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Más de lo mismo
El misterio sobre los orígenes del
ser humano ha sido, sin duda,
uno de los grandes motores de
la investigación. Pero no sólo
eso, también el saber cómo se
formó el universo, nuestro mun-
do e, incluso, nuestra propia cul-
tura es algo que nos une, en ge-
neral, a la humanidad, sea co-
mo pueblos o como meros indivi-
duos, ya que, desde nuestra más
tierna infancia, solemos macha-
car a preguntas a nuestros pro-
genitores, tratando de que nos
aclaren algo sobre lo que ha-
cemos aquí y por qué hemos ve-
nido, intentando hallar un cier-
to sentido a nuestra estancia en
este mundo.
Esa curiosidad, y la dificul-
tad de dar respuesta a las pre-
guntas planteadas, tengo la im-
presión de que ha sido, en gran
parte, uno de los motores del
sentimiento religioso, así como
del interés por la historia y la ar-
queología, ya que muchos su-
ponen que conocer el pasado nos
puede aportar datos para prever
el futuro. Así, un origen en una
causa creadora divina nos per-
mite pensar en un presente y en
un futuro en el que dicha in-
fluencia continuará siendo bá-
sica, mientras que un origen na-
tural nos permitirá creer que el
futuro
próximo o lejano
esta-
rá regido por sus leyes.
Sin embargo, en el presente,
tras la caída de un cierto senti-
miento religioso cristiano clási-
co en muchas personas, vemos
cómo hay una búsqueda de una
cierta transcendencia mistérica
en el pasado, con saberes sólo
para iniciados, con la construc-
ción de nuevos mitos acerca de
los orígenes, que nos permitan
entender mejor el presente,
uniendo una cierta mentalidad
religiosa
mal entendida
con
una mentalidad científica
aún
peor conocida
.
Creo que la moda, desde hace
veinte años, de mitos sobre
astronautas en la antigüedad o
sobre misteriosas culturas for-
madas por seres que podían ser
como los humanos
pero con un
toque de superioridad o divini-
dad
, que precedieron a las co-
nocidas en miles de años en su
dominio de la Tierra, surge de la
necesidad de llenar ese vacío y
que sean los misteriosos seres
representantes de dichas cultu-
ras los que hayan legado a los
hombres un mensaje salvador,
que nos redimirá de nuestros pe-
cados y problemas.
Creer que el ser humano evo-
lucionó solo, como el resto de bi-
chos, y que el surgimiento de las
diferentes formaciones sociales
fue un proceso lento, aunque ra-
cional, parece ser un esfuerzo
excesivo para mucha gente que
no se conforma con una reali-
dad tan poco estimulante y que,
ante la parquedad de evidencias,
no duda en inventarlas o tergi-
versarlas
con o sin intención
.
Pero este proceso de creación
de seres mitad dioses y mitad
hombres no es un proceso nue-
vo, sino que siempre ha existi-
do. En muchas mitologías y re-
el escéptico (Junio 1998)
83
La esfinge de Gizeh, con la gran pirámide al fondo.
Archivo ARP
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ligiones, como la cristiana, la
presencia de un mediador siem-
pre ha sido un elemento impor-
tante. ¿Quién no recuerda las
historias de esos héroes griegos,
semidioses, arrancando
de gra-
do o con astucias
sus misterios
civilizadores a los moradores del
Olimpo para acercárnoslos a los
terrestres?
Héroes civilizadores que, en
un momento pasado, mítico, en-
señaron a unos primitivos seres
humanos la capacidad de culti-
var la tierra, domesticar anima-
les, la cerámica, la metalurgia.
No sólo eso, en ocasiones, esos
héroes procedían
de un mundo pre-
vio, también míti-
co, de una antigua
edad de oro en la
que el hombre ha-
bía tenido unas
cualidades muy
superiores a las
actuales. Historias
preciosas que se
pueden rastrear en
la mayoría de cul-
turas, y que solían
atribuir a dichos
grandes hombres,
surgidos de dora-
das épocas pre-
vias, la construc-
ción de grandes
monumentos en el
pasado, dado que
los hombres nor-
males
y menos los
antepasados cer-
canos
no podían
ser capaces de ha-
cer determinadas
obras que el tiem-
po había respeta-
do, como los
megalitos
Stone-
henge es un buen
ejemplo
o las pi-
rámides.
El estudio de
estas últimas, tan
antiguas y nota-
bles desde siem-
pre, provoca una
normal admiración
en todos los que
han tratado de
adentrarse en sus
misterios, habiendo ex-
plicaciones sobre su origen des-
de siempre. Sin embargo, ya en
la antigüedad, la normalidad en
el tratamiento de las mismas era
más la norma que la excepción,
y tal parecen demostrar los tra-
tados de autores como Herodoto
o Diodoro.
Extravagantes sinrazones
No fue, sin embargo, hasta el si-
glo pasado, cuando las primeras
expediciones arqueológicas en
Oriente Próximo y en el norte de
África sacaron a la luz una serie
de ciudades perdidas y culturas
de las que tan sólo se tenía al-
gún recuerdo, cuando la para-
arqueología empezó a fantasear,
especialmente en lo que se refie-
re a la egiptología, todo ello uni-
do al nacimiento de ciertos gru-
pos secretos, dentro del roman-
ticismo.
Pese al avance del conoci-
miento acerca del pasado, que
gracias a la mejora de las técni-
cas de investigación ha hecho
que muchas dudas se vayan des-
vaneciendo, sinrazones extrava-
gantes siguen persistiendo, aun-
84
(Junio 1998)
el escéptico
que sólo para algunos poco in-
formados.
Entre estos algunos, está
Colin Wilson, autor de El men-
saje oculto de la esfinge, que cree
que en la esfinge egipcia, que se
alza, monumental, junto a las
pirámides en Gizeh, están las
evidencias que nos hablan acer-
ca de una supuesta civilización
pre-egipcia. Dicha cultura, que
el autor llama atlántida, pese a
que dicho nombre, según él, no
tiene porque ser el correcto, es-
taba dotada de unas capacida-
des mucho más allá de las del
hombre actual, lo que le permi-
tía, entre otras co-
sas, gracias a pode-
res que ahora llama-
ríamos pa-
ranormales
pese a
que a Wilson tampo-
co le encanta esta
palabra
, desplazar
fácilmente, sin ayu-
da de máquinas ni
instrumental, los
bloques de piedra de
más de 200 tonela-
das necesarios para
la construcción de la
gran esfinge. Ellos
también fueron la
fuente de los conoci-
mientos sobre astro-
nomía, geometría,
arquitectura, etcéte-
ra, de todos los pue-
blos de la antigüe-
dad, desde los egip-
cios hasta los mayas
o los olmecas
cultu-
ras separadas no
sólo por la geografía,
sino por un par o
más de miles de
años si contamos
desde sus inicios
.
Este mundo ante-
rior al egipcio, según
Wilson, vivía en un
estado de conciencia
colectiva, que anida-
ba en el hemisferio
derecho del cerebro.
Luego, dicha mente
cayó a un tipo de
conciencia especial,
en el cerebro izquier-
do, que si bien no es
del todo negativa, ya que ha im-
pulsado nuestra lógica y capa-
cidad de raciocinio
no en todos,
como se observa al leer este li-
bro
, sí que nos ha provocado
una visión en túnel,
unidireccional, que precisa de
fuertes estímulos constante-
Wilson, Colin [1997]: El mensaje oculto de la esfinge [From Atlantis
to the Sphinx]. Trad. de Jordi Beltrán. Revisión y adaptación de
Javier Sierra. Ediciones Martínez Roca (Col. “Enigmas”). Bar-
celona. 344 páginas.
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mente. El ser humano, al evolu-
cionar (?), en algún momento del
tercer milenio antes del naci-
miento de Cristo, tuvo que dejar
la mente colectiva de nuestros
antepasados para pasar a la ac-
tual, con grandes ventajas, pero
limitada e individual, así como
más penosa y agotadora. Es la
conciencia del cerebro izquierdo.
Wilson parte de una serie de
evidencias, la mayor parte de
ellas misteriosas, difíciles de ve-
rificar y publicadas en oscuros
libros, que él suele citar casi
como malditos (así como, de vez
en cuando, señala el pavor
no
sin razón
de algunos de los au-
tores de las teorías en las que se
basa, como Hanckok, por ejem-
plo, de ser tenidos como chifla-
dos).
Las evidencias y datos que
aporta suelen no serlo en reali-
dad cuando uno conoce algo me-
jor que el autor el tema del que
se trata
no es difícil
, y, así,
errores de bulto se suceden sin
fin. Hacer una cuenta de las in-
exactitudes que se entremezclan
en El mensaje oculto de la esfin-
ge precisaría de un esfuerzo su-
perior al que este crítico se ve ca-
paz de acometer. Así, el autor se-
ñala, con toda naturalidad, que
una de las causas de la evolu-
ción es tener una meta, y que la
necesidad de preservar el fuego
por los neandertales fue la cau-
sa de la explosión del cerebro y
de su desarrollo posterior en
nuestra dirección.
Por otra parte, usa una ter-
minología para hablar de la ca-
dena evolutiva humana, así co-
mo en el momento de establecer
filiaciones entre el hombre ac-
tual, el de Neandertal y el hom-
bre de Pekín, que ya estaban
muy superadas en la época de
redacción del libro y que revelan
la inexactitud de sus fuentes, al
tiempo que invalida las hipóte-
sis surgidas de ellas. Y remata
la faena cuando indica que “me
inclino a creer que éste fue el mo-
tivo de que el hombre de Croma-
ñón se convirtiera en el funda-
dor de la civilización. Su domi-
nio de la magia le daba un senti-
do de optimismo, de tener una
meta, de control, como ningún
animal había poseído antes”. Nos
encontramos, de nuevo, con una
visión acientífica de nuestros orí-
genes, atribuyendo a causas es-
pirituales lo que es un proceso
evolutivo normal, igual al de los
rumiantes o al de los grillos.
Para Wilson, el verdadero es-
tímulo de la evolución fue el co-
nocimiento. La explosión del ce-
rebro debió ser fruto de la inter-
vención de una tercera fuerza.
Según el autor, el origen de di-
cha fuerza fue “posiblemente la
explosión de un meteoro, aun-
que es más probable que fuera
el crecimiento del lenguaje, de
la religión y de las actitudes
sexuales”, amén del descubri-
miento, por parte de los
cromañones, de la magia cine-
gética. Es decir, Wilson hace gala
de un cierto conocimiento de
una terminología científica ya en
desuso para impresionar al lec-
tor, aunque tras su terminolo-
gía no haya más que el vacío más
absoluto, y así llega, como pue-
de, al final de su libro susten-
tando la hipótesis que al princi-
pio he comentado.
Pero no sólo es eso. Su desco-
nocimiento, profundo, de la as-
tronomía a simple vista le hace
preguntarse cómo se podía co-
nocer en la antigüedad con pre-
cisión el Norte geográfico. La
creencia, de nuevo, en que los
hombres de hace 20.000 años
e incluso los que viven en las lla-
madas culturas primitivas
son
proto-hombres es la misma que
en la antigüedad. Los hombres,
hace 10.000 años, eran exacta-
mente como nosotros, y para
ellos determinar el Norte geográ-
fico era tan sencillo como para
nosotros si nos fijamos en el eje
de rotación de las estrellas cual-
quier noche. El conocimiento as-
tronómico de mayas y egipcios
no tiene nada de sobrenatural,
aunque sí de esfuerzo meritorio
en la investigación y comproba-
ción de datos, así como en la
transmisión de conocimientos
sobre los movimientos de los ob-
jetos celestes.
Wilson junta materiales ya
explicados racionalmente, pero
no cita la explicación lógica, sólo
la mistérica
un caso claro sería
el de los dogones y su conoci-
miento de la existencia de Sirio
B en torno a Sirio A
. Un lector
poco experto lo que hace es su-
poner que el autor debe saber
de qué habla, que, aunque en al-
gún dato se equivoque, todo no
puede estar mal. Pues sí, lo está,
al menos todo lo que conozco, y
lo que no está mal está poco cla-
ro, y se nota que Wilson lo usa
aunque no lo entiende. Por ejem-
plo, en el caso de todas sus refe-
rencias a los conocimientos
astronómicos de los pueblos de
la antigüedad o la alineación de
monumentos.
Hace etimologías silvestres, al
asociar palabras únicas en idio-
mas diferentes para indicar pa-
rentesco entre éstos, lo que me
recordó cuando hace años, ya
muchos, en una clase de griego,
un compañero preguntó al pro-
fesor si el nombre del río
Potomac (en EE UU) procedía de
la palabra griega potamós (río).
¡Incluso se pregunta si puede ser
casualidad que una lengua sen-
cilla, como la aymara, se pueda
traducir tan bien al lenguaje
informático y sea hablada alre-
dedor de Tiahuanaco! ¿Y sus
opiniones sobre las tesis de
Velikovsky y Hörbiger? Habla del
radio polar y del año solar, y da
unas cifras que, tomadas cómo
se tomen, ni se aproximan a la
cifra real. Hay más perlas; pero
ya no me queda cuenta ni ga-
nas de contar.
La aproximación de Wilson al
mundo egipcio, a las pirámides,
a la esfinge, no va más allá de lo
expuesto y debatido millones de
veces por otros autores, sólo que
en esta ocasión los responsables
no llegaron del espacio, sino que
fue una civilización previa. Ha-
blar, a estas alturas, de lo ma-
ravilloso de las medidas de una
pirámide o de la esfinge de Gi-
zeh, y dar como increíbles datos
normales cuando uno analiza la
geometría de este tipo de figu-
ras, ya resulta cansado. Sin em-
bargo, puede ser útil recordar
una cosa, y es que a mí, como
arqueólogo
y científico
, me se-
ría igual si las pirámides las hu-
bieran hecho egipcios, marcia-
nos, atlantes o agrimensores
finlandeses. Lo importante es
que el método que se use para
conseguir dichos datos sea el
científico, que las evidencias
sean razonables, y que el que es-
criba algo al respecto supere los
mismos problemas de crítica que
supera cualquier investigador de
la antigüedad cuando imputa un
determinado tipo de cerámica a
una cronología concreta. Todo lo
que no se ajuste a ello puede ser
divertido; pero, en cualquier
caso, quizá no merezca el mis-
mo tipo de respeto como afirma-
ción acerca de lo que fue el mun-
do.
el escéptico (Junio 1998)
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ALFONSO
LÓPEZ
BORGOÑOZ