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el circo paranormal
¡Menuda bola se ha tragado ‘Enigmas’!
el escéptico (Junio 1998)
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Dicen que hay rusos que venden
misiles balísticos intercontinen-
tales con múltiples cabezas nu-
cleares a través de los anuncios
por palabras de algunos diarios
occidentales; también aseguran
que unos caraduras de las nue-
vas mafias rusas han vendido, o
casi, el mismísimo Bolshoy con
el genial bajo Fyodor Chaliapin
(1873-1938) incluido en la com-
pañía de canto, aunque otras
fuentes aseguran que lo que iba
con el gran teatro moscovita era
un tal Tchaikovsky y sus cisnes
del lago, todo en buen estado de
conservación.
Pero todo lo anterior se que-
da a la altura del timo de la es-
tampita si se lo compara con el
artículo que un tal Vladimir V.
Rubstov le ha colado a la revista
Enigmas y que apareció pu-
blicado en su número de sep-
tiembre de 1997.
1
Bajo el título
de “El misterio de la esfera ne-
gra”, el autor nos narra las peri-
pecias de una bola más o menos
redonda que se encontró un can-
tero ucraniano en arcillas de
unos diez millones de años de
antigüedad (no se indica cuán-
do ni cómo se dató), y que del
cantero pasó a su hijo (para que
jugara al fútbol, se supone), del
hijo, al profesor de la escuela lo-
cal, y de éste, a un imponente
Boris Nikolayevich Naumenko,
del Instituto de Física de la Tie-
rra de la Academia Rusa de las
Ciencias.
Nos cuenta el autor de esta
burla para crédulos crónicos có-
mo, en un principio, los parap-
sicólogos rusos creyeron que la
bola, por su antigüedad, debe-
ría ser capaz de emitir energía
psíquica por el procedimiento de
la frotación descubierto por Ala-
dino cuando se encontró su lám-
para maravillosa. Parece ser que
no tuvieron éxito al frotarla con
las manos, lo que aprovecha
Rubstov para introducir su apos-
tilla de profundo sabor escéptico:
“Cuando menos consiguieron
dejar su superficie bastante más
limpia de lo que estaba”.
Por un momento, el lector
puede verse inclinado a pensar
que estamos ante un trabajo se-
rio, sobre todo cuando el autor
dice que, por fortuna, la bola pa-
só a expertos que la examinarían
con métodos racionales y cien-
tíficos, esto es, que empezaron
creyendo que el objeto era de ori-
gen extraterrestre. A partir de
aquí, comienza una verdadera
orgía de datos supuestamente
científicos, que permiten con-
cluir que la bola tiene un núcleo
interior de densidad, y, por tan-
to, de masa, negativa. ¡El descu-
brimiento del siglo, qué digo, de
la historia de la ciencia y de la
humanidad toda: una bola con
masa negativa en su interior; lo
definitivo contra los michelines,
las barrigas y la grasa que afea
su figura! Señora, que la báscu-
la le dice que tres kilos más, se
toma tres kilos de materia nega-
tiva y a presumir otra vez. Así se
entra en una especulación
numerológica basada en un di-
bujo que parece hecho por mi
hijo Jaime, de 5 años, cuando les
roba el compás, la regla, el car-
tabón y la escuadra a sus her-
manos mayores.
En una de esas divagaciones
pseudomatemáticas, pseudogeo-
métricas, se ensaya con una es-
cala basada en la 24ª parte de
una cierta longitud. El autor da
un dato, y la redacción de Enig-
mas ¡lo mejora, señores! Es un
trabajo de enorme mérito darse
cuenta de este error. Y, aunque,
con una modestia digna de elo-
gio, la redacción de Enigmas atri-
buye una diferencia de 0,0042
milímetros a mediciones inexac-
tas o a la erosión sufrida por la
esfera. Mañana mismo deberían
poner un fax y un correo elec-
trónico a la Academia de Cien-
cias Sueca para que el Nobel de
Física de este año no se nos es-
cape.
¿Cuál es la composición de
tan maravilloso artefacto esféri-
co? No se sabe, pues el autor nos
dice que, lamentablemente, el
dueño (?) de la bola se la llevó
demasiado pronto, ya que su
mujer la necesitaba para plan-
charle las mangas de sus cami-
sas, que era para lo que se usa-
ban este tipo de bolas en la Ucra-
nia del siglo XIX.
Con datos tan completos, re-
levantes y contrastados, el au-
tor lanza la hipótesis de que nos
encontramos ante un depósito de
antimateria empleado como
fuente de energía. Y se queda tan
ancho cuando dice que “todavía
se desconoce si la antimateria
tiene la propiedad de la grave-
dad negativa, pero tal suposición
es sin duda aceptable”. Si dicha
hipótesis fuese aceptable, ilus-
trados señores de Enigmas, ha-
bría que cerrar todos los acele-
radores de partículas que ope-
ran con haces de materia y anti-
materia. Pero, por suerte, hay
científicos ortodoxos, que, sin
preocuparse mucho de las bur-
las y burradas de los magufos,
2
siguen creyendo que la materia
y la antimateria se diferencian en
su carga (si una es positiva, la
otra es negativa), pero que ese
número que llamamos masa tie-
ne la buena costumbre de ser
siempre positivo.
Para evitar que materia (cor-
teza) y antimateria (núcleo) de
la mágica bola negra se destru-
yan, el escribiente ruso se inven-
¡Un colaborador de la
revista de Jiménez del
Oso ha hecho el
descubrimiento del si-
glo, lo definitivo contra
los michelines, las barri-
gas y la grasa que afea
su figura!
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(Junio 1998) el escéptico
ta una capa aislante compuesta
de neutrones. Y aquí entran de
nuevo los redactores (aunque,
por el estilo, más parece fruto del
bolígrafo de Fernando Jiménez
del Oso, director de la revista)
para apostillar, en un increíble
recuadro de apoyo titulado “Ma-
teria antigravitatoria”, que “en
este sentido, la malla de neutro-
nes que según el autor podría
evitar el contacto de esta anti-
materia con la materia, para que
pese sólo 500 gramos, tiene que
tener una distancia equivalente
a casi tres neutrones, entre una
y otra de estas partículas, y a
simple vista parece que por este
hueco podría colarse el positrón
de la antimateria”.¡Genial! ¡Co-
ronas esféricas de un ancho de
tres neutrones y que pesan 500
gramos! ¡Nuevos microscopios de
tecnología magufa que permiten,
a simple vista, ver a un positrón
colarse entre el hueco que dejan
tres neutrones!
Parece que la redacción de
Enigmas no ha tenido suficiente
dosis de gazapos científicos ru-
sos, que se esmera en seguir
añadiendo disparates y despro-
pósitos como si de una competi-
ción de analfabetismo científico
se tratase. ¿Otra muestra?: “El
agua es muy sensible a estas
anomalías gravitatorias que con-
tienen ondas escalares, no
hertzianas, y sumergiendo en
ella la bola negra, por la absor-
bencia del ultravioleta lejano en
espectrofotómetro, quizá se po-
dían sacar algunas conclusiones
importantes”. Sin duda. Y la más
importante es que quien ha es-
crito esto es un ignorante total
en física, lo que no le impide,
juntando al azar tres o cuatro
términos técnicos, quedarse tan
contento con sus latinajos
cientifistas.
En conclusión, queridos
amigos de Enigmas, que al
próximo ruso que vaya a
venderos un artículo científico
lleno de arcanos y misterios
propios de la parafernalia extra-
terrestre, preguntadle de paso
que si os quiere vender también
el mausoleo de Lenin; pero, en
realidad, con la ignorancia cien-
tífica que atesoráis, no consi-
dero necesario que os expongáis
a otro timo científico de rusos
desaprensivos.
FERNANDO
PEREGRÍN
Chapuzón
atlante
Canarias, 1997. Un aterrado
o
eso dice
Manuel Carballal se
dispone a sumergirse en las
procelosas aguas del Atlántico
para dar testimonio del descu-
brimiento de nuevos restos de la
mítica Atlántida.
1
Lamentablemente sólo nos da
eso, testimonio. Ni el abundan-
te equipo con el que contaban
los submarinistas ni el empeño
del intrépido investigador han
permitido que llegue hasta no-
sotros una sola imagen del
asombroso descubrimiento del
grupo Sub-Can. Como dice uno
de los miembros del grupo,
“siempre que hemos bajado a
esa zona concreta se nos ha ave-
riado algo del equipo”. En esta
ocasión debió ser la cámara fo-
tográfica. Una lástima, ¿no?
Afortunadamente, los misterio-
sos gremlins que nos privan de
la prueba gráfica del descubri-
miento no nos han librado del
habitual despliegue de fotogra-
fías del autor. Supongo que por
si no le conocíamos.
En otras circunstancias po-
dríamos afirmar que el artículo
de Carballal no tiene desperdi-
cio. Pero no es así: lo tiene, y
mucho. Buena parte del texto y
un recuadro se dedican a rela-
tar la célebre superchería de los
restos atlantes de Bímini, lugar
donde se encontraron portento-
sas calzadas, restos de colum-
nas y otros signos evidentes de
la existencia de una fantástica
civilización tragada por las
aguas. Carballal se recrea en
enumerarnos todas las investi-
gaciones realizadas sobre los
restos atlantes de Bímini. Bue-
no, todas las investigaciones
magufas. Quizá no sepa que,
tras la explicación del origen
natural de los bloques que com-
ponían la calzada sumergida,
una expedición identificó el ma-
terial de construcción como rocas
calcáreas de origen natural y de
formación tan reciente que in-
cluso tenían en su interior res-
tos de botellas de vidrio, trozos
de plástico y otras muestras de
nuestra avanzada civilización.
Claro que también puede ser que
los atlantes fueran así de gua-
rros.
Otro importante apoyo al que
acude Carballal
y que también
se cae por si solo
es la investi-
gación que Thor Heyerdahl y
otros crédulos efectuaron sobre
las misteriosas pirámides cana-
rias. A pesar de que tanto los
científicos como los propios lu-
gareños insisten en que se trata
de simples majanos, desde hace
tiempo numerosos investigado-
res juran y perjuran que se tra-
ta de restos de la mítica Atlánti-
da. Insasequibles al desaliento,
no dudan en adaptar su tesis a
las cambiantes circunstancias,
y así, cuando la construcción de
una circunvalación hizo necesa-
ria la voladura de una pirámide
en Icod, los piramidiotas no se
arredraron por la no aparición
de restos atlantes: simplemente
afirmaron que las pirámides de
Icod son, en efecto, majanos,
pero las de Güímar... esas sí que
son legítimas pirámides atlan-
tes. Tan auténticas que, cuan-
do Thor Heyerdahl fracasó en su
intento de detectar cavidades ar-
tificiales mediante radar, no va-
ciló en atribuir su fracaso a la
previsión de los atlantes, que ha-
bían recubierto sus túneles con
losas opacas a las ondas de ra-
dar.
¿Y qué más podríamos co-
mentar del artículo de Carba-
llal? Pues, muy poco más. Apar-
te de mostrarnos un enciclopé-
dico conocimiento de las más
relevantes chorradas escritas
sobre la Atlántida, lo único que
nos cuenta es su aventura sub-
marina, el miedo que le da el
agua y cómo los chicos de Sub-
Can le toman el pelo con los ti-
burones. Es un poco como una
de esas anécdotas que se cuen-
tan sobre la mili, sólo que publi-
cada en una revista, con muchas
fotos del autor y aprovechando
para mencionar de pasada la
preparación de su próxima se-
rie de televisión: Mundo misterio-
so.
Y luego hablan de propagan-
da encubierta...
1
Rubstov, Vladimir V. [1997]: “El
misterio de la esfera negra. ¿Un
artefacto extraterrestre de hace
diez millones de años”. Enigmas
(Madrid), Año III - Nº 10 (Octu-
bre), 8-16.
2
Magufo es un término que se apli-
ca en la lista escéptica española
de Internet a todo divulgador
pseudocientífico.