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(Invierno 2000)
el esc
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ptico
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cuaderno de bitácora
R
R
ecuerdo que de crío mi madre solía jugar conmigo di-
ciéndome: “¿Quieres que te cuente el cuento de Ma-
ría Sarmiento...?” (Bueno, el verso seguía con “la que
fue a cagar y se la llevó el viento”, pero no es relevante al
caso. Igualmente sé que en otras tradiciones familiares la
historia cambia en personajes y demás, pero la esencia es la
misma...) Yo decía entusiasmado la primera vez: “¡Sí!”. Y
ella maliciosamente venía a decir: “Yo no he dicho que di-
gas sí, sino a ver si quieres que te cuente el cuento...”. Du-
rante un rato, me empeñaba en decir sí, cada vez más enfa-
dado. Luego, supongo que rendido ante la evidencia, decía
de repente: “¡No!”. Y ella, que ya había ganado, decía: “Yo
no he dicho tampoco que digas no...” y seguía la cosa. Uno
ensayaba cualquier tipo de respuesta, pero siempre le daba la
vuelta. Así hasta que me enfadaba de veras y recurría a la
violencia. El juego acababa siempre cabreándome, y aún
hoy, cuando tengo el rato perverso, juego al círculo vicioso
con mis sobrinos, comprobando que sus reacciones son
exactamente las mismas que yo tenía.
Dejando aparte cualquier profundo análisis psicosocioló-
gico, antropológico, sociológico o lo que sea de la anécdota,
lo cierto es que a veces me parece que quienes intentan ven-
dernos las maravillas de lo -dígase por decir algo- paranor-
mal no hacen sino emplear la misma estrategia. Me ha ve-
nido a la cabeza todo esto al leer un resumen del análisis que
Juan Antonio Fernández Peris hace en la revista Cuadernos
de Ufología
(nº 25/26) del caso Manises, uno de los porta-
viones de la Ovnilandia hispana.
El caso ha generado libros, cientos de artículos, deba-
tes... un verdadero aburrimiento de evidencias de que algo
apareció en el cielo levantino el 11 de noviembre de 1979
al paso de un avión comercial comandado por Lerdo de Te-
jada. El ufólogo presenta una tesis ya comentada hace años
de que el caso se puede explicar con varias variables: un es-
tímulo luminoso producido por la luz de una refinería en Es-
combreras, otros producidos por objetos celestes, la tensión
ante lo sorprendente, acaso cierta histeria... En fin, como
suele pasar con las cosas del mundo real, una serie de fenó-
menos perfectamente naturales, o perfectamente humanos,
que conformaron una vez más algo que encajaba de lleno en
el folklore de los platillos volantes.
Pero la comunidad ufológica normalmente sólo quiere
preguntar sobre el cuento, no recibir respuestas. Con lo que,
como cabía esperar, las explicaciones plausibles no han va-
lido de nada para convencer, o al menos sembrar una duda
razonable, en quienes ya tenían su respuesta y desde luego
nunca han mostrado la menor intención de bajarse de su bu-
rro, sea conspiracionista, sea extraterrestre, sea lo que sea,
aunque siempre inexplicable. A lo más, incluso aun cuando
acabaran por aceptar una explicación natural, sacarían de su
archivo otro montón de casos maravillosos, todo el mundo
se olvidaría del incidente en Manises, y vuelta a vendernos
lo del cuento de María Sarmiento.
Llevamos más de cincuenta años a vueltas con los plati-
llos volantes, y parece que nuestra sociedad ha asimilado el
juego del círculo vicioso sin mayores complicaciones. Uno
dice que sí, y todos contentos, pero eso no era la cuestión.
O dice que no, y peor, porque tampoco. Diga lo que diga, da
lo mismo, porque el fenómeno se come cualquier posibili-
dad de escape... siempre que se admitan sus reglas, claro.
He utilizado el fenómeno ovni como un simple ejemplo,
uno podría haber puesto aquí los más de cien años de in-
vestigación parapsicológica, o cualquier otro de los muchos
fenómenos maravillosos, tan increíbles como lo que le ha-
bía pasado a María Sarmiento, sobre los que nunca vamos a
tener una explicación adecuada mientras permitamos que
quienes controlan las reglas del juego nos tomen el pelo.
Ante un juego de este tipo, normalmente caben dos
posturas sencillas: uno colabora con él, demostrando inte-
rés y cayendo en la tela de araña plantada; o bien uno ob-
via el tema y se larga corriendo. Apunté que de niño op-
taba a veces por la violencia, por intentar machacar a
quien me estaba engañando. Algo realmente comprensi-
ble, aunque todos coincidiremos en que no es una solución
adecuada. Cabe otra salida, entre la aceptación eterna o el
pasar de todo. Cabe la ruptura de las reglas, o al menos la
pregunta de por qué tienen que establecer esas reglas de
juego, cuando podemos analizar el asunto desde otra pers-
pectiva. Ya sé que esto no vale para solucionar la paradoja
de María Sarmiento, en tanto en cuanto quien controla la
situación no se va a dejar quitar la sartén que agarra por el
mango.
Pero uno puede plantear explicaciones que, aun a sa-
biendas de que unos cuantos van a seguir repitiendo la can-
tinela, otras personas pueden de repente pararse y, acaso,
darse cuenta de que lo mejor es salir del círculo vicioso. Me
da la sensación de que algo así es lo que plantea una publi-
cación como EL ESCÉPTICO, o por lo menos intenta: una
ruptura con el normal proceso de propagación y populari-
zación de numerosas pseudociencias o pseudohistorias. Y es
por esto que, precisamente, quienes llevan tanto tiempo
jugando a contarnos ese cuento imposible son incapaces de
tolerar no ya las argumentaciones que aquí se presentan,
sino el atrevimiento de que venga nadie a quitarles el con-
trol del mismo.
Mi madre, claro, sabía cuándo tenía que acabar con el
cuento, posiblemente “en evitación de males mayores”; el
problema es que todos esos vendedores de lo oculto no. El
problema es que se lo han creído, o que lo necesitan para
realizarse…
Círculos viciosos
JAVIER E. ARMENTIA