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A
uno, permítanme el soliloquio, le
asaltan a menudo dudas. Dudas
sobre lo que estamos haciendo,
sobre nuestra capacidad de promover una
reflexión crítica fuera de nuestro entorno
(aquí más o menos todos coincidimos en lo
fundamental, pero nuestra vocación es lle-
gar un poco más alla...). En estos momen-
tos dubitativos, me reconforta pensar que
al menos queda esta publicación, que ha
salido con un paso fuerte, que la asocia-
ción que la sustenta, a trompicones, eso sí,
va afianzándose y consiguiendo poco a
poco darse a conocer, mejor dicho, dar a
conocer sus datos, sus opiniones. En efec-
to, uno se reconforta con muy poquita
cosa, porque lo cierto es que cuando uno
sale al mundo real, las cosas van demos-
trándonos que nada de nada. Que sigue
lloviendo... a cántaros.
Este veranillo en que se debió acabar el
mundo ha demostrado a las claras que la
pasión aparentemente irrefrenable de los
medios de comunicación por acoger a
cuanto charlatán llama a sus puertas es
algo que goza de demasiada buena salud.
Si el modisto que se
apellidaba Rabanera
tuvo el honor de dar
el primer paso entre
los cientos de aprove-
chados que han
hecho su agosto con
el eclipse de agosto, lo
cierto es que él sólo
fue uno de tantos, y
es de ley reconocer
que se lo montó feno-
menal para mayor
gloria de los beneficios de sus empresas.
No me he parado a echar cuentas, pero
fácilmente al menos la mitad de las cosas
que se publicaron en torno al EuroEclipse
fueron estupideces relacionadas con el fin
del mundo, o con las nefandas consecuen-
cias que tal “fenómeno astrológico” (sic:
que lo he leído así en EL MUNDO, lo he oído
en las radios, en las teles...) podría acarre-
ar. Entre eso y las tonterías de tanta auto-
ridad competente pero completamente
ignorante de lo que es un eclipse (¡ay! si
sólo fueran burros en estos temas...) aún
nos tienen asustados. Seamos pragmáti-
cos: al menos se habló algo de ciencia, y
todo esto obligó a muchos científicos a
mojarse descalificando este tipo de preten-
didos efectos de los eclipses. A otros, claro
está, que ya se nos conoce, nos permitió
meter una puyita de vez en cuando...
Dentro de lo malo, algo nos reímos con todo el circo mon-
tado.
Pero luego hemos tenido otro asunto notable, sin duda
punta de lanza de un movimiento que no es de hoy, pero
que está dispuesto a conseguirlo todo en nuestro país. Me
refiero al asunto de las llamadas medicinas alternativas,
cuyos promotores, avalados no sólo por potentes indus-
trias de la pseudofarmacopea, sino por presuntamente
prestigiosos colegios oficiales de médicos e incluso alguna
que otra universidad, están además ahora consiguiendo
el apoyo de esos partidos políticos que buscan un res-
tyling dentro de la modernidad. Que todo ello nos puede
llevar dentro de nada a ver el enorme absurdo, la perver-
sa injusticia, de que estas pseudoterapias sean pagadas
con el dinero de todos dentro de la sanidad pública.
¿Estamos en este caso, como en el de los profetillas del
cataclismo eclíptico, ante una panda de charlatanes? No
me cabe la menor duda: pero hay una diferencia funda-
mental, no llevan túnicas coloridas ni se refugian en la
telebasura. Ostentan sus títulos oficiales de licenciatura,
de los que abjuran en la práctica aunque sigan colocán-
dolos en sus consultas, evaden con el silencio o con refe-
rencias de muy escasa calidad científica la abrumadora
realidad de que carecen de argumentos evidenciales para
vendernos las maravillas de sus tratamientos, maravillas
que por otro lado sólo lo son en sentido económico: no
podemos olvidar que
hablamos de un
negociete muy ren-
table.
Evidentemente,
no es lo mismo
Aramis Fuster que
puede acabar can-
tando un bolero (es
un decir, esto es,
más bien una ejecu-
ción sumaria, que
yo lo sufrí en direc-
to) por salir en un programa de televisión que un repre-
sentante del (Ilustre) Colegio Oficial de Médicos de Sevilla
que comparece en rueda de prensa al lado de unos políti-
cos del PSOE para pedir que el parlamento andaluz acoja
en su sistema sanitario cosas como la homeopatía, la
acupuntura, la moxibustión y así, terapias hasta ciento.
Por poner dos ejemplos, conste. Pero no porque el segun-
do sea menos charlatán que la primera, sino porque es
infinitamente más peligroso; si me apuran, más inmoral
incluso. Todo el mundo tenemos la libertad de equivocar-
nos, el intocable derecho de creernos cualquier cosa. Pero
el engaño que vendemos a los demás puede tener conse-
cuencias terribles, más aún al hablar de salud y enfer-
medad, y de dinero público. No dudo que haya pseudo-
médicos o sus fans que actúen de buena fe, pero creo que
a lo más son tontos útiles metidos a promocionar uno de
los más rentables e inmorales negocios de estos tiempos.
Curiosamente, en esto de la pseudomedicina casi nadie
levanta la voz, y demasiada gente, de manera equivoca-
damente educada, les está dejando hacer. ¡Qué peligro!
cuaderno de bitácora
el escéptico (Verano 1999)
21
Charlatanes, embaucadores... ¿O no?
JAVIER E
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ARMENTIA
Al menos la mitad de las cosas que
se publicaron en torno al EuroEclipse
fueron estupideces relacionadas
con el fin del mundo, o con las
nefandas consecuencias de tal
“fenómeno astrológico”