arbitrario
e injustificado, de una disciplina científica -
la arqueoastronomía en este caso-, tratando
de dar credibilidad a teorías fantásticas y sin
mucho fundamento que proponen soluciones
a supuestos misterios ocultos que la ciencia
actual no es capaz de resolver en apariencia.
Desgraciadamente, con la pérdida de los va-
lores tradicionales, en especial los religiosos,
y la proliferación actual de las mal llamadas
pseudociencias, es casi seguro que en el fu-
turo próximo deberemos enfrentarnos cada
vez más a situaciones de este tipo que aqué-
llos que creemos en una comunión entre as-
tronomía y cultura, y, por tanto, entre cien-
cia y sociedad, hemos de sentirnos obligados
a denunciar.
No podemos terminar este artículo sin
destacar que la arqueoastronomía y la etno-
astronomía calan hondo en la conciencia de
la sociedad, ya que tocan la fibra sensible de
los pueblos que estudiamos, pues nos hablan
de los mismos ciudadanos, de sus formas de
entender y controlar el tiempo, de su propia
visión del Universo y, lo que quizás es más
importante y sugerente, de la de sus antepa-
sados. Siempre se ha dicho que hay que estu-
diar el pasado para entender el presente y el
presente para adivinar el futuro. En este sen-
tido, la arqueoastronomía y la etnoastrono-
mía, investigadas eso sí de forma coherente y
racional, nos ayudan a entendernos un poco
mejor a nosotros mismos y a comunicarnos
de forma más eficiente con el Universo que
nos rodea
JUAN ANTONIO BELMONTE
es investigador del Instituto de As-
trofísica de Canarias y director del Museo de la Ciencia y el Cosmos de
Tenerife.
P
P
A
AR
RA
A S
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