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S
iempre ha sido un tema favorito de los
profetas el del fin de la humanidad y/o
la desaparición de nuestro planeta y/o
el colapso de todo el Universo. Hay veces que
el truco está en colocar la fecha lo suficiente-
mente lejos en el futuro que cuando el Fin no
llegue, el oráculo ya no esté por aquí para
tener que explicar por qué. Otros, a menudo
para conseguir que los Creyentes entreguen
sus propiedades y demás cosas mundanas,
preparan ya de antemano excusas, y consi-
guen sobrevivir a la gran
decepción que normal-
mente sigue a una predic-
ción fallida.
He aquí una lista de
algunos pronósticos del
Fin del Mundo bastante
interesantes, comenzando
por referencias bíblicas y
acabando con algunos
oráculos contemporáneos.
A juzgar por el éxito que
han tenido estos y otros
profetas, podemos asegu-
rar tranquilamente que
nuestro planeta continua-
rá más o menos igual
como está durante bas-
tante tiempo. Por mi
parte, yo no estoy nada
preocupado.
A.C-D.C. Según el
Nuevo Testamento, el Fin
debería haber acontecido
antes de la muerte del
último apóstol. En Mateo
16, 28 se afirma: “En ver-
dad os digo, hay algunos
que estáis aquí que no probará la muerte, y
verán al Hijo del Hombre llegando a Su
Reino.” Uno a uno fueron muriendo los após-
toles. Y el mundo siguió gira que gira...
992 D.C. En el año 960, el sabio Bernardo
de Turingia causó gran alarma en Europa
cuando anunció convencido que su cálculo
daba al mundo sólo 32 años más antes del
fin. Su propio fin, afortunadamente para él,
ocurrió antes de ese suceso que nunca tuvo
lugar.
31 de diciembre de 999. Los Apócrifos
bíblicos dicen que el Juicio Final -y conse-
cuentemente, cabe suponer, el fin del mundo-
ocurriría mil años después del nacimiento de
Jesucristo. Cuando llegó ese día, aunque es
muy dudoso que hubiera tanto pánico como
se ha dicho posteriormente, se pudo haber
experimentado cierto grado de aprensión. Se
ha dicho que las tierras no se cultivaron ese
último año, pues no iba a haber nadie para
recoger las cosechas. Según la Enciclopedia
de las Supersticiones, numerosos documen-
tos públicos de esa época comienzan dicien-
do: “Ahora que el mundo se acerca a su fin...”.
Expertos actuales sospechan que autores
como Voltarie o Gibbon crearon, o al menos
retocaron, esta historia para probar la natu-
raleza crédula de los cristianos medievales.
Septiembre de 1186. Un astrólogo cono-
cido como Juan de Toledo, a finales de 1179
hizo circular panfletos anunciando el fin del
mundo cuando todos los planetas se coloca-
ran en Libra. (Si se incluía al Sol entre ellos,
se puede calcular que eso
habría ocurrido el 23 de
septiembre a las 16:15
GMT, o a la misma hora del
3 de octubre en nuestro
calendario). En
Constantinopla, el empera-
dor bizantino tapió sus
ventanas, y en Inglaterra el
arzobispo de Canterbury
convocó un día de peniten-
cia. Aunque el alineamien-
to tuvo lugar, el Fin, no.
1 de febrero de 1524.
Se trata de una de las pre-
dicciones del fin del mundo
por inundación que más
popularidad alcanzaron.
En junio de 1523, astrólo-
gos londinenses predijeron
que el Fin llegaría a
Londres como un diluvio.
Unas 20.000 personas
abandonaron sus casas, y
el prior de St. Bartholomew
llegó a construir una forta-
leza en la que almacenó
suficiente comida y agua
como para sobrevivir a dos meses de espera.
Cuando llegando la fecha ni siquiera llegó a
llover en una ciudad donde esto es bastante
normal, los astrólogos recalcularon todo des-
cubriendo que se habían equivocado en cien
años. (Un siglo después, otros astrólogos se
quedarían decepcionados, secos y vivos, al
ver que tampoco llegaba ese diluvio).
El año de 1524 estuvo lleno de desastres
predichos. La creencia en esa fecha se hizo
muy fuerte en toda Europa. Un astrólogo lla-
mativamente apodado Nicolaus Peranzonus
de Monte Sancte Marie, encontró que se ave-
cinaba una conjunción de planetas en Pisces,
lo que popularizó, siendo un signo de agua, la
creencia en un nuevo Diluvio.
George Tannstetter, otro matemático y
astrólogo de la Universidad de Viena, fue uno
de los pocos en su época que negó el Fin del
Mundo para esa fecha. Su horóscopo decía
que viviría después de 1524, y mostró que los
cálculos de los demás eran erróneos. Lo cier-
to es que casi nadie le hizo caso.
el escéptico (Verano1999) 27
Algunas profecías del fin
del mundo... que fallaron
JAMES RANDI
James Randi.
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Para el 20 de febrero de ese año (algunos
decían que para el 2) se había profetizado la
gigantesca inundación. Las predicciones del
astrólogo Johannes Stoeffler, muy afamado,
que había establecido la fecha en 1499, llega-
ron a comentarse y repetirse en más de un
centenar de obras posteriores.
Esa conjunción se produjo en Pisces por
los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter
y Saturno, junto con el Sol. Neptuno, desco-
nocido en aquella época, también estaba en
esa zona del cielo. Pero según los cálculos que
he podido hacer, la fecha de tal conjunción
era el 23 de febrero según el calendario anti-
guo, no el 20. Por otro lado, tampoco anda-
ban por allá ni la Luna, ni Neptuno ni Plutón
(estos dos últimos también desconocidos por
entonces).
Es interesante saber que esta conjunción
fue, de largo, mucho más notable que otra
que no hace muchos años se describía en un
libro bastante tonto titulado El efecto Júpiter,
escrito por dos astrónomos que por otro lado
parecían normales, quienes, en 1974, predije-
ron funestas consecuencias para nuestro pla-
neta como consecuencia de un alineamiento
de planetas el 10 de
marzo de 1982.
Otros astrónomos,
obviamente, nega-
ron que hubiera
ningún efecto y,
cuando llegó la
fecha, como segura-
mente esperaban,
nada sucedió. Uno
de los autores infor-
mó, en cualquier
caso, algunos terre-
motos acontecidos
en 1980 habían sido
el “resultado prema-
turo del Efecto
Júpiter”... El públi-
co bostezó de emo-
ción.
En respuesta a
las profecías de
1524, en Alemania,
la gente se planteó
construir embarca-
ciones, y un Conde
de Iggleheim, obvia-
mente un devoto de
Stoeffler, llegó a
fabricar un arca de
tres pisos. En
Toulouse, un hombre llamado Aurial también
realizó por su cuenta un arca. En algunas
ciudades portuarias europeas, la gente se
refugió en barcos. Cuando comenzó a llover
débilmente donde Von Iggleheim tenía el arca,
el día predicho, la muchedumbre enloqueció y
sin otra cosa que hacer, decidió apedrear al
conde hasta la muerte. Cientos de personas
murieron en el alboroto. Stoeffler, que había
sobrevivido a todo eso, rehizo sus cálculos y
obtuvo una segunda fecha, en 1528. Esta vez
ya no hubo reacciones. A veces, la gente se
vuelve inteligente.
Curiosamente, la Encyclopaedia Britan-
nica de 1878 describe 1524 como “un año,
según se vió, destinguido por la sequía”.
1532. Un obispo vienés, Frederick
Nausea, decidió que un desastre inmenso
estaba cerca, cuando tuvo noticia de diversos
sucesos extraños. Le contaron que se habían
visto cruces de sangre en los cielos junto a un
cometa, que había llovido pan negro desde el
cielo, que se habían visto tres soles y un cas-
tillo de llamas flotando en lo alto. La historia
de que una niña de ocho años, en Roma, ver-
tía agua caliente de sus pechos, le convenció
de que el fin del mundo se acercaba. Y así lo
comunicó públicamente.
3 de octubre de 1533, a las 8 de la
mañana. El matemático y experto bíblico
Michael Stifel (conocido como Stifelius) había
calculado la fecha y hora exacta del día del
Juicio Final a partir del análisis del
Apocalipsis de San Juan. Cuando llegado el
día nada se vaporizó, los curiosamente ingra-
tos habitantes de la ciudad alemana de
Lochau, donde Stifel había hecho el anuncio,
le recompensaron con una gran paliza. Para
colmo, perdió su plaza eclesiástica.
1533. El anabaptista Melchior Hoffman
anunció en Estrasburgo, una ciudad que él
consideraba la Nueva Jerusalén, que el
mundo se consumiría en llamas en 1533.
Creía que en esa Nueva Jerusalén exacta-
mente 144.000 personas sobrevivirían mien-
tras Enoch y Elías expelerían por su boca lla-
mas que arrasarían el resto del mundo. Los
píos y acaudalados fieles que esperaban estar
incluidos en ese número de elegidos dejaron
sus tierras, perdonaron a sus deudores, y die-
ron su dinero y posesiones a los pobres.
Cómo se iban a usar todos estos bienes en
medio de las llamas no quedaba claro, ni
nadie comentó que tales sacrificios tan cerca
del Fin eran apenas meritorios.
La fecha del cataclismo llegó y pasó, y un
nuevo apóstol llamado Matthysz apareció
para calmar a quienes ya empezaban a expre-
sar ciertas dudas. En febrero de 1534 se bau-
tizaron más de cien personas en Amsterdam
en anticipación del aún esperado fin. Resulta
que los años 1533 y 1534 se han hecho notar
frente a otros cercanos por la relativa ausen-
cia de conflagraciones, lo que uno podría lle-
gar a explicar por aquello del repentino inte-
rés del público en preocuparse del fuego y no
de otras cosas...
1537. (También en 1544, 1801 y 1814).
En Dijon se publicaron una serie de profecías
póstumas del astrólogo Pierre Turel. Sus pre-
dicciones del Fin se extendían durante 227
años, pero todas ellas fueron afortunadamen-
te erróneas. Había usado cuatro métodos
diferentes de cálculo para llegar a las cuatro
fechas, y aseguraba a sus lectores que tenía
creencias religiosas estrictamente ortodoxas,
algo muy conveniente en aquella época.
1584. El astrólogo Cyprian Leowitz, quien
recibió la distinción de ser incluido en 1559
en el índice oficial de libros prohibidos por el
papa Pablo IV, predijo el fin del mundo para
1584. A pesar de todo, o por si acaso, publicó
después unas tablas astronómicas con suce-
sos del cielo hasta 1614, en el improbable
caso de que el mundo sobreviviera. Lo hizo,
por supuesto.
1588. El sabio Regiomontano (Johann
28
(Verano 1999)
el escéptico
Edición de las ‘Centurias’
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Mueller, 1436-1476), quien de manera póstu-
ma fue víctima de los iluminados que le atri-
buían poderes mágicos y ocultos, predijo el
fin del mundo para 1588 en una oscura cuar-
teta, pero en 1587 el médico de Norfolk John
Harveu aseguró a sus lectores que los cálcu-
los atribuidos a su maestro eran falsos, con lo
que la profecía resultante también era falsa.
Acertó.
1648. El rabino Sabbati Zevi, en Esmirna,
interpretó la Cábala para mostrar que él era
el Mesías prometido y que su llegada, acom-
pañada por milagros espectaculares, se espe-
raba para 1648. En 1665, a pesar de que
tales maravillas no habían aparecido, Zevi
tenía una gran cantidad de seguidores. Los
ciudadanos de Esmirna abandonaron sus
trabajos y prepararon su retorno a Jerusalén,
basándose en la fuerza de los pretendidos
milagros de Zevi. Tuvo un serio revés cuando
fue arrestado por el Sultán, y fue llevado a
Constantinopla encadenado: el nuevo Mesías
se quedó en la cárcel mientras seguidores
suyos de lugares tan alejados como Holanda,
Alemania o Hungría comenzaron a preparar-
se con anticipación al Armagedón.
Desafortunadamente para ellos, el Sultán
convirtió al caprichoso Zevi al islam, y el
movimiento desapa-
reció.
1
6
5
4
.
Consultando sus
efemérides y tenien-
do en cuenta una
nova aparecida en
1572, el médico
Helisaeus Roeslin
de Alsacia decidió
en 1578 que el
mundo seguramen-
te acabaría en lla-
mas setenta y seis
años después. No sobrevivió para ver cómo
fallaba su profecía.
Ese debió ser un mal año, de todas for-
mas. Se había predicho un eclipse de sol para
el 12 de agosto (que realmente ocurrió el 11)
y que se anunció también como el anuncio
del Fin del Mundo. Se produjeron muchas
conversiones a la Fe Verdadera, los médicos
prescribían permanecer en casa, y las iglesias
se llenaron.
1665. Con la Peste Negra en pleno auge, el
curandero Solomon Eccles aterrorizó a la
población londinense aún más con su decla-
ración de que la pestilencia era tan sólo el
comienzo del Fin. Fue arrestado y encarcela-
do cuando la plaga comenzó a disminuir en
vez de aumentar. Eccles, tras su puesta en
libertad, se fue a las Indias Occidentales,
donde siguió ejercitando su celo por la agita-
ción incitando a los esclavos a la revuelta. La
Corona le volvió a encarcelar por causar tan-
tos problemas, y murió poco después.
1704. El cardenal Nicolás de Cusa, sin el
apoyo vaticano, declaró que el Fin iba a llegar
ese año.
19 de mayo de 1719. Jacques Bernouilli,
el primero de una famosa saga de matemáti-
cos que tuvieron su casa en Berna, predijo el
retorno del cometa de 1680 y sus catastrófi-
cas consecuencias. El cometa no volvió, quizá
por razones astronómicas, pero Bernouilli
continuó, afortunadamente, y descubrió unas
series matemáticas que ahora llevan su nom-
bre. Todo el mundo reconoce su labor y las de
sus descendientes, grandes matemáticos
durante tres generaciones, pero no por sus
predicciones del Fin ni por sus cálculos astro-
nómicos.
13 de octubre de 1736. Una vez más
Londres fue el blanco del “comienzo del fin”,
esta vez a cargo de William Whiston en 1736.
1757. El místico/teólogo/espiritista, y
egocéntrico supremo, Emanuel Swedenborg,
siempre deseando ser el centro de atención
por una razón u otra, decidió tras una de sus
frecuentes consultas con los ángeles que ese
año era la fecha de terminación del mundo.
Para su mortificación, nadie le tomó en serio.
1774. La líder sectaria Joanna Southcott
tuvo la idea de estar embarazada del Nuevo
Mesías, para quien se le ocurrió el nombre de
Shiloh. Según los registros históricos “su
embarazo no llegó a nada”, como tampoco
llegó el fin del mundo. Dejó para el futuro una
caja llena de notas místicas para ser abiertas
sólo tras su muerte con la presencia de vein-
ticuatro obispos. Quizá por la imposibilidad
de interesar a tantos eclesiásticos de alto
rango para tal
ocasión, la caja
nunca se abrió y
se perdió por
algún sitio. (Una
caja presunta-
mente genuina se
abrió reciente-
mente. No apare-
ció en ella nada
salvo unos pocos
textos de escaso
interés). Fue suce-
dida de varios
conatos de profetas, que intentaron nuevas
profecías para el Fin del Mundo, con idéntico
resultado. A uno de sus sucesores, John
Turner, nos lo encontraremos de nuevo...
5 de abril de 1761. Cuando el fanático
religioso y soldado William Bell se dio cuenta
de que habían transcurrido exactamente
veintiocho días entre dos terremotos el 8 de
febrero y el 8 de marzo en 1761, no pudo sino
concluir que todo el mundo se iría al garete
en veintiocho días más. Bastantes londinen-
ses crédulos le creyeron y huyeron en cual-
quier embarcación que encontraron en las
riberas del Támesis, o bien se fueron de la
ciudad. Los registros históricos no cuentan
nada de Bell después del 6 de abril, cuando
fue encerrado en el manicomio londinense de
Bedham, por un público un tanto disgusta-
do...
14 de octubre de 1829. El profeta John
Turner era líder del movimiento “southcotia-
no” en Bradford, Inglaterra. La especialidad
de su secta era precisamente las profecías del
Fin del Mundo, la primera de ellas hecha por
la fundadora, Joanna Southcott, en 1744.
Falló su predicción, lo que hizo que su con-
gregación se le enfrentara y John Wroe (véase
algo sobre él en 1977) tomó las riendas del
movimiento.
3 de abril de 1843. (También 7 de julio de
el escéptico (Verano 1999) 29
Una antigua predicción arábica
del Juicio Final especificaba
que cuando los planetas
Saturno y Jupiter se situaran
en conjunción en el signo
de Libra nos podríamos
despedir de todo.
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ese año y 21 de marzo y 22 de octubre de
1844). William Miller, fundador de la Iglesia
Millerita, empleó quince años en el estudio
cuidadoso de las escrituras y concluyó que el
mundo finalizaría durante el 1843. Anunció
el descubrimiento de lo que llamaba “el grito
de medianoche” en 1831. Cuando se vio un
meteoro espectacular en 1833, a sus seguido-
res les pareció que su profecía estaba cercana
a cumplirse, por lo que celebraron la pronta
partida. Luego, según iban pasando las
fechas que había mencionado para el
Armagedón, Miller decidió adelantarse, con-
vocando a sus fieles a lo largo de
Norteamérica en cimas de montañas para
cada una de las fechas previstas, en noches
de oración hasta el amanecer. Finalmente, el
22 de octubre de 1844, la última fecha anun-
ciada para el Fin, los milleritas empezaron a
relajar sus vigilias. Miller murió cinco años
después, aún reverenciado por sus fieles y sin
preocuparse en absoluto por sus profecías
fallidas.
El movimiento final-
mente cambió su nom-
bre, y se fragmentó en
una serie de iglesias que
aún perduran, entre las
cuales está la Iglesia
Adventista del Séptimo
Día, que actualmente
tiene más de tres millo-
nes de miembros.
1881. Algunos de los
que se entretenían en
medir diversas dimen-
siones de la pirámide de
Ghiza, pretendidamente
la tumba de Keops, cal-
cularon que todo se iba
a acabar en 1881. Con
nuevos cálculos más
“precisos” y algo de ima-
ginación, llegaron a una
nueva fecha para 1936.
No sólo eso, todavía se
llegaron a nuevas
fechas, esta vez toman-
do al 1953 como el año
terminal. Me consta que
se siguen haciendo nue-
vos cálculos más refina-
dos. Si llega una nueva
fecha, se lo haré saber...
1881. La Madre Shipton pretendidamente
escribió: “Llegará a su fin el mundo / en mil
ochocientos ochenta y uno”
1
. La predicción,
igual que la rima, son erróneas. Un libro titu-
lado Vida y Muerte de la Madre Shipton,
escrito en 1864 por Richard Head, se reimpri-
mió en una versión un tanto libre y “mejora-
da” en 1862 por Charles Hindley. En 1873
Hindley admitió haber falseado ése y otros
poemas, aunque su confesión no calmó la
gran alarma que se produjo en la Inglaterra
rural por aquellas fechas.
Dado que el mundo no acabó en ese año,
en posteriores ediciones de ese texto se susti-
tuyó la fecha por 1991. Pero ni siquiera los
periódicos sensacionalistas se dieron cuenta
2
.
1947. En 1889, el “principal profeta nor-
teamericano”, John Ballou Newbroguh, dijo
que sin duda en 1947:
“todos los gobiernos actuales, religiones y
monopolios serán abolidos y desaparecerán...
Nuestra forma presente de religión católica se
irá de América, la bandera se echará abajo, y
será pisoteada... Cientos de miles de perso-
nas perecerán... Todas las naciones desapa-
recerán y la Tierra quedará libre para que
cualquiera vaya o venga como le plazca”.
Bueno, no fue un buen año, pero desde
luego no tan malo.
1977. John Wroe, descrito por el historia-
dor más amable que he conocido nunca como
un “libertino sucio, feo y bocazas”, heredó en
1823 el liderazgo del culto “Southcottiano” en
Inglaterra, cuando una profecía cataclísmica
del anterior gurú, John Turner, falló.
Aprendiendo del ejemplo, Wroe no se arriesgó
tanto, e hizo su profecía para el Armagedón
en 1977. Un libro de 1971 titulado Profetas
sin Honor comenta de él:
“En la época en que las potencias termo-
nucleares se enfrentan a través de los telones
de Acero y Bambú, conviene recordar que -tal
y como podemos juzgar a partir de los esca-
sos testimonios- John Wroe fue realmente un
gran profeta.”
1980. Una antigua predicción arábica del
Juicio Final especificaba que cuando los pla-
netas Saturno y Júpiter se situaran en con-
junción en el signo de Libra a 9 grados y 22
minutos de tal signo, nos podríamos despedir
de todo: camellos, arena, mezquitas... todo,
vaya. Tal configuración astronómica casi tuvo
lugar el 31 de diciembre de 1980, una fecha
calculada por los astrólogos mucho antes
como la del fin del mundo... Júpiter estaba en
9º24’ y Saturno en 9º42’, bastante cerca de lo
comentado. Pero por lo que sabemos, acaso ni
un camello llegó a pestañear.
1996. Se ha razonado por expertos bíbli-
cos que puesto que un día divino equivale a
mil años humanos, y que Dios trabajó en la
creación seis días, el Hombre debería trabajar
en el mundo seis mil años, y luego descansar.
Así, usando otros cálculos bíblicos, el mundo
debería acabar durante 1996. En fin...
3
Julio de 1999. En la Cuarteta 10-72,
Nostradamus declaraba:
“El año mil novecientos noventa y nueve siete
meses,
Del cielo vendrá un gran Rey de terror:
Resucitar el gran Rey de los Mongoles,
Antes y después de Marte reinar por dicha.”
Sin comentarios.
1
En el original: “The world to an end will come
/ in eighteen hundred and eighty-one” (N. del
T.)
2
El texto original es anterior a 1991. En él,
Randi predice que en ese año algunos periódi-
cos rescatarán la predicción para asustar a sus
lectores... (N. del T.)
3
Se refiere a los cálculos que sitúan la creación
en el año 4004 a.C. muy populares en el mundo
anglosajón por estar introducidos en la popular
Biblia del Rey Jorge. Una vez más, tengamos en
cuenta que el texto original es anterior a esta
predicción. Randi comenta que “con un poco de
mala suerte, ya veremos...” (N.del T.)